El teatro español en el siglo XX
El teatro español en el primer tercio del siglo XX se reparte, a grandes rasgos, en dos frentes:
1. El Teatro Comercial
Es el que triunfa en los escenarios y va dirigido a un público burgués, por lo que presenta las siguientes características:
- Estéticamente convencional y nada arriesgado.
- Dosificación de la crítica.
- Intrascendencia de los temas.
- Personajes sin excesivas complicaciones.
Dentro de él, cabe destacar tres tendencias:
1) La Comedia Burguesa
Se trata de obras en que se muestran problemas típicos de la clase media, en un contexto cómico. Tiene su máxima expresión en la llamada comedia de salón: obras cuya acción se desarrolla en ambientes burgueses. Suelen lucir muebles y utilería «auténticos». Los personajes se limitan a dialogar, y los conflictos suelen venir motivados por algún hecho del pasado que ahora se revela, o por un acontecimiento que ocurre fuera de escena. Su iniciador fue Jacinto Benavente: Los intereses creados, La malquerida.
2) El Teatro Poético
Eran dramas escritos en verso pensados para un público deseoso de escenas lacrimógenas y asuntos patrióticos, que esperaban la declamación grandilocuente de unos actores famosos. A ello hay que unir la suntuosidad y el colorido de la escenografía. A este teatro pertenecían géneros como el drama rural y la tragedia histórica. A él se dedicaron autores como Eduardo Marquina (Las hijas del Cid) y Francisco Villaespesa (Doña María de Padilla).
3) El Teatro Cómico
Se trata de un teatro de marcado carácter costumbrista que gozó de gran popularidad durante el primer tercio de siglo. Dentro de él, se engloban varios géneros:
- La comedia de costumbres y el sainete: presentan tipos y ambientes populares.
- El astracán: piezas disparatadas donde lo único que se buscaba era la risa fácil a través de la incongruencia y el despropósito de las situaciones y la exageración del lenguaje.
Su creador fue Pedro Muñoz Seca (La venganza de don Mendo).
2. Los Intentos de Ruptura e Innovación
Están protagonizados por autores que buscaron un teatro de calidad, conectado a la modernidad europea y a las vanguardias. En general, no encontraron más lugar de representación que las salas minoritarias y el rechazo del gran público.
Los autores de la Generación del 98 se propusieron regenerar el teatro. Así, tanto Azorín (Lo invisible) como Unamuno (Fedra) escribieron obras donde condensaban sus temas recurrentes sobre España y el ser humano, pero cuya falta de talento escénico las condenó al fracaso.
La figura central de la generación fue Ramón María del Valle-Inclán, un auténtico hombre de teatro que se adelantó a su tiempo. Aunque en vida apenas pudo estrenar, es hoy uno de los más valorados (y representados) en nuestro país.
Empezó escribiendo dramas de corte modernista (El marqués de Bradomín), pero pronto cultivó un teatro ambientado en su Galicia natal (Las comedias bárbaras) y farsas cómicas y a la vez muy críticas (La reina castiza).
Sin embargo, su genial aportación va a ser el esperpento (Luces de Bohemia): obras en las que se deforma la realidad para mostrar su verdadero rostro: la flaqueza humana, la crueldad social y la grotesca y absurda vida española contemporánea.
También el grupo del 27 quiso trabajar en favor de la regeneración del teatro a través de la depuración del teatro poético, la incorporación de las formas de vanguardia y el propósito de acercar el teatro al pueblo.
La figura más destacada es Federico García Lorca, quien realmente revolucionó el teatro, reuniendo por fin el espíritu innovador y el éxito de público.
Consiguió un verdadero teatro poético, transgresor y contemporáneo, pero sin descuidar elementos necesarios como la tensión dramática, la profundidad de los personajes y la universalidad de los conflictos.
Sus primeras obras (Mariana Pineda) tuvieron malas críticas. Peor suerte tuvo su teatro surrealista, que él llamó imposible (El público y Así que pasen cinco años).
Finalmente, el éxito le llegó con tres tragedias de tema rural que se desarrollan en Andalucía: Bodas de sangre, Yerma y La casa de Bernarda Alba.
Los principales componentes de la generación del 98 son Miguel de Unamuno y el grupo de Los tres, Azorín, Pío Baroja y Ramiro de Maeztu. A ella también se adscribe, tras sus inicios modernistas, Antonio Machado y Ramón María del Valle-Inclán.
Algunas de las obras más importantes son San Manuel Bueno, mártir y Niebla, de Miguel de Unamuno; Castilla, de Azorín; La busca y Mala hierba, de Pío Baroja; Hacia otra España, de Ramiro de Maeztu; Campos de Castilla, de Antonio Machado; Luces de bohemia, de Valle-Inclán
Autores y Obras
- Rafael Alberti: su poesía se caracteriza por una gran variedad de temas, tonos y estilos: Marinero en tierra (neopopularismo), Sobre los ángeles (surrealismo).
- Vicente Aleixandre: Sombra del paraíso (poesía pura), Historia del corazón (surrealismo).
- Dámaso Alonso: Hijos de la ira (humanismo angustiado).
- Manuel Altolaguirre: su poesía está dotada de un gran intimismo: Las islas invitadas.
- Luis Cernuda: reunió sus diversos libros bajo el título de La realidad y el deseo.
- Gerardo Diego: su obra sigue dos líneas simultáneas, la tradicional y la vanguardista: Manual de espumas.
- Jorge Guillén: es el máximo representante de la poesía pura: Cántico y Clamor.
- Federico García Lorca: Romancero gitano (neopopularismo), Poeta en Nueva York (surrealismo).
- Emilio Prados: su poesía abarcó tanto el neopopularismo como el surrealismo: Memoria del olvido.
- Pedro Salinas: considerado el poeta del amor por excelencia: La voz a ti debida, Razón de amor.