Kant es uno de los filósofos más importantes del periodo de la Ilustración. Influido por las corrientes “racionalista” y “empirista”, logra superar ambas; que según él cometían graves errores epistemológicos, y crear una nueva doctrina basada en lo “trascendental”. En ella intenta profundizar en el modo en que entendemos la realidad que nos rodea, incidiendo en el hecho de que nuestras facultades cognitivas son completamente independientes del objeto.
Ha quedado claro a lo largo de la exposición que Kant hace en “La crítica de la razón pura” que los principios del entendimiento puro, ya sean a priori constitutivos (como los matemáticos) o ya meramente regulativos, no contienen nada más que los esquemas para la experiencia posible.
Ésta se fundamenta en el uso empírico y se refiere exclusivamente al ámbito de lo fenoménico. Todo concepto requiere primero la forma lógica y en segundo lugar la posibilidad de darle un objeto al cual se refiera. En el campo de las matemáticas, sería absurdo pensar en un triángulo equilátero, o en la equidistancia de todos los puntos de una circunferencia, respecto de su centro, si tanto uno como otro no pudiésemos aplicarlos después a la vida real en la que observamos frontones de edificios clásicos con forma triangular. Así pues, es necesario concluir que esas reglas del entendimiento, no solo son verdaderas a priori, sino fuente de toda la verdad, es decir de la concordancia de nuestro conocimiento con los objetos en tanto que contienen el fundamento de la posibilidad de la experiencia.
Es evidente también que no podemos hacer comprensible la posibilidad de un objeto sin acudir inmediatamente a las condiciones de la sensibilidad, a la forma de los fenómenos y por ende a las categorías, las cuales se ocupan, como sabemos, de limitar a los objetos. Necesitamos las categorías para conocer los objetos ya que de otro modo, la comprensión del objeto sería imposible. Para entender el concepto magnitud, por ejemplo, necesito conocer cuántas veces dicho elemento contiene la unidad, y a su vez, ese “cuántas veces” no es más que una sucesión repetitiva en el tiempo. De igual forma, tampoco puedo prescindir del tiempo cuando intento analizar la conexión existente entre causa y efecto, puesto que nada encontraría dentro de esa categoría pura. Los principios del entendimiento puro, precisan, pues, de las intuiciones puras espacio y tiempo y también de las categorías, ya que si las separamos de toda sensibilidad, jamás llegaremos a conocer ningún supuesto objeto.
La “analítica trascendental” conlleva que el entendimiento a priori solo anticipa la forma de una experiencia posible. Dicha experiencia, como ya hemos visto, se reduce al análisis del objeto a través de las categorías, dentro de un espacio y tiempo concretos. La suma de todo ello nos lleva a la comprensión del “fenómeno” del objeto, en tanto que el objeto es pensado por el entendimiento. Surgen así las carácterísticas esenciales del mismo, tales como materia, forma, tamaño etc. A todo ello alude Kant cuando habla de lo fenoménico, es decir, todo aquello que resulta visible y comprensible a partir de la experiencia; dado que todo lo que no pertenezca al ámbito del fenómeno no podrá ser objeto de la misma y quedará relegado al noúmeno.
Nunca podemos saltar por encima de las barreras de la sensibilidad dentro de las cuales nos son dados los objetos.
Aquí es donde surge el verdadero problema y es que nuestro entendimiento pretende ir más allá de la propia experiencia e intenta comprender el objeto en sí mismo independientemente de toda intuición sensible. Kant habla de noúmeno en sentido negativo cuando el objeto queda fuera de nuestra intuición sensible y de noúmeno en sentido positivo cuando el objeto queda relegado al ámbito de la intuición no sensible, tratándose entonces de una especie particular de intuición, la intelectual, y que no corresponde a nuestra capacidad de conocer. Si pretendemos aplicar las categorías a este tipo de objetos, observaremos que no tienen significación alguna en tanto que tampoco existe unidad de tiempo y espacio, no hay posibilidad de comprensión.
El concepto de un noúmeno, es decir, de una cosa que no debe ser pensada como objeto de los sentidos, sino como cosa en sí misma, no es contradictorio, pues no se puede afirmar que la sensibilidad sea la única especie posible de intuición; pero sí muy problemático en la medida que lo podemos pensar de forma intelectual, pero no podemos conocerlo efectivamente. Dicho de otro modo, puedo llegar a intuir qué es el “amor” entre una pareja de enamorados, pero no puedo explicar en qué radica, ni de dónde surge, es decir, me veo incapaz de analizar su esencia. El noúmeno se convierte así en un “concepto límite” que pone coto a los límites de la experiencia. Tal y como nuestro filósofo advierte, querer ir más allá, se convierte en una travésía peligrosa en busca de algo completamente desconocido.
Es en el tercer capítulo de la “Crítica de la razón pura”, en donde se aborda esta cuestión, y para ello nuestro filósofo utiliza una metáfora claramente reveladora. Es necesario imaginar una isla, tierra de la verdad, y rodeada por un tempestuoso mar, en el que los bancos de hielo fingen nuevas tierras y engañan sin cesar al experto navegante. Pues bien, la isla representa el territorio del conocimiento fenoménico, único conocimiento seguro, y el mar es la esfera de la cosa en sí, el noúmeno, lo desconocido. La conclusión se hace patente de forma clara y simple: debemos contentarnos con el conocimiento que de forma empírica nos brinda nuestra tierra firme, ya que de otro modo nos adentramos en un terreno completamente desconocido en el que no podemos establecer ningún tipo de conocimiento válido, sino tan solo quimeras y vanas esperanzas. Éste es el terreno de la metafísica al que Kant dedicará su dialéctica.
En este capítulo de la obra se ha refierido Kant a la distinción de los objetos en fenómenos y noúmenos, consecuencia de las investigaciones desarrolladas en la Estética y la Analítica trascendentales. El uso puro de las categorías, es decir, al margen de toda referencia a la experiencia posible, queda desprovisto de valor cognoscitivo. La pretensión de la razón pura de conocer lo que son las cosas “en sí mismas” (como noúmenos) queda desprovista de justificación, pudiendo alcanzarse sólo un conocimiento de ellas tal como se presentan en la experiencia posible (como fenómenos).