San Agustín: La Búsqueda de la Verdad y el Conocimiento
La filosofía de San Agustín aborda el aparente conflicto entre razón y fe. Para él, este conflicto es inexistente, ya que la verdad es única. San Agustín propone que la razón y la fe se complementan y se necesitan mutuamente para guiar al ser humano hacia una verdad que es, a la vez, intelectual y profundamente espiritual. Su lema “Comprende para creer y cree para comprender” resume esta idea: la búsqueda del conocimiento de la verdad implica una relación dinámica entre la razón y la fe, y esa verdad transforma la vida de la persona.
San Agustín refuta a los escépticos, quienes negaban la posibilidad del conocimiento. Encuentra una primera verdad irrefutable dentro de la propia conciencia: incluso si se está equivocado, se tiene la certeza de que se es algo que piensa (planteamiento que retomará Descartes).
El Problema del Conocimiento en San Agustín
San Agustín propone que el camino del conocimiento comienza dentro de nosotros mismos. Allí descubrimos sensaciones que el alma transforma en imágenes de las cosas sensibles. Sin embargo, estas imágenes son cambiantes y no ofrecen la verdad última. Por ello, debemos adentrarnos más en el alma para hallar lo inmutable y eterno, en sintonía con el pensamiento platónico, y así encontrar la certeza y la paz del verdadero conocimiento.
La verdadera búsqueda del conocimiento implica dirigir la mirada al interior del alma, donde se encuentran modelos inmutables (matemáticos, morales, estéticos, metafísicos). Estas reglas eternas permiten juzgar y dar estructura racional a los datos cambiantes del mundo sensible, conduciendo a un conocimiento firme y seguro (scientia). El alma, al comparar las sensaciones con estos patrones eternos, se eleva por encima de la simple opinión para alcanzar la verdad.
El nivel más alto, la sapientia (“sabiduría”), consiste en contemplar directamente estos modelos eternos. Es una especie de visión interior de la verdad inmutable. Para San Agustín, esta contemplación es la forma más perfecta de conocimiento, porque nos acerca a la Verdad en sí misma (Dios). Platón decía que el alma los contempló antes de nacer. San Agustín, como cristiano, concluye que esos modelos inmutables sólo pueden venir de Dios, que es eterno.
San Agustín muestra la posibilidad del verdadero conocimiento recurriendo a Dios como garante, algo similar a lo que Platón hizo con la Idea de Bien y la preexistencia del alma. El problema del conocimiento lleva, en San Agustín, al problema de Dios.
El Problema de Dios en San Agustín (Dios y Realidad)
La filosofía cristiana se preguntó si la existencia de Dios podía demostrarse. San Agustín propone varias “pruebas”. La más destacada es la prueba noética:
- Soy un ser imperfecto que solo ve alrededor cosas también imperfectas.
- Sin embargo, tengo en mi mente la idea de un “ser perfecto”.
- Dado que no puedo inventar esa idea partiendo únicamente de lo imperfecto, su origen ha de ser un ser realmente perfecto, que es Dios.
Sugiere que la sola existencia de la idea de perfección en nuestra mente es señal de que existe un ser perfecto.
San Agustín se interesa principalmente por entender qué es Dios. Basándose en la frase bíblica “Yo soy el que soy” (Éxodo 3, 14), interpreta que Dios es el Ser inmutable y pleno, fuente y origen de todo lo que existe. Mientras el mundo sensible cambia, Dios permanece siempre igual.
Introduce la idea de que Dios crea todo libremente a partir de la nada (creatio ex nihilo), utilizando como modelos las “ideas” que, como en Platón, son eternas, pero que San Agustín considera parte de la propia mente divina. Esta creación sucede de una sola vez, y después Dios conserva y sostiene lo creado.
San Agustín recoge la doctrina estoica de las “razones seminales” o “semillas” para explicar que todos los seres fueron creados por Dios desde el principio, pero en forma de gérmenes o potencialidades que se desarrollarían con el tiempo. Dios introdujo en la materia, en el mismo instante en que la sacó de la nada, esas “semillas” que contienen las posibilidades de todo lo que existiría.
La historia del universo es el despliegue gradual de esas virtualidades puestas por Dios en la materia originaria. La creación fue un acto único, pero el desarrollo de todo lo creado se produce conforme se van haciendo efectivas las potencialidades inscritas en la creación desde el principio.
¿Cómo es posible que un Dios infinitamente bueno haya creado un mundo donde existe el mal? La explicación de San Agustín se relaciona con el papel del hombre en la Creación.
Hume: El Problema del Conocimiento
Hume sostiene que para entender el fundamento de las ciencias es necesario analizar los elementos más básicos del conocimiento humano: las percepciones. Estas se dividen en dos tipos:
- Impresiones: datos inmediatos y directos que recibimos a través de los sentidos.
- Ideas: copias menos intensas de esas impresiones.
Las ideas pueden ser simples (provenientes de una impresión) o complejas (formadas mediante la asociación de ideas simples a través de la imaginación). La imaginación opera según las leyes de:
- Semejanza.
- Contigüidad.
- Causalidad.
Hume diferencia dos tipos de conocimiento:
- Relaciones de ideas: fundamenta las ciencias formales (lógica y matemáticas). Se basa en la verdad evidente de las relaciones entre conceptos, sin depender de la experiencia.
- Cuestiones de hecho: se refieren a lo que sucede en el mundo. Su criterio de verdad es empírico, ya que sólo se valida mediante la impresión que lo respalda.
Hume cuestiona si las predicciones empíricas pueden tener un fundamento sólido, lo que lo lleva a analizar el principio de causalidad. Una cuestión de hecho será verdadera siempre y cuando se pueda señalar la impresión de la cual procede. El juicio “mañana saldrá el sol” no es una verdad lógica. Solo si mañana sale el sol, se dispondrá de la impresión que verifique la predicción.
La Crítica de Hume al Principio de Causalidad
Todo lo que sabemos con certeza acerca de los hechos queda limitado a las impresiones actuales y a los recuerdos actuales de impresiones pasadas. No tenemos impresión alguna de lo que sucederá en el futuro.
En nuestra vida contamos con que en el futuro se producirán ciertos hechos. Realizamos predicciones sobre hechos futuros. Por ejemplo, si vemos fuego, corremos a apagarlo, porque damos por hecho que quemará la casa. ¿En qué nos basamos?
Hume sostiene que todos nuestros razonamientos sobre hechos se basan en la suposición de que todos los acontecimientos físicos obedecen a una relación de causa y efecto (principio de causalidad). Afirmar que el fuego (A) causa el calentamiento (B) implica que, al acercar una llama a un objeto, este se calentará necesariamente. Sin embargo, en la experiencia solo observamos una sucesión constante: primero el fuego y luego el aumento de temperatura, sin percibir una conexión necesaria entre A y B. La repetición constante de esta secuencia nos hace creer que siempre ocurrirá igual, pero esa certeza es fruto del hábito, no de una conexión empírica demostrable.
No tenemos conocimiento de las relaciones de causalidad, sino solamente una creencia basada en la costumbre. Esta creencia nos basta para vivir, pero no para garantizar la validez de las ciencias empíricas.
Aunque las ciencias no puedan alcanzar un conocimiento válido (como el de las ciencias formales), sí pueden tener un conocimiento probable, basado en la acumulación de repeticiones de hechos. Será más probable el enunciado “mañana saldrá el sol por el Este” que el que diga que “saldrá por el Norte”.
La inferencia causal, afirma Hume, solamente es aceptable entre impresiones. De la impresión actual del fuego podemos inferir que tendremos una impresión de calor. Pero no podemos aplicar la inferencia causal a aquello de lo que nunca hayamos tenido experiencia. La crítica al principio de causalidad se extiende, en Hume, a la noción de sustancia, tal y como la había comprendido la metafísica racionalista.