¡Escribe tu texto aquí! La familia de Orgón era feliz. Él se casó con Elmira, una mujer mucho más joven que él, que lo adoraba. Su hijo e hija, producto de un matrimonio anterior, adoraban a su madrastra y ella correspondía ese cariño. Mariana, la hija, estaba comprometida para casarse con Valerio, unjoven muchacho muy elegible; y Damis, el hijo, estaba enamorado de la hermana de Valerio.
Tartufo llegó a vivir a la casa por invitación del mismo Orgón. Este nuevo inquilino era un sinvergüenza arruinado económicamente a quien el confiado Orgón había encontrado orando en la iglesia. Tomándolo en su faceta y pose de religiosidad ferviente, Orgón invitó al hipócrita a vivir en su casa. Como consecuencia, la familia pronto se encontró desmoralizada, ya que una vez establecido, Tartufo procedió a cambiar el modo normal de la vida familiar por uno estrictamente moral, estableciendo un rígido régimen puritano para la familia y persuadiendo a Orgón para que forzara a su hija a romper su compromiso de matrimonio con Valerio, y que en vez de ello la diese a él en matrimonio, aduciendo que la joven necesitaba un hombre piadoso que la condujese en una vida recta.
Por su parte, Valerio había determinado que Mariana no se casaría con nadie sino con él mismo, pero por desgracia ella era demasiado débil para oponerse a su padre y al labioso Tartufo. Ante las órdenes de su padre, ella guardaba silencio y apenas discutía débilmente. Como resultado, Tartufo pasó a ser odiado por todos los residentes de la casa, incluyendo a Dorina, la picosa y franca sirvienta que hizo todo en su poder para romper el dominio que el viejo hipócrita ejercía sobre su joven ama.
Dorina no solamente odiaba a Tartufo, sino también al asistente de éste, Laurent, quien imitaba a su patrón en todo. De hecho, la única persona –además de Orgón– que simpatizaba y aprobaba la conducta de Tartufo era la madre de la Orgón, la señora Pernelle, quien era del tipo de puritanas que desean impedir que otras personas disfruten de los placeres que ellas mismas no pueden gozar. La señora Pernelle desaprobada rígidamente a su nuera Elmira, en su afición por la ropa y diversiones que –según su juicio– presentaban a la familia un mal ejemplo que Tartufo estaba tratando de corregir.
La verdad era que Elmira estaba simplemente llena de la alegría de vivir, un hecho que su suegra era incapaz de percibir. El mismo Orgón no era mucho mejor al respecto. Cuando Elmira se enfermó, y fue informado de este hecho, su única preocupación era por la salud de Tartufo; pero éste estaba en buena salud, robusto y rubicundo, comiendo y bebiendo bien, y durmiendo cómodamente en su cama hasta el día siguiente.
Pero pronto se reveló que los planes seductores de Tartufo no eran realmente para la hija Mariana, sino para Elmira. Un día, después que la esposa de Orgón se había recuperado de su enfermedad, Tartufo se le presentó, alabando su belleza e incluso se atrevió a poner su gorda mano en la rodilla de la sorprendida Elmira. Damis, hijo de Orgón, observó todo lo que pasó desde el gabinete donde estaba escondido, y furioso, decidió revelar a su padre todo lo que había visto, pero Orgón se negó a creerle.
El astuto Tartufo había cautivado tanto a Orgón que éste ordenó a Damis a que pidiera disculpas al descarado hipócrita. Cuando su hijo se negó, Orgón lo expulsó de la casa y lo desheredó. Para mostrar su confianza en la honestidad y piedad de Tartufo, Orgón fue más allá y firmó una escritura de fideicomiso poniendo su propiedad bajo la administración de Tartufo, y anunciando a la vez las nupcias de su hija con el impostor. Elmira, por su parte, amargada por el comportamiento de este falso santurrón en su casa, resolvió desenmascararlo, convenciendo a Orgón para que se ocultara debajo de una mesa cubierta con un mantel y ver y escuchar por sí mismo al verdadero Tartufo.
Entonces ella tentó al hipócrita para que se le declarara, asegurándole que su tonto marido no sospecharía nada. Envalentonado, Tartufo se le declaró abiertamente, no dejando ninguna duda en cuanto a su intención de hacerla su amante. Desilusionado e indignado cuando Tartufo afirmó que Orgón era un completo idiota, el marido salió de su escondite, enrostró al hipócrita y lo echó de la casa. El impostor lo desafió, recordándole que la casa era ahora suya, según la escritura de fideicomiso firmada por Orgón.
Pero otra cosa atormentaba aún más a Orgón que la posibilidad de la pérdida de su propiedad, y esta era un cofre que le había dado un amigo de nombre Argas, un político delincuente en el exilio. El cofre contenía secretos importantes de estado, cuya revelación significaría cargos de traición contra Orgón y la muerte segura de su amigo. Orgón tontamente había confiado el cofre a Tartufo, y temía el uso que el villano podría hacer de él. El desilusionado Orgón expresó a su cuñado, Cleanto, que en adelante no tendría nada que ver con individuos piadosos, y que en el futuro él los consideraría como la peste. Pero Cleanto le señaló que irse a los extremos era signo de una mente desequilibrada, ya que el hecho de que un vagabundo peligroso se disfrazara como un hombre religioso no era razón para sospechar de toda la religión.
Muy pronto Tartufo hizo efectiva su amenaza, haciendo uso de su derecho legal para forzar a Orgón y su familia a salir de su casa. La señora Pernelle no podía creer a Tartufo culpable de tal villanía, pero cuando el comisario de policía llegó con el aviso de evacuación, incluso ella llegó a creer que su admirado Tartufo era en verdad un villano. El colmo de la indignidad llegó cuando Tartufo presentó al rey el cofre que contenía los secretos de estado, e inmediatamente se emitieron órdenes de detención contra Orgón. Afortunadamente el rey reconoció a Tartufo como un impostor que había cometido crímenes en otra ciudad, y por lo tanto, tomando en consideración el servicio leal de Orgón en el ejército, el monarca anuló la escritura de fideicomiso que Orgón había hecho concerniente a su propiedad y devolvió el cofre sin haberlo abierto.