Pensamiento y Cultura en el Barroco Español

El término Barroco tuvo en su origen un carácter peyorativo, pero finalmente ha sido, en general, adoptado para definir el conjunto de rasgos propios de la cultura de gran parte del siglo XVII.

En el Barroco se produce más bien una continuidad y una evolución de las ideas del Renacimiento que, con el paso del tiempo, acaba por imprimir a la cultura del siglo XVII unos rasgos diferenciadores.

Rasgos característicos del Barroco

El desengaño

Es la idea barroca por excelencia. Frente al idealismo y al optimismo renacentista domina ahora una concepción negativa del mundo, que aparece ahora como caos, desorden y confusión. En el Barroco se produce una desvalorización de lo terreno y se vuelve a insistir en ideas medievales de la brevedad de la vida y la caducidad de las cosas.

La idea de la muerte

La vida está ahora presidida por la idea de la muerte: vivir es sólo un breve tránsito entre la cuna y la sepultura, título de una obra de Quevedo. El tiempo lo destruye todo y por tanto, todo es vanidad.

La idea de la vida como sueño, teatro, apariencia

La realidad sólo es ilusión y apariencia: la vida es sueño, el mundo es un gran teatro donde cada uno debe representar un papel.

El nuevo modelo de comportamiento humano

El hombre barroco es un ser esencialmente desconfiado. Para sobrevivir en una realidad en la que las cosas no son como parecen, en la que todo está lleno de trampas, en un mundo tan engañoso, en fin, es necesario saber manejarse. El modelo de comportamiento barroco viene sugerido en libros como El discreto o el Oráculo manual y arte de prudencia de Baltasar Gracián. En ellos, la prudencia, la discreción, el saber ocultarse, el engaño, en definitiva, son las máximas que deben guiar la conducta de aquel que quiera triunfar o al menos sobrevivir.

El pesimismo

El pesimismo barroco puede manifestarse de muy diversas formas: mediante la angustia existencial, mediante la protesta o la sátira, mediante una actitud estoica, mediante la evasión o la diversión. La literatura barroca tiene excelentes ejemplos de estas variadas actitudes.

La estética barroca

En muchos aspectos, es la continuación de temas y formas renacentistas. El escritor conserva los hallazgos del Renacimiento, pero, sin despreciar a los autores clásicos, se distancia de ellos, siguiendo su apreciación personal. Así surge un espíritu creador que presenta caracteres propios y definidos:

  • Busca lo nuevo, lo original, lo sorprendente para excitar la sensibilidad o la inteligencia del lector con violentos estímulos. Utiliza para ellos brillantes imágenes, novedades estilísticas, ideas ingeniosas, o se sirve de lo pintoresco, lo grotesco y lo hiperbólico.
  • Sustituye las normas clásicas de los modelos grecolatinos por una actitud individualista y caprichosa, tendiendo a la exageración de la realidad literaria.
  • Esa búsqueda de lo original provoca una tendencia a la artificiosidad y complicación. Como resultado, el mensaje se percibe entre exquisitas excelencias formales, creando un arte para minorías. Se considera que cuanta mayor es la dificultad de una obra, mayor es el goce estético que proporciona; es decir, vinculan la belleza a la dificultad.
  • La ausencia de normas genera una visión unilateral de la realidad, que es idealizada hasta la belleza absoluta o deformada hasta el envilecimiento degradante.
  • Es primordial el cultivo del contraste, fruto del desengaño y la incertidumbre vitales. Se manifiesta en la violenta oposición de elementos extremos, el placer de las antítesis o el enfrentamiento de lo feo frente a lo hermoso, lo refinado frente a lo vulgar, lo cómico frente a lo trágico.
  • La concepción del mundo como mudanza e incesante cambio produce en el arte literario dinamismo y movilidad. Su realización formal se aprecia, esencialmente, en abundante subordinación, hipérbatos, elipsis o violentos encabalgamientos métricos.

Tendencias literarias: culteranismo y conceptismo

El culteranismo y el conceptismo son las dos tendencias estilísticas dominantes en la literatura barroca española. No se trata de movimientos opuestos, pese a los duros enfrentamientos personales de sus defensores, sino que forman parte de una sensibilidad estética general que persigue la originalidad y pretende admirar al lector. En ambas tendencias se rompe el equilibrio entre forma y contenido (cómo se dice y qué se dice) defendido por la estética renacentista.

El conceptismo

Se basa en asociaciones ingeniosas de palabras o ideas. Se tiende a un lenguaje conciso, lleno de contenido. Para ello se juega con los significados de las palabras (los conceptos) y con sus relaciones más insospechadas. Los recursos más utilizados son la antítesis, la paradoja, la condensación conceptual, las hipérboles, los equívocos y disemias, la combinación de diversas acepciones de un mismo vocablo, etc. Los escritores conceptistas más notables son Francisco de Quevedo y Baltasar Gracián.

El culteranismo

Si los escritores conceptistas exprimen las posibilidades de la lengua partiendo de los significados de las palabras, el culteranismo considera, ante todo, la belleza formal. Frente a la concentración conceptista, sobresale en los culteranos la ornamentación exuberante. Aunque los temas puedan ser triviales, se utiliza un estilo esplendoroso que desea llamar la atención sobre el lenguaje mismo. Para ello se emplean numerosos recursos: metáforas audaces (así, el pájaro será “flor de pluma” o “ramillete con alas” y el arroyo “culebra que entre flores se desata”), sinécdoques y metonimias, perífrasis, hipérboles, imágenes brillantes, voces sonoras, procedimientos que buscan la musicalidad del verso (aliteraciones, paronomasias, palabras esdrújulas…). La sintaxis se complica con giros procedentes del latín, con violentos hipérbatos, con exagerados encabalgamientos. El vocabulario es original: incorpora numerosos cultismos léxicos de procedencia latina (“émulo, náutico, cándido, cerúleo…”) y selecciona los términos por su colorido y suntuosidad (oro, rubíes, perlas…). Se crea, así, una peculiar lengua poética, característica de Luis de Góngora y sus continuadores.

España en el siglo XVII

En los decenios finales del siglo XVI, España inició un periodo de crisis económica y decadencia política y militar, que se consumó en el siglo XVII.

Tras el reinado del poderoso Felipe II, el trono español fue ocupado sucesivamente por los llamados Austrias menores: Felipe III, Felipe IV y Carlos II.

A principios del siglo XVII, España estaba arruinada y, a mediados de la centuria, había perdido grandes dominios territoriales y su hegemonía en Europa. Una serie de circunstancias confluyó para llegar a esta situación:

  • Cesión del poder a los validos: La monarquía de estos años se caracterizó por el autoritarismo y por la cesión del poder a los validos: secretarios de Estado que ejercían gran influencia sobre el monarca y eran responsables de importantes decisiones políticas.
  • Crisis económica: Las guerras de finales del reinado de Felipe II y los constantes conflictos posteriores causaron graves problemas financieros y contribuyeron a la quiebra del Estado, consumido por las deudas con los bancos extranjeros. La presión fiscal, la inflación, las malas cosechas y el estancamiento de la producción acrecentaron la miseria y el desempleo, lo que generó revueltas y disturbios populares.
  • Despoblación: Las epidemias de peste provocaron un notable descenso demográfico. Paralelamente, se produjo una emigración hacia las ciudades, lo que incrementó el número de pobres, mendigos y delincuentes.
  • Improductividad y corrupción: La nobleza continuó como clase improductiva y ociosa, que vivía en el lujo y el despilfarro y gozaba de múltiples privilegios. La corrupción y la inmoralidad cundieron entre los grupos de poder.
  • Reforzamiento religioso y reafirmación del tradicionalismo: La monarquía garantizó la aplicación de los principios de la Contrarreforma, difundidos a través de las universidades, los colegios, la predicación y la edición de libros. La Inquisición controlaba todas las manifestaciones culturales y los valores religiosos impregnaron el arte de la época.

Transformaciones históricas de los géneros literarios: La prosa en el siglo XVII

Durante el siglo XVII desaparecen buena parte de los géneros narrativos del XVI (libros de caballerías, libros de pastores, diálogos…). Por el contrario, algunos modelos narrativos del XVI tienen notable descendencia en el XVII: la novela picaresca y la novela corta de raíz italianizante, que recibe su impulso definitivo con las Novelas ejemplares cervantinas.

La novela picaresca

Rasgos de la novela picaresca

Bajo esta denominación genérica se incluyen una serie de obras que, en la estela del Lazarillo de Tormes, se publican, casi en su totalidad, en el siglo XVII. Aunque estos libros tienen notables diferencias entre sí y cada autor introduce muchas variantes, puede hablarse de novela picaresca para denominar una serie de relatos que aparecen en unos pocos años y comparten muchas características. La publicación en 1599 de la primera parte del Guzmán de Alfarache, junto al que luego se editará frecuentemente el Lazarillo hace que ambas obras fijen el modelo picaresco con una serie de rasgos:

  • Uso de la autobiografía para relatar una serie de aventuras expuestas de una manera organizada.
  • Justificación de toda la narración por el final.
  • Los orígenes innobles del protagonista, que siempre hace referencia a su ascendencia vil.
  • La evolución del personaje desde la niñez hasta la muerte, dejando constancia de los cambios que se producen en su vida y en su personalidad.
  • El punto de vista único, pues no se ofrece otra perspectiva que la del pícaro narrador.
  • La alternancia de fortunas y adversidades en la vida del protagonista.
  • Los frecuentes viajes del pícaro, que sitúan la acción en lugares muy diversos.
  • La explicación de todos los hechos que le suceden al personaje desde tres coordinadas confluyentes: el linaje vil, las malas compañías y la experiencia negativa de un mundo hostil.

En cuanto al estilo, las novelas picarescas se caracterizan por:

  • Inclinación del estilo hacia la oralidad (anacolutos, juegos fónicos, digresiones, comentarios, verbosidad de los narradores…)
  • Existencia de un lector implícito o destinatario de la ficción tanto externo a la narración como dentro de ella misma (el Vuestra Merced del Lazarillo…) al que se supone que está dirigido el relato escrito a modo de carta.
  • El pícaro narrador intenta convencer a este lector implícito como a nosotros, lectores externos, de las razones de su actitud: ante él y ante nosotros pretende justificarse por su comportamiento.
  • La estrategia narrativa del pícaro desea lograr la complicidad del lector y granjearse su simpatía. Juegan con la credulidad del lector.

En cuanto al protagonista, el pícaro, cabe destacar que la característica principal del pícaro es el afán de medro y promoción social que guía sus acciones. Ello sólo es posible en el contexto social concreto como es el de la España de la época. El modo libre y vagabundo de vivir del pícaro sólo es posible en el mundo urbano en el que se mueve que permite el anonimato y el ocultamiento.

Literariamente, el personaje del pícaro era una figura revolucionaria. Hasta entonces, en las obras literarias los personajes de baja condición social únicamente eran personajes literarios como motivo de burla, se movían en el terreno de lo cómico. En el Lazarillo y en el Guzmán, en cambio, sus plebeyos protagonistas son diseñados con profunda simpatía novelística como personajes no estereotipados, sino portadores de una vida real. Sin embargo, la generalidad de sus continuadores retomarán al pícaro bajo conceptos literarios tradicionales: será de nuevo un personaje cómico o burlado.

La picaresca es, por tanto, una novela urbana que retrata la grave situación social de las ciudades españolas del XVII. Los autores de las novelas picarescas toman postura ante el problema de la abundancia de miserables, desocupados y vagabundos. Todas las novelas relatan el fracaso del pícaro en sus deseos de ascensión social. En algunos casos, los autores parecen denunciar con ello la cerrada estructura social que no permite la supervivencia digna de los desheredados. En otros casos, el autor apoya con su obra esa sociedad cerrada y castiga al pícaro en su ilegítimo intento de escapar a su condición social.