Partidos no dinásticos España real

7.1. La Restauración Borbónica (1874-1902): Cánovas del Castillo y el turno de partidos. La Constitución de 1876. 
 
 
Reinado de Alfonso XII: el sistema canovista y la Constitución de 1876
 
 Antonio Cánovas del Castillo (1828-1897) ideó el sistema político de la Restauración basado en la alternancia de dos partidos moderado y progresista, que evitase con los enfrentamientos de la época pasada y terminase con la intervención del ejército en política mediante golpes de Estado. En un intento de mantener la continuidad legal convocó elecciones para unas Cortes Constituyentes con la ley electoral de 1869 y con sufragio universal masculino.
La inestabilidad política durante el Sexenio (1868-74) provocó el viraje de la burguésía a posiciones más conservadoras y con la liquidación de la I República se abríó la puerta a la restauración borbónica.
Los partidarios de la restauración habían emprendido una activa labor diplomática con el fin de lograr apoyos internacionales para el hijo de Isabel II,  Alfonso XII, frente a otros posibles candidatos. 
El principal defensor de la candidatura del príncipe fue Cánovas del Castillo, que intentaba que la vuelta a la monarquía fuera el resultado del deseo del pueblo español y no de un nuevo pronunciamiento militar. 
Para ello hizo firmar a Alfonso el Manifiesto de Sandhurst –nombre de la localidad inglesa en cuya Academia Militar estudiaba- exponiendo sus propósitos conciliadores. Sin embargo y en contra de lo deseado por Cánovas, el 29 de Diciembre de 1874, el general Arsenio MartínezCampos, tras un pronunciamiento en Sagunto proclamó rey a Alfonso XII restaurando la monarquía borbónica mediante un golpe militar.
En Enero de 1875 Alfonso XII llega a España y se inicia la Restauración.
Al régimen político de la Restauración se le denomina sistema canovista ya que fue Cánovas del Castillo su fundador tomando como modelo el sistema británico: una monarquía parlamentaria bipartidista en la que dos partidos  legitimistas se turnarían pacíficamente en el poder. 
Sin embargo, en realidad se trato de un falso régimen parlamentario ya que los dos partidos turnantes, liberales y conservadores, sólo representaban los intereses de la burguésía,
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quedando el resto de grupos fuera del juego político, y porque las mayorías parlamentarias eran artificialmente creadas gracias a la práctica común del fraude electoral.
El sistema canovista se basaba en el turno pacífico de partidos pero dentro de un régimen bipartidista, solo dos partidos, el conservador y el liberal, entran en el juego en un primer momento. El resto de los partidos (republicanos, socialistas o nacionalistas) formaban la oposición al sistema.
 
• El Partido Conservador. Fue creado por el propio Cánovas. Integraba a los miembros del antiguo Partido Moderado y de la Uníón Liberal. Partidario de una monarquía parlamentaria que fuera controlada por una oligarquía financiera (sufragio restringido), con libertades limitadas (prensa, asociación, cátedra), apoyo a la iglesia y un proteccionismo económico.
 
• El Partido Liberal. Lo forma Sagasta en 1880, aglutinando a los progresistas y radicales. Difería muy poco del conservador, ya que representaba los intereses de la misma clase social, la burguésía, aunque su base social era más amplia. Defendían la soberanía nacional, el sufragio universal, unas libertades más amplias, incluida la de asociación y culto, eran anticlericales y defendían el librecambismo (A. Smith).
 
La alternancia pacífica en el poder de los dos partidos se convirtió en cambios de gobierno pactados de antemano entre ellos. Una vez acordado el cambio de gobierno, se convocaban elecciones y se amañaban para que arrojaran resultados favorables al nuevo partido era la práctica del caciquismo.
 
Los dos partidos tenían su propia red organizada para asegurarse los resultados electorales adecuados. En Madrid estaba la oligarquía integrada por altos cargos políticos y personajes influyentes. En las capitales de provincias la figura clave era el gobernador civil. Y en las comarcas, pueblos y aldeas estaban los caciques locales, con poder económico e influencias.
 
Cuando un partido consideraba que le había llegado el turno de gobernar o de pasar a la oposición lo pactaba con el otro partido y con el rey. El rey, entonces disolvía las Cortes y convocaba elecciones. Desde Madrid los oligarcas transmitían instrucciones a los gobernadores civiles de cada provincia, estos elaboraban la lista de los candidatos que habían de salir elegidos en cada localidad –los encasillados- y se lo comunicaban a los caciques locales que se encargaban de la manipulación directa de los resultados electorales utilizando distintos procedimientos: actitudes protectores hacía los electores, amenazas, extorsiones, el cambio de urnas o “pucherazo.
 
Este sistema fue consagrado por la Constitución de 1876, la de mayor vigencia
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de nuestra historia estuvo vigente  hasta 1923, en que Primo de Rivera la suspende. En general mantiene el carácter de la Constitución moderada de 1845 pero incluyendo algunos avances de la de 1869. Pero lo más carácterístico de ella es su carácter ambiguo, que deja la regulación de muchas cuestiones fundamentales a decretos posteriores, pues Cánovas quería evitar que cada cambio de gobierno supusiera un cambio constitucional como había ocurrido en época de Isabel II.
 
El Régimen Político era una Monarquía Parlamentaria en la que la soberanía estaba compartida por el rey y las cortes: – El ejecutivo quedaba en manos del rey, que nombra sus ministros al margen de las mayorías parlamentarias. – El legislativo quedaba en manos de unas cortes bicamerales. El Senado se forma con miembros designados por el Rey, por lo que no había una autentica separación de poderes. El Congreso se formaba con diputados elegidos por sufragio, que en los primeros años es censitario pero que en 1890 se convierte en universal masculino gracias a la ley electoral de Sagasta. – El judicial queda en manos de los jueces.
 
La declaración de Derechos es ambigua pues en general los derechos se regulan por decretos posteriores que los conservadores tienden a limitar y los liberales a ampliar. – Los derechos sociales tardan en reconocerse pero en 1883 Sagasta elabora la ley de asociaciones lo que permite la organización del movimiento sindical. – La libertad de expresión, opinión, imprenta, cátedra,…Se va a mantener con más o menos limitaciones según los momentos. – No se permite el culto público de los no católicos, no habiendo total libertad religiosa. El reinado de Alfonso XII, interrumpido por su temprana muerte a los 28 años de edad, representa la fase de consolidación del sistema canovista. El gobierno lo ejercíó básicamente el Partido Conservador, salvo de 1881 a 1884 en que, con el primer gobierno del Partido liberal, se inició la práctica del turnismo.
 
Durante el periodo se acabó con el tradicional protagonismo de los militares y con la práctica del pronunciamiento; se liquidaron las dos guerras heredadas del periodo anterior, la carlista y la de Cuba; e incluso se disfrutó de una buena coyuntura económica internacional, que favorecíó la consolidación del deficiente capitalismo español. Tras la temprana muerte de Alfonso XII, María Cristina de Habsburgo, su viuda asumíó la Regencia hasta la mayoría de edad del futuro Alfonso XIII, hijo póstumo de Alfonso XII.
 
 
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7.2. La Restauración Borbónica (1874-1902): Los nacionalismos catalán y vasco y el regionalismo gallego. El movimiento obrero y campesino.
 
 
La Regencia de María Cristina de Habsburgo 
Para garantizar la estabilidad del país tras la muerte del rey, se reunieron Martínez Campos, Cánovas y Sagasta y otros líderes y acordaron el Pacto de El Pardo. En esta reuníón se decidíó la alternancia pacífica de los dos grandes partidos y evitar los posibles desórdenes (alzamiento carlista, intento republicano, etc.).
El sistema legitimaba dos partidos liberales: 
Partido Conservador -liderado por Cánovas- en el que se aglutinan antiguos unionistas y moderados, cuya base social se encuentra en la alta aristocracia y la alta burguésía 
Partido Liberal –liderado por Sagasta- en torno al cual se articula la oposición.
Los dirigentes de ambas formaciones se ponían de acuerdo en el turno pacífico disfrutando del poder fabricando los resultados electorales con mecanismos como el encasillado que generaba mayorías  gracias a la acción fraudulenta dirigida desde el Gobierno a través del Ministerio de la Gobernación, manipulando los resultados con la ayuda de los caciques y la práctica  del “pucherazo”.
Se configuró así un régimen oligárquico constituido por la gran burguésía latifundista e industrial marginando del sistema a un amplio conjunto de fuerzas políticas y sociales.
La crisis de 1898 fue el momento en el que se produjo el despegue de los partidos nacionalistas, republicanos y obreros. 
 
La política centralista creada por Cánovas originó el nacimiento de partidos políticos nacionalistas y regionalistas que acusaban a la burguésía centralista que había dirigido el país de ineficaz, y reclamaban diferentes grados de autonomía e incluso independencia para sus territorios. Los más importantes fueron los partidos nacionalistas catalanes y vascos (en Galicia no hubo desarrollo económico que propiciara las diferencias).  El nacionalismo catalán, representado desde 1901 por la Lliga Regionalista de Prat de la Riba, era un grupo político de centro-derecha y católico que defendía los intereses de la burguésía textil catalana para compartir el poder central con la burguésía terrateniente y financiera de Madrid. Apoyándose en la existencia de una lengua y de una cultura propias, pretendieron recuperar parte del autogobierno que Cataluña tuvo históricamente hasta el reinado de Felipe V.  En el caso del País Vasco, aunque habían perdido también los fueros tras la última guerra carlista, existía cierto grado de autonomía económica, dado que las diputaciones recaudaban los impuestos y sólo se pagaba un cupo al Estado (régimen
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de concierto económico). El desarrollo de la siderurgia vasca produjo una fuerte inmigración, sobre todo a la ría de Bilbao, y profundas transformaciones de la sociedad rural tradicional. De esta forma, el nacionalismo vasco de Sabino Arana con el P.N.V. Trató de defender la tradición, el catolicismo, la lengua y el mundo rural frente a los intrusos venidos de fuera.  Los partidos republicanos se situaban a la izquierda del partido liberal por su carácter más reformista y, desde luego, por no aceptar la monarquía como forma de estado. Muchos intelectuales fueron republicanos. Uno de estos partidos fue el Radical de Alejandro Lerroux, líder populista, demagogo y corrupto. Otro grupo republicano fue el Partido Reformista de Melquiades Álvarez, al que pertenecieron José Ortega y Gasset y Manuel Azaña. Este grupo insistía más en las reformas reales y era mucho menos populista. Ambos grupos eran apoyados por miembros de la pequeña burguésía, las clases medias o los funcionarios.  El movimiento obrero se había hecho ya fuerte en Cataluña, el País Vasco, Asturias y Madrid. La Fiesta del Trabajo se celebró desde el 1 de Mayo de 1890, pero las primeras leyes sobre accidentes laborales y protección de mujeres y niños trabajadores no se aprobaron hasta 1899-1900. A comienzos de siglo, se seguían trabajando en la industria 11 horas en verano y 9 en invierno, ganando menos de tres pesetas al día (que era bastante más de lo que cobraban los jornaleros andaluces).  Hasta 1910, no fue elegido el primer diputado obrero en España. Fue Pablo Iglesias, gracias a la alianza electoral del PSOE con los republicanos (en Alemania, por las mismas fechas, ya había 110 diputados obreros y en Italia, 42). Esta alianza supónía que el socialismo español aceptaba ya participar en el marco político, optaba en suma por la reforma del mismo y no por la revolución.  1910 fue también el año en que se fundó el sindicato anarquista, la Confederación Nacional del Trabajo (prohibida hasta 1914, dado que la policía no distinguía entre sindicalistas y terroristas dentro del anarquismo). La CNT tuvo su mayor apoyo entre los obreros del textil de Barcelona y, más adelante, entre los jornaleros del campo andaluces (en cambio, el sindicato socialista, la UGT, tuvo más de la mitad de sus afiliados en Madrid). El que siguiera habiendo atentados de signo anarquista (contra el rey el día de su boda, asesinato de tres presidentes del gobierno, bomba en el teatro del Liceo de Barcelona…) permitíó al gobierno tener la excusa para reprimir duramente a los líderes sindicales de la CNT, y a los patronos catalanes organizar bandas de pistoleros que mataron más sindicalistas que los patronos que murieron en atentados.  Socialistas y anarquistas se opusieron duramente a la guerra de Cuba y después a la de Marruecos, cuyas consecuencias las pagaba la clase trabajadora.  Finalmente, existieron desde comienzos de siglo sindicatos agrarios promovidos por los Círculos Católicos (clubes políticos para promover la participación de los católicos). Estos sindicatos organizaron la cooperación técnica y la obtención de créditos y contaron con el apoyo del pequeño campesinado castellano y Aragónés.
 
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7.3. El problema de Cuba y la guerra entre España y Estados Unidos. La crisis de 1898 y sus consecuencias económicas, políticas e ideológicas. 
 
El 98 español hay que situarlo en su contexto internacional, en el cruce de dos fuerzas: el imperialismo en marcha y la redistribución colonial.
 
La guerra hispano-cubana comenzó con el grito de Baire –1895- y terminó en el Tratado de París de 10 de Diciembre de1898.
 
Desde un principio, el peligro fueron los EEUU, muy interesados por Cuba.
 
En 1896 se producen las notas del presidente norteamericano Cleveland y España optó por conceder la autonomía a Cuba y Puerto Rico y el 1 de Enero de 1898, juraba el Gobierno cubano.
 
Pero el nuevo presidente estadounidense Mac Kinley adoptó una postura claramente antiespañola y partidaria de la intervención. Durante Febrero y Marzo de 1898 hubo un doble juego político y diplomático: por un lado los EEUU buscaban el conflicto con España y por otro negociaban secretamente la compra de Cuba, pero en España nadie aceptaba la venta de la isla.
 
Así las cosas tuvo lugar el incidente del Maine, buque norteamericano anclado en la bahía de la Habana volado por una explosión, al parecer provocada por los propios norteamericanos, y que culparon del atentado a España. El 20 de Abril el gobierno norteamericano presentó un ultimátum a España exigiendo la renuncia a la autoridad y gobierno de Cuba y la retirada de las tropas españolas. Este ultimátum supondría en la práctica una declaración de guerra a España. Fracasado el intento español de arbitraje de las grandes potencias, se inició la guerra de los cien días.
 
La escuadra norteamericana de Sampson bloqueó la isla de Cuba; la de Dewey entró en la bahía de Manila (Filipinas), venciendo a la española del general Montojo. En Julio, el almirante Cervera era derrotado en la batalla naval de Santiago de Cuba. El gobierno español decidíó pedir la paz. Las conversaciones se abrieron en París y condujeron a la firma de los diecisiete artículos del Tratado de París mediante el cual se acordaba: España renuncia a Cuba, Puerto Rico y todas las islas de América, islas Filipinas en el Pacífico y Guam, recibiendo a cambio una indemnización de 20 millones de dólares. Los firmantes españoles hicieron constar que cedían ante la fuerza y renunciaron a discutir los límites de las concesiones.
 
 
 
 
 
 
 
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El 98 y sus consecuencias: 
 
La crisis del 98 desencadena una serie de reacciones:
 
En la España oficial, la insolidaridad ante el Desastre
 
En el ámbito de los intereses mercantiles y agrarios se produce la apelación a las técnicos frente a los políticos, y la búsqueda de una “revolución desde arriba”, estos intereses estuvieron articulados por La Uníón Nacional de Joaquín Costa.
 
En el sector regionalista la afirmación de sus posiciones frente al centralismo
 
En el mundo obrero, la polarización hacia organizaciones al margen del sistema político de la Restauración
 
En los círculos intelectuales, el rechazo de una España que no gusta y la búsqueda de otra España posible.
 
 
Es la eclosión del Regeneracionismo, que como contrapartida del Desastre repudia todo lo que ha conducido a  la catástrofe, tiene esperanza en las claves vitales de España y platea el tema de “las dos Españas”: la España oficial y la España real.
 
Las consecuencias del Desastre fueron más bien de tipo intelectual que de orden político, pues no s e produjo ningún cambio en dicha esfera.  A medio plazo, el africanismo -interés por Marruecos- sustituyó al colonialismo americano y el proteccionismo económico como defensa del mercado interior constituyeron las consecuencias más duraderas del Desastre