La Marsellesa (1833-1836)
Grupo escultórico en el Arco de Triunfo de la Estrella
La Marsellesa (1833-1836) es un grupo escultórico realizado en piedra caliza, uno de los cuatro altorrelieves que decoran el monumental Arco de Triunfo de la Estrella en París. Conmemora momentos significativos de la historia militar de Francia.
Realizado por François Rude, representa a Belona, diosa romana de la guerra, guiando al pueblo francés en defensa de la República frente a los ataques exteriores que buscaban restaurar la monarquía. Se establece un paralelismo histórico entre este episodio del pasado reciente de Francia y la revolución de 1830, durante la cual se encarga esta obra.
El artista representa al pueblo de forma alegórica como guerreros de la Antigüedad. El gesto de la diosa, girando la cabeza para arengar a sus seguidores, levantando enérgicamente el brazo izquierdo y dirigiendo al frente el derecho con la espada desenvainada, es poderosamente expresivo e imprime una fuerza enorme a la composición. Es evidente la inspiración en la obra de Delacroix La Libertad guiando al pueblo.
En paralelo con la figura de la diosa se encuentran el personaje central y el joven que le acompaña. Con sus gestos marcan una diagonal que imprime un fuerte impulso ascensional (de derecha a izquierda) al conjunto, dotando de gran dinamismo a la obra.
El espacio reducido en el que se mueven las figuras crea cierta angustia espacial. El grupo está representado como un altorrelieve, con una visión frontal, aunque la superposición de planos crea una verdadera sensación de profundidad espacial. El tratamiento casi pictórico que se da a la obra gracias al fuerte contraste de luces y sombras es característico del Romanticismo.
La obra está dotada de una intensa expresividad conseguida a través de los gestos y las miradas de los personajes que logran transmitir al espectador un profundo sentimiento patriótico.
El Arco de Triunfo de la Estrella
El Arco de la Estrella fue proyectado por el arquitecto J.F. Chalgrin. Napoleón lo encargó para conmemorar las victorias de sus ejércitos entre los años 1805 y 1806, pero también como un monumento dedicado a la reconciliación nacional, ya que los cuatro grupos escultóricos que lo decoran celebran episodios sucedidos entre 1792 y 1815. Ha sido testigo de importantes acontecimientos históricos: por él desfilaron las tropas victoriosas de la Segunda Guerra Mundial y en el centro se encuentra la tumba del soldado desconocido.
El juramento de los Horacios (1784)
Una obra maestra del neoclasicismo
El juramento de los Horacios (1784) es una de las obras más célebres del pintor J. L. David, convirtiéndose durante la Revolución Francesa en imagen emblemática del espíritu revolucionario.
David representa en esta pintura un acontecimiento legendario de la época de la monarquía romana, cuando en el siglo VII a. C. las ciudades de Roma y Alba Longa se disputaban el dominio de la Italia central. Para dirimir esta disputa se enfrentaron en combate los tres hermanos Horacios, en representación de Roma, y los Curiacios, de Alba. El único superviviente del combate fue uno de los Horacios que al ver el llanto de su hermana por uno de sus adversarios, a quien estaba prometida, la mató. La fuente de inspiración se encuentra en la tragedia “Horace”, de Corneille, inspirada a su vez en la obra de Tito Livio “Ab urbe condita”.
El pintor elige para la representación el momento del juramento, en el que el orgullo patriótico es más intenso. La finalidad de la obra es claramente ejemplarizante pues quiere infundir en sus contemporáneos el sentido del deber hacia la patria.
Composición y simbolismo
La composición refleja un gran equilibrio y racionalidad. Los tres arcos del fondo constituyen el sobrio marco arquitectónico donde se desarrolla la acción y dividen el lienzo en tres zonas:
- Sobre el primer arco destaca el grupo de los tres jóvenes Horacios.
- Sobre el segundo, su padre, ante el que realizan el juramento.
- Bajo el tercero están las desconsoladas mujeres, con los niños, que temen el destino que les pueda deparar el enfrentamiento con los Curiacios, los más valerosos y adiestrados de la ciudad rival de Alba.
Las mujeres expresan dolor y tristeza, como presagiando la muerte. Se establece así un contraste entre la energía y vitalidad desprendida por el grupo de los hombres y el abatimiento de las mujeres. El número tres es una constante en la obra (tres arcos, tres espadas, tres grupos…). Las figuras geométricas desempeñan también un papel fundamental en la composición: los triángulos delimitados por los diferentes grupos o el rectángulo en el que se incluyen el grupo del padre y los hermanos.
Técnica y estilo
Los volúmenes y contornos están perfectamente definidos por un dibujo preciso, que les confiere valor escultórico. En los colores utilizados destaca por su intensidad el rojo de la túnica del padre, que alude también a la sangre del sacrificio. La luz entra por la izquierda remitiéndonos al tenebrismo de Caravaggio. Los tonos y la luz se unen para dar una sensación de cierto estatismo y frialdad, características de la pintura neoclásica.
Se trata de una pintura de carácter moral en la que los jóvenes Horacios representan el heroísmo y el sacrificio de su propia vida, por el bien de Roma, ofreciéndose como ejemplo para la defensa de los valores e ideales de la Revolución.
Los burgueses de Calais (1884-1895)
Un monumento a la resistencia y el sacrificio
Los burgueses de Calais (1884-1895) es un conjunto escultórico de Auguste Rodin. La ciudad de Calais deseaba realizar un monumento para conmemorar el 500 aniversario de la liberación de los ingleses. En 1346, durante la Guerra de los Cien Años, Calais fue asediada por el rey Eduardo III de Inglaterra, quien aceptó abandonar la ciudad con la condición de que seis notables ciudadanos se entregaran, dispuestos a ser ejecutados, salvando así a su ciudad. La intercesión de la reina Felipa, esposa de Eduardo III, impidió que la sentencia se ejecutara.
Rodin se apoya en el relato que hace Froissart de la capitulación de la ciudad, realizando varios proyectos hasta llegar al definitivo. Tras algunas discrepancias con el Ayuntamiento de la ciudad, la obra se instaló sobre el suelo, tal como quería el artista.
Expresividad y realismo
Los personajes, perfectamente identificados, aparecen descalzos, con la cabeza al descubierto, con cuerdas al cuello y las llaves de la ciudad en la mano. Sus gestos y actitudes reflejan a la perfección la humillación, el dolor y la angustia, así como el enorme sacrificio que están dispuestos a hacer por su ciudad. La expresividad y realismo con los que dota a las figuras logra transmitirnos la intensidad dramática del momento representado. La tristeza, la rabia y la desesperación, pero también el desafío, están presentes en los rostros de los personajes.
La obra no contó, sin embargo, con la aprobación de los academicistas por su carácter innovador. Hoy sigue asombrándonos su enorme fuerza expresiva y su intensidad dramática.
Mujeres de Tahití (1891)
Exotismo y color en la obra de Gauguin
Mujeres de Tahití (1891) es una obra de Paul Gauguin. La escena representa a dos figuras femeninas, dos mujeres indígenas de los Mares del Sur, sentadas en una playa. La mujer que está de perfil lleva una falda roja estampada con flores blancas, mientras que la de la derecha va vestida de color rosa.
A través de sus obras realizadas en Tahití, Gauguin quiere reflejar la alegría de una vida sencilla en armonía con la Naturaleza, la sensualidad de los cuerpos de las mujeres indígenas o la dimensión espiritual de su cultura, en su búsqueda de una respuesta sobre la verdadera finalidad de nuestra existencia.
Características del estilo de Gauguin
En esta pintura se reflejan a la perfección las características de su estilo: la exaltación del color, verdadero protagonista de la escena, así como la rotundidad con que están tratados los volúmenes. El artista renuncia a la perspectiva, a una composición convencional, suprime el modelado y las sombras. Extiende los colores puros (azul, amarillo…), en campos extensos dentro de gruesas líneas de contorno (cloisonnisme) que acentúan la separación entre el objeto pictórico y el fondo, y consigue armonizar las masas cromáticas de las figuras con la naturaleza en la que se encuentran.
El Ángelus (1859)
La vida campesina en la obra de Millet
El Ángelus (1859) es una de las obras más famosas y representativas de Jean-François Millet. Una pareja de campesinos hace un alto en su trabajo, al atardecer, para rezar el Ángelus. Están recogiendo patatas que, puestas en sacos, serán transportadas en un pequeño carretillo hasta el pueblo que se ve al fondo, en la línea del horizonte.
El artista, de origen campesino, plasma en escenas llenas de sencillez e intimismo, las duras condiciones de vida del campesinado. En sus cuadros los campesinos aparecen cavando, sembrando, recolectando frutos, llevando a los animales, descansando después de la dura jornada… Millet sabe dotar a sus figuras de una gran dignidad, situándolas en una atmósfera impregnada de religiosidad y añoranza de la vida sencilla. La pincelada vaporosa y un colorido apagado y sobrio refuerzan esta sensación.
Su obra fue en principio rechazada por la burguesía, que veía en el pintor, por su manera de tratar los temas campesinos, un peligroso socialista. Poco a poco sus cuadros fueron admitidos por sus valores humanos y pictóricos.
Lluvia, vapor y velocidad (1844)
La revolución pictórica de Turner
Lluvia, vapor y velocidad (1844) representa un tema absolutamente novedoso: un tren, el Great Western Railway, atraviesa velozmente un puente sobre el Támesis, bajo la lluvia.
Una línea horizontal divide la composición en dos mitades casi iguales. La parte superior la ocupa por completo el cielo y la inferior el puente sobre el río que atraviesa el tren. Los oscuros bordes del puente y las líneas paralelas de los raíles se prolongan hacia un punto lejano en el horizonte, desde el que avanza el tren hacia el extremo inferior derecho del cuadro, del que de un momento a otro desaparecerá, sugiriendo perfectamente la sensación de movimiento y velocidad.
El artista capta de forma prodigiosa la luz y la atmósfera, difuminando los colores mediante una técnica de raspadura que permite que se transparenten unos sobre otros. Los tonos amarillos del cielo aparecen a veces iluminados por el blanco, a veces ensombrecidos por los azules, reservándose los tonos más oscuros para el tren y el puente.
En esta obra advertimos ya la evolución de la pintura de Turner, que se hará cada vez más “abstracta” y alejada de la representación concreta de un tema, para reflejar de forma prodigiosa la atmósfera y los efectos lumínicos mediante una técnica pictórica totalmente innovadora, a base de amplias manchas de color, toques puntillistas y esgrafiados en la pintura. Turner intenta conseguir los efectos de la acuarela en la pintura al óleo, por lo que el color sustituye al dibujo como elemento esencial de la composición y las formas acaban por diluirse en un juego de luces, aspecto que será muy admirado por los impresionistas.
Romanticismo y Naturaleza
La visión de la Naturaleza que nos ofrece Turner, como reflejo de las emociones y sentimientos humanos, es profundamente romántica. En su obra logra representar magistralmente la impotencia e indefensión del ser humano ante la inmensa fuerza de la Naturaleza.