Nihilismo en Nietzsche: Diagnóstico y Superación de una Enfermedad Cultural

El Nihilismo como Enfermedad en la Filosofía de Nietzsche

En la concepción nietzscheana, el nihilismo no es una teoría, sino una manera de vivir, de sentir y de actuar. Más estrictamente, el nihilismo es una enfermedad. Es la línea errónea de la cultura occidental desde Sócrates hasta ahora mismo. Como dice Heidegger en la Introducción a la Metafísica, nihilismo es la destrucción de la tierra y la gregarización del hombre. Llamamos “nihilismo” a la conciencia desdichada y la falta de capacidad de crear que caracteriza al hombre occidental. Todos nosotros estamos inmersos en el nihilismo que ha forjado el lenguaje filosófico y la manera de entender el mundo (resentida, pesimista, empecinada en buscar el sentido de la vida fuera de la vida…) que constituye el tuétano de nuestra cultura decadente.

Desde Sócrates y Platón, Occidente persiste en el mismo error: buscar la verdad en el mundo suprasensible (las Ideas) y, en cambio, menospreciar la vida. Por eso mismo, el nihilismo no es ninguna teoría, sino un diagnóstico: somos tristes porque reprimimos la vida. En el nihilismo, el pasado muerto quiere dominar el presente vivo. El nihilismo es la “mala repetición”, todo es igual como siempre ha sido: insignificante, pequeño y mísero. No se sabe qué es el querer ni qué es el poder. Triunfa el gris sobre el verde de la vida.

El nihilismo ha llegado a constituir el tuétano del pensamiento occidental. No sabemos ni podemos pensar la vida directamente como una aventura: nos ha sido necesario reducirla a letra muerta, mediocre y carente de sentido.

Nihilismo Activo vs. Nihilismo Pasivo

El nihilismo puede ser activo o pasivo. Según aparece en el libro I del Zaratustra (en la cabeza. Primero: “De las tres metamorfosis”), el símbolo del nihilismo pasivo es el camello (sumiso, cabizbajo, capaz de atravesar el desierto que es el vacío existencial). En cambio, el símbolo del nihilismo activo es el león que mata por rabia y quiere ser señor del desierto. Camello y león tienen en común el hecho de ser símbolos de una conciencia desgraciada, piensan la vida en términos de dolor y de moralidad, la juzgan como una forma de daño. Por eso nunca serán Superhombres. Ser superhombre significa ser una superación, así como del camello y del león. Por eso el símbolo del Superhombre es el niño: inocencia es el niño y olvido y un nuevo comienzo, un juego, una rueda que da vueltas por sí sola, un primer movimiento, un sagrado decir sí. Sólo el bebé es inocencia, apertura a la vida, pura potencialidad, creación y futuro en estado puro. En el niño la vida vuelve a empezar y se reinventa a sí misma como potencialidad pura.

El nihilismo pasivo representa la sumisión de la vida en las Ideas. El camello se arrodilla, transita por el desierto ajetreado por el peso de su propia carga. También el hombre nihilista se arrodilla ante lo que no entiende y acepta la culpa y el pecado que es la falta de sentido vital. ¿Qué es pesado? Así pregunta el espíritu que sabe soportar y se arrodilla como el camello, y quiere ir bien cargado… amar aquellos que nos desprecian y al fantasma darle la mano.

El nihilismo activo representa la incapacidad de crear y el resentimiento. En el desierto más solitario, el camello se convierte en león. Pero el león es impotente para crear. Sabe que no quiere, pero no sabe qué quiere y, por tanto, no puede ser Superhombre.

Todo nihilismo es una enfermedad. Los nihilistas construyen “ultramundos” porque tienen miedo de este mundo, el único auténtico: de buen grado huirían de su propia piel. Por eso escuchan los predicadores de la muerte y predican ellos mismos ultramundos. Más vale que escucháramos hermanos míos la voz del cuerpo sano: es más honesta y pura esa voz. Más honesto habla, y más puro el cuerpo sano, el cuerpo perfecto y bien fornido: y habla del sentido de la tierra. (Zaratustra, Libro I, “De los ultramundanos”). El error grave del nihilismo -y de toda la cultura europea- es el de situar la vida en extramuros de la vida misma. Han creído que las Ideas (muertas) pueden gobernar la vida y este es su grave error: menospreciar la voluntad de poder.


La Muerte de Dios y la Transvaloración

La frase Dios ha muerto es central en el pensamiento nietzscheano porque hace referencia al destino de más de dos mil años de pensamiento occidental (judeocristiano) manchado de nihilismo. Dios ha muerto significa que el mundo suprasensible carece de fuerza operante y no dispensa vida. La metafísica occidental, entendida como platonismo, ha terminado. Nietzsche entiende la propia filosofía como movimiento contrario al platonismo, como una antimetafísica. Toda la historia del pensamiento occidental ha sido la de la metafísica. Por eso afirmó que la muerte de Dios equivale a considerar que el nihilismo ha llegado a su culminación: desde Sócrates y Platón hasta el imperativo categórico kantiano, la filosofía ha enseñado siempre a reprimir el deseo y subordinarse al ideal (el deber ser kantiano). Siempre hemos tenido un Dios (un valor que pesa más que la vida). Pero el hombre de la modernidad ha descubierto la muerte de Dios como cuestión central de nuestro tiempo. Que Dios ha muerto no es, sin embargo, una vulgar cuestión de ateísmo. El ateísmo sería una cuestión privada entre un hombre y su Dios: alguien puede dejar de creer lo que hasta entonces había creído, pero no dejaría de ser un problema puramente particular. La muerte de Dios, en cambio, es un argumento que nos afecta a todos. Quiere decir que todos nos hemos quedado sin criterio y que, por tanto, nos falta una primera verdad a partir de la cual poder valorar las cosas. Dios era sólo el nombre que dábamos al predominio de las Ideas tristes sobre la vida, en consecuencia, su muerte significa que nos falta una primera verdad a partir de la cual valorar las cosas, no hay criterio de orden porque Dios era modelo e imagen del suprasensible. Ahora la muerte de Dios significa la subversión total y absoluta de los valores. Hemos perdido no sólo el Dios cristiano sino el criterio supremo que nos permitía valorar. La pérdida de confianza en el valor del suprasensible hace imprescindible la transvaloración. Hasta ahora juzgábamos (y condenábamos) la vida desde las Ideas. Ahora la vida aparece como un criterio autónomo. Por eso el libro I del Zaratustra termina proclamando: Muertos son todos los Dioses: ahora queremos que viva el Superhombre -que sea esta alguna vez, en el gran mediodía, nuestra última voluntad. La muerte de Dios abre el camino al Superhombre como sentido de la tierra. Pero hay que prestar atención porque esto suele malinterpretarse. De ninguna manera significa que el Superhombre sea el nuevo dios. Lo que quiere decir es que la época que necesitaba dioses ha terminado para siempre. Dios es para Nietzsche un concepto ajeno a la vida. Si Dios ha muerto su trono queda vacío. Ahora comienza una nueva época carente de dioses: la de la voluntad de poder y el Superhombre. Dios es símbolo de angustia, de sacrificio, de sumisión a la muerte. Por lo tanto no puede tener un sucesor: cualquier intento de llenar su lugar vacío con ídolos (las masas en el socialismo que Nietzsche detestaba) está condenado al fracaso, como están condenadas al fracaso las parodias. Con la muerte de Dios se clausura un período de la historia de la filosofía. A partir de ahora comienza un nuevo período fundamentado en la voluntad de poder. Nietzsche resumirá la lucha que se inicia con una frase: Dionisio contra el Crucificado. Dionisio era el dios griego de la fiesta, del teatro y del vino -un símbolo de la voluntad de poder. El Crucificado, en cambio, es el símbolo de la muerte, de la angustia y del dolor que debe ser superado a través del gran sí a la vida que inicia el tiempo sin dioses de la voluntad de poder.