Nietzsche: Dionisio, Vitalismo y la Transformación del Hombre

El Arte Trágico Dionisíaco

El arte trágico dionisíaco descansa en el juego con la embriaguez, con el éxtasis. Al ingenuo hombre natural lo elevan hasta el olvido de sí el instinto primaveral y la bebida narcótica. En ambos estados, el principio de individuación queda roto, lo subjetivo desaparece totalmente ante la eruptiva de lo general-humano, de lo universal-natural. Se establece un pacto entre hombres y una reconciliación con la naturaleza. Todas las diferencias de estirpe que la necesidad y el atropello han establecido entre los hombres desaparecen: el esclavo es hombre libre, el noble y el humilde de cuna se unen para formar los mismos coros. Cantando y bailando se manifiesta el ser humano como miembro de una comunidad superior. Se siente prodigiosamente transformado y, en realidad, se ha convertido en otra cosa. En él resuena algo sobrenatural. Se siente dios: todo lo que vivía solo en su imaginación, ahora él lo percibe en sí. Ya no es artista, se ha convertido en una obra de arte. La potencia artística de la naturaleza es la que aquí se revela. Así como la embriaguez es el juego de la naturaleza con el ser humano, así el acto creador del artista dionisíaco es el juego con la embriaguez. Mientras no se ha experimentado en sí mismo ese estado, solo se comprende de manera simbólica. En la embriaguez dionisíaca, en el impetuoso recorrido de todas las escalas anímicas durante las excitaciones narcóticas o en el estallido de los instintos primaverales, la naturaleza se manifiesta en su esfera más alta: vuelve a juntar a los individuos y los hace sentirse como una sola cosa, de tal modo que el principio de individuación aparece como un permanente estado de debilidad de la voluntad. Cuanto más decaída se encuentra la voluntad, cuanto más egoísta y arbitrario es el modo como el individuo está desarrollado, tanto más débil es el organismo al que sirve. En aquellos estados brota un rasgo sentimental de la voluntad, por las cosas perdidas: en el placer supremo resuena “el grito del espanto, los gemidos nostálgicos de una pérdida insustituible”. El dios Dioniso ha liberado a todas las cosas de sí mismas, ha transformado todo. El canto y la mímica de las masas excitadas de ese modo, en las que la naturaleza ha cobrado voz y movimiento, fueron algo nuevo e insólito. “Si viviésemos una representación festiva ateniense, la primera impresión sería la de un espectáculo bárbaro y extraño”. Y no solo el mundo cultural griego antiguo nos parecería extraño, sino también otras culturas antiguas como la China nos causarían esa extrañeza y asombro insólito. Pero el pasado, para el presente, se presenta como un olvido. Desde toda perspectiva actual sobre el mundo, pareciera que el presente camina solo hacia una única dirección: el futuro. Nada dice “al hombre último” la grandeza civilizatoria en que se desarrollaron los pueblos antiguos ni los mecanismos sobre los que eligieron su arte, su cultura y su visión del mundo. Para Nietzsche, que ve con desilusión el presente, es importante que imaginemos el mundo cultural antiguo griego, que recreemos ese mundo desde lo que sabemos de él. Por eso hace hincapié en lo que hay y ocurre en la vida artística para poder “ver” el drama griego: se esfuerza en crear un ambiente de los acontecimientos preparatorios del drama antiguo. Pero no solo en él, sino también en “el oyente se expandía un estado de ánimo festivo inusitado, teniendo sus sentidos frescos, estimulados, todo ahí producía un instinto profundísimo.


El Vitalismo de Nietzsche

Nietzsche considera que lo real es la vida. Tal elemento tiene una consideración biológica, no metafísica. La vida es inexpresable e inabarcable y, por tanto, no reducible a objetos de la ciencia. Por esta razón, no admite distinción entre sujeto-objeto de conocimiento. Solo es realizable por aquel que llega a comprender tal acontecimiento. Pero la vida es al menos intuible, se trata de una intuición estética solo alcanzable por el artista; aquí Nietzsche sustituye el filósofo por el artista. La tarea del artista es desenmascarar todo aquello que tradicionalmente ha venido ocultando a la vida. Establece dos categorías del arte: Lo apolíneo: ordenado, coherente, racional, proporcionado, bello. Lo dionisíaco: símbolo del desorden y la desmesura. De esta manera, se reconoce el enfrentamiento entre lo estético trágico frente a lo estético bello. La crítica a la cultura occidental es el punto de partida del vitalismo de Nietzsche. Es la parte más destructiva de su vitalismo. Según esta crítica, habría que abandonar todo lo que se ha creado a lo largo de los siglos desde que se abandonó la sabiduría trágica para abrazar la sabiduría científica, la racionalidad y la moral práctica. Dicho periodo abarca desde los griegos hasta el Romanticismo, incluyendo el cristianismo. Se resalta de esta manera el espíritu dionisíaco de los antiguos griegos. El impulso dionisíaco es el de la exaltación de la vida, frente al espíritu apolíneo de la cultura occidental. Dicho espíritu apolíneo es el impulso complementario que, según Nietzsche, quedará diluido en el impulso dionisíaco como parte de sí mismo. La moral activa, creadora, que implanta los valores de aquellos que tienen voluntad de poder. La voluntad de poder es la lucha continua de la vida que tiene que superarse continuamente a sí misma y que determina todo lo existente. La “Muerte de Dios” es la idea reguladora de todo el proceso de limpieza y destrucción, debido a la crítica a la cultura occidental, y el afán que tenía este por destruir todo lo creado por la cultura occidental desde que se abandonó el ámbito de la sabiduría trágica por el de la científica. Desde la época de los primeros filósofos griegos, con lo que supone la destrucción total de todo conocimiento filosófico por haber sido orientado mal desde un principio. La conclusión de tal crítica es el nihilismo. El nihilismo no se entiende como una teoría filosófica, sino como un movimiento histórico y como un proceso psicológico. Como movimiento histórico, representa toda la evolución cultural de occidente. Como proceso psicológico, es el estado de desasosiego y desorientación en el que el individuo cae al darse cuenta de la ficción en la que cree. Es el nihilismo la más reveladora de las manifestaciones de la voluntad de poder y del eterno retorno. El hombre, tras todo esto, ha evolucionado y se ha convertido en el Superhombre. Para Nietzsche, el superhombre es el filósofo venidero tras la “muerte de Dios”. Es pensado como un “tipo moral” creador de nuevos valores, aquellos a los que el nihilismo nos conduce. La gran política es la preparación del camino para el superhombre, aquel que aceptará la realidad como es en sí misma: el saber que no puede cambiar el destino del eterno retorno. La acción política debe favorecer el individualismo por encima de la mediocridad del socialismo y de la democracia liberal, sistemas que sustituyen a Dios por otros elementos.