Carácter y Significado de la Monarquía de los Reyes Católicos
La Unión Dinástica
El matrimonio de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, herederos de las dos coronas más importantes de la península, dio origen a una nueva entidad política: la Monarquía Hispánica. Esta unión debe entenderse como una entidad plural, no unitaria, donde cada reino conservó sus propias leyes e instituciones. Aunque se denominaba “España” a la asociación de todos los pueblos de la península ibérica, este término carecía de significado político. Los Reyes Católicos no se titularon “Reyes de España”, sino de los diferentes reinos que la conformaban. Las leyes, la moneda, las instituciones y las Cortes de cada reino permanecieron diferenciadas, y las fronteras internas obligaban al pago de derechos sobre las mercancías.
En la nueva monarquía, las leyes eran firmadas por representantes de ambos reinos, cuyas instituciones se juraron mutua lealtad. El mayor peso económico y demográfico de Castilla originó una creciente castellanización de la monarquía y un descenso del peso político de la Corona de Aragón a lo largo de los siglos XVI y XVII.
La Expansión Territorial
Unidos los dos reinos, los Reyes Católicos coincidieron en la necesidad de completar la unificación territorial de los reinos hispánicos para consolidar un Estado fuerte, capaz de expandirse fuera de la península. Castilla, con ayuda de Aragón, reanudó las hostilidades contra el reino nazarí de Granada, que fue definitivamente anexionado a la Corona en 1492. Fernando de Aragón, siendo ya regente de Castilla, incorporó Navarra a Castilla en 1515, aunque dicho territorio conservó su autonomía e instituciones.
Los Reyes Católicos dedicaron grandes esfuerzos a la política exterior. Los intereses de Castilla se volcaron en el Atlántico, mientras que los de Aragón se centraron en el Mediterráneo. Realizaron una intensa política matrimonial, formando alianzas con diversos reinos europeos como Alemania, Inglaterra y Portugal. La habilidad diplomática del rey Fernando permitió la recuperación de los territorios del Rosellón y la Cerdaña, cedidos anteriormente a Francia. Se organizó un poderoso ejército que venció a los franceses y permitió consolidar el dominio de la Corona de Aragón sobre Nápoles (1504).
A partir de 1505, y para frenar el avance musulmán en el Mediterráneo, llevaron a cabo una intensa actividad de conquistas que les aseguró el dominio de la costa africana: el Peñón de la Gomera, Orán, Bugía y Trípoli, que se sumaron a Melilla. El apoyo de comerciantes andaluces permitió la ocupación definitiva de las Islas Canarias. En 1496 se conquistó Tenerife, finalizando así la conquista del archipiélago.
La Política Exterior de Felipe II: Enfrentamientos con Francia e Inglaterra
Carlos I y Francisco I de Francia se enfrentaron por el dominio de los reinos y ducados de Italia, principalmente el Milanesado, y por el control de los territorios de Flandes y Borgoña. En una primera fase, las tropas de Carlos I ganaron la batalla de Pavía (1525). La actitud profrancesa del Papa Clemente VII llevó al saqueo de Roma en 1527 por las tropas imperiales. Durante el reinado de Felipe II, los conflictos con Francia continuaron hasta la victoria de los tercios españoles en San Quintín (1557) y la firma de la Paz de Cateau-Cambrésis (1559), que dio lugar a un período de tranquilidad.
Sin embargo, las guerras de religión en Francia reavivaron el conflicto. Felipe II apoyó a los católicos frente a los hugonotes (protestantes franceses), especialmente ante las pretensiones al trono de Enrique de Borbón, que era hugonote. En 1593, Enrique se convirtió al catolicismo y subió al trono como Enrique IV. España y Francia firmaron la Paz de Vervins en 1598.
Inglaterra había sido, desde el reinado de los Reyes Católicos, aliada de la Corona española frente a Francia. Al subir al trono Isabel I, de religión anglicana, apoyó a los protestantes de Flandes y, deseosa de competir por el dominio del Atlántico y del comercio americano, protegió a los corsarios que atacaban los barcos españoles. Felipe II decidió enfrentarse a Inglaterra y preparó la Armada Invencible, una gran flota. La expedición fue un desastre y regresó derrotada en 1588.
El Dominio del Mediterráneo y el Imperio Otomano
El Imperio Otomano era una gran potencia en el Mediterráneo oriental desde la toma de Constantinopla en 1453. Los otomanos aspiraban a expandirse por el centro de Europa y el Mediterráneo occidental. En el mar, practicaban la piratería y atacaban a las poblaciones costeras. Carlos I lanzó con éxito un ataque contra Túnez en 1535, pero fracasó en la conquista de Argel en 1541.
Durante el reinado de Felipe II, que coincidió con el máximo esplendor turco, los otomanos amenazaron todo el Mediterráneo al apoderarse de Chipre y Túnez. Ante ello, se coaligaron la Monarquía Hispánica, Venecia y el Papado, formando la Liga Santa y armando una gran escuadra. El enfrentamiento tuvo lugar en el golfo de Lepanto (1571) y significó una gran victoria para los cristianos, frenando la expansión otomana en el Mediterráneo occidental.
La Rebelión de los Países Bajos
La guerra en los Países Bajos fue el mayor problema de Felipe II. Se originó por el descontento de los sectores burgueses ante los fuertes impuestos, el surgimiento de un sentimiento nacionalista y el conflicto religioso (expansión del calvinismo). La primera rebelión se produjo en la región de Flandes en 1566 y contó con el apoyo de Francia e Inglaterra. Felipe II envió a los tercios con sus mejores generales al frente: el Duque de Alba, Luis de Requesens, Juan de Austria y Alejandro Farnesio, quienes ejercieron una dura represión.
Finalmente, en 1579, el sur de los Países Bajos (actual Bélgica), mayoritariamente católico, aceptó la obediencia a Felipe II. Pero el norte, las futuras Provincias Unidas de Holanda, de mayoría calvinista, continuaron la lucha por la independencia. La rebelión nunca fue completamente controlada y, aunque Felipe II designó a su hija Isabel Clara Eugenia como gobernadora con derecho a sucesión, al no tener ésta descendencia, los Países Bajos revirtieron a la Corona española en el siglo XVII, reabriéndose el conflicto.
La Reconquista y los Primeros Reinos Cristianos
Los musulmanes no llegaron a controlar plenamente la zona de la Cordillera Cantábrica, donde la nobleza hispanovisigoda se refugió del avance islámico. Allí se desarrolló el primer núcleo de resistencia cristiano: el Reino de Asturias.
Sus sucesores en el siglo VIII extendieron el reino hacia Galicia y el alto Ebro, creándose una “tierra de nadie” entre el Duero y la Cordillera Cantábrica. En el siglo IX, se ocuparían los territorios hasta el Duero y se trasladaría la capital a León, pasando a denominarse Reino de León. El rey leonés Alfonso III fortificó el este de la Meseta, dando origen al Condado de Castilla.
En el este peninsular, la población cristiana también resistió la presencia musulmana. En el siglo IX se independizaron los condados aragoneses, y en tierras navarras se expulsó a los gobernadores francos, creándose el Reino de Pamplona, futuro Reino de Navarra. El dominio carolingio en las tierras catalanas fue más duradero, y hasta finales del siglo X, los condados catalanes no rompieron su juramento de fidelidad al rey franco.
En el siglo X, el Reino de Navarra experimentó un gran desarrollo al dominar Aragón e intervenir en Castilla y León. Sancho III el Mayor (siglo XI), a su muerte, repartió sus territorios entre sus hijos: Navarra, Aragón y Castilla.
En el siglo XI, los reinos cristianos iniciaron una fuerte expansión territorial hacia el sur peninsular. Los reinos occidentales (Castilla y León) ocuparon el valle del Tajo, mientras que los orientales (Navarra, Aragón y los condados catalanes) hicieron lo mismo en el valle del Ebro. En el siglo XII, se experimentó un mayor avance en la franja oriental a cargo de Alfonso I el Batallador, rey de Aragón.
El siglo XIII conoció la mayor expansión de los reinos cristianos. El punto de partida fue la batalla de las Navas de Tolosa (1212), que supuso el final del Imperio almohade y el avance de los reinos occidentales hacia el valle del Guadalquivir. A partir de 1230, Portugal, Castilla y Aragón iniciaron sus últimas ofensivas. La Corona de Aragón conquistó los reinos de Mallorca y Valencia. Castilla, por su parte, consolidó su presencia en La Mancha, Extremadura, se anexionó el Reino de Murcia y ocupó Andalucía, con la excepción del Reino nazarí de Granada.