1. La Libertad
1.1. ¿Es Libre el Ser Humano?
Genéricamente, la palabra «libertad» hace referencia a la posibilidad que tienen los seres humanos de elegir sin dependencias ni coacciones externas. Por ejemplo, decidirse por una profesión. O sea, designa la capacidad de autodeterminación de un individuo o de un grupo social. En este sentido, la libertad consiste en la capacidad que tiene cada persona de hacer lo que quiera, de elegir una acción por sí misma sin que esté sometida a ningún condicionamiento que la obligue a actuar en contra o al margen de su voluntad.
Esta interpretación no significa que una persona solo es libre cuando hace lo que quiere sin restricciones ni límites. La libertad no es dejarse llevar por los impulsos, por el deseo de placer o por las pasiones inmediatas. Esa conducta sería comportarse sin reglas ni valores, ni principios, ni respeto a las libertades y a los derechos de las demás personas.
Es preciso distinguir entre las libertades sociológica, psicológica y moral:
- La libertad sociológica alude a la autonomía de que goza el individuo frente a la sociedad, y se refiere a la libertad política o civil, garantizada por los derechos y por las libertades que amparan a la ciudadanía en las sociedades democráticas.
- La libertad psicológica es la capacidad que tiene el individuo, «dueño de sí», de no sentirse obligado a actuar a instancias de su motivación más inmediata.
- La libertad moral, por su parte, es la capacidad del ser humano de actuar de acuerdo con la razón, sin dejarse dominar por los impulsos y por las inclinaciones espontáneas de la sensibilidad. Esta es la libertad que se conoce como «libre albedrío».
1.2. La Realización Concreta de la Libertad
A diferencia del término «libertad», la palabra «liberación» alude a la posibilidad concreta y objetiva para un individuo o para un grupo de realizar su libertad en las condiciones psicológicas, económicas, culturales, sociales y políticas apropiadas.
Marx y el marxismo han defendido que el problema de la libertad se resuelve realmente como tarea práctica de transformación del mundo de modo que desaparezca toda situación de dominio del ser humano sobre el ser humano, en la que es imposible la libertad.
En el psicoanálisis se ha destacado la importancia de los procesos inconscientes en la determinación del comportamiento consciente del ser humano. Para Freud, la realización de la libertad no es posible sin la capacidad del yo de enfrentarse al automatismo irreflexivo de los instintos y a la pulsionalidad de las fuerzas inconscientes.
Marx y Freud consideran que la inteligencia es el factor liberador propiamente dicho, porque permite al individuo tomar conciencia de sus motivaciones y decidir su acción sin someterse necesariamente a condicionamientos educacionales, biológicos, sociales o históricos.
La libertad es la base tanto de la responsabilidad como de la dignidad de la persona, así como de su autonomía social.
1.3. Libertad y Responsabilidad
La Libertad, Fundamento de la Responsabilidad
Cuando pensamos en la libertad como una de las dimensiones esenciales del ser humano, lo más apropiado es hablar de las posibilidades y de los límites de su libertad.
En ese sentido, nos estamos refiriendo a la posibilidad de realizar una libertad relativa con la ayuda del conocimiento de las leyes y de las fuerzas que regulan establemente el mundo.
La aparición de la física cuántica en el siglo XX ha debilitado el viejo determinismo causal al establecer un límite físico de precisión en la descripción de los fenómenos. Este hecho se debe a la formulación por el físico Werner Heisenberg del principio de indeterminación, según el cual no es posible realizar predicciones definidas para el conjunto de los sucesos subatómicos.
Desde entonces, en la física y en la filosofía se discute acerca de cómo hay que interpretar el indeterminismo de la física cuántica y también sobre sí, y hasta qué punto, tenemos la obligación de revisar la teoría del determinismo causal tal como se ha sostenido y se ha entendido en la física clásica.
Si los seres humanos estuviéramos determinados a actuar por fuerzas a las que estamos sometidos sin poder evitarlo, seríamos irresponsables. No se podría distinguir entre acciones buenas y malas, justas e injustas. Para hablar de responsabilidad y de justicia, hay que reconocer en los seres humanos la libertad de acción y la capacidad de dirigir su comportamiento y sus fines. La pregunta «¿puede cualquier criminal evitar hacer lo que hace?» significa que solo existe una moralidad genuina si podemos actuar libremente. Si no somos libres, no se nos puede considerar responsables de nuestros actos y no se nos debería acusar ni elogiar por ellos.
1.4. Autonomía y Autodominio
Una acción verdaderamente libre es aquella que es causada por la persona que la realiza y que es aceptada por ella como su propia elección y como su responsabilidad. Los seres humanos, cuando tienen alternativas, al elegir, actúan como causas iniciales de los efectos que provocan. En este hecho se basan las ideas de responsabilidad, de merecimiento de acusación o de elogio, de gratitud, de castigo, de resentimiento o de perdón. Por consiguiente, se pierde la libertad cuando una persona no es la verdadera autora de sus actos, por ejemplo, porque actúa bajo coacción.
La coacción es un poder que fuerza al individuo a actuar contra su voluntad. Si el origen de esa coacción es exterior al sujeto, el sujeto no actúa libremente. Ahora bien —y esto es muy importante—, si es la propia voluntad del individuo la que se obliga a sí misma a actuar, esa coacción puede tener el carácter de obligación moral, y entonces es un efecto de la libertad. Precisamente a esta última obligación se la denomina autonomía o autodeterminación, y consiste en la capacidad de darse las propias leyes, en actuar respetando normas que se aceptan libremente por decisión propia, en consentir conscientemente en obedecer las leyes y en tener la voluntad de hacerlo.
El opuesto de la autonomía es la heteronomía, que es el hecho de que la ley se me imponga desde fuera, sin que yo le dé mi adhesión voluntariamente. O también cuando me dejo dominar y esclavizar, desde dentro, por una pasión que hace que pierda mi libertad y que me impide decidir con sensatez y con equilibrio.
Para Kant, la autonomía es el concepto fundamental de su teoría ética. Para él, la autonomía es condición intrínseca de la libertad y, por tanto, de la moralidad: es la facultad que tiene la voluntad de autodeterminarse solo por respeto al deber. En tanto que libertad y responsabilidad coinciden, la autonomía es la raíz de la moralidad y su condición necesaria; por ello, las acciones morales solo son imputables a un sujeto autónomo, es decir, libre y responsable. En este sentido, la pasión es la inclinación que impide a la voluntad autodeterminarse de conformidad con principios racionales. A diferencia de las emociones, las pasiones pueden dominar por completo la personalidad y la conducta del sujeto. Por esta razón, debido al peligro que representan para la libertad moral del ser humano, Kant rechazó la exaltación de las pasiones.
También en el estoicismo se pensaba que las pasiones, que alteran la tranquilidad del ánimo, son enfermedades por las que la persona sabia no debe dejarse contagiar, sino que su elección debe ser la de mantenerse indiferente y moderar y controlar las emociones y las pasiones mediante la razón.
2. El Ser Humano y la Sociedad
2.1. ¿Es el Ser Humano un Ser Social por Naturaleza?
El ser humano no es inherentemente social como otros animales, pero ha desarrollado la convivencia en sociedad por necesidad y comodidad. Esta convivencia conlleva ventajas y desventajas, ya que implica renuncias y sometimiento a leyes y reglas comunes, lo que puede generar conflictos y violencia social.
Thomas Hobbes argumenta que las pasiones dominantes del ser humano son la avidez natural y el temor a la muerte violenta, lo que excluye la idea de que el ser humano sea un animal social por naturaleza. La sociedad nace de la necesidad recíproca o de la ambición, pero no del amor mutuo.
Baruch Spinoza sostiene que la asociación humana surge de la necesidad de supervivencia y seguridad, lo que lleva a la aceptación racional de las leyes sociales. Aunque los seres humanos tienen tendencias comunes, las diferencias en creencias, razas, opiniones, etc., pueden generar conflicto si no se practica la tolerancia y solidaridad.
Sartre sugiere que el conflicto es inherente a la interacción con otros, mientras que Rousseau y Schopenhauer abogan por basar las relaciones en la compasión ante el sufrimiento humano.
2.2. La Construcción Intersubjetiva de la Identidad Personal
La convivencia humana implica interactuar con otros que comparten similitudes y diferencias con nosotros. Aunque no nos identificamos completamente con ellos, la relación con los demás, llamada intersubjetividad, es fundamental para construir nuestra identidad.
Las personas con las que nos relacionamos son nuestro punto de referencia para compararnos, diferenciarnos o parecernos, lo que contribuye a moldear nuestra personalidad.
Un ejemplo de esta dinámica es la moda: al intentar seguir las tendencias, buscamos expresar nuestra identidad mientras adoptamos normas compartidas por otros. Para desarrollarnos como individuos, necesitamos la interacción con los demás, ya que sin su percepción y opinión sobre nosotros, no podríamos definir aspectos como nuestra generosidad, egoísmo o inteligencia. En resumen, nuestra autoconciencia se forma y desarrolla en relación con los demás, ya que son ellos quienes nos brindan el contexto y el feedback necesario para comprendernos a nosotros mismos.
2.3. La Amistad y el Amor
La Importancia de la Amistad
La relación con otras personas llega a su máxima perfección humana en la amistad y en el amor. Aristóteles dice que la amistad es el bien más necesario de la vida, por encima del poder y de la riqueza, pues estos bienes no se pueden conservar ni disfrutar si no se tienen amistades. También Epicuro consideraba la amistad uno de los aspectos centrales de su ética y de la forma de vida de las personas sabias.
En realidad, la amistad no se basa en una coincidencia de ideas o de opiniones, sino en una convergencia de actitudes prácticas o morales en virtud de la cual dos personas se comportan una con la otra como lo haría cada una de ellas consigo misma. Cuando la amistad se basa en la utilidad o en el placer, parece destinada a acabarse cuando el placer y la utilidad cesan. Tampoco consiste la amistad en la mera benevolencia, porque esta puede ir dirigida también hacia personas desconocidas e incluso puede quedar oculta para quien la recibe
3. La Existencia Humana
3.1. ¿Qué Significa Existir?
La existencia, en filosofía, se distingue de la esencia y del simple hecho de ser. Mientras la esencia define las características inherentes de algo, la existencia se refiere al hecho de ser real y concreto. En la filosofía escolástica, la existencia se entendía como el ser que recibe su existencia de otro. En la filosofía contemporánea, la existencia humana se comprende como la característica que constituye la esencia misma del individuo humano en su singularidad absoluta. Para el ser humano, la existencia va más allá de simplemente estar vivo; su esencia es su existencia.
La etimología de la palabra “existir” en latín sugiere trascenderse y proyectarse continuamente hacia fuera, relacionarse con el mundo y desarrollar un proyecto de vida. La existencia humana es contingente, lo que significa que está constantemente enfrentada a posibilidades inciertas que pueden beneficiar o perjudicar. La libertad de elección y la responsabilidad son fundamentales en este proceso.
La filosofía existencialista, liderada por Kierkegaard, enfatiza la importancia de la existencia subjetiva y singular del individuo frente al idealismo de Hegel. Conceptos como la preocupación, la culpa, la angustia y la soledad son centrales en la experiencia existencial humana, según esta corriente filosófica.
Heidegger y Sartre destacan que el ser humano sólo comprende su esencia a partir de su existencia concreta.
3.2. El Tiempo
El tiempo es una fuerza inexorable que afecta tanto a los seres humanos como a todas las cosas del mundo, desde su nacimiento hasta su muerte. Esta realidad suscita preguntas sobre el valor de la existencia humana, especialmente cuando se considera que, antes de nacer, no éramos nada y después de morir el mundo seguirá existiendo sin necesitarnos. Sin embargo, la respuesta a la pregunta sobre la insignificancia de la vida humana radica en la conciencia de nuestra libertad para darle un sentido a nuestra existencia.
El tiempo no solo nos disuelve y destruye, sino que también nos proporciona la duración necesaria para realizar la existencia que hemos elegido. Aunque no podemos disponer del tiempo como propiedad, podemos aprovecharlo y administrarlo mediante la reducción del tiempo en espacio, como lo hacen los relojes, calendarios y horarios.
Esta comprensión del tiempo se divide en dos aspectos: el tiempo objetivo, que es homogéneo, isotrópico y reversible, y se utiliza en la ciencia y en el sentido común; y el tiempo subjetivo, que es heterogéneo e irreversible, y se experimenta en la duración de la vida de la conciencia. Henri Bergson distinguió entre estos dos conceptos, enfatizando la importancia del tiempo subjetivo y desafiando las concepciones deterministas y estáticas del tiempo en la ciencia, incluso frente a la teoría de la relatividad de Einstein.
3.3. La Muerte
En filosofía, la muerte se contempla como una posibilidad presente en cualquier momento de nuestra existencia. Martin Heidegger señala que la muerte anula las posibilidades humanas y la existencia misma del ser humano.
La estructura temporal de nuestra vida nos confronta con la irreversibilidad del tiempo, donde el presente se desvanece en el pasado y es reemplazado por un futuro que aún no existe. Ante esta situación, los seres humanos han buscado consuelo de diversas maneras. Epicuro sugería que no debemos temer a la muerte, ya que mientras existimos, la muerte no nos afecta, y cuando llega, ya no existimos.
Desde tiempos antiguos, se han desarrollado complejas creencias y rituales funerarios para lidiar con la muerte. Filósofos como Platón, Montaigne y Schopenhauer consideraron la reflexión sobre la muerte como una tarea fundamental de la filosofía. Las creencias religiosas han ofrecido interpretaciones variadas, desde el dualismo cuerpo-alma que sugiere la inmortalidad del alma hasta concepciones que niegan la existencia de un alma separada del cuerpo. Para algunas doctrinas religiosas lineales, como el cristianismo, se cree en una única resurrección, mientras que las doctrinas orientales, con una concepción cíclica del tiempo, sostienen la idea de reencarnación o transmigración de almas. Desde una perspectiva panteísta, la muerte se percibe como la disolución del individuo en la totalidad del cosmos.
En resumen, la muerte es un tema central en la filosofía y las religiones, y las interpretaciones varían desde la negación radical de la vida hasta la concepción de la muerte como un tránsito a otra forma de existencia o como parte del ciclo continuo de la vida en el cosmos.