El fragmento se sitúa en el final del acto II de La Casa de Bernarda Alba, obra teatral representativa de la última etapa de F. García Lorca, que pertenece a la Generación del 27.
En cuanto al género teatral, se lleva a cabo importantes intentos de renovación por parte de escritores como Ramón Valle-Inclán y Federico García Lorca. Dentro de este intento, podemos clasificar la trayectoria teatral de Lorca (puesto que es la que aquí nos ocupa) en tres momentos de desigual extensión:
Experiencia de los años 20: Lorca ha estado experimentando formas y registros distintos (teatro simbolista y modernista, el drama y la farsa, lo popular… Su primer gran éxito es Mariana Pineda, sobre la heroína que murió ajusticiada en Granada por haber bordado una bandera liberal; pero es, a la vez, un drama de amor trágico. La obra cobró resonancias antidictatoriales en las que, al parecer, el poeta no había pensado.
Experiencia vanguardista: inicia un camino más audaz y para comprender mejor su obra debemos saber que nuestro autor sufre por esta época una profunda y doble crisis –vital y estética- que surge tras el éxito de Romancero gitano. En lo vital, la crisis tiene que ver con la homosexualidad del poeta. En lo estético, sus inquietudes y ciertas críticas le hacen replantearse los fundamentos de su creación, buscar un nuevo lenguaje. Le afectan especialmente las opiniones de sus amigos como Dalí, Buñuel. Obras de este período: Así que pasen cinco años, El público. Obras que resultan esenciales como testimonios que nos permiten calar en la psicología profunda del autor, con sus preocupaciones y pasiones más íntimas.
Plenitud: Lorca dará un giro decisivo hacia un camino propio, cuya identidad radica en hermanar rigor estético y alcance popular. Son los años de La Barraca, los años en que Lorca declara repetidamente su ansia de una comunicación más amplia y su orientación social. A esta etapa pertenecen obras como Bodas de sangre, Yerma, Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores, La casa de Bernarda Alba. En casi todas ellas, la mujer ocupa un puesto central; hecho que revela la sensibilidad de Lorca ante la condición de la mujer en la sociedad tradicional.
La casa de Bernarda Alba, subtitulada “Drama de las mujeres en los pueblos de España”, supone el final y la cima de una trayectoria dramática y la apertura a un modo más desnudo, más esencial y más hondo de hacer teatro. Es significativo que el autor la llame en el subtítulo “drama” y no “tragedia” como en Bodas de sangre y Yerma. Tiene que ver con lo ya explicado anteriormente: para Lorca la tragedia comportaba elementos míticos que aquí estarán ausentes y con el Realismo del lenguaje. Ciertas expresiones que se pueden considerar “cómicas” (en boca de la Poncia, por ejemplo) serían también rasgos propios del drama. De todas maneras, por otros aspectos y, en conjunto, por la esencial impresión de necesidad de la catástrofe, de lo inexorable de la frustración, hablaríamos de tragedia.
Lorca impregna su obra fuerza contrarias como el conflicto entre el principio de autoridad y el principio de libertad. Dicho de otro modo, el choque entre el principio de libertad y el autoritarismo, la rebeldía frente a la represión. La realidad se acabará imponiendo al deseo, lo social sobre lo individual. La tradición y la honra social, donde lo único importante es mantener las apariencias, prevalecerán sobre los sentimientos (no importa, al final, sino que Adela ha muerto virgen). El mundo conflictivo lorquiano se desarrolla sobre la base del tema recurrente del amor. Se trata, pues, de un amor imposible, frustrado. Otros temas que aparecen son la moral tradicional y la presión social que ésta ejerce sobre los individuos; las diferencias sociales (orgullo de casta) y la condición de la mujer en la sociedad española de la época.
Tras la muerte de su segundo marido, Bernarda Alba impone a sus hijas, como luto, una larga y rigurosa reclusión. Esto da pie a que en la casa se instaure un ambiente irrespirable. Por una parte, el carácter autoritario de Bernarda y, por otra, las inquietudes, anhelos y pasiones de sus cinco hijas. Entre ellas, destaca Adela, quien mantiene amores secretos con el prometido de su hermana Angustias, Pepe el Romano, que se va a casar con esta por su fortuna. Toda esta situación se irá intensificando hasta el momento culminante en que Bernarda descubra que Adela se ve en secreto con Pepe el Romano a causa de los celos de su hermana Martirio, que le da la noticia a su madre. Es este el momento en que se desencadena la tragedia con el suicidio de Adela y la implantación del silencio absoluto y el más extremo luto por parte de Bernarda.
El presente fragmento se sitúa en los momentos finales del capítulo II, después de conocer los primeros enfrentamientos entre hermanas, el suceso de la pérdida del retrato de Pepe el Romano y las advertencias de la Poncia a Bernarda, concretamente, cuando la criada aparece avisando que hay un gran alboroto en la calle y Bernarda ordena que averigüe qué sucede. Mientras las hijas salen al patio, Martirio y Adela, dentro de la casa, se enfrentan por Pepe ya que ambas lo desean, pero solo una de ellas ha conseguido el favor de este (Adela). Cuando entra el resto de las mujeres, se relata el suceso que acontece en la calle: la hija de la Librada, soltera, ha tenido un hijo y lo ha matado y lo ha escondido; al enterarse los vecinos quieren matarla, Martirio y Bernarda están a favor de las acciones llevadas a cabo, pero Adela quiere que la dejen escapar y, ante la petición del castillo, ella se toca su vientre.
Si nos centramos en este fragmento, los personajes se van definiendo por sus propias acciones, en sus diálogos e incluso por su propio nombre.
Bernarda Alba (el significado de Bernarda es “con fuerza de oso”) es la encarnación hiperbólica de las fuerzas represivas. Ante todo, representa las convicciones morales y sociales más añejas. Ha “interiorizado” plenamente la mentalidad tradicional vigente (“Y que pague la que pisotea su decencia”). Reconoce la importancia de las críticas, el “qué dirán”, aunque le gusta estar enterada de todo (“¡Corre a enterarte de lo que pasa!”). Y su celo incluye los aspectos más puramente externos: las apariencias, la “buena fachada”, aun cuando no se correspondan con la realidad. Lo concerniente a la sexualidad está en el centro de tal mentalidad: a los impulsos eróticos, opone la “decencia”, la honra, la obsesión por la virginidad…(“¡Carbón ardiendo en el sitio de su pecado!”). Tales ideas corresponden a la concepción tradicional del papel de la mujer frente al del hombre (“¡Acabar con ella antes que lleguen los guardias!”). Todo ello va unido a la conciencia de pertenecer a una capa social superior, a un verdadero orgullo de casta.
Por tanto, Bernarda representa la autoridad, el poder, casi en estado puro. Lo indica así el bastón que lleva siempre en escena. Y la abundancia del lenguaje prescriptivo que emplea: órdenes, prohibiciones…(“¡Matadla!”). Todo este poder del que Bernarda hace gala es irracional, brutal incluso (“…que vengan todos con varas de olivo y mangos de azadones…”). Ello va unido a una especie de ceguera que le hace tomar sus deseos por realidades, un querer que las cosas sean como su voluntad dispone. Sin embargo, ya veremos que Bernarda no puede con todo.
Las hijas: todas ellas viven entre la reclusión impuesta y el deseo del mundo exterior (“querer salir”). Todas están más o menos obsesionadas por lo erótico. Los anhelos eróticos o de amor podrán aparecer unidos o no a la idea de matrimonio, único cauce permitido para salir de aquel encierro.
Ante esta situación, las cinco hijas de Bernarda encarnan un abanico de actitudes que van desde la sumisión a la rebeldía, con grados intermedios. En este fragmento, aparece Martirio (“muerte o tormento”- 24 años) es un personaje más completo. Pudo haberse casado si su madre no se hubiera opuesto, lo que puede explicar su resentimiento. Es una sombra, la mujer atormentada por la desesperación y la envidia (“Yo romperé tus abrazos”). Pero su actitud ante los hombres es turbia, ya que por un lado los rechaza y, por otro lado, la vemos arder con una pasión que la lleva hasta una irreprimible y nefasta vileza (“¡Primero muerta!”). Adela (“naturaleza noble”-20 años) es la reencarnación de la rebeldía abierta. Es la más joven,
hermosa, apasionada (“He ido como arrastrado por una maroma”). Ella consigue los favores de Pepe el Romano (“Hace la que puede y la que se adelanta”). El momento culminante de su rebeldía será aquel en que rompe el bastón de mando de Bernarda (“¡Aquí se acabaron las voces de presidio!”). Sin embargo, su rebeldía será trágica y, en esta escena, vemos que tal vez lo sea para una tercera persona (Cogíéndose el vientre). Sus hermanas aparecen para evocar de nuevo el encierro al que están sometidas (“Siempre os supe mujeres ventaneras y rompedoras de su luto”).
La Poncia: (“Poncio Pilatos”) sus relaciones con Bernarda son curiosas: como vieja criada, podría ser de la familia. Y, en efecto, interviene en las conversaciones y conflictos; da consejos, advierte e incluso tutea a Bernarda (“¡Bernarda!”). Pero ésta no hace más que recordarle las distancias que las separan. Ella asume su condición, pero está llena de un rencor contenido que se manifiesta en la primera escena y se percibe después. En las conversaciones con las hijas, su modo descarado de hablar de lo sexual aportará un elemento de contraste. Sin embargo, por encima de todo, la Poncia es un personaje que encarna la sabiduría rústica, el desgarro popular. En este fragmento, se encarga de dar noticia de lo sucedido en el exterior de la casa con la hija de la Librada.
Mención especial en este apartado merece Pepe el Romano, que es la encarnación del hombre, del “oscuro objeto del deseo”. Pero de lo que se dice acerca de él se desprende su doble rostro: va por el dinero de Angustias, pero se enamora de Adela, aunque su función es de catalizador de las fuerzas latentes.
Los vecinos también aparecen reflejados como un personaje grupal, ya que se comportan con brutalidad, con ferocidad…como una jauría, peor que los perros que desenterraron al niño muerto (“La traen arrastrando por la calle abajo…”). Lorca retrata así la sociedad de su tiempo.
Con La casa de Bernarda Alba, el personaje de la mujer, preponderante en el teatro de Lorca, aparece en toda su plenitud, pero esto no significa que Lorca sea feminista, sino que esta obra es la representación de la tragedia de toda persona condenada a la frustración de sus deseos más íntimos y a la marginación.
Por lo que respecta al tiempo y al espacio, señalar que el primero no aparece explícitamente, pero es importante señalar la urgencia de matar a la hija de la Librada (“¡Acabar con ella antes que lleguen los guardias!”), que muestran la brutalidad general del pueblo y, concretamente, de Bernarda. En cuanto al segundo, vemos el enfrentamiento entre el exterior ((“¡En lo alto de la calle hay un gran gentío…”) y el interior (“¡Vosotras al patio!”). Bernarda odia todo lo externo, porque allí no hay nadie que tenga el nivel social que ella aprecie, pero no por ello deja de estar atenta a todo lo que pasa en ese espacio, alejando del mismo a sus hijas (“¿Dónde vais?”). Otros espacios son internos, propios de la casa: el patio, la entrada de la casa, bajo el arco… volvemos al mundo interior y asfixiante de las hermanas, que empieza a generar peleas y pasiones (“Agradece a la casualidad que no desaté mi lengua”, “¡Él me quiere para su casa!”)
La casa de Bernarda Alba está escrita casi íntegramente en prosa, aunque se trata de una prosa profundamente poética, sobre todo por el uso que hace del lenguaje figurado como símil (“He ido como arrastrada por una maroma”), haciendo referencia a una fuerza superior que la arrastra a los brazos de Pepe el Romano; metáforas (“Yo romperé tus abrazos”, no dejará que los amantes estén juntos; “¡Carbón ardiendo en el sitio de su pecado!”, haciendo una referencia al sexo…); personificación (“…pisotea su decencia”); así pues podemos señalar entre otras que, al ser un texto literario, tenemos la función poética, pero también aparecen otras funciones como la expresiva (“No, no para matarla no!”), la apelativa (“¡Vosotras, al patio”).
El diálogo es un elemento importante dentro de este fragmento, ya que la brevedad de los mismos da viveza e intensidad al contenido, por el uso de oraciones imperativas (“¡Matadla!”, ¡“Martirio, déjame”!), exclamativas (“¡Lo tendré todo!”), interrogativas (“¿Y qué ibas a decir?”).
Las acotaciones nos dan información escénica precisa, en este caso, predominan las indicaciones sobre movimiento de personajes (Las Mujeres corren para salir…, entran Martirio y Adela…); movimientos que nos dan información sobre el carácter de los personajes o su situación (se quedan escuchando… Mirando a Adela…), tal vez el más significativo sea “Cogíéndose el vientre” que nos informa sobre un posible embarazo de Adela y explica la empatía que siente por la hija de la Librada; tonos de voz requeridos (Suplicante) y sonidos (Se siente crecer el tumulto, fuera se oye un grito de mujer…).
Es importante tener en cuenta otros aspectos que ayudarán a entender el fragmento como obra dramática y como texto:
Observamos un uso elevado de palabras con valor connotativo y simbólico como “…que no desate mi lengua”, amenaza de Martirio conocedora de la situación de su hermana Adela; “olivar y olivo” que tiene una carga erótica; “sitio de su pecado”, referencia sexual; “¡Qué pague lo que debe!” como castigo a las mujeres que no se comportan según la tradición y la venganza de quién sabe que su propia hermana está en la misma situación.
En cuanto al uso de los pronombres, observar el uso de los personales (“yo”, “tú”, “él”, “ella”) que señalán deícticamente y anafóricamente a las personas del discurso, destaca “él” porque se refiere a Pepe el Romano, que, aunque ausente es un elemento importante en el drama. Importante también es el uso del pronombre personal átono (“…déjame”, “me quiere” …) que refuerza la idea de pasión y rebeldía del personaje de Adela. Así como el uso de “nosotras” de Martirio, como parte del grupo castigador, y “vosotras” la petición de piedad a las mismas por parte de Adela. El uso de “Todos” como referencia a ese personaje grupal que actúa como si fuera uno solo. Se hace uso reiterado de determinantes, sobre todo es destacable los posesivos (“su luto”, “mi lengua”, …) que pone de relieve la situación de los personajes. Luego, tenemos el indefinido, en este caso, importante porque aparece poco definido, pero es muy importante para entender la fuerza de esta escena (“un hijo”)
El predominio del presente hace que se actualice el tema, que sea cercano al público, a cualquier público, de cualquier época. Asistimos al drama en directo. Pero aquí el uso del imperativo es muy importante también, ya que no solo es orden o mandato, sino también suplica (“déjame”, “matadla” …)
Lorca en su obra quiso reflejar una época, en la cual las mujeres son víctimas inevitables de una rígida sociedad patriarcal y machista, que paradójicamente, contribuyen a sostener. Los temas que podemos encontrar en este fragmento en concreto tenemos:
la tradición, la rígida moral, las diferencias de clases, las relaciones de poder y autoritarismo de Bernarda con todos los que la rodean…además, ese largo luto, ese encierro, ese ambiente asfixiante veremos, más adelante, que son como una premonición final que condena continuamente a la mujer. Todo ello a través de un estilo sencillo y realista, pero rico en recursos, que busca llamar la atención en los temas fundamentales a través de una escena austera y rotunda.