Las Preguntas Fundamentales de la Filosofía: Una Exploración a Través de la Historia

Las Preguntas Fundamentales de la Filosofía

Introducción

El filósofo Immanuel Kant resumió la reflexión filosófica en cuatro preguntas fundamentales que, en su opinión, interpelaban a todo ser humano:

1. ¿Qué puedo saber?

A la disciplina filosófica que se ocupa de encontrar respuestas a las preguntas sobre el conocimiento se le denomina gnoseología (que significa “conocer”), epistemología (que significa “ciencia”) o teoría del conocimiento.

2. ¿Qué debo hacer?

El cómo comportarse, el saber qué hacer con su vida, es algo que le ha preocupado al ser humano desde siempre. Este tipo de pregunta está relacionada con el comportamiento, y de estas preguntas se ocupan la ética y la moral.

3. ¿Qué me está permitido esperar?

De aquí se pueden extraer muchas preguntas más, y de ellas se ocupa la metafísica, que se divide en otras disciplinas dependiendo de si su objetivo concreto se centra en el ser humano, en el universo o en Dios.

4. ¿Qué es el hombre?

La disciplina filosófica que se ocupa de esta pregunta es la antropología. Pero como dice Kant, al responder a las preguntas anteriores se habría respondido ya a ésta, puesto que, como señala el filósofo Heidegger, “La pregunta o cuestión fundamental es la pregunta por el ser, pero preguntar por el ser presupone preguntar por nosotros que preguntamos por el ser”.

Las Preguntas Filosóficas y el Diálogo

Preguntar es un acto moral que exige extrema responsabilidad. Uno de los problemas de la sociedad actual es que ha perdido la confianza en que las palabras reflejen la realidad de las cosas y trata de evitar las preguntas. Los medios de comunicación han llevado a que las conversaciones, el trabajo e incluso las clases, estén llenos de juicios afirmativos y negativos, y pocas veces de preguntas.

Al responder a una pregunta, aparecen nuevas preguntas y problemas que no se habían supuesto. La solución de muchos problemas solo puede llegar, como decía Platón, “después de una larga convivencia con el problema y después de haber intimado con él”.

Hay que tener en cuenta que la realidad es interpretada y la interpretación es personal. La interpretación es ruptura de ideas y creencias inservibles por incompletas, y después, construcción de otras nuevas más adecuadas a la realidad. La verdadera interpretación hace que la palabra deba ser comprendida de manera plural, y abra el paso al diálogo, ya que razonar no es algo que se deba hacer en soledad, sino que ha de inventarse al comunicarse y enfrentarse con los demás, en el diálogo.

Las creencias no dan soluciones definitivas sino solo esperanzas, porque la vida es inseguridad y, a menudo, contradicción. Si se quiere razonar adecuadamente para resolver los problemas que se le plantean al ser humano, no solo hay que razonar, sino también debe desarrollarse la capacidad de dejarse convencer por las “mejores razones”, vengan de donde vengan. No basta con ser racional, hay que ser razonables.

La Diversidad Filosófica

La historia de la filosofía ofrece el espectáculo de numerosos personajes y escuelas que mantienen posiciones contrapuestas. Esta diversidad no es sino la consecuencia inevitable de la mayor amplitud y profundidad de su racionalidad. No se trata de pobreza, sino de abundancia en el conocimiento. La pretensión de radicalidad en que se sitúa la reflexión filosófica impide que sus conclusiones se puedan confirmar por medio de la experiencia, por eso puede haber posiciones diferentes. Estas posiciones se deben a la historia. La filosofía es inseparable de su historia. Cada pensador se enfrenta con lo real desde la perspectiva de su época histórica. Ésta le proporciona una visión determinada de la realidad, aunque luego él la modifique.

Se pueden distinguir a lo largo de la historia tres formas diferentes de entender la actividad filosófica:

1. La Filosofía Naturalista

Esta forma de entender la filosofía es la mayoritaria desde el nacimiento de la filosofía en Grecia, en el siglo VI a.C., hasta el Renacimiento, en el siglo XVI. El hombre actual que vive en las ciudades solo se relaciona con su realidad, que son las técnicas, y cuando quiere relacionarse con “lo natural”, con “la naturaleza”, tiene que alejarse de su entorno habitual. Al hombre antiguo le pasaba lo contrario, su realidad era “la naturaleza”. Por eso es normal que a la pregunta filosófica “¿Qué es lo que existe?” responda que lo que existe, lo real, son las cosas que componen la naturaleza. Este es el motivo por el que la filosofía, cuando nace en Grecia, es una filosofía naturalista, ya que entiende por realidad “lo natural”.

Las cosas que componen la naturaleza persisten invariables por debajo de las mutaciones y del cambio. Las realidades se manifiestan en continua transformación; en permanente cambio. Para la razón, el cambio no tiene valor. La auténtica realidad no está inmediatamente dada, lo inmediato es la apariencia, el devenir, el cambio, que ocultan la auténtica realidad, la “naturaleza” de las cosas.

Esta filosofía naturalista, llamada también realista, es, además, intelectualista. Piensa que la realidad posee una estructura inteligible, que se puede conocer y comprender, y que la razón humana está capacitada para descubrirla. El realismo y el intelectualismo responden a una actitud de confianza del hombre en sus posibilidades frente al universo. Esta filosofía alcanza su formulación más perfecta en Aristóteles, después de su entronización por Santo Tomás.

2. La Filosofía Idealista

Se inicia con René Descartes y alcanza su apogeo con Hegel. La “revolución científica” supone el nacimiento de una nueva ciencia, que tiene entre otras muchas consecuencias, acabar con el prestigio del Aristóteles científico. El hombre moderno vive el derrumbamiento de una ciencia vigente más de 20 siglos, y como consecuencia de una experiencia histórica de fracaso, tiene miedo al error, a la equivocación. Su actitud predominante es la cautela, la precaución, trata de establecer cómo hay que pensar, qué camino, qué método. Sitúa en primer lugar el problema del conocimiento. Descartes propone utilizar el método de las matemáticas para elaborar una filosofía libre de errores.