La unificación de Italia
Italia estaba dividida en estados desiguales en tamaño e importancia. En algunas zonas, como Lombardía y Veneto, estaba bajo el dominio austriaco. Las ideas de nación y soberanía se habían difundido desde la invasión napoleónica. En la década de 1830 se formó un movimiento de afirmación nacional, el Risorgimento, que buscaba la unificación de Italia. El fracaso de los intentos revolucionarios de 1848-1849 significó la continuación del dominio de Austria y la fragmentación política. Solo en el Piamonte se consolidó un estado constitucional bajo la monarquía de los Saboya, cuyo jefe de gobierno, Cavour, impulsó una estrategia moderada para la unificación. La unidad de Italia resultó de la complementariedad de ambas estrategias, aunque la monarquía de Víctor Manuel II de Saboya fue la principal beneficiaria. Cavour consiguió derrotar a los austriacos y anexionar Lombardía y los estados centrales. La unidad se completó con la anexión del Veneto y la conquista de los Estados Pontificios, a pesar de la oposición del Papa que quedó reducido en el Estado del Vaticano. Sin embargo, la unificación de Italia aún presentaba problemas, como la hostilidad del papado y la dualidad entre el norte industrializado y el sur agrario y atrasado.
La unificación de Alemania
La afirmación de la existencia de un ser propio del pueblo alemán convivió con la presencia de núcleos liberales democráticos que reclamaban la constitución de una nación basada en la voluntad de los ciudadanos. El primer paso hacia la unificación fue la creación del Zollverein o Unión Aduanera, que estableció un mercado de libre circulación. Sin embargo, Austria no se integró en el Zollverein. Los sectores liberales y democráticos formaron un parlamento en Frankfurt, que ofreció la corona de la posible Alemania unificadora al rey de Prusia, Federico Guillermo IV, pero la monarquía prusiana rechazó la oferta. Prusia impuso la estrategia de la supremacía económica y militar para dirigir la unificación, lo que llevó a guerras contra Dinamarca, Austria y Francia. La victoria militar culminó con la proclamación del II Reich y de Guillermo I como emperador. Sin embargo, la unificación dejó por resolver la dualidad religiosa entre el luteranismo del norte y el catolicismo del sur, así como el hecho de que Austria no se integrara en la unificación, frustrando la concepción de una Gran Alemania.
El movimiento obrero
Los cambios producidos por el capitalismo llevaron a la formación de la clase obrera. El socialismo utópico dio lugar a la creación de la Primera Internacional o Asociación Internacional del Trabajador (AIT), que buscaba la emancipación de los obreros como clase. Surgieron dos grandes corrientes ideológicas en el movimiento obrero: el marxismo y el anarquismo, que proponían distintas vías para transformar la sociedad capitalista. El enfrentamiento entre el marxismo y el anarquismo dividió la AIT y llevó a su disolución. En la década de 1880 se desarrolló un nuevo sindicato de masas, acompañado de la creación de partidos socialistas de la Segunda Internacional y del sindicalismo revolucionario anarcosindicalista. En Inglaterra, las condiciones de trabajo fueron cambiando con la implantación de la libertad de producción, lo que llevó a la creación de nuevas manufacturas y a la formación de una nueva clase obrera. Se crearon sociedades de socorro mutuo y sindicatos para luchar por mejores condiciones laborales. Sin embargo, las condiciones de vida de los trabajadores seguían siendo precarias, con jornadas largas y malas condiciones de trabajo. El movimiento obrero continuó luchando por sus derechos y mejoras laborales.