Introducción
La Revolución de 1820 fue un proceso de cambio político, caracterizado por la violencia, ya fuera con derramamiento de sangre o no. Diversos argumentos justificaron estos levantamientos, entre ellos la tiranía, la injusticia y el desorden social. La revolución se opuso a los principios de la Santa Alianza y el cristianismo, debido a la violencia que se ejercía en su nombre. Los teóricos de la revolución, inspirados en Santo Tomás, sostenían que si un rey se convertía en tirano, el pueblo tenía el derecho de destituirlo.
Causas de la Revolución de 1820
- El Congreso de Viena (1815): Al repartir los territorios europeos, el Congreso de Viena ignoró el nacionalismo, con sus diferencias idiomáticas, territoriales y religiosas.
- La necesidad de control político: Para mantener el orden, las potencias europeas necesitaban establecer una policía política que se convirtió en un instrumento de represión.
- El resurgimiento del nacionalismo: El Congreso de Viena no respetó las aspiraciones nacionales, lo que provocó un resurgimiento del nacionalismo. Este se define como una defensa exagerada del concepto de nación, que se basa en elementos naturales (clima, suelo) y artificiales (raza, lengua, cultura, religión). La nacionalidad se determinaba por diversos principios jurídicos como el ius soli (derecho de suelo), el ius sanguinis (derecho de sangre), el ius connubii (derecho de matrimonio) y la adopción.
Sociedades Secretas
Cuando la oposición a un régimen era perseguida, los disidentes se refugiaban en sociedades secretas. En Grecia, la sociedad secreta se llamaba Filiki Eteria; en España, Masonería; en Italia, Carbonarios; y en Alemania, Burschenschaften (Liga de Estudiantes). Las sociedades secretas actuaban de dos maneras:
- Captación de adeptos: Se buscaba atraer a nuevos miembros a través de la difusión de ideas y la ayuda mutua. Algunos se unían por interés económico, conocidos como “trepas”.
- Acción política: Las sociedades secretas podían actuar de forma pacífica o violenta para lograr sus objetivos.
La Revolución en Grecia
La Revolución de 1820 en Grecia condujo a su independencia del Imperio Otomano. Grecia, con su geografía montañosa, costas accidentadas y clima mediterráneo, había sido conquistada por los turcos. Durante la ocupación, la población se dividía en un 90% de griegos ortodoxos y un 10% de musulmanes turcos, que controlaban el ejército y la administración. El ejército del Sultán era mercenario y controlaba ciertas zonas llamadas sanyacks, gobernadas por jefes militares que recaudaban impuestos. Los griegos, por ser cristianos, pagaban un impuesto especial que consistía en trabajar tres días a la semana de forma gratuita. Los niños mayores de 10 años eran reclutados por el ejército turco y entrenados para ser jenízaros, soldados que a menudo se veían obligados a luchar contra sus propias familias.
Grecia estaba dividida en sanyacks o provincias militares, gobernadas por un Bajá. Los griegos podían practicar su religión e idioma en privado, pero no en público. Una minoría de griegos, conocidos como fanariotas, prosperó económicamente dentro del Imperio Otomano y Rusia. Estos vivían en barrios específicos y se protegían a través de la masonería. Los fanariotas eran comerciantes con importantes conexiones internacionales. Dentro de la masonería, existían dos ramas principales: los Filimusos (con influencia rusa) y la Filiki Eteria (con influencia en el Imperio Otomano y Grecia). Además de los fanariotas, existían los Souliotas, ganaderos y campesinos liderados por Marcos Botzaris.
Los griegos buscaron apoyo internacional para su independencia. Los turcos llevaron a cabo una guerra genocida contra los griegos, como la masacre de la isla de Quíos en 1822. En Europa, surgió un movimiento de apoyo a la causa griega, impulsado por poetas como Lord Byron y Wilhelm Müller, y banqueros como Jean-Gabriel Eynard. Algunos militares europeos, como el francés Luis I de Baviera, entrenaron a soldados griegos. Finalmente, Inglaterra y Francia intervinieron militarmente para detener las atrocidades turcas. Figuras clave en esta intervención fueron George Canning en Inglaterra y Carlos X en Francia. La batalla de Navarino (1827), ganada por el almirante inglés Codrington, fue decisiva. El mariscal francés Maison también obtuvo victorias contra los turcos. Tras la guerra, se estableció una república en Grecia.