La Primera República Española: desafíos y fracasos de un sueño federal

La República Federal

Las Cortes se abrieron en 1873, el día 1 de junio, y el día 7 se proclamó la República Democrática Federal. La presidencia quedó en Estanislao Figueras, pero dimitió al poco tiempo y el gobierno pasó a manos de Pi y Margall. Su propósito era emprender grandes reformas:

  • La elaboración de una Constitución federal.
  • La separación de la Iglesia y el Estado.
  • La concesión de la independencia a las colonias.
  • La restauración de la disciplina en el ejército.
  • La elaboración de una serie de leyes sociales.

Pero los pocos meses que duró la experiencia republicana no permitieron el desarrollo de la legislación. En julio se presentó en las Cortes el proyecto de la nueva Constitución, pero no fue aprobada. La Constitución de 1873 seguía la línea de la de 1869: la República tendría presidente y las Cortes se mantendrían en dos cámaras: el Congreso y el Senado. Se declaraba la libertad de culto y la separación de la Iglesia y el Estado. Se establecía que la nación española estaba compuesta por 17 estados y el poder emanaba de tres niveles: municipios, estados regionales y estado federal nacional. Los estados regionales tenían autonomía económica, administrativa y política, y elaborarían su propia constitución compatible con la del estado federal. El proyecto planteaba por primera vez un estado descentralizado.

Problemas de la Primera República

La Primera República tuvo que enfrentarse a graves problemas. Uno de ellos fue una insurrección carlista. Al nacer la República, el enfrentamiento con unas cuantas partidas armadas pasó a un frente abierto, se extendió por Cataluña y se consolidó en las provincias vasca y el Maestrazgo. Las tropas gubernamentales impidieron la extensión del conflicto a las ciudades, pero fueron incapaces de acabar con él y se prolongó hasta 1876. También continuó la guerra en Cuba, que continuaba extendiéndose y cuya situación la República fue incapaz de mejorar. Los gobiernos intentaron dar solución reconociendo a Cuba y a Puerto Rico un territorio más de la nación española.

La sublevación cantonal fue el conflicto más grave que se produjo en la República. El cantonalismo era un fenómeno en el que se mezclaban las aspiraciones autonomistas con las aspiraciones de revolución social inspiradas en las nuevas ideas internacionalistas. En las zonas con fuerte implantación republicana se alzaron en cantones independientes, los más importantes fueron Cartagena, Sevilla, Cádiz. El presidente Pi y Margall se opuso a sofocar la revuelta por las armas y dimitió, lo sustituyó Nicolás Salmerón, que dio por acabada la política de negociación de los cantones e inició la acción militar. Salmerón dimitió a principios de septiembre, la presidencia cayó en Emilio Castelar, republicanista unitario, y a partir de ahí se inició un progresivo desplazamiento a la derecha.

Las fuerzas políticas marginadas del sistema

Los republicanos

Por una parte, estaban los republicanos, que se hallaban fuertemente divididos en diferentes tendencias. Emilio Castelar evolucionó hacia posturas moderadas, creó el Partido Republicano Posibilista. Un caso contrario fue el de Ruiz Zorrilla, quien fue hacia un republicanismo radical que no descartaba la acción violenta contra la monarquía, fundó el Partido Republicano Progresista, que en 1883 protagonizó un alzamiento que fracasó. Las prácticas insurreccionales provocaron la ruptura de Salmerón con el partido de Ruiz Zorrilla y creó el Partido Republicano Centralista. El republicanismo con más adeptos fue el Partido Republicano Federal, cuyo líder era Pi y Margall, que contaba con el apoyo de las clases populares. En un intento de reorganización, los republicanos consiguieron rehacerse cuando hubo una importante minoría republicana en las Cortes. El sufragio universal masculino comportó una cierta revitalización y estimuló la formación de alianzas electorales. El republicanismo perdió y peleó por los votos con el PSOE, creado por Pablo Iglesias en 1879.

Los carlistas

Por otra parte, están los carlistas que, tras la derrota en 1876, se le prohibió la estancia en España a Carlos VII, lo que les provocó una grave crisis. La Constitución de 1876 descartaba del trono a toda la rama carlista de los Borbones. Carlos VII depositó su confianza en Cándido Nocedal. Los carlistas mantuvieron su fuerza en Navarra, País Vasco y Cataluña. La renovación del partido se hizo por un programa conocido como el Acta de Loredan, que mantenía la vigencia de la unidad católica, el fuerismo, la autoridad del pretendiente carlista y la oposición a la democracia. Una parte del partido acusó a Carlos VII y a los principales dirigentes de no apoyar suficientemente la política católica impulsada por el papado contra el liberalismo. El líder de esta corriente fue Ramón Nocedal, hijo del líder carlista, que protagonizó una escisión en 1888 y fundó el Partido Católico Nacional, que dejó de reconocer como rey a Carlos y se convirtió en un partido católico integrista. El partido carlista no se separó totalmente de la tradición insurreccional, pero sus principales dirigentes optaron por la vía política y se fundó una milicia: el Requeté.

Otras fuerzas políticas

Otras fuerzas políticas surgieron de disidencias en el partido dinástico. En 1881 se fundó la Unión Católica, liderada por Alejandro Pidal, era un partido conservador y católico. Los liberales también tuvieron disidencias, Segismundo Moret fundó el Partido Democrático-Monárquico y el general Serrano creó otro grupo llamado Izquierda Dinástica.