La nueva masculinidad y la crítica al mito de la feminidad

La nueva masculinidad

Es un concepto que se aprecia después de la aparición de la mujer durante los años 50, 60, 70, ya que antes la mujer no era considerada como tal, sino como lo que el hombre no tenía, los desechos. Pero es en los 90 cuando por fin la mujer adquiere la forma de ver el mundo como un miembro más de la sociedad de forma íntegra y completa, aunque aún hoy sigue habiendo diferencias entre los dos géneros. Al igual que la mujer asume actividades que antes eran atribuidas exclusivamente al sexo masculino, el hombre asume actividades antes hechas solo por las mujeres, como ayudar en las tareas de casa, cuidar de sus hijos… lo mismo ocurre cuando hablamos de la muestra de sentimientos, el hombre ha estado reprimido en este aspecto, el hombre era el que tenía que guardar sus sentimientos y aparentar dureza ante todo tipo de situaciones, pero en este siglo nos encontramos con un hombre sincero que puede expresar sus sentimientos sin temor de ser criticado o ser considerado un mal hombre, se podría decir que el concepto de nueva masculinidad se resume en la feminización paulatina que ha sufrido el hombre en los últimos años, características femeninas que romperán con el eterno masculino, dejando paso a una completa igualdad. Ahí radica todo, no se puede conseguir la igualdad de una mujer ante la superioridad del hombre si solo cambia la mujer, para conseguir dicha igualdad, la paz entre ambos géneros (por así decirlo), también ha de cambiar el hombre. Todos estos cambios se basan en la superación de las barreras, los estereotipos creados que dictaminan y limitan el comportamiento de las personas dependiendo de su género o condición.



Dona com alteritat

En la obra de S.B, El segundo sexo, se plantea una pregunta clave que la autora responde a lo largo del libro: ¿Qué es una mujer? Ella da una respuesta muy concreta: es la alteridad. Este término es el que S.B define a lo largo de El segundo sexo.

Primeramente, S.B establece la idea de un sujeto, el cual implica acción, conciencia, historia y, por contra, la idea de objeto implica pasividad y naturaleza. El problema de la exclusión social de las mujeres viene dada por su condición de objetos. No han sido las mujeres las que se han definido a sí mismas como sujetos, sino que han sido los hombres que, ejerciendo de sujetos, han definido a las mujeres, degradándolas a objetos. De esta manera, los hombres imponen que las mujeres vivan en dependencia respecto a ellos.

S.B expone el hecho de que solo se considera que ser mujer sitúa a estas en una perspectiva parcial, específica, que no se puede pasar por alto. En cambio, el hombre se sitúa desde un punto de vista objetivo, neutro, que no requiere ninguna justificación como tal. Esta consideración supone que hombres y mujeres no son dos grupos simétricamente definidos, y aquí es donde aparece la mujer concebida como ‘la Otra’. Estas dos categorías de individuos crean una situación de dependencia e inferioridad por parte de las mujeres hacia los hombres.

La autora define la Alteridad como todo aquello que no se conoce, el Otro absoluto, que no ha sido definido, ni siquiera se ha pensado. La mujer está determinada y se diferencia en relación al hombre. Para S.B., la categoría Otro es tan originaria como la conciencia misma. Esta conciencia es fundamental para el reconocimiento de uno mismo, de asumir el papel de sujetos.



Crítica al mito de la feminidad

Se hace referencia al término ‘mujer’ cuando se vincula al hecho biológico de tener útero o al hecho de ser hembra humana (hechos que la caracterizan de forma natural), pero la feminidad no es una cualidad que caracterice a las mujeres de manera natural. La feminidad es un mito forjado a lo largo del tiempo que caracteriza a la mujer, mito elaborado por los varones en un modo de organización social que oprime o inferioriza a las mujeres.

La feminidad se atribuye y se exige a las mujeres en determinados contextos como resultado de la socialización diferenciada de niñas y niños, que se remonta al siglo XVII. ‘Ser mujer’ es realizar funciones vinculadas al cuidado de los demás y se la ha excluido del ejercicio de otras funciones que se desligaban del ámbito de la afectividad, esta asociación se justificaba por la atribución precisa de características supuestamente naturales en ella (pasividad, sensibilidad, debilidad, incapacidad, técnica, irracional…), las cuales constituyen en las mujeres ‘lo femenino’, ‘la feminidad’ o el ‘eterno femenino’. Como consecuencia, estos mitos o estereotipos ligados a las mujeres han hecho considerar que ‘ser mujer’ constituye un destino, un modo de ser predeterminado por factores fisiológicos, psicológicos o económicos.

Se ha de considerar que las concepciones tradicionales de masculinidad y feminidad conllevan a que se efectúen juicios muy negativos acerca de los individuos, cuyas actitudes no se corresponden con ella. Lo masculino se ha identificado con lo humano y lo femenino se ha constituido como ‘carencia’ de determinadas cualidades respecto a lo masculino, las cuales se ven como dependientes e inferiores al hombre. Esta situación, legitimada y consolidada por mitos y diversos códigos, no desaparece con negar la validez de estos falsos estereotipos y por ello, desde el siglo XVII, diversas mujeres feministas han estado advirtiendo el carácter ‘artificial’ de lo femenino y denunciando la exclusión de las mujeres en diversos ámbitos, como son el público y el poder.