El animal simbólico
Lo más seguro que sé respecto a mí es que soy un ser parlante, un ser que habla (¡consigo mismo, para empezar!), alguien que posee un lenguaje y que, por tanto, debe tener semejantes. ¿Por qué? Porque yo no he inventado el lenguaje que hablo (me lo han enseñado, inculcado) y porque todo lenguaje es público, sirve para objetivar y compartir lo subjetivo, está necesariamente abierto a la comprensión de seres inteligentes… hechos a mi imagen y semejanza. El lenguaje es el certificado de pertenencia de mi especie, el verdadero código genético de la humanidad.
El hombre según Sófocles y Pico della Mirandola
Hacia el siglo V a. de C., el gran trágico griego Sófocles incluye en su obra Antígona una reflexión coral sobre lo humano.
Esta pasmosa condición del hombre queda destacada, con un tono aún más jubiloso, en la Oratio pro hominis dignitate (“Discurso sobre la dignidad humana”) que compuso en el siglo XV el florentino Giovanni Pico della Mirandola, y que algunos consideran algo así como el manifiesto humanista del Renacimiento. Pero Pico no solo confirma el punto de vista de Sófocles, sino que cree haber encontrado la auténtica raíz de por qué el hombre es tan portentoso: «Me parece haber entendido por qué el hombre es el ser vivo más dichoso, el más digno por ello de admiración y cuál es aquella condición suya que le ha caído en suerte en el conjunto del universo, capaz de despertar la envidia no solo de los brutos, sino de los astros, de las mismas inteligencias supramundanas. ¡Increíble y admirable!».
De modo que, según Pico, lo asombroso del hombre es que se mantiene abierto e indeterminado en un universo donde todo tiene su puesto y debe responder sin excentricidades a lo que marca su naturaleza. El hombre es también un poco Dios porque se le ha otorgado la facultad de crear, al menos aplicada a sí mismo.
Según el trágico griego, lo admirable del hombre —para “admirable” utiliza un término que también puede leerse como “estremecedor”, “terrible”— es lo que el hombre puede llegar a hacer con el mundo, sea por medio de la técnica, la astucia o el lenguaje racional; pero el humanista florentino destaca sobre todo lo que el hombre puede hacer consigo mismo y según la elección divinamente libre de su arbitrio o voluntad.
Las tres humillaciones del hombre moderno
En la época moderna, los humanos hemos tenido que asumir tres grandes humillaciones teóricas:
- La primera tuvo lugar en los siglos XVI y XVII por obra de Copérnico, Kepler y Galileo.
- La segunda ocurrió en el siglo XIX: Darwin demostró de manera bastante convincente que nuestra especie es una más en el conjunto de los seres vivientes.
- La tercera humillación nos la infligió Sigmund Freud, a finales del siglo pasado y comienzos del nuestro, al convertir nuestra mismísima conciencia o alma en algo complejo y nada transparente, traspasado por impulsos inconscientes de los que no somos dueños.
Que los seres humanos seamos también animales y que, en cuanto especie, debamos buscar nuestros parientes entre las bestias y no entre dioses o ángeles (no hemos caído del cielo, sino que hemos brotado del suelo, como ya algunas mitologías indicaron) no impide que constatemos rasgos característicos en lo humano que determinan un auténtico salto cualitativo respecto a nuestros antepasados zoológicos. ¿Qué más somos? ¿Hay algo que distinga radicalmente, en profundidad, al animal humano del resto de los animales?
La razón y la insatisfacción humana
Tradicionalmente se ha hablado del ser humano como de un «animal racional». La razón es la capacidad de encontrar los medios más eficaces para lograr los fines que uno se propone. En este sentido, resulta evidente que también los animales tienen sus propias razones y desarrollan estrategias inteligentes para conservar sus vidas y reproducir su especie. He aquí una primera diferencia entre la inteligencia de los animales y la de los seres humanos: a los animales, la inteligencia les sirve para procurarse lo que necesitan; en cambio, a los humanos nos sirve para descubrirnos necesidades nuevas. El hombre es un animal insatisfecho. Quizá sea esta característica lo que apuntaba Pico della Mirandola en su descripción de la dignidad humana.
En los animales, la inteligencia parece estar exclusivamente al servicio de sus instintos, que son los que les dirigen hacia sus necesidades o fines vitales básicos, cuya importancia proviene de la vida de la especie y no de la elección de cada uno de los individuos.
En los animales cuenta mucho la especie, el beneficio de la especie, la experiencia genéticamente acumulada de la especie y muy poco o nada los objetivos particulares del individuo o su experiencia privada.
Lo cierto es que los animales aciertan con gran frecuencia en lo que hacen, siempre que no se les presenten excesivas novedades, mientras que los humanos tanteamos y nos equivocamos mucho más, pero en cambio sabemos responder mejor a cambios radicales en las circunstancias.
Rasgos distintivos de los grupos humanos
Algunos rasgos distintivos de los grupos humanos frente a los de nuestros más próximos allegados zoológicos:
- Tanto si abandonan su grupo familiar como si no, y sean machos o hembras, los humanos adultos conservan a lo largo de toda su vida lazos afectivos con sus parientes más próximos.
- Solo los humanos hacen compatible la monogamia con la vida en grupo.
- También establecen relaciones de cooperación intergrupal y de especialización en la búsqueda de alimentos, defensa, etc., desconocidas entre los demás primates.
- Sobre todo, lo más característico es que son los únicos capaces de conservar relaciones significativas incluso en ausencia de aquellos con quienes se relacionan, es decir, más allá de los límites efectivos del grupo o tribu. En una palabra, son capaces de acordarse socialmente de los otros incluso aunque no vivan con ellos.
El medio y el mundo
¿Qué conclusiones podemos sacar de todo esto? Parece ser que los restantes primates —y mucho más todavía otros animales— viven como incrustados o hundidos en el medio vital que les es propio. No son capaces de distanciarse de quienes les rodean ni de lo que forma parte de las necesidades de su especie. En cambio, los humanos parece que tenemos la capacidad de distanciarnos de las cosas, de despegarnos biológicamente de ellas y verlas como objetos con sus propias cualidades, que muchas veces en nada se refieren a nuestras necesidades o temores. Por eso algunos filósofos contemporáneos distinguen entre el medio propio en el que habitan los animales y el mundo en el que vivimos los humanos.
Nos resultaría imposible reproducir en un zoológico imaginario las condiciones de vida del Homo sapiens, su medio natural. Nuestro medio natural es el conjunto de todos los medios, un mundo hecho con todo lo que hay y también con lo que ya no hay y con lo que aún no hay. Un mundo que cambia, además, cada poco trecho.
El lenguaje humano y animal
Los llamados “lenguajes” animales se refieren siempre a las finalidades biológicas de la especie. Pero el lenguaje humano no tiene un contenido previamente definido; sirve para hablar de cualquier tema (presente o futuro), así como para inventar cosas que aún no han ocurrido o referirse a la posibilidad o imposibilidad de que ocurran. Los significados del lenguaje humano son abstracciones, no objetos materiales.
Los llamados lenguajes animales (tan radicalmente distintos del nuestro que francamente parece abusivo denominarlos también “lenguajes”) mandan avisos o señales útiles para la supervivencia del grupo. Sirven para decir lo que hay que decir, mientras que lo característico del lenguaje humano es que sirve para decir lo que queremos decir.
Lo característico del lenguaje humano no es permitir expresar emociones subjetivas, sino objetivar un mundo comunicable de realidades determinadas en el que otros participan conjuntamente con nosotros. La principal tarea del lenguaje no es revelar al mundo mi yo, sino ayudarme a comprender y participar en el mundo.
El hombre como animal simbólico
Lo más cuerdo es suponer que se dio una interacción entre el comienzo del lenguaje y el comienzo de la humanidad: ciertos gritos semianimales fueron convirtiéndose en palabras y, a la vez, ciertos primates superiores fueron humanizándose cada vez más. Lo uno influyó en lo otro y viceversa.
Resulta evidente que tenía razón Ernst Cassirer cuando afirmó que «el hombre es un animal simbólico». ¿Qué es un símbolo? Es un signo que representa una idea, una emoción, un deseo, una forma social. Y es un signo convencional, acordado por miembros de la sociedad humana. Cualquier cosa natural o artificial puede ser un símbolo si nosotros queremos que lo sea, aunque no haya ninguna relación aparente ni parecido directo entre lo que materialmente simboliza y lo que es simbolizado. Los símbolos se refieren solo indirectamente a la realidad física y, sin embargo, apuntan directamente a una realidad mental. Los mitos, las religiones, la ciencia, el arte, la política, la historia, desde luego también la filosofía… todo son sistemas simbólicos, basados en el sistema simbólico por excelencia, que es el lenguaje.
Nuestra condición esencialmente simbólica es también la base de la importancia de la educación en nuestras vidas. Hay cosas —v. gr.: que el fuego quema, que el agua moja— que podemos aprender por nosotros mismos, pero los símbolos nos los tienen que enseñar otros humanos, nuestros semejantes. Como nuestra principal realidad es simbólica, experimentamos a veces la tentación de creer que todo lo real es simbólico, que todas las cosas se refieren a un significado oculto que apenas podemos vislumbrar. Y aquí está el gran problema: ¿podemos llegar a saber nunca del todo lo que es simbólico y lo que no lo es, hasta dónde llega la convención, dónde acaba lo que tiene significado interpretable y dónde empieza lo que no puede alcanzar más que simple descripción o explicación?