San Agustín de Hipona
Biografía
Nacido en Tagaste, en el norte de África, San Agustín estudió retórica y se trasladó a Milán. Se inclinó por la filosofía tras la lectura de una obra de Cicerón hoy perdida, el Hortensio. Atravesó una etapa en la que se adhirió al maniqueísmo, movimiento herético que afirmaba que el mundo consta de dos realidades antagónicas: el bien, que se identifica con la luz, y el mal, que es una especie de vacío oscuro. Tras abandonar el maniqueísmo pasó por un período escéptico, influido por la Nueva Academia. Finalmente viajó a Milán donde se convirtió al cristianismo por la influencia que ejerció sobre él San Ambrosio, obispo de Milán. Posteriormente fue nombrado obispo de Hipona, ciudad norteafricana, donde murió en el año 430.
Razón y Fe
San Agustín parte del hecho de que el hombre busca la felicidad como meta de su vida. Solo es feliz aquel que posee lo que ama. La felicidad no puede ser solo el placer del cuerpo: esa sería una felicidad parcial; la felicidad debe ser algo que complazca a todo el hombre, debe incluir al alma y debe satisfacer las aspiraciones y necesidades del alma. Y, añade, a lo que aspira el alma es a la Verdad; pero como la Verdad se encuentra en Dios, se sigue que en la naturaleza humana hay una tendencia interna que lleva al hombre hacia el conocimiento, la verdad y hacia Dios. La verdad es única aunque se puede buscar por dos caminos: el camino de la filosofía (razón) y el camino de la Religión (fe). Esta profunda conexión entre razón y fe se expresan muy bien en estas dos afirmaciones: crede ut intelligas, intellige ut credas: cree para comprender; comprende para creer.
a) Crede ut intelligas: hay que creer para entender; hay que creer para usar adecuadamente la razón: la aceptación de los dogmas cristianos es indispensable para comprender en profundidad el Universo, en tanto que creación divina.
b) Intellige ut credas: entiende para creer; la fe del cristiano no debe ser la fe del carbonero, la fe ciega del ignorante: no es una fe del absurdo y a causa del absurdo, como había señalado un padre de la Iglesia opuesto a la filosofía (Tertuliano). La fe del cristiano debe apoyarse en un discurso racional.
Lo que preocupa a San Agustín es entender la verdad revelada: la verdad revelada requiere la ayuda de la razón para poder ser comprendida plenamente.
No hay una delimitación estricta entre los campos de la fe y la razón, sino una complementareidad mutua, ya que ambas pretenden el mismo objetivo: solo hay una verdad; mediante la fe, la detectamos; mediante la razón, la entendemos.
Por todo ello, San Agustín hará un estudio profundo, pues lo juzga valioso, de la filosofía griega. San Agustín admira profundamente a Platón, a quien considera una persona llena de sabiduría y de ciencia. De hecho, el pensamiento agustiniano es de base platónica, hasta el punto que se ha afirmado que San Agustín es Platón cristianizado. Sin embargo, hay que hacer notar que muchas afirmaciones que San Agustín atribuía a Platón corresponden más bien a los neoplatónicos, especialmente a Plotino.
San Agustín también adopta tesis provenientes del estoicismo, especialmente la división tripartita de la filosofía en Lógica (Dialéctica), Física y Ética, así como buena parte de sus doctrinas éticas. San Agustín tenía en gran estima a Séneca.
En cualquier caso, Dios es la verdad definitiva, la verdad última; su conocimiento nos proporciona todo aquello que ansiamos, puesto que Él, en tanto que creador, es la clave de todo lo que existe.
Puesto que Dios es la eterna verdad, el alma, movida por un pondus o inclinación natural, no cesará de buscar la verdad, ya sea mediante la razón (como hicieron los filósofos paganos) ya sea mediante la fe, ya que el hombre busca a Dios como fuente y dador del ser, el bien y la verdad. Los filósofos paganos han dado un peso excesivo a la razón ya que carecían de la verdad revelada. Esa inclinación es el amor; no solo se necesita la razón y la fe para acceder a la verdad (Dios) sino que además es preciso el Amor, y más concretamente el amor a Dios: es preciso un acto no solo del entendimiento sino de la voluntad; no solo del pensar sino del querer. Este elemento de voluntarismo va a caracterizar al cristianismo de influencia agustiniana frente al intelectualismo de la tradición tomista (de Santo Tomás).
La fe precisa de la razón antes y después de la adhesión de la mente a la verdad revelada: antes, porque la razón ayuda al hombre a presentarle motivos racionales para creer; después, porque una vez aceptada la fe, la razón tiene como cometido esclarecer las verdades reveladas.
La razón necesita de la fe: la razón por sí sola no basta para alcanzar plenamente la verdad, pues es limitada y débil.
El filosofar parte siempre de alguna convicción irracional o prefilosófica. En San Agustín, esta convicción es la fe en un Dios personal. Esta creencia, lejos de ser irracional es, más bien, el punto de partida de la actividad de la razón. Solo creyendo puede el hombre comenzar a desarrollar su capacidad de conocer. La fe proporciona el indispensable comienzo de esa actividad. El acto de fe es un acto de pensamiento imperfecto porque su objeto es aún oscuro, borroso. La función del entendimiento (razón) va a ser la de concebir con más claridad el objeto que viene dado por la fe: entender es aclarar, esclarecer, iluminar, arrojar luz sobre algo (Dios) que no ha puesto la propia razón sino la fe. De este modo se pone de relieve la metáfora de la luz como conocimiento que ya aparecía en Platón y que, en otra forma, estaba presente también en el maniqueísmo.
Teoría del Conocimiento
En primer lugar hay una superación de la duda escéptica: es cierto que puedo equivocarme, pero si me equivoco, existo. El error presupone la existencia del que se equivoca. Aquí se encuentra el antecedente más claro de Descartes y su conocida fórmula “Pienso, luego existo”. San Agustín afirma “Si fallor sum“; si me equivoco, existo.
San Agustín distingue entre varios tipos de conocimiento:
- El conocimiento sensible
- El conocimiento racional inferior
- El conocimiento racional superior
El conocimiento sensible, la sensación, es algo realizado por el alma, siendo los estímulos que provienen del exterior un simple pretexto para que el alma sienta: Se nota aquí la influencia platónica: la impresión de la luz sobre mi retina no es la causa de que yo vea, sino la ocasión para que mi alma produzca en ella misma la visión de un color. El conocimiento sensible solo proporciona doxa, opinión cambiante y sin valor, del mismo modo que las cosas a las que este tipo de conocimiento nos permite acceder.
El conocimiento racional inferior es un conocimiento obtenido por la razón a partir de una actividad inferior. Con él conocemos lo universal y necesario pero que es relativo a lo temporal. Es el conocimiento que llamamos ciencia. Este conocimiento no lo extrae el alma de las cosas exteriores sino que lo saca de sí misma. Hay aquí un elemento de innatismo que anuncia el del racionalismo.
El conocimiento racional superior lo llama San Agustín sabiduría y es, en realidad, el conocimiento filosófico. Versa sobre las verdades universales y necesarias del orden ético y religioso; son verdades eternas e inmutables; mediante el conocimiento racional superior conocemos racionalmente los principios éticos, la existencia y la inmortalidad del alma o la existencia de Dios. Este conocimiento no procede, obviamente, de la sensación, pero tampoco lo extrae el alma de sí misma. Para San Agustín la perfección de tales conocimientos está tan lejos de la imperfección del hombre que no ve otra posibilidad para explicar la posesión de estos conocimientos que recurrir a la actividad de Dios, a una Iluminación que Dios concede graciosamente al alma.
La verdad se encuentra dentro del hombre (tesis de la interioridad de la verdad), no es necesario buscarla en el exterior, en lo sensible, pues los objetos sensibles son inestables. El hombre ha de mirar hacia su interior, hacia su mente y sus contenidos (ideas) para encontrar la verdad.
El alma, al interiorizarse encuentra objetos estables, ideas, que son imágenes de Dios (vestigium dei) huellas que Dios ha dejado en nuestra mente graciosamente, para que podamos comprender sus designios.
Las ideas se descubren en el interior del alma una vez que ésta es iluminada por la mente divina (illuminatio dei): como el ojo necesita la luz, la razón precisa la luz de Dios para captar las ideas puras. La metáfora de la luz recuerda la idea de Platón del Bien como una especie de luz que permite que las ideas sean captadas.
Los objetos del conocimiento inteligible son independientes de la mente que los conoce, del mismo modo que lo que vemos con los ojos es independiente de nuestros sentidos: seguirían estando ahí aunque no los viéramos. Este conjunto de objetos es el mundo inteligible tal y como lo caracterizaba Platón, con la diferencia de que ahora el mundo inteligible está contenido en la mente de Dios. Las ideas de la mente de Dios son los arquetipos de las cosas que vemos.
¿Cómo llega el hombre a lo inteligible si su vida se desarrolla en un mundo sensible? ¿Cómo es posible que el hombre, sometido a lo temporal, pueda encontrar verdades intemporales?
Platón contestaba a estos interrogantes con la teoría de la reminiscencia, en un principio, y con el ascenso dialéctico posteriormente, pero San Agustín no puede aceptar la reminiscencia porque negaría el dogma cristiano de la creación a partir de la nada, ya que afirmaría que el alma humana existe desde siempre.
Tampoco puede aceptar el ascenso dialéctico porque eso implicaría que el hombre puede alcanzar la verdad por sí solo, y Dios mismo sería innecesario: el hombre podría prescindir de Dios para colmar sus ansias de conocimiento, y esto a San Agustín le parece inadmisible.
San Agustín soluciona esto con la teoría de la iluminación: el hecho de que el hombre, que es mudable y contingente pueda acceder a una realidad necesaria e inmutable hace pensar a San Agustín que en el hombre hay algo que lo trasciende, algo que está más allá de lo estrictamente humano: Dios mismo.
Dios está presente en el hombre iluminando la mente humana para que el hombre pueda ver las huellas que también Dios ha dejado en la mente humana en el instante en que la creó. Esta presencia de lo divino en el interior del hombre puede ser percibida o no; el hombre es libre de acercarse o apartarse de esa presencia divina en su interior.
Sin embargo, no está perfectamente claro cómo hay que entender el concepto agustiniano de iluminación. La interpretación más aceptada consiste en afirmar que Dios ilumina las verdades a través de la razón: la iluminación sería una fuerza (virtus) comunicada por Dios a la razón humana que le concede poderes y capacidades que en su estado natural y normal no tiene.
La Creación
San Agustín afirma que el mundo ha tenido un principio en el tiempo. La creación no es fruto de un acto de emanación divina; es decir, Dios ha creado el mundo pero no necesitaba haberlo creado, como afirmaban los necesitaristas. La creación es el resultado de la voluntad de Dios, no el resultado de la existencia de Dios: Dios podía haber decidido no crear el mundo.
El mundo no es eterno ni coeterno con Dios, ya que todo lo que cambia tiene principio y fin. San Agustín distingue entre temporalidad y eternidad, y afirma que solo Dios es eterno. Eterno significa fuera del tiempo, no solamente de duración ilimitada.
El mundo no ha sido creado en el tiempo, sino con el tiempo.
San Agustín dice que el tiempo existe a la vez que el mundo, pero no antes. Dios, a la vez que crea el mundo, crea el tiempo. La temporalidad fue un tema de reflexión agustiniana por excelencia.
Curiosamente, estas ideas acerca del tiempo y el mundo se aproximan bastante a las conclusiones que aceptan hoy los cosmólogos más prestigiosos.
Para San Agustín los seres materiales están compuestos de materia y forma, de acuerdo con la teoría hilemórfica de Aristóteles. Pero lo más interesante es su teoría de las rationes seminales (razones seminales). Según esta teoría, Dios depositó en la materia un conjunto de fuerzas, de semillas, en estado de latencia; semillas que germinan y originan los seres particulares cuando se dan las circunstancias adecuadas. Así, todos los seres naturales están creados desde el principio del mundo, unos en acto, otros en forma potencial, como rationes seminales. San Agustín no es fijista (aquellos que afirmaban que Dios creó simultáneamente todos los seres naturales y que estos están fijados para siempre en el mismo estado; es decir, que desde el primer momento de la creación ya existían los gatos, perros, etc.) sino uno de los pioneros del evolucionismo, aunque nunca pensó que unos seres pudieran dar lugar a otros distintos de ellos mismos.
El Hombre
El hombre es un compuesto de alma y cuerpo, dos sustancias distintas. El alma se sirve del cuerpo. San Agustín hereda la concepción dualista de Platón.
El alma es imago dei (imagen de Dios). El alma es mente, ser racional, memoria de la divinidad. El alma humana sirve de modelo para representarnos la Trinidad: del mismo modo que en el alma humana coexisten en una misma mente la memoria, la inteligencia y la voluntad, en Dios se dan las tres personas.
En el alma hay dos partes:
- La inferior, que se encarga del conocimiento de las verdades sensibles y que constituyen la ciencia.
- La superior, que capta lo inteligible y eterno y que constituye la sabiduría.
San Agustín afirma la libertad humana (libero arbitrio) a pesar de la presciencia divina. El problema de la libertad se plantea del siguiente modo: si Dios es omnisciente (lo sabe todo), entonces es presciente (sabe lo que ocurrirá por adelantado). Si Dios es presciente, entonces sabe cómo actuará en cada caso el hombre; por lo tanto, esto parece chocar con la libertad del hombre.
La solución de San Agustín es afirmar que Dios sabe cómo actuará el hombre en uso de su libertad, sin que la presciencia colisione con la libertad.
Uno de los temas fundamentales de la filosofía agustiniana es el problema del mal y su explicación. El problema consiste en hacer compatibles la bondad divina con la existencia del mal en el mundo. San Agustín distingue entre el mal físico (el dolor y el sufrimiento del cuerpo) y el mal moral (la injusticia). El mal físico es resultado de la limitación de los seres creados, mientras que el mal moral es resultado de la libertad humana. De este modo, se salvaguarda la bondad de Dios.
San Agustín defendió el traducionismo: la concepción de que el alma humana es transmitida de padres a hijos (el alma surge como una rama del árbol). De este modo, se transmite el pecado original de padres a hijos. La existencia del pecado original es central en San Agustín, ya que su existencia hace imprescindible la gracia divina. San Agustín consideraba inaceptable el creacionismo (la teoría que afirmaba que el alma humana era creada por Dios en el momento en que surge un nuevo cuerpo humano en la fecundación) puesto que esta teoría no era compatible con el dogma del pecado original: ¿cómo puede Dios crear almas en pecado, almas imperfectas?
El monje Pelagio afirmaba que el hombre es capaz de salvarse sin la gracia. San Agustín combatió el pelagianismo y subrayó que existen pecados (como el original) que hacen imprescindible el concurso divino (gracia).
Dios
San Agustín demuestra la existencia de Dios con diversos argumentos:
- Por el testimonio de la conciencia universal: todos los pueblos han creído en un Ser Supremo.
- Por el testimonio de la conciencia individual: si buscamos en nuestro interior sentiremos la presencia de Dios (vía interior a la verdad).
- Por el orden del Universo, ya que todo orden implica la existencia de un Ordenador.
Pero su argumento más peculiar y original es el que se basa en la existencia de verdades eternas:
Consideremos la proposición 2+2=4; esta proposición es verdadera y además, el entendimiento humano ve que es así y no puede ser de otra manera: es imposible que cambie; es, en definitiva, una verdad eterna. Pero toda verdad debe tener un fundamento, algo que garantice que ese hecho es así. Ese fundamento no puede venir de las cosas creadas, ya que son cambiantes. Por tanto, el fundamento de las verdades eternas tiene que estar en un ser que sea a su vez inmutable y eterno, es decir, en lo que llamamos Dios.