La Caída del Imperio Colonial Español y el Desastre del 98

El asunto del imperio colonial español y la guerra de 1898 es un fenómeno particular de un proceso más general: la expansión colonial de las potencias europeas tradicionales, como Francia o Inglaterra, a las que se unen otras nuevas, como Estados Unidos y Alemania. El impacto del llamado “desastre del 98” tendrá consecuencias de todo tipo: económicas, sociales, culturales… y todas ellas tendrán que ver con el fenómeno denominado Regeneracionismo.

La política española en Cuba

El Partido Autonomista Cubano decidió apoyar un programa reformista que restase fuerza y apoyos sociales a los independentistas. Se aprobó la abolición de la esclavitud (1888) y que los cubanos tuvieran representación propia en las Cortes. Las propuestas de Cuba autónoma y de reformas del estatuto colonial de Cuba, planteadas por el gabinete liberal, fueron rechazadas por las Cortes.

Las tensiones entre la colonia y la metrópoli aumentaron a raíz de la oposición cubana a los fuertes aranceles proteccionistas que España imponía para dificultar el comercio con EE. UU. El presidente norteamericano McKinley amenazó con cerrar las puertas del mercado estadounidense a los principales productos cubanos si el gobierno español no modificaba la política arancelaria de la isla. En el año 1894, EE. UU. adquiría el 88% de las exportaciones, pero solo se beneficiaba del 37% de sus importaciones.

La Guerra de Cuba y Filipinas

En el año 1892, José Martí fundó el Partido Revolucionario Cubano, protagonista de la revuelta independentista iniciada el 24 de febrero de 1895 (el Grito de Baire).

La insurrección comenzó en la parte oriental de la isla y entre sus dirigentes contó con Antonio Maceo y Máximo Gómez, que consiguieron extender la guerra a la parte occidental de la isla. El gobierno de Cánovas respondió enviando un ejército a Cuba, al frente del cual se hallaba Martínez Campos. Por la falta de éxitos militares, el general Valeriano Weyler llegó a la isla para emplear métodos más contundentes. Por la dificultad de proveer alimentos y asistencia médica, había una elevada mortalidad entre la población civil y los soldados.

Tras el asesinato de Cánovas (agosto de 1897), un nuevo gobierno liberal decidió la estrategia de la conciliación. Relevó a Weyler del mando y concedió a Cuba la autonomía, el sufragio universal, la igualdad de derechos entre insulares y peninsulares, y la autonomía arancelaria. Las reformas tardaron demasiado y los independentistas se negaron a aceptar el fin de las hostilidades.

Coincidiendo con la insurrección cubana, se produjo también la de Filipinas. El principal dirigente, José Rizal, acabó siendo ejecutado, mientras que los insurrectos, que habían fundado un movimiento independentista llamado Katipunan, capitularon en poco tiempo.

La intervención de EE. UU.

En 1898, EE. UU. se decidió a declarar la guerra a España, tras la explosión de un buque americano, el Maine. El 18 de abril, los americanos intervinieron en Cuba y Filipinas, desarrollando una rápida guerra que terminó con la derrota de la escuadra española en Cavite y Santiago.

En diciembre de ese mismo año se firmó la Paz de París, que significó el abandono por parte de España de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, que quedaron bajo la influencia y dominio americano.

Las consecuencias del 98

La derrota de 1898 sumió a la sociedad y a la clase política en un estado de desencanto y frustración. La prensa extranjera presentó a España como una nación moribunda, con un ejército totalmente ineficaz, un sistema político corrupto y unos políticos incompetentes.

Repercusiones económicas y políticas

A pesar de la envergadura del “desastre”, no hubo una gran crisis política como se esperaba. Los viejos políticos conservadores y liberales se adaptaron a la “regeneración” y el régimen mostró capacidad de recuperación.

Tampoco hubo crisis económica, a pesar de la pérdida de los mercados coloniales protegidos y la deuda causada por la guerra. Las estadísticas muestran que en los primeros años del nuevo siglo se produjo una inflación baja, una reducción de la Deuda Pública y una considerable inversión de capitales repatriados. Fue fundamentalmente una crisis moral e ideológica que causó un importante impacto psicológico entre la población.

En los nacionalismos

Los movimientos nacionalistas conocieron una notable expansión, sobre todo en el País Vasco y Cataluña, donde la burguesía industrial comenzó a tomar conciencia de la incapacidad de los partidos dinásticos.

En los intelectuales

La crisis colonial favoreció la aparición de movimientos que criticaron el sistema de la Restauración y propugnaron la necesidad de una regeneración y modernización de la política española.

Tras el 98, surgieron una serie de movimientos regeneracionistas cuyos ideales quedaron ejemplificados en el pensamiento de Joaquín Costa, que quería dejar atrás los mitos de un pasado glorioso, modernizar la economía y la sociedad, y alfabetizar a la población. Defendía la necesidad de organizar a los sectores productivos, que incluyese el desmantelamiento del sistema caciquil y la transparencia electoral.

El desastre dio cohesión a un grupo de intelectuales conocido como la Generación del 98. Todos ellos se caracterizaron por su profundo pesimismo, su crítica frente al atraso peninsular y plantearon una profunda reflexión sobre el sentido de España y su papel en la Historia.

En el ejército y en las clases populares

La derrota militar supuso un importante cambio en la mentalidad de los militares. Esto conllevó el retorno de la injerencia del ejército en la vida política española, convencido de que la derrota había sido culpa de la ineficacia y corrupción de los políticos y del parlamentarismo.

Los cambios políticos después del 98

El gobierno de Sagasta estaba desgastado y desprestigiado. En 1899, la Reina Regente entregó su confianza a un nuevo líder conservador, Francisco Silvela. El nuevo gobierno mostró una cierta voluntad de renovación, dando entrada a algunas figuras ajenas a la política anterior, como Polavieja o Manuel Durán y Bas.

Se inició una política reformista y se impulsó una política presupuestaria que aumentaba los tributos sobre los productos de primera necesidad. Las nuevas cargas fiscales impulsaron una huelga de contribuyentes y los ministros más renovadores acabaron dimitiendo. El gobierno se mantuvo en el poder hasta 1901, año en que María Cristina otorgó el poder a los liberales. El sistema de la Restauración había recibido un duro golpe, pero había sobrevivido casi intacto al desastre.