La Ciencia y los Límites del Conocimiento en Kant
Al igual que con las matemáticas, podemos decir que la física también es ciencia por estar formulada por juicios sintéticos a priori. En realidad, la consideración de que se trata de juicios sintéticos a priori refuerza el hecho de que las matemáticas y la física son ciencias, un faktum (hecho) que Kant asume como establecido por Newton desde la revolución científica.
De lo anteriormente dicho podemos afirmar que Kant encuentra la cientificidad del conocimiento en el propio sujeto, en concreto en la forma que tiene el sujeto de conocer los datos de la experiencia. Pero estas formas del sujeto (las intuiciones puras de espacio y tiempo, y las categorías del entendimiento) necesitan también de la experiencia para producir conocimiento.
Fenómeno y Noúmeno: La Revolución Copernicana
Es decir, solo tenemos conocimiento de lo dado en la experiencia, lo que Kant denomina fenómenos, mientras que nos es negado el conocimiento de lo que está más allá de la experiencia, lo que Kant denomina noúmeno (la “cosa en sí”).
La diferenciación entre fenómeno y noúmeno en Kant es fundamental. El fenómeno es la cosa tal como es conocida por mí (configurada por mis estructuras cognitivas), mientras que el noúmeno es la cosa en sí misma, al margen de mi conocimiento.
Esta diferenciación nos lleva a la revolución copernicana de Kant en filosofía. Él cree que la filosofía, para entrar en el camino seguro del progreso científico, debe hacer lo mismo que hizo Copérnico en astronomía: para explicar los movimientos celestes, entendió que había que partir del supuesto de que era el espectador (y la Tierra) quien giraba, y no los cielos. De manera parecida, Kant cree que solo podemos tener conocimiento universal y necesario (científico) si admitimos que no es el sujeto el que se adapta pasivamente al objeto, sino que es el objeto el que se adapta a las estructuras cognitivas del sujeto para poder ser conocido.
Kant distingue entre lo puesto (por las estructuras del sujeto: espacio, tiempo, categorías) y lo dado (por la experiencia sensible), y de su unión surge el fenómeno, el objeto de conocimiento. Por tanto, no hay conocimiento si no hay un objeto dado por la experiencia, pero este objeto nunca se nos muestra “en sí mismo”, sino siempre filtrado y estructurado por el sujeto. Por eso Kant dice que las cosas, cuando se conocen, se adaptan a nuestro modo de conocer, y esto significa un “giro copernicano” en la teoría del conocimiento.
La Dialéctica Trascendental: Los Límites de la Razón y la Crítica a la Metafísica
Ya hemos visto que Kant demostró cómo las matemáticas y la física son posibles como conocimientos científicos (basados en juicios sintéticos a priori aplicados a la experiencia). Pero, ¿puede serlo la metafísica?
Según Kant, la metafísica tradicional pretendía ser un conjunto de juicios sobre realidades que están más allá de la experiencia (Dios, el alma, el mundo como totalidad). Por tanto, no se puede considerar ciencia, ya que las categorías del entendimiento solo pueden aplicarse legítimamente a los fenómenos (datos de la experiencia). Si se aplican a algo que está más allá de la experiencia (al noúmeno), se obtiene como resultado meras ilusiones trascendentales, no conocimiento.
Por eso, la Dialéctica Trascendental (una parte de la Crítica de la Razón Pura) se centra en la crítica de la Razón por pretender alcanzar el conocimiento de las cosas en sí. Esto supone una diferenciación clara entre la ciencia (conocimiento de fenómenos) y la metafísica (pretensión de conocimiento de noúmenos).
Nuestra Razón, en su tendencia natural a buscar lo incondicionado, intenta aplicar las categorías más allá de la experiencia y cae inevitablemente en ilusiones. Intenta conocer las cosas en sí, pero no alcanza más que Ideas que no tienen un objeto que les corresponda en la experiencia fenoménica. Es decir, en este caso no hay nada que sea “dado” (experiencia) y “lo puesto” son las Ideas de la Razón. Kant identifica tres Ideas principales:
- Idea de Alma (la unidad absoluta e incondicionada de la experiencia interna).
- Idea de Mundo (la unidad absoluta e incondicionada de la experiencia externa).
- Idea de Dios (la unidad absoluta e incondicionada de toda experiencia posible, el fundamento último de la realidad).
La Razón, en este proceso, busca una primera premisa incondicionada de la que todo dependa, pero lo incondicionado no se da en la experiencia y, por tanto, cualquier juicio sobre él no constituye conocimiento científico.
Como conclusión, sabemos que mediante la Dialéctica Trascendental, Kant muestra que no hay conocimiento teórico o especulativo del ámbito nouménico. Por lo tanto, la metafísica tradicional no es posible como ciencia, ya que no se puede formular mediante juicios sintéticos a priori aplicables a la experiencia. De todos modos, Kant considera que la tendencia a la metafísica es consubstancial a la naturaleza humana y que las Ideas de la Razón, aunque no proporcionen conocimiento, tienen un uso regulativo importante y son necesarias para nuestra actuación moral.
La Ética Kantiana: Razón Práctica y Deber
Efectivamente, nuestra Razón no tiene como única meta conocer; también actúa como guía de nuestra conducta. Por esto, Kant distingue entre Razón Teórica (dedicada al conocimiento) y Razón Práctica (orientada a la acción moral).
Estas dos se diferencian entre sí como el plano del ser (lo real, lo que es) y el plano del deber ser (lo ideal, lo que debe ser). La Razón Teórica (plano real) trata de describir cómo es la realidad; la Razón Práctica (plano ideal) pretende establecer cómo debe ser nuestra conducta. Lo real existe en la experiencia; lo ideal solo existe en el pensamiento como regla y dirección para la acción. Lo ideal es el propósito, y la acción moral es el intento de realización de ese propósito. Por eso, la Razón Teórica formula juicios (descriptivos), mientras la Razón Práctica se expresa en imperativos o mandatos (prescriptivos).
Kant va a explicar la moral desde la forma de actuar que la Razón muestra a la voluntad.
Éticas Materiales vs. Ética Formal
Kant es el primero en clasificar las teorías éticas, distinguiendo entre éticas materiales (que tienen en cuenta el contenido o el fin de la acción) y éticas formales (que tienen en cuenta la intención o la forma del mandato moral).
Según él, las éticas anteriores a la suya son materiales; su ética es formal y realiza una crítica a las materiales. En general, decimos que las éticas materiales son aquellas en las que se fija un bien supremo (la felicidad, el placer, la utilidad, la voluntad de Dios) que el individuo debe alcanzar. De manera que se consideran acciones buenas las que nos acercan a ese bien supremo, y malas las que nos distancian. Las éticas materiales tienen un contenido, ya que señalan un bien supremo y establecen unas normas o preceptos concretos destinados a alcanzar ese fin.
Crítica a las Éticas Materiales
Según Kant, estas éticas presentan una serie de problemas que les impiden ser universalmente válidas:
- Son empíricas o a posteriori: Sus preceptos y la definición del bien supremo se basan en la experiencia (qué nos hace felices, qué es útil, etc.), y la experiencia es particular y cambiante, por lo que no pueden fundamentar normas morales universales y necesarias.
- Son hipotéticas: Sus imperativos son siempre condicionales, del tipo “si quieres conseguir X (el bien supremo), entonces debes hacer Y”. No tienen un valor absoluto, sirven como medios para conseguir un fin. Pero si no queremos ese fin (por ejemplo, si no buscamos la felicidad tal como la define esa ética), el imperativo no nos obliga.
- Son heterónomas: La ley moral no surge de la propia Razón del sujeto, sino que viene determinada desde fuera: por el objeto de deseo (el bien supremo), por las inclinaciones naturales, por una autoridad externa (Dios, la sociedad), etc. La voluntad no se da a sí misma la ley, sino que la recibe de algo externo a ella.
Frente a estas éticas materiales, Kant postula una ética formal, vacía de contenido empírico, que no nos dice qué debemos hacer en concreto, sino cómo debemos actuar para que nuestra acción sea moralmente buena. Solo nos indica la forma que debe tener nuestra norma de conducta (máxima) para ser moral.
El Deber y la Buena Voluntad
En toda acción intervienen la Razón y la voluntad. Para Kant, la Razón Práctica tiene que indicarle a la voluntad lo que debe hacer (la ley moral), y cuando la voluntad se somete libremente a sus indicaciones, el resultado es la buena conducta.
En el ser humano, la ley moral dictada por la Razón suele estar en conflicto con sus deseos e inclinaciones sensibles. El ser humano no es puramente racional, sino que también es sensible. Sus acciones están, por un lado, determinadas potencialmente por la Razón (a través de la voluntad), que mediante la ley moral nos indica lo que debemos hacer. Pero, por otro lado, también influyen las inclinaciones (sentimientos, deseos, intereses egoístas).
La voluntad humana está, por tanto, en una tensión constante entre la ley moral racional y las inclinaciones sensibles. Por eso, la ley moral se presenta para nosotros bajo la forma de deber.
Para Kant, actuar moralmente es actuar por deber. El deber es la necesidad de una acción por respeto a la ley moral. Solo actuamos por deber cuando el único motivo de nuestra acción es el cumplimiento de la ley moral misma, y solo en este caso nuestra acción tiene valor moral genuino.
Kant distingue tres tipos de actos en relación con el deber:
- Actos contrarios al deber: Son acciones inmorales (ej. mentir, robar).
- Actos conforme al deber: Son acciones que coinciden externamente con lo que manda el deber, pero se realizan por inclinación, interés o miedo (ej. no robar por miedo al castigo, ayudar a alguien por compasión o para obtener buena fama). Estas acciones son legalmente correctas, pero carecen de valor moral intrínseco para Kant.
- Actos realizados por deber: Son acciones realizadas única y exclusivamente porque se reconoce que es nuestro deber hacerlas, sin ninguna otra motivación de inclinación o interés. Solo estas acciones tienen valor moral genuino (ej. no robar porque es nuestro deber respetar la propiedad ajena, aunque pudiéramos hacerlo impunemente y nos beneficiara).
Una acción no es moral por el fin que persigue o por sus consecuencias, sino por la máxima (el principio subjetivo o intención) que la inspira, es decir, por actuar motivada únicamente por el deber mismo. Lo que define a un acto como moral o inmoral es la voluntad que lo mueve. En palabras de Kant, “Ni en el mundo, ni, en general, tampoco fuera del mundo, es posible pensar nada que pueda considerarse como bueno sin restricción, a no ser tan sólo una buena voluntad“. La buena voluntad es aquella que actúa por deber.
El Imperativo Categórico
Ahora bien, actuar por deber es actuar conforme a la ley moral universal, que la Razón Práctica se da a sí misma. Esta ley adopta la forma de un mandato absoluto, que Kant denomina Imperativo Categórico.
Como ya dijimos, la Razón Práctica se expresa mediante imperativos. Kant diferencia dos tipos:
- Imperativos Hipotéticos: Ordenan una acción como medio para conseguir un fin determinado (ej. “Si quieres aprobar, debes estudiar”). Son condicionales (“si… entonces…”) y son característicos de las éticas materiales. Su obligatoriedad depende de que se quiera el fin.
- Imperativos Categóricos: Mandan una acción de forma absoluta e incondicionada, porque la acción es considerada buena en sí misma, no como medio para alcanzar un fin ulterior. Solo estos son propiamente morales, según la ética formal kantiana. Mandan “Debes hacer X”, sin condiciones.
Kant ofrece varias formulaciones del Imperativo Categórico, siendo la más conocida la Fórmula de la Ley Universal:
“Obra sólo según aquella máxima por la cual puedas querer que al mismo tiempo se convierta en ley universal.”
Esto significa que, antes de actuar, debemos preguntarnos si el principio que guía nuestra acción (nuestra máxima) podría convertirse en una ley válida para todos los seres racionales sin contradicción.
Otras formulaciones importantes son:
- La Fórmula de la Humanidad o del Fin en Sí Mismo:
“Obra de tal modo que uses a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio.”
Esta fórmula subraya la dignidad inherente a todo ser racional, que nunca debe ser instrumentalizado. - La Fórmula de la Autonomía o del Reino de los Fines:
“Obra como si por medio de tus máximas fueras siempre un miembro legislador en un reino universal de fines.”
Esta fórmula destaca que cada ser racional es, a la vez, legislador (al darse a sí mismo la ley moral) y súbdito (al estar sometido a ella) en una comunidad ideal de seres racionales libres y autónomos.
Autonomía de la Voluntad
El Imperativo Categórico es un mandato que se impone a nuestra voluntad. Pero, ¿desde dónde se impone? No desde una autoridad externa, ni desde nuestros deseos, sino desde la propia Razón Práctica del sujeto.
Es decir, la moralidad kantiana se funda en la autonomía de la voluntad: es la propia Razón Práctica la que se da a sí misma la ley moral (el Imperativo Categórico). El ser racional es autónomo porque obedece a la ley que él mismo establece desde su racionalidad.
Kant entiende que cuando las leyes morales se fundan en algo exterior al propio sujeto (Dios, la felicidad, el placer, la autoridad, las inclinaciones), son leyes heterónomas (propias de las éticas materiales). Pero cuando la ley moral emana de la propia Razón del sujeto, es una ley autónoma, característica de la ética formal kantiana.
Esto implica una separación radical entre el ámbito moral (el reino de la libertad y la autonomía) y el ámbito natural (el reino de la causalidad y la necesidad estudiado por la ciencia). En la naturaleza no hay autonomía, sino que todo se somete a las leyes causales necesarias. Por eso, Kant considera que cualquier ética material, al fundamentar la moral en elementos empíricos o externos a la Razón, no presenta una correcta concepción de la moralidad, que debe basarse en la libertad y la autonomía racional.
Los Postulados de la Razón Práctica
En la Crítica de la Razón Pura, Kant deja claro que la metafísica no puede ser una ciencia y, por tanto, no podemos tener conocimiento teórico o especulativo (científico) de la existencia de Dios, de la inmortalidad del alma o de la libertad humana (entendida como una causalidad fuera de la cadena fenoménica).
Esto no quiere decir que podamos afirmar su inexistencia, sino que la Razón Teórica no puede demostrar ni refutar su existencia, porque estos temas trascienden los límites de la experiencia posible.
Sin embargo, Kant argumenta que la libertad, la inmortalidad del alma y la existencia de Dios son temas propios de la Razón Práctica. No son objetos de conocimiento, sino postulados: proposiciones teóricas no demostrables que debemos aceptar como necesariamente supuestas para que la moralidad, tal como la exige nuestra Razón Práctica, tenga sentido y sea realizable.
- La Libertad: Es el postulado fundamental. La moralidad misma (el actuar por deber, la responsabilidad, la imputabilidad) exige que seamos libres. Si estuviésemos completamente determinados por la causalidad natural, como los demás fenómenos, no tendría sentido hablar de deber moral ni de elección. Debemos postular que somos libres para poder actuar moralmente, aunque teóricamente no podamos demostrar esa libertad. La libertad es la ratio essendi (la condición de ser) de la ley moral.
- La Inmortalidad del Alma: La Razón Práctica nos ordena aspirar a la virtud perfecta o santidad, es decir, la perfecta concordancia entre nuestra voluntad y la ley moral. Dado que esta perfección es inalcanzable para un ser finito y sensible en una existencia limitada como la terrena, debemos postular una existencia futura ilimitada (la inmortalidad del alma) donde sea posible un progreso infinito hacia esa meta exigida por la propia ley moral.
- La Existencia de Dios: En el mundo fenoménico observamos una frecuente disconformidad entre el “ser” (la realidad fáctica) y el “deber ser” (la exigencia moral). Concretamente, la virtud (actuar por deber) no garantiza la felicidad en esta vida; a menudo, los virtuosos sufren y los viciosos prosperan. Para que la moralidad no sea un absurdo y para que se realice el “Sumo Bien” (la unión perfecta de virtud y felicidad), debemos postular la existencia de un ser supremo, Dios, como causa moral del mundo, que garantice que aquellos que se hacen dignos de la felicidad por su virtud puedan alcanzarla finalmente, asegurando así la armonía entre moralidad y felicidad.
Estos postulados no amplían nuestro conocimiento teórico, pero dan un soporte necesario a nuestra vida moral, abriendo el horizonte de la Razón más allá de los estrechos límites del conocimiento fenoménico.