Hume: La Crítica a la Idea de Sustancia
Este fragmento pertenece al Tratado de la naturaleza humana de David Hume, una obra clave del empirismo y de la filosofía moderna. En este texto, Hume expone su teoría sobre la idea de sustancia, criticando la noción tradicional de que la sustancia es un soporte subyacente a las cualidades de los objetos. Su argumentación forma parte de su crítica general a las ideas metafísicas que no pueden ser justificadas a partir de la experiencia.
Hume comienza señalando que muchos razonamientos filosóficos tradicionales han girado en torno a la distinción entre sustancia material y sustancia espiritual. La filosofía clásica, desde Aristóteles hasta Descartes, consideraba que los objetos estaban compuestos por una sustancia subyacente que les daba unidad y existencia. Sin embargo, Hume rechaza esta idea y sostiene que lo que llamamos “sustancia” no es más que una colección de impresiones y cualidades percibidas por los sentidos: “non temos unha idea de substancia distinta dunha colección de calidades que afectan substancias”. Es decir, cuando hablamos de un objeto, lo hacemos en función de sus propiedades perceptibles, como su color, peso o textura, pero no tenemos acceso directo a una sustancia que las sustente.
El texto pone un ejemplo claro con el oro. Cuando percibimos el oro, identificamos cualidades como su color amarillo, su peso, su maleabilidad o su solubilidad en aqua regia. Sin embargo, nuestra idea de la sustancia “oro” no es más que la suma de esas cualidades: “unímos as outras calidades que están como se a súa identidade as fixese inseparables”. No tenemos ninguna impresión directa de la sustancia en sí, sino solo de sus atributos sensibles.
Desde un punto de vista filosófico, este fragmento refleja dos características fundamentales del pensamiento de Hume. En primer lugar, su empirismo radical: Hume sostiene que todas nuestras ideas provienen de impresiones sensibles, y si no podemos encontrar una impresión directa de algo, entonces no podemos afirmar su existencia de manera justificada. En este sentido, la idea de sustancia es un concepto vacío, pues no corresponde a ninguna impresión concreta.
En segundo lugar, el texto ilustra la crítica de Hume a la noción de identidad y a la idea de que los objetos poseen una existencia continua e independiente de nuestras percepciones. Según Hume, cuando vemos un objeto en distintos momentos, tendemos a asumir que es el mismo, pero esto no es más que una construcción mental basada en la costumbre y la asociación de ideas. En realidad, solo percibimos una serie de cualidades separadas en el tiempo, sin ninguna garantía de que haya una sustancia subyacente que las mantenga unidas.
Immanuel Kant, profundamente influenciado por Hume, intentó superar su escepticismo proponiendo la idea del yo trascendental o unidad sintética de la apercepción. Kant reconocía que Hume tenía razón al afirmar que no podemos percibir directamente una sustancia, pero argumentaba que la conciencia necesita un principio unificador que estructure la experiencia. Para Kant, la mente no es solo una colección de percepciones aisladas, sino que impone estructuras y categorías (como la causalidad y la sustancia) para dar coherencia a la realidad. Según esta perspectiva, aunque no podamos conocer la sustancia en sí misma, la idea de un sujeto o una realidad subyacente es necesaria para la experiencia.
En conclusión, este fragmento del Tratado de la naturaleza humana representa una de las críticas más radicales de Hume a la metafísica tradicional. Su afirmación de que la sustancia no es más que un conjunto de cualidades percibidas y su negación de cualquier conocimiento que no provenga de la experiencia anticipan muchas de las críticas que desarrollará más tarde la filosofía empirista y positivista. Su análisis pone en cuestión conceptos fundamentales de la tradición filosófica y marca un punto de inflexión en la comprensión moderna del conocimiento y la realidad.
Descartes: La Existencia de Dios y la Duda Metódica
El fragmento de Discurso del Método de René Descartes pertenece a la cuarta parte de la obra, donde el filósofo expone su argumento sobre la existencia de Dios a partir de la idea de perfección. En este pasaje, Descartes reflexiona sobre su propia imperfección, llegando a la conclusión de que, si es capaz de concebir la idea de un ser más perfecto que él mismo, entonces dicho ser debe existir necesariamente. Su razonamiento se inscribe dentro del pensamiento racionalista, donde la razón es la herramienta fundamental para alcanzar la verdad.
El texto comienza con la observación de que la capacidad de dudar es una señal de imperfección: “reflexionando sobre o feito de eu dubidar e que, en consecuencia, o meu ser non era completamente perfecto”. Este punto de partida es característico de su método filosófico, basado en la duda metódica, a través de la cual descarta cualquier creencia que no tenga una base absolutamente firme. Si puede dudar, es porque no posee un conocimiento perfecto, lo que implica que su naturaleza no es completamente perfecta.
A partir de esta constatación, Descartes se pregunta de dónde ha obtenido la idea de un ser más perfecto que él. Para responder a esta cuestión, establece un principio metafísico clave: una idea no puede provenir de la nada ni de algo menos perfecto que lo que ella representa. Así, si su mente alberga la idea de un ser perfecto, este no puede haber surgido de sí mismo ni de algo inferior: “se eles eran verdadeiros, o eran por unhas ideas da miña natureza, en tanto que ela tiña algunha perfección”. La única posibilidad es que tal idea provenga de un ser que posea en sí mismo esa perfección de manera real y no solo como una idea en la mente de un ser imperfecto.
Esta argumentación lleva a Descartes a afirmar la existencia de Dios como ser perfecto, del cual él mismo depende: “era preciso que houbese algún outro máis perfecto, do cal eu dependese, e do que adquirise todo canto eu tiña”. En otras palabras, si el ser humano tuviera en sí mismo la capacidad de existir de manera independiente y autosuficiente, poseería también todas las perfecciones, lo que lo convertiría en Dios. Pero como esto es manifiestamente falso, debe haber un ser superior del que derive su existencia y sus perfecciones.
Descartes concluye así que Dios debe ser infinito, eterno, inmutable, omnisciente y omnipotente. El razonamiento cartesiano en este texto se basa en la causalidad de las ideas: las ideas tienen una causa proporcionada a su contenido, y una idea de un ser absolutamente perfecto no puede proceder de un ser imperfecto. Sin embargo, esta argumentación ha sido criticada por filósofos posteriores, como Kant, quien sostiene que la existencia no es una cualidad que pueda atribuirse a un ser solo por el hecho de concebirlo como perfecto.
A pesar de las críticas, la argumentación de Descartes sigue siendo un hito en la historia de la filosofía y una muestra de su esfuerzo por encontrar fundamentos racionales para la existencia de Dios. John Locke y los empiristas británicos cuestionaron el racionalismo cartesiano, que enfatiza la razón como fuente principal de conocimiento, por considerarlo insuficiente. Según los empiristas, el conocimiento no puede provenir exclusivamente de ideas innatas o de la razón, sino que debe fundamentarse en la experiencia sensorial. Criticaron que Descartes, al desconfiar de los sentidos y la experiencia, desestimara una de las principales fuentes del conocimiento humano. Además, los empiristas consideraron problemática la idea cartesiana de que la existencia del yo (el “pienso, luego existo”) podía establecerse mediante la pura reflexión. Para ellos, la certeza cartesiana carecía de sustento sin la evidencia proporcionada por el mundo sensible.
El Discurso del método es una obra fundacional que revolucionó la filosofía, estableciendo las bases del racionalismo y la modernidad. Sin embargo, también ha sido objeto de críticas por parte de diversas corrientes filosóficas, científicas y sociales. Estas críticas señalan las limitaciones del método cartesiano, su visión reduccionista del “yo”, la separación entre mente y cuerpo, y su intento de fundamentar todo conocimiento en la razón. A pesar de estas objeciones, el impacto de Descartes sigue siendo innegable, y su obra continúa inspirando debates fundamentales en filosofía y ciencia.
En conclusión, este fragmento refleja la manera en que Descartes, a partir de su método de duda, llega a la certeza de la existencia de Dios como un ser perfecto del que depende todo lo que existe. Su argumentación, basada en la idea de perfección y en el principio de causalidad, ha tenido una gran influencia en la filosofía moderna, aunque también ha sido objeto de debate. La reflexión cartesiana busca proporcionar un fundamento sólido no solo para la existencia de Dios, sino también para la propia certeza del conocimiento humano.
Locke: El Origen de la Sociedad Civil y el Liberalismo
El fragmento pertenece a Ensayo sobre el gobierno civil de John Locke, una obra fundamental del pensamiento político moderno y un referente clave del liberalismo. En este pasaje, Locke expone su teoría sobre el origen de la sociedad civil y su incompatibilidad con la monarquía absoluta. Su reflexión gira en torno al paso del estado de naturaleza al estado civil y la necesidad de un poder legislativo basado en el consentimiento de los ciudadanos.
En el §89, Locke explica que una sociedad política o civil surge cuando un grupo de personas decide abandonar su poder individual de ejecutar la ley natural y lo transfieren a una autoridad común: “onde queira que calquera número de persoas se xunten nunha sociedade dispostas a abandonar cada un o seu poder executivo da lei da natureza, e a renunciar a el a favor do poder público”. Este acto de renuncia no significa una pérdida de libertad, sino una transformación de la forma en que se garantiza la justicia y el orden. En el estado de naturaleza, cada individuo es juez y ejecutor de su propio derecho, lo que puede dar lugar a conflictos y abusos. Por ello, Locke considera que los individuos acuerdan delegar su autoridad en un poder público, que estará encargado de dictar leyes y de hacerlas cumplir.
El texto también subraya la importancia del poder legislativo dentro de la sociedad civil, que es el encargado de establecer las normas a las que todos deben someterse. Locke insiste en que debe haber una autoridad reconocida dentro de la comunidad para resolver disputas y reparar injusticias: “E isto pon aos homes fóra do estado de natureza e dentro daquela república [commonwealth], establecendo un xuíz na terra con autoridade”. Esta idea refuerza su concepción de la legitimidad política basada en la existencia de instituciones encargadas de velar por el bien común.
En el §90, Locke argumenta que la monarquía absoluta es incompatible con la sociedad civil, ya que en ella el monarca sigue siendo juez absoluto, lo que mantiene a los súbditos en un estado de naturaleza: “é evidente que a monarquía absoluta […] é de feito incompatible coa sociedade civil”. Si los ciudadanos no pueden apelar a una autoridad superior en caso de injusticia, siguen en la misma situación que en el estado de naturaleza, donde cada persona es juez en su propio caso, lo que Locke considera una fuente de desorden y conflictos.
Por tanto, la monarquía absoluta no resuelve los problemas del estado de naturaleza, sino que los perpetúa, convirtiéndose en una forma ilegítima de gobierno.
Desde un punto de vista filosófico, este texto refleja varias características fundamentales del pensamiento de Locke. En primer lugar, su visión contractualista de la política, en la que la sociedad civil surge de un acuerdo entre los individuos que buscan superar los inconvenientes del estado de naturaleza. A diferencia de Hobbes, que veía el estado de naturaleza como una guerra constante y justificaba un poder absoluto para evitar el caos, Locke defiende una visión más optimista: el estado de naturaleza no es necesariamente violento, pero sí carece de una autoridad imparcial que garantice la justicia de manera efectiva.
En segundo lugar, el texto pone de manifiesto la centralidad del concepto de commonwealth, entendido como una comunidad política basada en la representación y la ley. Locke no solo defiende la separación entre poder legislativo y ejecutivo, sino que también rechaza cualquier forma de gobierno que no permita la participación de los ciudadanos en la elaboración de las leyes.
Karl Marx y los pensadores marxistas criticaron la teoría de Locke sobre el derecho a la propiedad como el fundamento del gobierno civil. Para Marx, la idea de Locke de que la propiedad privada es un derecho natural perpetúa las desigualdades sociales y económicas al legitimar la acumulación de capital en manos de unos pocos. En el capítulo 7, Locke afirma que la protección de la propiedad es una de las razones fundamentales para la creación de un gobierno. Desde una perspectiva marxista, esto convierte al Estado en un instrumento para proteger los intereses de las clases propietarias, ignorando las necesidades de los trabajadores y las clases más pobres.
En conclusión, este fragmento de Locke expone su teoría sobre la transición del estado de naturaleza a la sociedad civil, subrayando la importancia del consentimiento y del poder legislativo como pilares de un gobierno legítimo. Su rechazo de la monarquía absoluta y su defensa de un sistema basado en la ley y en la representación hacen de su pensamiento una de las bases del liberalismo político y de las democracias modernas.