Historia del Teatro Moderno: Del Renacimiento al Teatro del Absurdo

El Renacimiento del Teatro en el Siglo XIX

El final del siglo XIX presenció un renacimiento del teatro en lengua inglesa. Este movimiento buscaba reflejar la vida en todas sus dimensiones y acercarse a la realidad del espectador. Wilde, figura central de los círculos sociales de la época, experimentó en carne propia la rigidez de las costumbres victorianas al ser encarcelado por homosexualidad, experiencia que plasmó en De Profundis. Su obra se caracteriza por su tendencia sentimentalista y costumbrista, abordando temas como la moralidad y las rígidas costumbres victorianas con humor, ironía, brillantez de vocabulario, agilidad en los diálogos e ingenio. Entre sus obras destacan Salomé, un drama bíblico, y Un marido ideal, una comedia burguesa.

La Revolución Teatral del Siglo XX

El siglo XX trajo consigo una ruptura radical con la literatura anterior, incluyendo una revolución teatral que transformó la función del actor, la relación con el público y la importancia del espectáculo sobre el texto. André Antoine buscó la naturalidad y sencillez en la actuación, rompiendo con la “cuarta pared” y permitiendo que el actor interactuara directamente con el público. Por otro lado, Stanislavski desarrolló un método que conjugaba lo físico, emocional e intelectual, buscando la identificación total del actor con el personaje.

El Teatro Simbolista y la Reforma de la Escenografía

El teatro simbolista se caracterizó por reflejar realidades a través de nuevos elementos como la luz y el sonido. Destacan en este movimiento el Teatro del Arte de Paul Fort, Maurice Maeterlinck y Paul Claudel. La escenografía también experimentó una profunda transformación gracias a innovadores como Reinhart, quien introdujo el escenario giratorio y la utilización de varios escenarios simultáneamente; Craig, que incorporó objetos cotidianos al espacio escénico; y Piscator, quien eliminó las barreras entre el público y el actor, abandonó los escenarios pintados en favor de la luz como elemento principal y abogó por la democratización del espacio escénico.

El Teatro de Vanguardia: Del Surrealismo al Expresionismo

El desencanto con la sociedad dio lugar a un teatro que no buscaba reflejar la realidad, sino más bien cuestionarla. Jarry, con su obra de carácter surrealista y absurdo, representa esta corriente. Su obra más importante, Ubu rey, utiliza marionetas para representar la ignorancia y la ambición, criticando el autoritarismo y el abuso de poder a través de la deformación, la abstracción y el humor. Le siguieron Ubu encadenado y Ubu en la colina. Tras la Primera Guerra Mundial, en un contexto de crisis económica y pesimismo en Alemania, surge el expresionismo. Este movimiento buscaba explorar los aspectos más grotescos y violentos de la realidad, con autores como Kaiser y Toller a la cabeza. Sus escenarios y personajes, retorcidos y distorsionados, resaltaban el feismo, lo tenebroso y lo caótico, utilizando un lenguaje entrecortado y cargado de imágenes impactantes.

Teatro de la Crueldad, Teatro Épico y Teatro Existencialista

El teatro de la crueldad, inspirado en El teatro y su doble de Antonin Artaud, buscaba conmover al espectador a través de la destrucción de la realidad, utilizando elementos del teatro oriental para crear un espectáculo total. En contraste, el teatro épico, con Piscator y su Teatro político como máximos exponentes, utilizaba el teatro como herramienta de lucha social, buscando implicar y enseñar al espectador. Brecht, con su oposición al nazismo y su vinculación al marxismo, desarrolló el concepto de “distanciamiento” a través de técnicas como la utilización de la tercera persona y la interacción con el público, buscando un efecto didáctico en sus obras. Sus temas centrales giraban en torno al poder, la guerra y la justicia, como se puede apreciar en Madre Coraje y sus hijos.

La segunda mitad del siglo XX vio surgir el teatro existencialista y el teatro del absurdo, ambos buscando expresar la angustia y desesperación del ser humano. El existencialismo, con Sartre como figura principal, se centraba en las preocupaciones del individuo, como la libertad, la desesperanza, la responsabilidad y la conciencia. Sus obras, llenas de simbolismo e inverosimilitud, exploraban la condición humana en obras como Las moscas, La náusea y A puerta cerrada. Camus, por su parte, se centraba en lo absurdo de la condición humana en obras como Calígula.

El Teatro del Absurdo y las Nuevas Tendencias

El teatro del absurdo, si bien se preocupaba por el individuo, no pretendía ofrecer soluciones. Se caracterizaba por el uso de caricaturas, hipérboles, imágenes oníricas y la concentración de los acontecimientos en un solo acto. Ionesco, a través de su propia experiencia, despojaba a la realidad de sus aspectos más desagradables, convirtiéndolos en un absurdo. Sus obras más destacadas son La cantante calva, La lección, Las sillas, El rinoceronte y El rey se muere. Beckett, por otro lado, exploraba la angustiosa situación de esperar algo o a alguien que nunca llega en Esperando a Godot, obra que refleja sus preocupaciones sobre la incomunicación, la angustia y la falta de significado en la vida. Su lenguaje, reducido a la mínima expresión, y su escenografía esquemática, contribuyen a crear una atmósfera de desolación y absurdo.

En la década de 1950, Coward representaba un teatro burgués, mientras que autores como Osborne, con su obra Mirando hacia atrás con ira, dieron voz a la generación de los “jóvenes airados”. Este movimiento se rebelaba contra el conformismo social, retratando la realidad de la clase obrera con crudeza y pesimismo. Wesker, con La cocina, y Pinter, con La fiesta de cumpleaños, exploraban las relaciones humanas y sus dificultades en un mundo aparentemente absurdo. Finalmente, Stoppard, aunque su inclusión en este movimiento es discutida, muestra una clara influencia del teatro del absurdo en obras como Rosencrantz y Guildenstern han muerto.