Historia del Reinado de Isabel II: De la Regencia a la Revolución de 1868

El Reinado de Isabel II: De la Regencia a la Revolución de 1868

El Problema Sucesorio y las Guerras Carlistas

A finales del reinado de Fernando VII se plantea un pleito dinástico. Felipe V, en 1713, implanta el Auto Acordado con las Cortes, con lo que la sucesión del rey correspondía a su hermano Carlos María Isidro. Fernando VII dicta la Pragmática Sanción de 1830, que permite el reinado de Isabel II y la regencia de su madre María Cristina. Esta decisión se opone a los carlistas, originando las Guerras Carlistas. Don Carlos proclama sus derechos desde Portugal con el Manifiesto de Abrantes y se reconoce como rey en Bilbao y Álava.

El bando carlista estaba formado ideológicamente por los absolutistas más intransigentes, antiguos firmantes del Manifiesto de los Realistas Puros de 1826 y encabezado socialmente por miembros de la nobleza y ultraconservadores de la Administración y del Ejército. El bando isabelino respaldaba los derechos sucesorios de la Infanta Isabel y a la Reina Gobernadora María Cristina, a la que se unieron los sectores más reformistas del absolutismo encabezados por Cea Bermúdez. Internacionalmente, contó con el apoyo de Portugal, Inglaterra y Francia, mientras que los carlistas contaban con la simpatía de los imperios austriaco, prusiano y ruso.

La guerra se dividió en tres fases:

  1. Primera Fase: Dominio carlista hasta su derrota en Bilbao al intentar tomarla para su Estado y la muerte del general Zumalacárregui.
  2. Segunda Fase: Los carlistas avanzan hacia el sur y, sin respaldo entre la población, intentan un pacto con la Regente, fracasando y regresando al Norte.
  3. Tercera Fase: La guerra termina en 1839 con el Convenio de Vergara y la rendición carlista pactada entre Espartero y Maroto, reconociendo un resultado en tablas que significó el fin del absolutismo.

La Regencia de María Cristina y el Estatuto Real

Al principio de la guerra, Martínez de la Rosa, sustituyendo a Cea Bermúdez, promulga el Estatuto Real de 1834, una Carta Otorgada que establecía unas Cortes Bicamerales, con un Estamento de Próceres y un Estamento de Procuradores. El primero formado por miembros de la nobleza, el clero y la burguesía, mientras la segunda cámara era electiva por sufragio censitario restrictivo e indirecto. Se forman Juntas revolucionarias con la exigencia de cambios reales, con lo que Mendizábal se erige como Jefe del Gobierno proponiéndose reformar la Hacienda para afrontar la guerra civil.

La reforma ocurrió con la consecución de créditos del exterior y una desamortización eclesiástica. El Motín de la Granja de 1836 llevó a María Cristina a promulgar la Constitución de 1837 de tipo liberal con importantes concesiones a los moderados. La soberanía era compartida entre rey y Cortes, y define dos cámaras: el Congreso de los Diputados, por elección directa y sufragio censitario, y el Senado, cuyos miembros son elegidos por el rey. Espartero explota su éxito militar y se apodera de la Regencia obligando a renunciar a María Cristina.

La Regencia de Espartero y la Mayoría de Edad de Isabel II

Espartero se convierte en el líder de los progresistas, y los moderados se organizan bajo el mando de Narváez. En su regencia, Espartero lucha con un grupo de moderados que tienen la ayuda de María Cristina, Narváez y O’Donnell (sus enemigos personales), y los sectores progresistas descontentos de su partido. La oposición a Espartero se hace más notable en Cataluña, especialmente por motivos económicos, destacando el general Prim en dicha oposición.

Este descontento llevó a un levantamiento general encabezado por Narváez, que triunfó en 1843, abandonando Espartero España y refugiándose en Inglaterra. Entonces diputados y senadores votaron en las Cortes adelantar la mayoría de edad de Isabel II, de manera que pasa a ser reina de España con 13 años. Isabel II jurará la Constitución de 1837 y se hará cargo del gobierno, en un reinado mediatizado por la influencia de su madre desde París. En las intrigas palaciegas dos personajes se ganaron la confianza de la reina: el padre Claret, su confesor, y Sor Patrocinio, “la monja de las llagas”, que llegaron a ejercer influencia política sobre Isabel II. En 1846, por razones de Estado, se le impuso un matrimonio con su primo Francisco de Asís. Su reinado estuvo caracterizado por el militarismo, bicameralismo y predominio moderado, con algún breve período progresista.

La Década Moderada (1844-1854)

Se afianzó el constitucionalismo, se normalizaron las relaciones con la Iglesia con la firma del Concordato de 1851 y se logra la unificación administrativa. En el juego político, cabían los partidos estrictamente burgueses: los moderados, los progresistas, la Unión Liberal e incluso los demócratas, quedando fuera los republicanos y representando el divorcio entre la España oficial y la España real.

La Década Moderada, con un gobierno en manos de los moderados y dirigido por Narváez, sentó las bases del nuevo Estado y organizó sus principales instituciones. Se lograron grandes hazañas como la creación de la Guardia Civil para defender la propiedad y el orden, la aprobación de una nueva ley de Ayuntamientos o la reorganización de las Diputaciones Provinciales (nombramiento de alcaldes y jefes políticos reservados a la Corona).

El sistema fiscal es reformado y los impuestos quedan clasificados en:

  • Directos: Por actividades industriales y comerciales y la contribución territorial sobre propiedades inmobiliarias urbanas.
  • Indirectos: Sobre transmisión de bienes y “Los consumos”.

Se aprueba la Ley Electoral de 1846 y aparecen el Tribunal Supremo como cúspide de la administración de la Justicia, el Código Civil y el Código Penal. Se configura una Administración funcionarial siguiendo el modelo francés, se firma el Concordato con la Santa Sede normalizando las relaciones con la Iglesia Católica, y se elabora la Constitución de 1845, de carácter moderado.

Esta Constitución establece una soberanía compartida de la Corona con las Cortes. Se proclama la confesionalidad católica del Estado y las cámaras legislativas, aún bicamerales, son ampliadas. Los miembros del Senado, de condición vitalicia, eran nombrados por el Rey y los del Congreso de los Diputados por una pequeña parte de la población. La Corona adquiere el poder para disolver el Congreso y se articula el dominio de la Corona sobre las demás instituciones.

El Bienio Progresista (1854-1856)

En 1846, con el tema del matrimonio de la reina, Narváez dimite, regresando nuevamente hasta su sustitución por Bravo Murillo. Al no ser aceptada su política termina dimitiendo y sucediéndose gobiernos ineficaces que aumentaron la corrupción. Progresistas y demócratas unen sus fuerzas contra un gobierno que en 1853 había disuelto las Cortes y obliga a Isabel II a llamar a Espartero para que forme gobierno, comenzando el Bienio Progresista.

Su origen se debió al alza de los precios del grano y a la radicalización de la tensión política cuando el gobierno se lanzó a una persecución contra la prensa que tomaba la vida íntima de la reina como motivo de protesta. Con el Manifiesto de Manzanares se aludió a un estricto cumplimiento de la Constitución y a una reducción de los impuestos. Finalmente la reina llamó al gobierno a Espartero, que dio a O’Donnell el Ministerio de la Guerra. La coalición entre moderados y progresistas aplicó principios progresistas:

  • La Constitución non nata de 1856, que no pudo ver la luz por la escasa duración del gobierno progresista.
  • La Desamortización de Madoz en 1855.
  • La Ley General de Ferrocarriles.
  • La Ley de Sociedades Bancarias.

Las medidas reformistas no mejoraron las condiciones de vida de las clases populares, lo que generó un clima de grave conflictividad social. El gobierno presentó una Ley de Trabajo con mejoras laborales. Se sucedieron violentos motines en el campo castellano y principales ciudades del país, Espartero dimitió y O’Donnell se encargó del gobierno.

La Unión Liberal y la Crisis Final

Se abre una nueva etapa: el gobierno de los moderados y la Unión Liberal. Narváez sale del gobierno en 1858 ya desgastado, y toma su puesto la Unión Liberal dirigida por O’Donnell, que quería revitalizar la política exterior para que de esa forma las potencias tuvieran que contar con España y que los españoles se olvidasen de sus problemas internos. Se desarrollan así acciones como la expedición a Indochina que logra una indemnización de guerra y las intervenciones en México (sin ningún éxito) y Marruecos, para proteger Ceuta y Melilla e incorporar a España Sidi Ifni.

El gobierno de O’Donnell coincide con un período de prosperidad económica que no podía durar indefinidamente ya que la Unión Liberal carecía de un programa concreto y sus hombres se fueron separando a la hora de enfrentarse a problemas puntuales. O’Donnell acaba cayendo del poder y comienza una nueva crisis en el gobierno isabelino que lleva a la catástrofe. Se volvió al moderantismo a manos de Narváez y no tardaron en aparecer una crisis económica y problemas sociales y políticos. Los primeros síntomas de la crisis aparecen al detenerse las construcciones ferroviarias por el déficit de las empresas ferroviarias y la falta de algodón al caer la producción textil catalana y un descontento político generalizado por la actitud autoritaria de Narváez y O’Donnell mostrada en los sucesos de la noche de San Daniel contra el descontento de los estudiantes y la sublevación de los sargentos del cuartel de San Gil en la que artilleros sublevados trataron de apoderarse de Madrid. Las protestas siguen en aumento y demócratas y progresistas llegan al Pacto de Ostende, comprometiéndose a derrocar a Isabel II. La Revolución del 68 “La Gloriosa” derriba a la reina, que huye a Francia y se inicia una de las etapas de mayor inestabilidad política del siglo XIX, el Sexenio Revolucionario.