Los Primeros Pobladores
Los restos más antiguos hallados en la Península Ibérica están datados en torno a 800.000 años. Atapuerca es el yacimiento más importante y donde han sido hallados los restos más antiguos. La llegada del Homo sapiens tuvo lugar hace unos 40.000 años. El proceso de hominización supone una evolución física, cognitiva y cultural de los diferentes homínidos: Antecessor, Heidelbergensis, Neandertal y Sapiens.
Los primeros pobladores peninsulares eran depredadores y su supervivencia se basaba en la caza, la pesca y la recolección de frutos. Eran nómadas ya que se desplazaban siguiendo a los rebaños de animales o buscando unas condiciones climáticas favorables. Presentaban una organización social colectiva y vivían en pequeños grupos, sin una clara jerarquía social.
La práctica de la agricultura propició el sedentarismo, surgiendo las primeras comunidades estables que con el tiempo darán lugar a una mayor jerarquización social.
La Península Ibérica posee numerosos ejemplos de pinturas rupestres. La mayoría de estas pinturas se concentran en la zona cantábrica destacando Altamira. Se trata de un arte figurativo en el que destacan los animales pintados con una técnica naturalista.
Las Colonizaciones
Las colonizaciones transcurren durante el primer milenio a.C. cuando llegan a las islas Baleares y a las costas levantinas y andaluzas los fenicios, griegos y cartagineses debido a intereses económicos.
Los fenicios fundaron factorías como Malaka o Gades, los griegos colonias como Emporión y los cartagineses tras colonizar Ibiza fundan colonias tan importantes como Cartago Nova. El impacto en los nativos fue muy grande pero apenas traspasó la costa mediterránea y el Valle del Guadalquivir.
Por la zona norte de la península, a través de los pirineos, llegan y se asientan a finales del II milenio los pueblos indoeuropeos. El norte y oeste son las zonas que ocupan, mostrando una economía primitiva basada en una limitada ganadería y agricultura, pero con gran dominio de la metalurgia y un carácter guerrero.
Tartessos fue un pueblo prerromano asentado en las actuales Sevilla, Huelva y Cádiz durante la primera mitad del primer milenio antes de Cristo que destacó por su actividad minera y comercio con los colonizadores mediterráneos. En la segunda mitad la península Ibérica queda dividida en dos culturas: los íberos y los celtas.
La Conquista Romana
La conquista romana de la península ibérica se realizó en diversas etapas, interrumpidas por períodos de inactividad bélica. En la primera etapa lograron dominar la costa mediterránea y el sur peninsular dentro del escenario general de la segunda guerra púnica, una guerra extensa y con distintos etapas y escenarios por el dominio del Mediterráneo occidental entre cartagineses y romanos. En esta primera etapa Roma conquista el Levante arrebatando su dominio a Cartago e implantando con cierta facilidad su cultura en la zona ya que se corresponde con el área Íbera que tenía rasgos culturales semejante a todos los pueblos mediterráneos como la propia Roma.
Durante la última etapa, sometieron a los cántabros y astures en zonas de poco interés económico y de difícil orografía y en las que como curiosidad destaca el mando del propio Augusto, en el contexto de fundación oficial.
La Romanización
Tras la conquista llegó un largo proceso conocido como el de romanización, es decir, la implantación de la organización romana y la difusión de su cultura. Esta fue más intensa al sur y al este del Mediterráneo. Culturalmente destaca la extensión del latín, del derecho romano y su gran legado artístico como el teatro de Mérida y el acueducto de Segovia. En tierras hispanas la religión romana coexistió con la nativa, y más tarde con el culto al emperador, aunque la gran novedad fue la llegada del cristianismo.
La Conquista Visigoda
En el 409 diversos pueblos bárbaros (vándalos, suevos y alanos) penetraron en Hispania sin encontrar resistencia debido al debilitamiento del Imperio Romano. Para frenar este avance, el Imperio autorizó a los visigodos su entrada en la península para controlar el territorio. Así, al desaparecer el Imperio en el 476, el reino visigodo se extendía desde el Loira al Tajo, aunque la presión de los Francos les va a hacer asentarse definitivamente en la península con capital en Toledo (507-711).
Los visigodos llevaron a cabo una importante tarea de homogeneización. La unificación política se realizó en varias etapas, Leovigildo (568-586) acabó con el reino suevo y en el siglo VII Suintila conquistó las últimas posesiones del imperio Bizantino. Religiosamente, Recadero renuncia al arrianismo en favor del catolicismo en el III Concilio de Toledo (598) y jurídicamente se aprobó un único código legal, el Fuero Juzgo (653). Finalmente se estructuró una monarquía por elección. Para el ejercicio de sus funciones el rey contaba con la ayuda del Aula Regia, organismo integrado por miembros de la alta nobleza que daba consejos al monarca, y los concilios de Toledo que a pesar de ser reuniones eclesiásticas que colaboraron con los reyes en tareas legislativas y asuntos de gobierno. Debido al sistema de elección de los monarcas y al surgimiento de una sociedad prefeudal los reyes estuvieron supeditadas al poder de la aristocracia como al de los obispos, siendo muy frecuentes los destronamientos de los monarcas.