El reinado de Carlos IV. La Guerra de la Independencia
El reinado de Carlos IV (1788-1808) estuvo marcado por la crisis del Antiguo Régimen y el inicio de la Guerra de la Independencia. Inicialmente, mantuvo una política continuista con ministros como Floridablanca y Aranda, pero la Revolución Francesa y el ascenso de Napoleón afectaron su gobierno. En 1792, nombró a Manuel Godoy como primer ministro, quien dirigió la política exterior en dos etapas: primero hostilizando a Francia (1793-1795), pero tras la derrota, se alió con ella en 1796, lo que condujo a la Guerra de las Naranjas y la derrota en Trafalgar.
En 1807, el Tratado de Fontainebleau permitió la entrada de tropas francesas, lo que culminó en la crisis del Motín de Aranjuez, la abdicación de Carlos IV en favor de su hijo Fernando VII y las Abdicaciones de Bayona, donde Napoleón cedió la corona a su hermano José Bonaparte. La invasión francesa de 1808 desató la Guerra de la Independencia, que enfrentó a los patriotas y los afrancesados.
La guerra se desarrolló en tres fases: la primera, con victorias como Bailén, y la creación de las Juntas; la segunda, con la ocupación casi total de la península y la resistencia mediante guerrillas; y la tercera, con el declive de Napoleón, culminando en la victoria en Vitoria y la firma del Tratado de Valençay (1813), que restauró a Fernando VII en el trono.
Las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812
Durante la Guerra de la Independencia, las Juntas organizaron la resistencia contra la ocupación francesa, y en 1810, la Junta Central convocó las Cortes de Cádiz. Estas Cortes, con tres grupos principales (liberales, absolutistas y americanos), fueron clave en la creación de la Constitución de 1812, conocida como “La Pepa”. Esta constitución, la primera de España, introdujo reformas liberales como la libertad de imprenta, la abolición de la tortura y la Inquisición, y la igualdad de los ciudadanos ante la ley.
La Constitución de Cádiz estableció la soberanía nacional, la monarquía moderada hereditaria, y la división de poderes: el legislativo (rey y Cortes), el ejecutivo (rey) y el judicial (tribunales). También declaró el catolicismo como la única religión oficial. Aunque la Constitución no pudo implementarse plenamente debido a la guerra y la restauración absolutista en 1814, se convirtió en un referente del liberalismo, promoviendo la libertad individual, la igualdad ante la ley y el libre mercado. Su influencia se extendió a otros países como Portugal, Italia y las repúblicas iberoamericanas.
El reinado de Fernando VII. La cuestión sucesoria
Tras el Tratado de Valençay (1813), Fernando VII recuperó el trono de España, pero su regreso creó tensiones con el sistema liberal instaurado por la Constitución de Cádiz. En 1814, los absolutistas, con el Manifiesto de los Persas, pidieron la restauración del absolutismo, lo que llevó al rey a promulgar el Decreto de Valencia el 4 de mayo, derogando la Constitución de 1812 y reprimiendo a los liberales.
Durante el Trienio Liberal (1820-1823), Fernando VII se vio obligado a aceptar el sistema liberal, jurando la Constitución de 1812. Sin embargo, las divisiones entre liberales moderados y exaltados, junto con las conspiraciones absolutistas, llevaron a la intervención de la Santa Alianza, que restauró el absolutismo en 1823 mediante la expedición de los Cien Mil Hijos de San Luis.
En la Década Ominosa (1823-1833), se derogó nuevamente la Constitución de 1812 y el reinado se caracterizó por las tensiones entre absolutistas reformistas y apostólicos. En 1830, Fernando VII anuló la Ley Sálica con la Pragmática Sanción, permitiendo que su hija Isabel heredara el trono, lo que provocó el conflicto sucesorio con su hermano Carlos María Isidro, que desembocó en las Guerras Carlistas tras la muerte de Fernando VII en 1833.
El proceso de independencia de las colonias americanas. El legado español en América
Durante el reinado de Fernando VII, las colonias americanas comenzaron su proceso de independencia, liderado por la población criolla, que representaba el 10% de la población y luchaba por mayor control político, libertad de comercio y el fin de la discriminación frente a los peninsulares. El proceso se inició con las invasiones napoleónicas, cuando surgieron juntas locales que juraron lealtad a Fernando VII. Sin embargo, en 1810, territorios como Buenos Aires y Venezuela declararon su independencia.
La guerra de emancipación enfrentó a los criollos, apoyados por Inglaterra y Estados Unidos, contra los peninsulares. Con líderes como Simón Bolívar y José de San Martín, las colonias lograron victorias clave, y para 1824, España perdió la mayoría de su imperio, conservando solo Cuba, Puerto Rico y Filipinas.
El legado español en América es vasto: en la política, las nuevas repúblicas adoptaron instituciones españolas; en la economía, se introdujeron cultivos y técnicas mineras que transformaron las actividades agrarias; en la sociedad, el idioma español y el catolicismo se consolidaron, y la jerarquía social se estructuró en base a la élite criolla. En la cultura, el mestizaje y el arte europeo, especialmente el barroco, dejaron una huella duradera en el patrimonio arquitectónico y educativo.
Isabel II: las Regencias. Las guerras carlistas. Grupos políticos, el Estatuto Real de 1834 y la Constitución de 1837
Tras la muerte de Fernando VII en 1833, estalló un conflicto dinástico entre los partidarios de Isabel II (isabelinos) y los de Carlos María Isidro (carlistas), que se convirtió en una lucha ideológica entre liberales y absolutistas. Los carlistas defendían el absolutismo, la religión ultracatólica y los fueros territoriales, apoyados principalmente por las zonas rurales del norte, mientras que los isabelinos buscaban un sistema liberal con el respaldo de la burguesía y las clases medias urbanas. Este conflicto desembocó en tres Guerras Carlistas, siendo la primera la más significativa, con batallas clave como la de Luchana y el Convenio de Vergara en 1839, que puso fin a la guerra.
Durante la regencia de María Cristina (1833-1840), se promulgó el Estatuto Real de 1834, una carta otorgada que limitaba la soberanía nacional, lo que generó descontento entre los liberales. En 1836, tras el pronunciamiento de La Granja, se reinstauró la Constitución de 1812 y se aprobó la Ley de Desamortización de Mendizábal, que expropió bienes eclesiásticos para financiar la guerra. En 1837, se aprobó una nueva Constitución que consolidaba la soberanía nacional, limitaba los poderes del rey y reconocía derechos individuales.
En 1840, María Cristina abdicó y el general Espartero asumió la regencia, consolidando el régimen liberal, aunque sus medidas, como la desamortización del clero y la ley librecambista, provocaron tensiones y su eventual derrocamiento en 1843.
Isabel II: el reinado efectivo. Grupos políticos y constituciones
Durante la minoría de edad de Isabel II, se consolidaron dos grandes corrientes dentro del liberalismo: los moderados y los progresistas. Los moderados, liderados por Narváez, defendían una soberanía compartida entre el rey y las Cortes, con un Senado aristocrático y derechos limitados para los ciudadanos. Sus apoyos procedían de la alta burguesía y los terratenientes. Por otro lado, los progresistas, liderados por Espartero, defendían una monarquía con poderes limitados para el rey y la soberanía nacional, basándose en la Constitución de 1812 y ampliando las libertades individuales.
En la segunda mitad del reinado, surgieron nuevos partidos como el Partido Demócrata, que abogaba por el republicanismo, el sufragio universal y reformas sociales, y la Unión Liberal, fundada por O’Donnell, que buscaba un centro político entre moderados y progresistas. Durante la Década Moderada (1844-1854), Narváez promulgó la Constitución de 1845, que instauró la soberanía compartida y limitó los derechos individuales.
Tras un bienio progresista (1854-1856) con leyes modernizadoras y una nueva Constitución no aprobada, la alternancia entre moderados y la Unión Liberal continuó, pero la crisis económica y social persistió. En 1868, el Pacto de Ostende y un levantamiento militar liderado por Prim culminaron en la Revolución de la Gloriosa, que destronó a Isabel II.
El Sexenio Revolucionario: la Constitución de 1869. Gobierno provisional, reinado de Amadeo de Saboya y Primera República
El Sexenio Revolucionario (1868-1874) fue un periodo de intentos por democratizar España, que comenzó con la Revolución de 1868, derrocando a Isabel II. El Gobierno provisional convocó elecciones y elaboró la Constitución de 1869, la más progresista del siglo XIX, que estableció la soberanía nacional, la monarquía constitucional, la división de poderes, derechos individuales y el sufragio universal masculino. La insurrección cubana, la Tercera Guerra Carlista y la Insurrección Cantonalista marcaron este período, que también enfrentó grandes problemas políticos y sociales.
En 1871, Amadeo I de Saboya fue elegido rey, pero enfrentó varios conflictos, incluido el asesinato de su principal apoyador, el general Prim, y la creación del Partido Alfonsino. Amadeo abdicó en 1873, lo que dio paso a la Primera República, que fue efímera debido a la falta de apoyo popular y conflictos internos. A pesar de sus intentos de reformas sociales, como la abolición del trabajo infantil y la distribución de tierras, la República fracasó, enfrentándose a la oposición de la burguesía, el ejército y la división entre republicanos unitarios y federalistas. En 1874, un golpe de Estado restauró la dinastía borbónica con Alfonso XII.