Historia de Al-Ándalus: Política, Sociedad y Legado Cultural

Evolución Política de Al-Ándalus: Conquista, Emirato y Califato

En el año 711, Tariq desembarcó en Gibraltar y derrotó al rey Don Rodrigo en la Batalla de Guadalete. En cuatro años, los árabes, liderados por el gobernador Musa, ocuparon la mayor parte de la península ibérica y llegaron al sur de Francia, donde fueron detenidos en Poitiers. La conquista fue rápida, ya que la población se rindió ante la promesa de respeto a sus vidas y propiedades. En el 714, la península se convirtió en una provincia del imperio musulmán, Al-Ándalus. Los árabes se asentaron en las ciudades del sur, mientras que los bereberes ocuparon las zonas rurales del interior y las fronteras.

En el año 756, Abd al-Rahman I, de la dinastía Omeya, llegó a la península y estableció el Emirato de Córdoba, independiente de Damasco en términos políticos, aunque reconocía su autoridad religiosa. Durante dos siglos, sus sucesores tuvieron que sofocar rebeliones de árabes, tribus bereberes y mozárabes.

Abd al-Rahman III ascendió al trono y puso fin a las rebeliones. En el año 929, proclamó el Califato de Córdoba. El título de califa le otorgaba tanto el poder político como el religioso. El gran esplendor de Córdoba llegó con Al-Hakam II, su hijo. A finales del siglo X comenzó la decadencia. Hisham II dejó el poder en manos de su visir, Almanzor, quien dirigió numerosas campañas militares (razzias) contra los reinos cristianos del norte.

La crisis del Califato se inició tras la muerte de Almanzor, con el estallido de una crisis política que culminó con su disolución en el año 1031.

Al-Ándalus: La Crisis del Siglo XI. Reinos de Taifas e Imperios Norteafricanos

Entre 1031 y 1090, el territorio de Al-Ándalus se dividió en reinos independientes, conocidos como Reinos de Taifas, dominados por familias árabes, bereberes y eslavas. Estos reinos, de gran prosperidad económica y cultural, eran débiles política y militarmente. La historia de estos veinticuatro reinos fue muy inestable, y la mayoría fueron conquistados por los más poderosos.

Aunque mostraban gran esplendor, con la construcción de palacios como la Aljafería de Zaragoza, su debilidad política y militar les impedía repeler con firmeza los ataques cristianos. Muchos gobernantes prefirieron el pago de tributos (parias) a cambio de treguas, lo que provocó el aumento de impuestos y el descontento popular. Esta política no pudo detener el avance cristiano.

La conquista de Toledo en 1085 por Alfonso VI de Castilla y el avance territorial hasta el río Tajo, motivó que los reyes de Sevilla y Badajoz pidieran ayuda al reino almorávide del norte de África.

Los almorávides (1090-1144) derrotaron a los cristianos en la Batalla de Sagrajas (1086) y reunificaron el territorio andalusí. En pocos años, su dominio entró en crisis y los avances cristianos provocaron una segunda fragmentación en reinos de taifas.

Los almohades (1144-1248) unificaron y pacificaron el territorio nuevamente, pero no pudieron resistir la respuesta cristiana, que los derrotó en la Batalla de las Navas de Tolosa (1212). Solo permaneció el reino nazarí de Granada, que resistió hasta 1492.

Al-Ándalus: Organización Económica y Social

La agricultura era la base de la economía andalusí. La propiedad de la tierra se distribuía entre el Estado, que poseía una quinta parte, y las élites árabes y visigodas. La mayoría de los campesinos eran libres y vivían en un sistema de feudalismo tributario. La producción agraria se basaba en los cultivos mediterráneos tradicionales, y se introdujeron el arroz, el naranjo y se extendió el regadío. Otras actividades primarias importantes fueron la ganadería ovina, la pesca y la cría del gusano de seda.

La economía urbana desarrolló la producción artesanal de orfebrería, cuero, alfarería, textiles de seda y vidrio. El comercio interior de productos artesanales se realizaba en los mismos talleres, y el zabazoque se encargaba de vigilar y perseguir los fraudes. En el comercio exterior se importaban principalmente esclavos, madera y pieles. Adoptaron un sistema monetario basado en el dirhem de plata, y los califas Omeyas añadieron el dinar de oro.

La población árabe prefirió asentarse en las ciudades, dejando las zonas montañosas a los bereberes. La sociedad andalusí fue heterogénea y tolerante. La división social tenía una base religiosa, entre musulmanes y no creyentes. Los musulmanes ocupaban los puestos de gobierno, militares o judiciales, y estaban exentos del pago de tributos. Los mozárabes y los judíos tenían cierta autonomía, aunque pagaban impuestos personales.

Podemos distinguir tres grandes clases económicas: la aristocracia árabe dominante (jassa), los grupos intermedios urbanos (ayan), muchos de ellos muladíes o judíos, y la gran masa de campesinos, trabajadores urbanos y esclavos (amma).

Al-Ándalus: El Legado Cultural

La influencia de la religión en el Islam se extiende a todas las actividades, al pensamiento y a la moral. El planteamiento religioso en Al-Ándalus fue relativamente moderado. El árabe se impuso como lengua oficial y de uso general, aunque mozárabes y muladíes continuaron usando el latín o lenguas romances.

Al principio, la literatura árabe se limitó a una actividad cortesana, practicada por escribas, juristas y altos funcionarios que componían poemas sobre temas paisajísticos y amorosos. Durante el Califato y el periodo de Taifas, la cultura alcanzó su máximo nivel y originalidad. Córdoba se convirtió en un centro cultural de primera magnitud. Los califas atrajeron a filósofos, historiadores y doctores de Oriente y de todo el mundo islámico.

Al-Ándalus aportó grandes intelectuales al mundo medieval, como el jurista y escritor Ibn Hazm, autor de El collar de la paloma; el historiador Ibn Jaldún; filósofos como Avempace o Averroes, quien rescató el pensamiento de Aristóteles. También entre la minoría judía hubo magníficas aportaciones, como las del poeta Ibn Gabirol o el filósofo Maimónides.

En el ámbito científico, destacan los avances en astronomía, medicina y matemáticas. El progreso cultural y científico se debió en parte a la atmósfera de libertad ideológica, aunque hubo periodos de intolerancia religiosa.

La Mezquita y el Palacio en el Arte Hispanomusulmán

Tras la conquista, los árabes ocuparon los edificios civiles y las iglesias visigodas, transformando estas últimas en mezquitas. A finales del siglo VIII, Abd al-Rahman I ordenó construir una mezquita en Córdoba. Durante más de dos siglos, el edificio se amplió en sucesivas fases hasta completar su actual distribución.

Tanto la Mezquita de Córdoba como las construidas en otras ciudades andalusíes se realizaron con elementos del arte romano, bizantino y visigodo. Lo más característico de la Mezquita de Córdoba son los arcos dobles, el superior de herradura, construidos alternando sillares de piedra y ladrillos, lo que crea su particular combinación de colores.

Quedan pocos restos de otras mezquitas, destacando el Patio de los Naranjos de la Catedral de Sevilla y el oratorio de la Aljafería de Zaragoza. Los cristianos destruyeron o reutilizaron la mayor parte de las mezquitas tras la conquista.

En las principales ciudades, hubo edificios suntuosos y ricamente decorados, como los palacios, algunos destruidos por los propios andalusíes y otros por los conquistadores cristianos. Entre ellos, el palacio de Medina Azahara, cuyos restos aún dan una idea del refinamiento constructivo y decorativo del Califato. También se conserva parcialmente la Aljafería de Zaragoza. Pero no queda nada de otros edificios como el palacio almohade de Sevilla.

La excepción es el excepcional complejo de la Alhambra, sede de la corte nazarí. Formado por dos palacios contiguos, el de Comares y el de los Leones, fue conservado por los Reyes Católicos. Su riquísima decoración incluye azulejos, yeserías, bóvedas de mocárabes y juegos de agua, que producen una atmósfera refinada y sensorial, mostrando el grado de distinción que alcanzaron los reyes granadinos.