La Conquista Romana de Hispania
La conquista romana de Hispania se inició en el siglo III a. C. y concluyó, tras un largo y complejo proceso, en el siglo I a. C. Podemos distinguir tres etapas principales:
1ª Etapa: Conquista del Este y Sur Peninsular
El inicio de la conquista se enmarcó en el contexto de la Segunda Guerra Púnica, guerras que enfrentaron a Roma y Cartago por la hegemonía en el Mediterráneo occidental. Los cartagineses tenían asentamientos importantes en el Levante peninsular y desde allí atacaron Roma a través del sur de Francia y los Alpes. Roma contraatacó a fines del siglo III a. C., invadiendo las posesiones cartaginesas en Hispania, y consagró el dominio de Roma sobre el este y el sur peninsular.
2ª Etapa: Conquista del Centro y Oeste Peninsular
Los romanos tuvieron que hacer frente a la resistencia de los pueblos de esta zona. Los mejores ejemplos son las guerras lusitanas (155-136 a. C.), en las que destacó Viriato, líder lusitano, y la resistencia celtíbera en Numancia hasta su rendición en el 133 a. C.
La República romana vivió diversas guerras civiles que llegaron a la península. Las luchas internas de Roma dieron lugar a enfrentamientos bélicos en la península. Un buen ejemplo es el enfrentamiento entre Pompeyo y César.
3ª Etapa: Conquista del Norte Peninsular
El fin de la conquista llegó en tiempos de Augusto, primer emperador romano, con la dominación de galaicos, astures, cántabros y vascones (sierra cántabra). Augusto se encargó de reorganizar la administración del imperio y de impulsar un proceso de urbanización.
El Proceso de Romanización
La romanización es la integración plena de una sociedad determinada, en este caso Hispania, en el conjunto del mundo romano (economía, sociedad, cultura y religión). Por este proceso, los pueblos indígenas fueron asumiendo la cultura romana.
Es un momento clave de la historia cultural de los pueblos de la península. En ella podemos distinguir varios aspectos como: el latín como lengua común, el derecho romano, o la religión politeísta al comienzo y, posteriormente, en el siglo I d. C. el cristianismo se difundió por el imperio y también por Hispania.
Culturalmente llegó a su máxima expansión cuando se extendió la ciudadanía a todos los habitantes libres del imperio.
La tierra pasó a ser propiedad estatal y se generalizó el sistema de villas. La tendencia a extraer metales era necesaria, ya que los romanos tenían que acuñar sus monedas, elemento fundamental para el comercio.
Hispania fue una de las provincias del imperio más romanizadas. Buena prueba de ello fue que varios emperadores nacieron en la península, como Trajano o Adriano.
La cultura romana tuvo un carácter eminentemente práctico y por ello los romanos fueron grandes ingenieros y grandes constructores de obras públicas. En la península podemos destacar ejemplos como el acueducto de Segovia, murallas como las de Lugo o múltiples puentes como el de Alcántara o Mérida.
Además de estas obras públicas, Roma dejó importantes obras artísticas de utilidad pública como arcos, templos, teatros y anfiteatros. La dominación de Roma dejó en Hispania una compleja red urbana ligada por un complejo sistema de calzadas y otras infraestructuras públicas.
La Crisis del Imperio Romano en Hispania
La crisis final del imperio, tras la herejía desencadenada por el obispo de Ávila, el abandono de las ciudades y la subida de precios, la llevarían a cabo las invasiones de los pueblos bárbaros.
A comienzos del siglo V, la península se convirtió en una de las esencias clave de las luchas políticas entre emperadores, usurpadores y caudillos militares. Fue entonces cuando se produjeron las sucesivas oleadas de invasiones. En 409, vándalos, suevos y alanos saquearon y devastaron el territorio hispano. Roma pidió ayuda a los visigodos, con quienes tenía una alianza, y estos consiguieron expulsarlos o arrinconarlos a los otros pueblos invasores. Los visigodos decidieron separar en el 469 Hispania del Imperio de Occidente. En el siglo VI, la mayor parte del pueblo visigodo atravesó el Pirineo y se asentó definitivamente en la península.
La Monarquía Visigoda
Los visigodos asentaron su capital en Toledo, por su estratégica localización central.
Leovigildo, entre los años 569 y 586, fue un auténtico artífice de la unidad política de la península bajo el dominio de los visigodos. Dos pasos posteriores fueron clave en el proceso de integración entre la población visigoda y los hispanorromanos:
- La conversión al cristianismo del rey Recaredo, renunciando al cristianismo arriano, y el pueblo visigodo en el III Concilio de Toledo.
- La publicación del Liber Iudiciorum, código legal para godos y romanos, en el 653.
Tras la unificación, la Iglesia fue adquiriendo un papel relevante en la sociedad visigoda. Los concilios se convirtieron en asambleas legislativas, en las que los obispos ratificaban las decisiones de los reyes y les daban fuerza legal.
Desde el punto de vista cultural, los visigodos dejaron una huella limitada. Lo más notorio son los adornos de las tumbas visigodas del siglo VI.