Contexto histórico y biográfico
La Europa del siglo XIX, en la que vivió Nietzsche, se caracterizó por revoluciones y convulsiones sociales, políticas, filosóficas y científicas. El auge de los nacionalismos, la Revolución Industrial y las revoluciones liberales-burguesas transformaron el mapa y el tejido social europeo. El romanticismo, con su énfasis en la pasión y la tradición, dominó la primera mitad del siglo, mientras que el positivismo, con su enfoque en los hechos de experiencia, prevaleció en la segunda mitad.
En este contexto, Friedrich W. Nietzsche nació en Röcken (Sajonia) en 1844. De constitución enfermiza, pero brillante, Nietzsche tuvo una destacada carrera académica, obteniendo la cátedra de filología clásica en Basilea a los 25 años. Debido a su salud, abandonó la cátedra y se convirtió en un “filósofo errante” hasta su muerte en 1900.
Nietzsche, un espíritu apasionado, inició su camino intelectual admirando a Wagner, pero luego lo criticó por introducir elementos cristianos, chovinistas y antisemitas en su obra. En sus inicios, la filosofía de Schopenhauer, especialmente el concepto de “voluntad de vivir”, influyó en Nietzsche. Sin embargo, el pesimismo de Schopenhauer no fue asumible para Nietzsche, quien creía en la alegría de vivir y en la aceptación de la realidad.
Etapas de su pensamiento
El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música representa su periodo inicial. Posteriormente, influenciado por Voltaire, adoptó una actitud crítica hacia la metafísica, como se ve en La gaya ciencia.
Su etapa de madurez se caracteriza por una crítica a la modernidad y la moral tradicional, destacando obras como Así habló Zaratustra, La genealogía de la moral y El crepúsculo de los ídolos. En esta última, critica a la mujer, el Reich alemán, la filosofía, la moral, el arte y la ciencia. Retoma la figura de Sócrates, a quien considera un decadente y un criminal. La tesis central de la obra es “La razón en la filosofía”.
Nietzsche, como precursor de un camino futuro en la filosofía, influyó en pensadores como Eugen Fink. Se le considera uno de los “filósofos de la sospecha”, junto con Marx y Freud, quienes desenmascararon la falsedad bajo los valores ilustrados de racionalidad y verdad.
La crítica a la metafísica y la afirmación de la vida
La crítica a la metafísica
Nietzsche es el filósofo que más ha reivindicado la vida y la corporeidad, superando el platonismo y el cristianismo, que considera que atacan la vida. El platonismo surge de la no aceptación de la realidad, creando un mundo inteligible objetivado en Dios por el cristianismo. Este mundo, ajeno a la historia y al devenir, se puebla de conceptos supremos que suplantan la vida, como la “verdad” y “Dios”.
Nietzsche denuncia que estos conceptos, vacíos y generales, son creaciones humanas. El lenguaje metafísico nos engaña haciéndonos creer en su existencia. Su labor crítica busca denunciar las trampas del lenguaje y del pensamiento.
El arte y la tragedia
En El nacimiento de la tragedia, Nietzsche explica la cultura griega como la contraposición entre dos instintos: el apolíneo (sueño) y el dionisiaco (embriaguez), representados por Apolo y Dionisos. El instinto apolíneo crea “bellas apariencias”, mientras que el dionisiaco nos hunde en el fondo de las cosas, en un éxtasis orgiástico donde se fusionan placer y dolor, vida y muerte.
El arte griego clásico, con su armonía y proporción, fue un “velo” para ocultar el terror de la existencia. La tragedia ática, con su base dionisiaca, muestra la belleza que surge de la comprensión trágica de la vida.
El “socratismo”, al entronizar la razón, transformó la cultura artística en “cultura científica”, creando una ilusión basada en la negación de lo dionisiaco. El artista trágico, con su espíritu dionisiaco, afirma la vida. Su mundo aparente es “más real” que el mundo verdadero de la filosofía, porque se genera a partir de la transfiguración de la vida, no de su negación.
Lo “dionisiaco” se niega a valorar o condenar la vida, aceptando la inseparabilidad del placer y el dolor, la alegría y el horror, la vida y la muerte. Ama la vida en un acto de afirmación y es la base del arte trágico.
Los sentidos y el cuerpo
Para Nietzsche, los sentidos son esenciales para la percepción. Su vitalismo propone que percibimos el mundo a través de ellos, dándole la razón al empirismo. Considera imposible vivir sin tener en cuenta lo que los sentidos nos dicen. Los sentidos nos muestran una sensibilidad, un vitalismo personal.
Nietzsche cree que los sentidos no engañan, son los únicos instrumentos que captan la realidad cambiante. La razón, en cambio, nos muestra la realidad disfrazada a través de los conceptos. Los filósofos han negado el testimonio de los sentidos, quizás por motivos morales, ya que los sentidos nos conducen al placer.
Nietzsche rechaza el dualismo antropológico de Platón y Descartes, que divide al hombre en cuerpo y alma. Para él, solo existe esta vida, y el alma es tan mortal como el cuerpo. El cuerpo es símbolo de la vida, lo que nos une a la Tierra, por donde fluye la voluntad de poder.
El vitalismo de Nietzsche
Debemos ser cautos al hablar del vitalismo de Nietzsche. Podemos llamarlo vitalista porque su filosofía afirma la vida, pero no debemos confundirlo con otros vitalismos. El vitalismo filosófico entiende la realidad como proceso, heredero de Heráclito. Considera la libertad como esencia del ser humano y la razón como vital o histórica.
El vitalismo tiene dos manifestaciones: una científica, que reacciona contra el mecanicismo materialista, y otra filosófica, que considera la vida como realidad radical. El vitalismo también puede entenderse como una reacción al idealismo alemán.
Nietzsche se alinea con el vitalismo, pero destaca por su energía y pasión al afirmar la vida. Su entusiasmo lo convierte en un espíritu trágico, que asume la destrucción de la cultura europea por haber traicionado la vida al caer en el platonismo y el cristianismo.
La muerte de Dios y el superhombre
Para Nietzsche, ningún concepto metafísico o teológico puede explicar la realidad y la vida. Hay que afirmar la vida y el devenir, lo que solo es posible tras la “muerte de Dios”. Este acontecimiento clave significa que los hombres han dejado de creer en Dios, pero siguen basando sus valores en él.
Nietzsche prefiere el politeísmo griego, cuyos dioses, aunque falsos, son más “verdaderos” porque nos ayudan a vivir. Su filosofía es un sí a la vida sin concesiones. Los hombres deben crear nuevos valores, “trasmutar” los actuales por valores de vida, dando paso al “superhombre”.
El superhombre es una meta para superar el fracaso de los ideales de hombre propuestos. Es una nueva versión de la afirmación trágica que dice sí al devenir, al cambio, al sin sentido. La filosofía de Nietzsche es un vitalismo pasional, dionisiaco, agónico en su defensa de la vida.
La crítica a la filosofía occidental
Nietzsche es un crítico contundente de la filosofía y los valores de la cultura occidental. Su crítica es pasional, poética y heterodoxa. Pretende “dinamitar” la filosofía, señalando las trampas de la razón que esclavizan al hombre.
Nietzsche critica a Sócrates y Platón por cimentar la filosofía en conceptos racionales, igualando el ser con lo estático. Platón, al considerar lo inteligible como único real, posterga el cuerpo y la sensibilidad. El “mundo inteligible” es un intento de huir de la realidad. El cristianismo continúa esta línea, creando un mundo ideal tras la muerte.
Para Nietzsche, las religiones nacen del miedo. El cristianismo impone una “moral de esclavos” basada en el platonismo, que debe ser superada por la “moral de los señores”, que afirman la vida. Critica a Kant, a quien considera “cristiano alevoso”, por su distinción entre noúmeno y fenómeno, que recuerda la distinción platónica entre mundo “verdadero” y “aparente”.
Para Nietzsche, todo desdoblamiento del mundo supone una actitud nihilista ante la vida, síntoma de decadencia. Ir más allá de sí mismo, asimilar lo otro, crear, es propio de una vida ascendente. El artista trágico, con su voluntad de embellecer la realidad, crea una ilusión que estimula a vivir. Frente al filósofo occidental, Nietzsche se decanta por el “artista trágico”, que afirma la vida.