Filosofía de Kant y Marx: Un estudio comparativo

Filosofía de Kant

La búsqueda del conocimiento verdadero

Kant considera que tiene cierta ventaja para definir los conocimientos, puesto que dispone de la ciencia físico-matemática de Newton, que cree que es absolutamente verdadera y que todos los científicos concuerdan (a diferencia de la metafísica). Partiendo de su absoluta certeza, se plantea cómo debe usar la razón para conseguir conocimientos verdaderos. Dice que la física de Newton es un faktum (facto).

Kant divide los juicios en dos, primero resulta conveniente definir el juicio: es un enunciado que pone en conexión un sujeto con un predicado. Kant menciona que toda ciencia es un conjunto de juicios. Los dos juicios que diferencia el filósofo son:

  • Juicios analíticos: Son aquellos en los que el predicado está incluido en el concepto del sujeto (triángulo). Estos juicios son universales y necesarios, no dependen de la experiencia, pero a su vez tampoco aumentan el conocimiento.
  • Juicios sintéticos: Son aquellos en los que el predicado no está incluido en el concepto del sujeto (mesa de madera). Dependen de la experiencia, son particulares y contingentes, pero sí aumentan nuestro conocimiento porque añaden algo más al sujeto.

Pero entonces, ¿qué juicios engloba la física de Newton? Kant resuelve este problema añadiendo los juicios sintéticos a priori, ya que estos principios aumentan nuestro conocimiento y además son independientes de la experiencia.

Estética trascendental

La estética, que trata sobre la percepción, se vincula a las matemáticas porque ambas se basan en las formas a priori de la sensibilidad, como el espacio y el tiempo. Según Kant, el ser humano conoce a través de intuiciones empíricas, que son sensaciones materiales organizadas por las intuiciones puras (espacio y tiempo). Estos no son propiedades externas, sino estructuras mentales que el sujeto impone al percibir el mundo. El espacio y el tiempo son universales y trascienden la subjetividad, ya que son comunes a todos los seres racionales. Las matemáticas, fundamentadas en estas formas a priori, son válidas en todas las culturas y para todos los seres humanos, lo que demuestra que el espacio y el tiempo son también universales.

El conocimiento humano está limitado por las formas a priori de la sensibilidad, que son el espacio y el tiempo. Estas estructuras organizan el caos de sensaciones que recibimos del mundo exterior, lo que nos permite conocer solo los fenómenos, es decir, las cosas tal como se nos aparecen, no como son en sí mismas. La “cosa en sí” o “noúmeno” es incognoscible, ya que no podemos conocerla directamente; lo único que conocemos son los objetos tal como los percibimos a través de las intuiciones empíricas, que han sido organizadas por el espacio y el tiempo. Aunque la realidad en sí es inaccesible, es necesaria para el conocimiento, ya que proporciona la materia sobre la cual las formas a priori ejercen su acción. Sin el objeto en sí, no habría conocimiento, pero lo que podemos conocer siempre está limitado al fenómeno.

El entendimiento y las categorías

En esta segunda parte, Kant explica cómo son posibles los juicios sintéticos a priori en la física, fundamentando la física como una ciencia auténtica. La respuesta que da es que la física se basa en los elementos a priori del entendimiento, los cuales estructuran y organizan los fenómenos sensibles. El entendimiento es la facultad que permite pensar la experiencia, transformando las intuiciones empíricas (las sensaciones) en conceptos. Estos conceptos no provienen de la experiencia, sino que la organizan y estructuran mediante las categorías del entendimiento, que son conceptos puros.

Kant aclara que los conceptos empíricos poseen un contenido material (de las intuiciones) y un elemento formal a priori (de las categorías). Las categorías son las formas a priori que estructuran nuestra forma de pensar y permiten que el fenómeno sensible se convierta en objeto de conocimiento científico. Sin las categorías, los conceptos serían vacíos y las intuiciones serían ciegas.

Para ilustrarlo, Kant menciona la causalidad, que Hume había negado por no basarse en la experiencia sensible. Kant coincide en que la causalidad no se deriva de la experiencia, pero sostiene que es una categoría del entendimiento, impuesta por el sujeto al pensar la experiencia. Esto no la hace subjetiva, sino objetiva, ya que la causalidad, al igual que otras categorías, es común a todos los seres racionales. La validez universal de la física prueba que las categorías son trascendentales y no dependen de la subjetividad, siendo igualmente válidas para todas las culturas y seres humanos.

La metafísica como ciencia

Finalmente, en la última parte de la Crítica de la razón pura, Kant cambia la pregunta y se pregunta si la metafísica puede ser una ciencia auténtica. La respuesta es negativa, ya que la metafísica intenta conocer al yo, al mundo y a Dios, que no son objetos sensibles y no pueden ser objeto de experiencia. Además, busca un conocimiento de estos objetos “en sí mismos”, fuera de la relación con el sujeto, lo cual es imposible. Kant explica que esto lleva a contradicciones y errores lógicos en la historia de la filosofía.

Kant llama al yo, al mundo y a Dios “ideas de la razón” o “ideas trascendentales”. Aunque la metafísica no pueda ser una ciencia, la razón humana tiende a sintetizar y buscar unificación, lo que lleva a los seres humanos a intentar conocer estas ideas. La idea del yo sintetiza todas las vivencias, la idea de mundo abarca todo lo que existe en la naturaleza, y la idea de Dios es la síntesis suprema. Aunque estas ideas son inalcanzables, tienen un valor regulativo, ya que guían el progreso del conocimiento humano.

La razón práctica y la moral

Kant plantea tres preguntas fundamentales: ¿qué puedo saber?, ¿qué debo hacer? y ¿qué me cabe esperar? La razón teórica responde a lo que podemos saber, mientras que la razón práctica regula nuestra conducta, respondiendo a lo que debemos hacer y esperar.

En la Crítica de la razón práctica, Kant examina las condiciones para la acción moral, partiendo del hecho de que existe una ley moral universal en todos los seres humanos. A diferencia de las éticas materiales, como la aristotélica, que buscan la felicidad, Kant propone una ética formal. Esta no establece fines concretos, sino que se enfoca en cómo debemos actuar en general para que nuestras acciones sean moralmente correctas, sin centrarse en la felicidad.

Para Kant, lo único absolutamente bueno es la buena voluntad, que actúa por deber, no por interés personal. La acción moral no tiene como fin la felicidad, sino el cumplimiento del deber. Además, Kant distingue tres tipos de acciones:

  • Contrarias al deber: Actuar en contra de la norma moral.
  • Conforme al deber: Actuar según la norma, pero por motivos egoístas.
  • Por deber: Actuar únicamente porque es lo que debe hacerse, sin otros fines.

La acción moralmente correcta es la que se hace por deber, sin importar el beneficio personal.

El imperativo categórico

El imperativo categórico, según Kant, es la base de la acción moral, que se realiza por deber. A diferencia de los juicios, que afirman lo que es, los imperativos expresan lo que debe hacerse. Existen dos tipos de imperativos: los hipotéticos, que dependen de un fin, y los categóricos, que son absolutos e incondicionados. Para Kant, solo los imperativos categóricos son a priori y universales, ya que no dependen de circunstancias concretas.

El imperativo categórico se expresa de dos formas: primero, actuando según una máxima que pueda ser universalizada sin contradicción; segundo, tratando a la humanidad como fin y no solo como medio. Si una acción no puede ser universalizada sin generar una contradicción o situación imposible, no es moral.

Para Kant, actuar moralmente no significa seguir las leyes del gobierno, sino actuar guiado por la razón, que se considera la “legisladora universal”. La moralidad proviene de la reflexión racional sobre lo que debe hacerse, y el ser humano es autónomo cuando se guía por esta razón, ya que se impone las normas que considera válidas para todos.

Postulados de la razón práctica

Kant, al responder a la pregunta de qué podemos esperar, analiza los postulados de la razón práctica, que son condiciones indispensables pero no demostrables para la existencia de la ley moral universal. Estos postulados son tres: Dios, la inmortalidad y la libertad.

La libertad es esencial para la moral, ya que si el ser humano no pudiera controlar sus actos, no tendría sentido la obligación moral impuesta por la razón. La inmortalidad es necesaria porque el cumplimiento perfecto del deber, en su pureza, no es posible en esta vida; una existencia futura es requerida para alcanzar esa perfección. Finalmente, Dios es necesario para garantizar que el cumplimiento del deber conduzca a la felicidad, ya que la moralidad no está necesariamente vinculada con la felicidad en esta vida. Dios, como ser supremo, asegura que la virtud será recompensada.

Filosofía de Marx

Humanismo y materialismo histórico

Marx critica el humanismo burgués por ser individualista y justificar la explotación capitalista. En contraste, propone un humanismo activo basado en la lucha práctica para crear un ser humano libre de alienaciones. Además, sostiene que la existencia humana es histórica y dialéctica, determinada por sus procesos de producción y desarrollo. Para él, no basta con interpretar el mundo, sino que es necesario transformarlo.

El ser humano se diferencia de otras especies por su capacidad de transformar la naturaleza mediante el trabajo, a través del cual también se transforma a sí mismo. Esta transformación es social, no individual, y se organiza en modos de producción, que determinan cómo se relacionan las personas con los medios de producción y entre sí. A lo largo de la historia han existido cuatro modos de producción: asiático, esclavista, feudal y capitalista. El cambio entre ellos ocurre cuando los avances tecnológicos hacen incompatibles las relaciones de producción existentes, impulsando una nueva organización social del trabajo.

Alienación y modos de producción

A lo largo de la historia, los seres humanos se han dividido en propietarios de los medios de producción y trabajadores a su servicio, lo que ha generado alienación, especialmente en el capitalismo. En este sistema, el obrero está alienado porque el producto de su trabajo no le pertenece, sino al burgués, y se convierte en un instrumento de su explotación. Además, en el proceso de producción, el trabajador es solo un engranaje, lo que lo separa de la naturaleza e impide su realización personal.

Materialismo histórico y dialéctico

El materialismo histórico y el materialismo dialéctico abordan el problema de la realidad desde la perspectiva marxista. Marx interpreta la historia según sus condiciones materiales, aplicando el método dialéctico de Hegel, quien sostiene que todo se desarrolla a través de contradicciones y sigue un proceso de tesis, antítesis y síntesis. Para Hegel, la única realidad es el Absoluto, que se despliega en fases: en sí (indiferenciada), fuera de sí (alienación en la Naturaleza) y en sí y para sí (síntesis, Espíritu Absoluto).

Marx, sin embargo, rechaza el idealismo de Hegel y sostiene que la única realidad es la materia. Su materialismo histórico plantea que la historia es la lucha de clases (propietarios vs. explotados), con el movimiento obrero como su expresión más radical, tendiendo a la revolución socialista. El materialismo dialéctico, desarrollado por Engels, afirma que la materia está en constante cambio siguiendo un proceso dialéctico y que esta ley rige la evolución de la naturaleza, la sociedad y el pensamiento.

Plusvalía e infraestructura

En todas las sociedades divididas en clases, los poseedores de los medios de producción se apropian de los resultados del trabajo ajeno a través de la plusvalía. Según David Ricardo, el beneficio capitalista provenía de la circulación de mercancías, basándose en la libertad económica, donde todos podían abrir negocios y firmar contratos libremente.

Marx, sin embargo, señala que el beneficio capitalista se obtiene al tratar la fuerza de trabajo como mercancía, pagando al obrero un salario inferior al valor de lo que produce. La plusvalía es la diferencia entre el valor de la fuerza de trabajo y las mercancías que genera, siendo esta apropiación el fundamento del beneficio capitalista.

Marx entiende por infraestructura la base económica de la sociedad, que se refiere a las relaciones materiales entre propietarios y explotados, y su vínculo con los medios de producción. Esta infraestructura condiciona las creencias y costumbres, mientras que la superestructura se refiere a las estructuras jurídicas, políticas e ideológicas que legitiman esas relaciones de producción.

La superestructura incluye el Estado, que actúa como una “máquina” de represión para asegurar el control de las clases dominantes, y la ideología, que es un conjunto de ideas y creencias que perpetúan la infraestructura. Para Marx, toda la cultura capitalista es una expresión ideológica que justifica la explotación y alienación de las clases trabajadoras.

Religión y clases sociales

Feuerbach veía la religión como una proyección humana, donde los dioses son cualidades del ser humano. Según él, al eliminar la religión, el ser humano podría recuperar esas cualidades y dejar de estar alienado.

Marx acepta parcialmente esta visión, pero señala que Dios sirve para legitimar la desigualdad social. La religión ofrece consuelo mediante la promesa de un paraíso, ocultando las verdaderas causas del sufrimiento: la explotación. Marx la describe como el “opio del pueblo”, ya que adormece a la clase trabajadora y perpetúa la explotación.

Las clases sociales se definen por las funciones en la producción y la posesión de los medios de producción, no por los ingresos. Existen en oposición, con intereses antagónicos y en lucha constante.

Esta contradicción se da a nivel económico, con lucha sindical en la clase obrera, y a nivel político e ideológico, debido a la dominación del Estado. La clase obrera busca conquistar el poder y destruir el Estado burgués mediante la revolución socialista.

Revolución socialista y sociedad comunista

Marx considera que las revoluciones pasadas fueron parciales y no eliminaron la explotación. La revolución socialista debe ser total, llevada a cabo por el proletariado, una clase universal que representa los intereses de toda la humanidad. Su objetivo principal será abolir la propiedad privada de los medios de producción, eliminando así la explotación y las clases sociales.

La dinámica del capitalismo provoca la acumulación del capital y el empobrecimiento del proletariado, lo que genera una contradicción: los medios de producción se concentran en menos manos mientras aumenta la clase obrera y empeoran sus condiciones. Esta situación lleva al colapso del sistema, cuya única salida es la revolución socialista. Según Marx, el fin del capitalismo y su reemplazo por la sociedad comunista es inevitable, un resultado lógico del proceso histórico, y su destrucción es irreversible.

La sociedad comunista surge tras la abolición de la propiedad privada, pero primero debe instaurarse la dictadura del proletariado, con el objetivo de desarrollar la industria, eliminar los privilegios de la antigua clase dirigente y educar a las masas. Con el tiempo, el Estado proletario desaparecerá, y se alcanzará una sociedad sin clases, donde desaparecen la explotación y la plusvalía, permitiendo la felicidad humana.