Filosofía de Kant y Hume: Conocimiento, Metafísica y Ética

Kant: La Crítica de la Razón Pura y la Posibilidad de la Metafísica como Ciencia

El Idealismo Trascendental: La Concepción Kantiana del Conocimiento

Según Kant, solo se puede conocer si el sujeto posee unas condiciones previas a la experiencia que hacen posible la percepción. Estas condiciones, que pertenecen a la estructura constitutiva de la conciencia, hacen posible todo su funcionamiento. Son las estructuras trascendentales de todo sujeto racional, que nunca se manifiestan a los sentidos ni se dan en la experiencia. Sin embargo, a partir de la experiencia que ellas hacen posible, el pensador puede inferirlas o reconstruirlas. Existen tres clases de elementos trascendentales: sensibilidad, entendimiento y razón. Todos ellos se subordinan al elemento trascendental más básico y profundo: el Yo trascendental.

Los Juicios y la Ciencia

Todo juicio es una relación entre un predicado y un sujeto. Esta relación puede ser sintética o analítica, y puede ser conocida de modo a posteriori o a priori. De esta combinación surgen:

a) Juicios puramente empíricos: Kant los llama sintéticos a posteriori. El predicado aporta información sobre el sujeto y amplía nuestro conocimiento. Constituyen la base empírica de la ciencia y coinciden con las cuestiones de hecho de Hume.

b) Juicios lógicos y de definición nominal o aclarativa: Kant los denomina analíticos. El predicado está incluido en el sujeto y su validez se analiza según su propia composición. Son explicativos, no añaden conocimiento y están sometidos al principio de no contradicción. Todos ellos son a priori y coinciden con las relaciones de ideas de Hume.

c) Juicios sintéticos a priori: Son una novedad de Kant y poseen dos características importantes: aumentan el conocimiento (por ser sintéticos) y son universales y necesarios (por ser a priori).

La Estética Trascendental: El Espacio y el Tiempo

Los juicios sintéticos a posteriori se apoyan en la experiencia empírica, es decir, en los contenidos sensibles que aparecen a través de nuestros órganos sensoriales. En todo juicio de este tipo hay dos factores comunes siempre presentes: espacio y tiempo.

Kant consideró que el espacio y el tiempo son estructuras nuestras, filtros a través de los cuales aprehendemos las cosas del mundo. Toda percepción sensible, todo fenómeno, es el resultado de la actuación de dos elementos:

  • Las sensaciones o materia de sensibilidad que nos aportan los órganos sensoriales.
  • Las formas apriorísticas de la sensibilidad (espacio/tiempo) a las que dicha materia se conforma.

Las sensaciones, al ser tamizadas por las formas a priori de la sensibilidad, se convierten en fenómenos, la realidad tal como la percibimos. Todo lo que pensamos lo pensamos en un espacio y en un tiempo concretos, de los que no tenemos ninguna sensación.

Analítica Trascendental: Las Categorías

Kant afirma que el ámbito de las intuiciones empíricas es el ámbito de la receptividad. Solo con el fenómeno no hay ciencia. No basta con sentir para que haya ciencia, sino que es preciso entender y después pensar. Y solo hay ciencia de lo universal o genérico. Entender es juzgar. Los conceptos del entendimiento son reglas o funciones lógicas que permiten clasificar y ordenar los fenómenos. Hay dos tipos de conceptos:

  • Conceptos empíricos: Solo son posibles gracias a la segunda síntesis que realiza la mente, la imaginación, que reproduce los contenidos pasados similares al contenido presente, posibilitando un concepto común a todos ellos.
  • Conceptos puros o categorías: Son la esencia del entendimiento. No surgen a partir de la experiencia, sino que pertenecen a la estructura racional del sujeto trascendental. Están desde siempre en él y son condición previa de la posibilidad de dicha experiencia, en este caso, del conocimiento.

Kant denomina categorías a los conceptos puros del entendimiento. El conocimiento es una síntesis de intuición (empírico) y categoría (racional). La intuición sin concepto es ciega, y el concepto sin intuición está vacío.

Dialéctica Trascendental: Las Ideas Puras de la Razón

La inmensa multiplicidad de fenómenos ha quedado reducida, gracias al entendimiento, a doce grandes géneros de ordenación, que son así juzgados y pensados. Pero el hombre tiene una tendencia natural unificadora que le hace aspirar a lo incondicionado y produce nuevas ideas al alcanzar síntesis mayores. Estas ideas de la razón especulativa solo nos sirven para ordenar esa experiencia. Para hallar las ideas puras de la razón o ideas trascendentales, Kant se guía por los tipos de silogismo y por lo que cada uno de ellos se basa. Según Kant, los tres tipos de silogismo son:

  • Categórico: En la premisa mayor se afirma categóricamente un predicado de un sujeto. Da lugar a la idea de sujeto pensante, alma, mente.
  • Hipotético: En la premisa mayor se establece una serie entre la condición y lo condicionado. Da lugar a la idea de mundo.
  • Disyuntivo: En la premisa mayor se disyunta entre partes del sistema. Da lugar a la idea de Dios.

Es importante saber que estamos ante tres ideas puras de la razón, cuyo conocimiento es puro.

La Crítica de la Metafísica

Solo es posible el conocimiento de la realidad fenoménica y no de las realidades nouménicas. Kant examina las tres ideas de la razón: yo, el mundo y Dios, que ahora aparecen como ideales de la razón.

A) La razón elabora la idea del mundo suponiendo la existencia de un fundamento de todas nuestras impresiones sensibles, el conjunto de todos los fenómenos. Hay que distinguir entre lo que es en sí y lo que es para mí. Según Kant, solo conocemos lo que es el mundo para el sujeto. Produce antinomias.

B) La razón elabora la idea del alma y del Yo, suponiendo un fundamento de todos nuestros procesos psíquicos, o el sujeto absoluto de todos nuestros juicios. Para Kant, el alma es más bien una magnitud lógica, el sujeto de todos nuestros juicios y nada más; una realidad trascendental. Produce paralogismos.

C) La razón busca un fundamento incondicionado de toda la realidad y elabora la idea de Dios, como unidad absoluta de la totalidad exterior e interior. Las pruebas tradicionales para demostrar la existencia de Dios son inválidas e inadmisibles porque el ser extramundano está totalmente fuera de la serie de fenómenos sensibles.

Siendo todas estas ideas el producto del uso indebido de la razón y estando estas realidades fuera del alcance del conocimiento humano, no es posible una ciencia sobre ellas. Por ello, no es posible la metafísica como ciencia.

La Crítica de la Razón Práctica: La Ética Formal Kantiana

Ley Moral y Nociones del Imperativo

La ética de Kant es una ética formal, porque lo que más le interesa es la “forma” que debe tener el principio cuyo cumplimiento favorece que nuestras acciones sean moralmente correctas. Las normas en las que se basan las éticas materiales son heterónomas, a posteriori (basadas en la experiencia) e hipotéticas. Kant advierte que todas responden a una formulación del tipo: “debes hacer A para conseguir B”.

Kant distingue dos posibles fuentes de determinación de la voluntad o facultad de querer: la sensibilidad (que actúa a posteriori) y la razón. La razón proporciona leyes para nuestros actos que pueden ejercerse de dos modos distintos:

a) Imperativo hipotético: Condicionados por la búsqueda de determinados fines, medios o propósitos, siendo estos el objetivo de la actuación, que en ellos se agota. Deben ser rechazados como principios de moralidad.

b) Imperativo categórico: Son incondicionales y se formulan como máximas absolutas. Representan una acción por sí misma, sin referencia a otro fin, proporcionando universalidad y necesidad. Se pueden sintetizar en la expresión «yo debo». Se puede obrar contra este deber, conforme a este deber pero no por deber, y se puede obrar por deber. Solo el último modo de obrar es moral.

Kant presenta varias formulaciones del imperativo categórico, atendiendo a diversos aspectos:

a) Fórmula de ley universal.

b) Fórmula de fin en sí mismo.

c) Fórmula del reino de los fines.

Consecuencias de la Ética Formal

Una ética formal, acorde con la dignidad de la razón, nos dice solo cómo debe querer la voluntad, no nos dice lo que hemos de hacer, sino cómo hemos de actuar, la forma en que debemos actuar. No serán buenos o malos nuestros actos, sino la forma de actuar de nuestra voluntad: actuar por deber es hacerlo por puro respeto a la ley. Si cumplimos con este imperativo categórico estaremos actuando con buena voluntad y así nuestras acciones serán moralmente correctas. De esta forma, solo hay un bien propiamente moral: la buena voluntad, que actúa por puro respeto a la ley moral. Solo ella se hace digna de la felicidad.

Es una tesis fundamental de Kant sostener que, cuando lo que determina a la voluntad es exclusivamente el principio formal del deber, la voluntad no está sometiéndose a otra ley que a la que ella misma se da. Ahora bien, una voluntad así es una voluntad autónoma. Tal es el principio kantiano de la autonomía de la voluntad.

Kant dice que la autonomía de la voluntad es el fundamento de la dignidad del hombre y de todo ser racional. Ahora bien, la autonomía de la voluntad es la condición sin la cual no podría pensarse al hombre como fin en sí mismo.

Solo si la voluntad es libre y autónoma puede guiarse por un principio formal. Y, viceversa, solo si la voluntad se determina por un principio formal puede ser libre. Libertad y ley moral se condicionan mutuamente. La moral hace patente la existencia de la libertad y de la autonomía moral.

Los Postulados de la Razón Práctica

Aquellos ideales de la razón que en su uso especulativo dan lugar a paralogismos y antinomias, hacen posible el uso práctico de la razón. Los postulados son una exigencia de la razón práctica y preceden a la ley moral.

De la presencia en nosotros de la ley moral en la forma de un imperativo categórico se sigue:

  • En primer lugar, solo si el hombre es libre puede darse leyes morales. Para que el hecho de la moralidad sea posible, debemos pensarnos como libres.
  • En segundo lugar, el imperativo me ordena ser santo, que mi vida entera coincida con la ley moral.
  • La unión de virtud y felicidad solo es concebible bajo el supuesto de una razón suprema, un soberano santo y sabio, autor a un tiempo de la naturaleza y de la ley moral, al que Kant llama “ideal del bien supremo”: Dios.

Pero el cumplimiento de esta esperanza solo nos lo podemos representar en una vida futura. En esta vida, la felicidad no se distribuye proporcionalmente a la virtud. Dios y la vida futura deben ser admitidos, junto con la libertad de la voluntad, como postulados de la razón práctica. Estos postulados no nos permiten conocer esas realidades metafísicas, sino que necesitamos pensarlas como supuestos de la moralidad. Sin ellas, el imperativo moral carecería de sentido al no ser posible su cumplimiento, pero siguen sin ser objeto de conocimiento.

David Hume: La Crítica de la Metafísica Tradicional (Dios, Yo y Mundo)

De la crítica a la idea de causalidad nace la crítica a la idea de sustancia (tres). El problema de la sustancia no es otro que el problema de establecer qué realidades existen. Para Hume, la idea de sustancia es la idea de una realidad subyacente a las impresiones que recibimos y que suponemos proveniente de una realidad existente.

a) La Idea de Dios

La crítica de la causalidad sirvió de apoyo a Hume para su crítica de la posibilidad de conocer la existencia de la “sustancia infinita” en la que creían los racionalistas. Si se entiende a Dios como sustancia divina, nos encontramos ante la imposibilidad de identificar una impresión que valide la idea de Dios. No podemos saber si existe o no existe. Hume extiende su crítica al concepto racionalista de sustancia, al relativo a los cuerpos, sustancias extensas, a las sustancias espirituales, el yo como alma o sustancia pensante.

b) Las Sustancias Espirituales

La idea del Yo es la idea de la existencia del propio sujeto como entidad distinta a sus percepciones. Concebir el yo como una sustancia espiritual equivale a entenderlo como una realidad que subsiste de manera continuada, autoconsciente, idéntica a sí misma y simple; en la que descansan y reciben cohesión los fenómenos psíquicos. La impresión correspondiente a la idea del yo debería tener las mismas características que atribuimos al yo.

Para Hume, la mente, lo mismo que los cuerpos, es una serie de impresiones y de ideas en perpetuo flujo.

La existencia del Yo como sustancia, como sustrato permanente de nuestros actos psíquicos, no puede justificarse apelando a una intuición, ya que solo podemos tener intuiciones de nuestras ideas e impresiones y, por lo que respecta a nosotros mismos, estas se suceden unas a otras sin ser ninguna de ellas permanente.

c) Las Sustancias Corpóreas

El término sustancia no puede ser dado por los sentidos ni provenir de una impresión de reflexión. La idea de sustancia corpórea no está justificada, carece de validez objetiva. Sustancia es una palabra que alude a una colección de ideas simples, nada más. Así, las llamadas sustancias extensas son una mera colección de cualidades particulares de las que tenemos unas correspondientes impresiones. Asociar estas cualidades a un sujeto en el que apoyarse provoca en nosotros la creencia o sentimiento consciente en aceptar esa sustancia; es básicamente el mismo que nos hacía inferir una conexión entre causa y efecto. Se trata también de una especie de instinto natural.

El Escepticismo Moderado de Hume

La postura de Hume, crítica y radical en la aplicación de los principios epistemológicos establecidos por él mismo, lleva a conclusiones escépticas. No podemos saber qué son las cosas, sino que únicamente conocemos lo que a través de las impresiones e ideas se nos manifiesta; es decir, el fenomenismo. No podemos llegar a saber si existen cosas representadas por nuestras impresiones e ideas. La duda escéptica se abre al final de la crítica del conocimiento, y el propio Hume fue consciente de ello.

El fenomenismo de Hume, la realidad reducida al fenómeno y llegada a través de impresiones, da lugar a ideas que son asociadas por la imaginación sin que podamos afirmar, a ciencia cierta, que tales conexiones se produzcan, además de en nuestra mente. No conocemos lo que hay detrás del fenómeno, por tanto, nada podemos decir acerca de la supuesta realidad subyacente, tanto de la realidad externa al propio sujeto como de la propia realidad del sujeto.

El escepticismo, sin embargo, no revistió tintes claramente negativos o pesimistas para Hume. El análisis de las capacidades cognoscitivas le había llevado a dudar de la existencia de realidades sustanciales, pero tenía su lado positivo en cuanto representaba una buena vacuna contra el dogmatismo y el fanatismo intolerante, de tan nefastas consecuencias históricas.

Hume pretende elaborar una ciencia de la naturaleza humana, por tanto, acepta la existencia del hecho científico. Acepta que son hechos, pero que no se pueden justificar, lógicamente, desde el análisis teórico. Se trata de un escepticismo teórico, reducido a este campo. No se puede encontrar ningún fundamento teórico a la pretendida verdad del conocimiento en el mundo de los hechos. Hume pretende hacer una teoría científica de la naturaleza humana como fundamento último del saber, y la conclusión es que no se puede fundamentar definitivamente una teoría científica, por lo que tampoco se puede fundamentar su propia teoría (contradicciones internas de su sistema).

¿Cuál es la salida de Hume a estas contradicciones? Hay ámbitos dentro del conocimiento que no llegan a un grado de certeza plena y absoluta, y sin embargo se pueden llamar conocimientos. Las cuestiones de hecho son susceptibles de conocimiento o de aproximaciones que no son indiferentes, pues cabe argumentar con sentido. No proceden de componentes puramente teóricos. Con la excepción de las matemáticas, no existe ningún ámbito del conocimiento completamente seguro; a lo más, se trata de conocimientos probables. Puedo confiar en que eso va a suceder, pero no ofrece seguridad absoluta porque no tiene necesidad intrínseca.

La clave última de Hume es la naturaleza humana, en la cual la razón es uno de los elementos, pero no el único. La metafísica es imposible como ciencia y las ciencias de la naturaleza solo nos aportan un conocimiento probable.

También es un hecho que nosotros tenemos tendencia natural a asociar causa-efecto; habrá que referir eso a algún componente de la naturaleza humana. Para Hume, ese componente no se debe a la razón, sino a la costumbre, al hábito; pero eso no cambia la duda teórica.

La costumbre explica por qué creemos en la relación causal, pero no la fundamenta. Así encontramos dos ámbitos: el de las certezas absolutas y el de la probabilidad.

A pesar del escepticismo al que conduce, en general, la filosofía de Hume, el filósofo escocés quiso matizar su posición afirmando que este escepticismo teórico no puede conducirnos a un escepticismo práctico. Dice Hume que nuestra naturaleza humana nos inclina constantemente a creer en la existencia de la realidad y del propio Yo, así como a dar por ciertas las regularidades causales y actuar en consecuencia.

Los Principios de la Moral Humana: El Emotivismo Moral

El gran tema de la moral constituye, junto con el problema del conocimiento, la otra gran preocupación de la filosofía de Hume. Son aquellos que tienen que ver con el mundo de las acciones o práctico. En el Tratado distingue entre el mundo de las pasiones y la moral, aunque en Investigaciones los agrupa.

Hume se pregunta acerca de los criterios que determinan nuestra valoración de lo que está bien y de lo que está mal. La moral necesita de un criterio de moral, una norma que nos permita juzgar las acciones como virtuosas o como viciosas.

Hume, en contra del intelectualismo moral, afirma que la razón o entendimiento no puede ni justificar ni impulsar ni impedir nuestro comportamiento. Así pues, lo que desencadena los juicios morales no es la razón, que cumple un papel iniciador y auxiliar del sentimiento.

La tradición racionalista de la filosofía atribuía en exclusiva a la razón la tarea de distinguir entre acciones virtuosas y viciosas en los juicios morales. Si ese fuera el cometido de la razón, pensaba Hume, tendría que ocurrir que la virtud o vicio fueran descubiertos mediante una de las dos operaciones que, a su juicio, puede realizar la mente:

a) La virtud o vicio consistirán en una relación de ideas.

b) Virtud o vicio serían una cuestión de hecho.

Ni la bondad ni la maldad son ningún tipo de relación entre ideas que la razón descubra en las acciones morales.

Para Hume, el fundamento de la moral no consiste en ninguna relación ni en ningún hecho, por lo que los juicios morales no corresponden a la razón. No podemos pasar del “ser” al “deber ser”, puesto que algo sea de una manera no puede implicar que deba ser de esa manera. El conocimiento de los hechos nos proporciona un conocimiento de lo que sucede, pero este no es un conocimiento acerca de si lo que sucede es bueno o malo.

Así, en la vida moral se cuenta con la ayuda de nuestras facultades intelectuales para tener influencia en el alma humana.

La sentencia final que decide si una acción es merecedora de alabanza o de censura depende de un sentimiento natural de aceptación (para lo bueno) o de rechazo (para lo malo). Como el mismo Hume dice, “la moral se siente más que se juzga”. Para Hume, la apreciación moral, la valoración, es la consecuencia más bien del sentimiento de aprobación o reprobación. Se trata de un sentimiento particular de placer y dolor, placer o disgusto. La virtud produce un placer de tipo particular, así como el vicio provoca un dolor de tipo particular. Hume otorgó también un destacado papel al sentimiento de simpatía.

Además, para Hume, todas nuestras acciones están determinadas por una serie de motivos o por nuestro propio carácter; obedecen a unas causas y se derivan de esas causas. Para Hume, solo cabe entender por libertad la ausencia de restricciones para realizar nuestros deseos, pero nunca la ausencia de motivos o causas que determinen nuestras acciones. Dados los motivos y un determinado carácter (manera de ser) se dará necesariamente una determinada acción y no otra. Para Hume, la responsabilidad moral sería una cuestión irresoluble.

La ética de Hume no es exactamente una ética que pudiera clasificarse de “relativista”, pues el filósofo considera que todos los seres humanos tenemos una naturaleza humana común que hace que, por lo general, tengamos las mismas apreciaciones morales, los mismos sentimientos. Es, más bien, una ética “intersubjetiva”.