Immanuel Kant desarrolló su filosofía en su libro Crítica de la razón pura. Con el método crítico descubrió que el propósito de ninguna filosofía es extender nuestros conocimientos del mundo, sino profundizar nuestros conocimientos del hombre. Para ello formula tres preguntas:
- ¿Qué debo saber? Establece los principios y límites desde los cuales y dentro de los cuales es posible el conocimiento científico de la Naturaleza.
- ¿Qué debo hacer? Justifica los principios de acción y las condiciones de la libertad.
- ¿Qué me cabe esperar? El destino último del hombre, las condiciones y posibilidades de su realización.
Todas estas preguntas se resumen en ¿Qué es el hombre? Para Kant, la filosofía es el proyecto total de una clarificación racional al servicio de una humanidad más libre y más justa. Una actividad alejada de la sumisión al pasado y de la tradición, sujeta únicamente al imperio de la razón: una actividad crítica. Lo que Kant considera principio fundamental de la Ilustración.
El Saber
Kant considera lo que han sido las pretensiones de la filosofía clásica como un conjunto de opiniones encontradas y muchas veces irreconciliables en la que se ha avanzando poco y en la que ninguna afirmación o juicio es segura. Aunque no ha ocurrido así en otras ciencias (lógica, matemática…) donde el conocimiento ha alcanzado una perfección que ya no puede aumentarse. La filosofía es un conocimiento incierto porque sus principios jamás pueden ser tomados de la experiencia. Para conocer las características propias del saber, Kant distingue dos juicios:
- Juicios Analíticos: Aquellos que tienen una validez absoluta porque el concepto de predicado está incluido en el sujeto. Estos juicios son absolutamente verdaderos, pero no nos aportan nuevo conocimiento.
- Juicios Sintéticos: Se refieren directamente a la experiencia y amplían nuestro conocimiento. En ellos el predicado no está contenido en el sujeto, estableciendo una nueva conexión entre dos fenómenos o sucesos que antes estaban relacionados.
- Juicios Sintéticos a priori: Es una mezcla intermedia entre los dos juicios anteriores. Son independientes a la experiencia y pueden aportar incremento del conocimiento sobre la experiencia. Esto solo se puede conseguir si el sujeto, independientemente de la experiencia, aporta algo que no sea contingente, si aporta algo válido para todos los sujetos.
Nuestro conocimiento comienza con la experiencia, pero en el orden temporal ningún conocimiento precede a la experiencia. Puede ocurrir que nuestro mismo conocimiento empírico fuera una composición de lo que recibimos mediante las impresiones y de lo que nuestra facultad para conocer produce a partir de sí misma. Kant niega la posibilidad del conocimiento más allá de la experiencia, pero considera que el conocimiento y la experiencia no se identifican. Todo conocimiento es una síntesis de materia y forma, de los dado y de lo que aporta el sujeto. Estas formas no son anteriores a la experiencia, sino independientes de ella, son las condiciones a priori del conocimiento. La metafísica trascendental determina la posibilidad, los principios y la extensión de todos los elementos a priori del conocimiento. Intenta decir algo definitivo sobre las cuestiones últimas de la existencia humana.
Sensibilidad
Lo primero por lo que recibimos noticias de las cosas es en la sensibilidad. Recibimos datos empíricos (no en bruto) que sintetizamos, les damos forma y son las formas a priori de la sensibilidad que no son otras en el espacio y en el tiempo. Espacio y tiempo no pertenecen físicamente al mundo empírico, sino que son estructuras del saber humano. Así lo que sea la realidad en sí misma es algo desconocido para nosotros y son las cosas en sí o noúmenos. Nosotros no podemos ir más allá del fenómeno, de los datos sensibles espacio-temporalmente percibidos. Del noúmeno no se puede hablar puesto que no hay experiencia de ello. Gracias a las formas a priori de la sensibilidad es posible la aritmética y la geometría.
Entendimiento
Se precisa de una síntesis que sea capaz de relacionar los fenómenos que vaya más allá de los meramente dado. Partiendo de los fenómenos como materia, el entendimiento, estructura o informa menos como materia, el entendimiento, estructura o informa la intuiciones mediante categorías de cantidad, cualidad, relación y modalidad. Los conceptos se expresan en juicios. Es lo que nos permite afirmar que un fenómeno es causa de otro, o su cualidad. Esta es la tarea de pensar, la de relacionar los fenómenos o atribuir la dependencia de unos respecto a otros. Los fenómenos pensados se refieren necesariamente a fenómenos experimentados ya que la experiencia es el límite del conocimiento.
Razón
No es posible la metafísica como ciencia porque la aplicación de las categorías más allá de la experiencia da lugar a errores y a ilusiones. La dialéctica trascendental se ocupa de establecer las posibilidades a priori de la razón. La razón quiere saber de lo ilimitado, de lo incondicionado y tiende a hacerse preguntas y formular respuestas acerca de Dios, del alma y del mundo. Pero estas no son realidades dadas en la experiencia, sino límites a lo que el conocimiento tiende, pensamientos que subsumirían en sí todas las condiciones de la experiencia posible, tanto la interna (el alma o yo) como la externa (el mundo) o la del conjunto de ambas, la posibilidad de una última (Dios). Podemos pensar en la totalidad de los fenómenos, pero no podemos conocerlas porque no tenemos ninguna intuición sensible, son incognoscibles. Los conceptos metafísicos no se refieren a objetos sobre los que sea posible un saber científico.
El Obrar
La actividad humana no se limita al conocimiento de las cosas, sino que se extiende también al saber cómo se ha de obrar, siendo este más importante que el primero. La razón pura y la razón práctica son dos facultades distintas. La misma razón posee dos dimensiones o funciones. En el obrar está el cómo deben ser las cosas (ética y moral). La razón teórica formula juicios, la razón práctica formula imperativos, o sea, mandatos y órdenes. No se contenta con decir cómo son las cosas, sino cómo deben ser, lo cual amplía una serie de nuevas consecuencias y nuevos planteamientos. Estamos situados en lo que es la dimensión interior del ser humano, también la dimensión del querer, de la voluntad que dirige las acciones. Frente al mero aceptar de las cosas se impone conducirlas, gobernarlas, decidir sobre lo que puede o no puede ser. Las éticas materiales consideran que existe un bien supremo para el hombre y la conducta será buena o mala, éticamente correcta o incorrecta, según se acerque o se aleje de la consecución de tal supremo. No todas las éticas consideran el mismo fin último (felicidad, placer, progreso…) lo primero en lo que se fija la ética material es un contenido que funciona como soporte básico de las conductas concretas. Esto es problemático porque no todos los seres humanos en una misma época y lugar o en una distinta consideran los mismos deseos y en un supuesto de que fuera así, ¿por qué la elección de “x” deseo como pilar básico? La ética material se sustenta en “si quieres…, debes de…”. El fin último no es algo puramente racional, válido, universal y necesariamente, sino más bien sentimental, dependiente del sentimiento de cada uno. La máxima para obrar está tomada de la experiencia, propias o ajenas. Kant busca un fundamento seguro, a salvo de toda variabilidad y la contingencia de la experiencia humana. Una ética formal estrictamente universal y racional, ha de ser a priori, con imperativos categóricos y autónoma. Tiene que poder obligar sin recurrir a un fin último distinto de la acción misma, no puede depender de la experiencia, cambiante y multiforme. No puede decirnos lo que debemos hacer, lo cual iría en contra de nuestra autonomía, sino que se limita a prescribir firmemente cómo debemos obrar. En este sentido las acciones morales serán aquellas que se ejecuten de un modo totalmente autónomo, sin buscar otro fin (placer, felicidad…). Acciones que se realicen por mero respeto al deber, que se hagan porque se debe y no porque se pretende alcanzar un fin que, aunque podría ser correcto, no sería moral. Kant busca un principio autónomo que provenga de la razón pura, se parte de la no experiencia ni de las tendencias naturales del ser humano, siendo independientes de toda consideración en la que no hace falta un conocimiento especial para alcanzarla.
Imperativo Categórico
“Obra de tal manera que puedas querer al mismo tiempo que tu máxima se torne en ley Universal.”
Para este imperativo hay que suponer la libertad del hombre, ajeno a la causalidad de los fenómenos. El obrar bien no supone la felicidad, pero nos hace suponer que en un lugar y momento se produzca la justicia para quien haya obrado bien, como la inmortalidad del alma y la retribución justa de las buenas acciones (y el castigo para las malas). La obligatoriedad que nos pide la razón de obrar bien nos hace presuponer una entidad superior en la que el bien y la felicidad se identifiquen: Dios. La libertad, la inmortalidad, Dios, son noúmenos y no fenómenos y, aunque no podemos tener una certeza cognoscitiva, podemos tener sobre ellos una fe racional.