Fernando VII: Absolutismo y Liberalismo (1814-1833)
El Retorno al Absolutismo (1814-1820)
En diciembre de 1813, Napoleón firmó el Tratado de Valençay, que permitió a Fernando VII recuperar el trono español. Su regreso planteó el problema de integrar al monarca en el nuevo modelo político definido por la Constitución de Cádiz.
Los liberales, dudando de la buena voluntad del monarca, intentaron asegurar su juramento a la Constitución en Madrid. Paralelamente, los absolutistas vieron en el retorno de Fernando VII la oportunidad de restaurar el Antiguo Régimen. Se organizaron y presentaron al Rey el Manifiesto de los Persas, expresando su apoyo incondicional al absolutismo.
Fernando VII traicionó sus promesas a los liberales. El 4 de mayo de 1814, mediante decreto, declaró nulos los decretos y la Constitución de Cádiz, iniciando una dura represión contra los liberales.
En los meses siguientes, Fernando VII restauró las antiguas instituciones, el régimen señorial y la Inquisición. Tras la derrota de Napoleón, el Congreso de Viena (con la participación de Gran Bretaña, Rusia, Austria y Prusia) y la Santa Alianza garantizaron la restauración del absolutismo en Europa.
A pesar de este contexto, el monarca y su gobierno tuvieron que enfrentar la oposición interna. La burguesía liberal y las clases medias urbanas reclamaban el régimen constitucional, mientras que algunos campesinos se negaban a volver a pagar tributos y rentas.
El Trienio Liberal (1820-1823)
En enero de 1820, el coronel Rafael de Riego, al frente de tropas destinadas a América, se sublevó y proclamó la Constitución de 1812 en Andalucía. La pasividad del ejército, los motines populares y la neutralidad de los campesinos obligaron a Fernando VII a aceptar la Constitución y convertirse en monarca constitucional.
Fernando VII nombró un nuevo gobierno que proclamó la amnistía y convocó elecciones. Las Cortes, con mayoría de diputados liberales, iniciaron una importante obra legislativa:
- Restauración de gran parte de la obra de Cádiz (supresión de mayorazgos, libertad de industria, etc.).
- Abolición del régimen señorial.
- Eliminación del feudalismo en el campo a través de la desamortización, buscando convertir la tierra en mercancía.
- Reforma del sistema fiscal y del código penal.
- Creación de la Milicia Nacional: cuerpo armado de voluntarios de clase media para garantizar el orden y defender la Constitución.
Estas reformas generaron oposición. Fernando VII utilizó su derecho de veto para paralizar leyes y conspiró en secreto buscando el apoyo de la Santa Alianza. La nobleza y el clero animaron revueltas, y los campesinos, aunque liberados del régimen señorial, se convirtieron en arrendatarios que podían ser expulsados si no pagaban.
Surgieron dos corrientes dentro del liberalismo:
- Moderados: Partidarios de reformas prudentes, evitando conflictos con la nobleza, el clero y la burguesía propietaria.
- Exaltados: Defendían la aceleración de las reformas y la confrontación con el monarca, confiando en el apoyo de los sectores liberales.
La Década Ominosa (1823-1833)
El Trienio Liberal terminó con la intervención de la Santa Alianza. Francia envió a los Cien Mil Hijos de San Luis, que en 1823 repusieron a Fernando VII como monarca absoluto.
La principal preocupación del gobierno fue el problema económico. Las dificultades de Hacienda, agravadas por la pérdida de las colonias americanas, obligaron a un estricto control del gasto. El rey aceptó la colaboración del sector moderado de la burguesía.
Esta actitud fue mal vista por el sector más conservador, agrupado en torno a Carlos María Isidro, hermano del rey y su previsible sucesor.
El Conflicto Dinástico y las Guerras Carlistas
El Problema Sucesorio
Fernando VII abolió la Ley Sálica (que impedía reinar a las mujeres) y promulgó la Pragmática Sanción (que lo permitía). Las fluctuaciones en la aplicación de estas leyes, motivadas por la enfermedad del rey, generaron una división:
- Apostólicos (absolutistas radicales): Apoyaban la Ley Sálica y la sucesión de Carlos María Isidro.
- Absolutistas moderados y liberales: Apoyaban la Pragmática Sanción y la sucesión de Isabel II (hija de Fernando VII), representada por su madre, la regente María Cristina de Borbón.
Carlos María Isidro fue exiliado, dando inicio a las guerras carlistas (una guerra civil).
La Primera Guerra Carlista (1833-1840)
Tras la muerte de Fernando VII en 1833, los absolutistas (carlistas) se negaron a aceptar a Isabel II y proclamaron rey a Carlos María Isidro. La guerra se libró principalmente en el País Vasco.
El carlismo, tradicionalista y antiliberal, agrupó a parte de la nobleza rural, clero y campesinos del País Vasco, Navarra y el Maestrazgo, defensores de los fueros. Su lema era “Dios, Patria y Fueros”.
María Cristina contó con el apoyo de la nobleza latifundista, la jerarquía eclesiástica y las clases medias fieles a Fernando VII. Pactó con el liberalismo moderado para lograr reformas.
Etapas de la Primera Guerra Carlista:
- 1ª Etapa (1833-1835): Dominio carlista, con Carlos proclamándose rey y el asedio de Bilbao. Los carlistas usaron tácticas de guerrilla. La muerte de su estratega, Zumalacárregui, marcó el inicio de la reacción liberal.
- 2ª Etapa (1835-1837): Apoyo internacional a ambos bandos (potencias absolutistas a Carlos; potencias liberales a María Cristina). El general liberal Espartero levantó el sitio de Bilbao.
- 3ª Etapa (1837-1839): División ideológica del carlismo. Surgieron los transaccionistas (partidarios de un acuerdo con los liberales) y los intransigentes (radicales que querían continuar la guerra). El general Maroto (transaccionista) firmó el Convenio de Vergara (1839) con Espartero, acordando mantener los fueros vascos y navarros e integrar a los militares carlistas en el ejército real.