Exploración del Arte Egipcio: Escultura, Relieve y Pintura

El Arte Egipcio: Escultura, Relieve y Pintura

La Escultura de Bulto Redondo

Gran parte de estas esculturas se concibieron como esculturas-bloque, trabajadas en cuatro planos. El modelado muestra el gusto egipcio por las formas esenciales y los volúmenes puros, tratados siempre con suma exquisitez y sutileza. En muchos casos fue frecuente el uso de la policromía y también de la pasta vítrea o la resina para rellenar los ojos y otorgar mayor realismo al rostro. En el Imperio Antiguo (2700-2250 a.C.) la escultura alcanzó gran perfección. Los rostros son retratos de gran naturalidad, llenos de vida. De la IV dinastía las mejores muestras son: la estatua funeraria sedente del faraón Kefren, las del faraón Micerinos y su esposa, las llamadas tríadas de Micerinos, entre la diosa Hator y la diosa protectora del nomo, y las estatuas sedentes de Raotep y su esposa Nofret, doble retrato, en caliza policromada. La Gran Esfinge de Giza de 20 metros tiene el rostro del faraón Kefren. De la V dinastía son: el Escriba Sentado del Museo del Louvre, en piedra caliza policromada, con ojos de cristal, que aparece en actitud de escribir con el punzón sobre el papiro, y la del Sheik el Beled, “el alcalde del pueblo”, probablemente un sacerdote, con pupilas incrustadas. Ambos son personajes privados de gran realismo. Las normas rígidas impuestas a las figuras de las clases sociales elevadas se relajaban o incluso desaparecían en los usebti, pequeñas figuras de tierra cocida, piedra o madera policromada de sirvientes realizando las más variadas tareas -lavanderas, soldados, etc.- que se colocaban en las tumbas para que sirvieran al difunto en el más allá. Del Imperio Medio (2050-1800 a.C.) son los Colosos de Memnón y estatuas de los faraones Sesostris III y Amenofis III, abundan las estatuas-cubo, en piedras duras. En el Imperio Nuevo (1580-1070 a.C.) se produjo una renovación artística durante el reinado del faraón Amenofis IV o Akenatón de la XVIII dinastía (1352-1305 a.C.) que llevó a cabo una revolución monoteísta en su nueva capital, Tell el Amarna. El estilo de este periodo es muy realista; los rasgos físicos se presentan con todo detalle, sin disimular los defectos, como en la estatua del rey con vientre y cabeza deformes y en el busto de Nefertiti, su esposa, encontrado en el taller del escultor Tutmosis, en caliza policromada, de una belleza exquisita y gran elegancia, que se halla en el Museo de Berlín. A la muerte de Akenatón se vuelve a los cánones clásicos, con una cierta idealización de las figuras.

La Escultura en Relieve

Las primeras manifestaciones en el Egipto predinástico son las paletas votivas como las de Narmer, en piedra, con relieves dispuestos en fajas superpuestas en las que aparece el faraón aplastando a sus enemigos. Generalmente son bajorrelieves y relieves rehundidos policromados, de extraordinaria calidad, que decoraban las paredes de las tumbas de personajes importantes y representaban escenas de la vida cotidiana del difunto o bien servían para decorar las fachadas y el interior de los templos contando historias de la vida de los dioses o escenas conmemorativas de las campañas militares del faraón. Son muy importantes los de Ramsés II del Imperio Nuevo. Todos ellos están sometidos a convencionalismos y reglas fijas, como la ley de la frontalidad, y se ordenan en registros, acompañándolas frecuentemente con escrituras jeroglíficas. La excepción son los relieves familiares que representan a Akenatón y Nefertiti en los que aparecen ambos en gran intimidad y realismo.

La Pintura Egipcia

Tiene también, en su mayor parte, un sentido funerario. La vida de ultratumba se concebía como una continuidad de la vida terrena, era preciso reflejar en los muros de los sepulcros el tipo de vida que tuvo el difunto en este mundo, para que se perpetuara en el más allá. No obstante, la propia función de la pintura, destinada a la eternidad, hacía necesario establecer unos modelos de representación de la realidad que fueran inmutables, eternos. Estos modelos eran inspirados por el poder político y el clero y los pintores los aprendían en los talleres, de manera que las pinturas no eran fruto de la creatividad del artista o de su interpretación personal, sino el resultado de aplicar unas normas de representación convencionales y preestablecidas. El modelo básico era el ser humano, pero concebido por la plástica egipcia como el resultado de dos proyecciones: la de perfil y la frontal. Así, el rostro, las piernas y el pie se representan de perfil, mientras que los hombros y la parte superior del tronco son vistos de frente, la pelvis en escorzo de tres cuartos y el ojo, fuente expresiva, de frente. Este principio regidor de las representaciones se ha denominado “ley de la frontalidad”. Este convencionalismo se refleja no solo en la manera de representar los cuerpos, los objetos o los lugares, sino también sobre la superficie mural, en la forma de distribuir las figuras o las escenas y en la concepción del espacio. Aunque hubo pintura sobre papiro, el gran desarrollo pictórico fue sobre el muro. En primer lugar, y para que la pintura se fijara mejor, el soporte mural se preparaba con una fina capa de yeso y después se aplicaba un fondo neutro y uniforme –grisáceo, ocre o blanco–. La composición se disponía en registros horizontales o bandas superpuestas. Generalmente se partía de un boceto realizado sirviéndose de una cuadrícula que permitía reproducir los modelos. Los pintores egipcios concedían gran importancia expresiva al dibujo, claramente delimitado y silueteado por la línea. Su técnica pictórica era semejante al temple, obteniendo los pigmentos de minerales y utilizando como adherente cola, clara de huevo y goma arábiga. Los colores –planos, sin volumen– eran brillantes y expresivos y su uso también se vio afectado por algunos convencionalismos. Así, la piel del hombre se pintaba morena y la de la mujer más clara; los ojos perfilados en negro… Las figuras aparecen en un solo plano. Aunque se usa el recurso de la repetición de perfil, sugiriendo la superposición de una figura sobre otra para crear la sensación de que hay varios planos. Los temas nos ofrecen, por un lado, una iconografía de carácter puramente funerario y, por otro, un variadísimo y alegre testimonio de escenas relacionadas con la vida cotidiana.