Evolución Histórica de las Preguntas Filosóficas

Los interrogantes filosóficos en su historia

Es muy difícil definir lo que es la filosofía porque su definición ha cambiado mucho a lo largo de la historia. Podemos dividir esa historia en tres períodos:

Periodo Metafísico (Antiguo y Medieval)

Pregunta clave: El SER o la REALIDAD

Es un periodo esencialmente metafísico, dominado por las preguntas sobre el SER y la NATURALEZA. Los griegos inician la marcha: insatisfechos de las explicaciones míticas se ponen a investigar acerca de la naturaleza del cosmos. La investigación debía ir más allá y más al fondo de las simples apariencias. Se trataba de conocer la esencia de las cosas, la idea o estructura íntima que hacía que las cosas sean tal y como son. Identificaban entre realidad, razón y palabra. Además, querían conocer las causas últimas.

Aunque las primeras preocupaciones de los filósofos-científicos griegos son “cosmológicas” (origen y forma del universo) el pensamiento no olvida su dimensión práctica: a partir del siglo V, se produce el llamado “giro antropológico”, al preocuparse más por los problemas de la vida del hombre en sociedad que acarreó el régimen democrático que sustituyó al viejo poder aristocrático y religioso. Coincidiendo con la llegada de la democracia en Atenas (siglo V a.C. o siglo de Pericles) los problemas ético-políticos pasan a primer plano. Así de la preocupación por las leyes naturales se evoluciona hacia el planteamiento de la ley política (nomos), es decir, se busca una nueva base racional –no impuesta por presuntos dioses, sino por el pueblo autogobernándose de forma libre- de una nueva sociedad en la que imperase la justicia.

Sócrates (470-399 a.C.) señala un antes y un después en la filosofía al poner el problema de la definición del BIEN por encima de cualquier otro problema filosófico. Con Sócrates la democracia griega alcanza su máximo esplendor, pero también su mayor fracaso (es condenado injustamente a muerte por el pueblo, de modo totalmente democrático) y a partir de ahí, comienza la larga decadencia del pensamiento clásico. A la democracia ateniense le sucede el Imperio de Alejandro y posteriormente la conquista romana, que en el siglo I deja de ser república para convertirse en el mayor Imperio occidental. Con la libertad política morirán poco a poco la libertad de pensamiento y de expresión y con ellas, la propia filosofía y aún la ciencia, siendo sustituidas por una nueva religión (el monoteísmo judeocristiano) más apta para el control de las masas. El imperio durará cinco siglos, pero en los dos últimos, los de mayor crisis económica y político-social, en los que las desigualdades se incrementaron exponencialmente, se convertirá en oficialmente cristiano.

Pero, coincidiendo con la decadencia y caída del Imperio Romano de occidente, el cristianismo se convierte en la principal fuerza espiritual de Europa. La unificación política alcanzada y su correlato religioso, el monoteísmo se disgregan: surgen tres grandes bloques (cristianismo trinitario occidental, cristianismo ortodoxo bizantino, Islamismo, -además del judaísmo repartido en todos ellos-). Occidente, arrasado por los bárbaros se convierte en un conjunto disperso de reinos más o menos feudales, atrasados, de economía básicamente agrícola –sin apenas ciudades ni comercio- y en lo cultural, sólo unificados por una Iglesia que intenta constante e inútilmente resucitar el viejo Sacro Imperio Romano (ahora también, “Germánico”). Poco a poco, la FE desplaza a la RAZÓN en el mundo tardoromano y medieval y la filosofía se convierte en “sierva (ancilla)” de la TEOLOGÍA. Dicho de otro modo, no hay más posibilidad de pensamiento que la que coincide con la metafísica cristiana, heredera de la tradición platónico-aristotélica y del judaísmo (DIOS es el SER, la única verdadera realidad). El CREACIONISMO (Dios creó el mundo de la NADA concepto ajeno al pensamiento griego, que siempre afirmó que el mundo es eterno, no creado) y el TEOCENTRISMO (Dios, único ser NECESARIO, omnipotente y omnisciente es el centro del universo medieval, no el hombre) son las características de la nueva teología, que añade nuevos conceptos al pensamiento (libertad, linealidad del tiempo y de la historia, etc.) pero lo somete por completo a la FE. Toda otra sabiduría queda relegada al olvido, al anatema o la herejía. Y en cuanto a la investigación científica especializada, tal como se practicó en el periodo helenístico en Alejandría, prácticamente desaparece condenada por las autoridades eclesiásticas como magia, brujería o hechicería. Son malos tiempos para el pensamiento y la ciencia “libres”.

Periodo Gnoseológico (Moderno)

Pregunta clave: El CONOCER

La Razón se emancipa lentamente de la fe, al tiempo que una incipiente burguesía asciende socialmente hasta acabar con el sistema feudal y el antiguo régimen, en varias fases bien conocidas (reforma protestante, revoluciones inglesa, americana y francesa). En efecto, a partir del siglo XV aprox. La burguesía empieza a oponerse al feudalismo imponiendo en lo económico un capitalismo comercial y reclamando cada vez mayores derechos políticos frente a la aristocracia y el clero. En lo ideológico todo ello supondrá la crítica cada vez más profunda y despiadada del catolicismo. Es un proceso largo y complejo pero sus raíces se encuentran en tres grandes corrientes del Renacimiento:

  • El Humanismo: que, recuperando a los autores clásicos grecorromanos sustituye el geocentrismo medieval por un antropocentrismo en el que el hombre empieza a ocupar el lugar de Dios, con una visión más positiva del universo y de la naturaleza (que ya no se contempla como un mero lugar de paso).
  • La Reforma Protestante: que cuestiona la unidad ideológica católica, el papado y sobre todo introduce un individualismo religioso más acorde con los intereses de una burguesía nacionalista.
  • La Revolución científica: que se realiza desde el siglo XV en el ámbito de la matemática, la física y, sobre todo, la astronomía, con el heliocentrismo de Copérnico. Se abandona la concepción aristotélico-ptolemaica del mundo, y la ciencia (especialmente la física matemática) aparece por primera vez como algo claramente distinto a la filosofía. La nueva ciencia (nuova scienza) cuyas características principales son las siguientes:
  • Heliocentrismo: el sol es el centro, no la tierra
  • Mecanicismo: El universo no es ni un organismo vivo (Grecia) ni una criatura de Dios (Cristianismo) sino una máquina perfecta que funciona sola según las leyes naturales y que podemos estudiar racionalmente (más bien “medir matemáticamente”: importa cada vez más el cómo suceden las cosas, no el “porqué”)
  • Matematización: visión cuantitativa de la realidad, no cualitativa (como se deduce de lo anterior)
  • Experimentalismo: no se busca solo conocer por conocer sino controlar, dominar y transformar la naturaleza de modo práctico. Las teorías deben estar probadas por la observación y sobre todo, deben ser útiles.

La nueva ciencia, decimos, pretende formular mediante leyes matemáticas universales y necesarias lo que aparece a nuestros sentidos (los fenómenos) sin preocuparse demasiado por sus causas últimas (metafísicas). De este modo, se evitan las cuestiones político-religiosas conflictivas, se declara insignificante a la metafísica o se deja la batalla ideológica contra la Escolástica en manos de filósofos profesionales, cada vez más diferenciados de los (“neutrales”) científicos. Sin embargo, la ciencia moderna, de modo explícito o implícito defiende cada vez más una metafísica muy concreta: el materialismo atomista y ateo (formalmente “agnóstico”) de Demócrito. Y en el terreno epistemológico, su curiosa síntesis de teoría matemática y experiencia sensible tendrá unos fundamentos muy poco sólidos, que se convertirán en el centro de atención del pensamiento filosófico moderno, más preocupado ahora por la cuestión del CONOCER (¿cómo conocemos las cosas, cuál es y debe ser el verdadero método científico) que por la del SER. Hay una desconfianza de la razón metafísica, identificada con la vieja Escolástica. Locke intuyó que la filosofía había andado siempre por un camino equivocado al suponer que la realidad y la razón coinciden. La filosofía se aleja de la investigación sobre la naturaleza (que se deja en manos de la ciencia) y más que centrarse en la realidad en sí misma, se centra en el análisis crítico del modo de acceder a ella. Esta nueva etapa no sólo se caracteriza por la definitiva autonomía de la razón respecto a la fe religiosa, sino también por la búsqueda de un nuevo método, no sólo para las ciencias, sino capaz de hacer progresar la filosofía como lo está haciendo la propia ciencia. Así, la filosofía se convierte primordialmente en crítica del conocimiento, en EPISTEMOLOGÍA. Tal es la orientación de las dos principales escuelas modernas: racionalista y empirista, que ya no se ocupan tanto del SER como del “CONOCER”. El racionalismo afirma que la nueva ciencia es, básicamente “matemática”. El empirismo, por su parte, afirma que esta es sobre todo “experimentación”, experiencia sensible. Kant supone una nueva concepción de la razón: cree que es posible justificar la síntesis de razón matemática y experiencia sensible, pero al precio de que la razón ya no se identifica con la realidad, y no es capaz de conocer las cosas tal y como son “en sí mismas”. La razón se encuentra encerrada en unos límites muy estrechos: sólo se puede conocer aquello que se puede experimentar intersubjetivamente (de modo “fenoménico”). Ir más allá de la física (de modo “metafísico, absolutamente objetivo”) es imposible. De este modo, se negó la posibilidad de un conocimiento metafísico, y la filosofía se convirtió en crítica del conocimiento, pero también de la religión y de la sociedad (inspirando las primeras teorías POLÍTICAS democráticas, antiabsolutistas y republicanas modernas). La autonomía de la razón se consuma: es capaz de juzgarse a sí misma, de señalar sus propios límites, pero también de delimitar sus conocimientos como verdaderos (ciencia) frente a un falso saber o una falsa fe en el conocimiento de la totalidad. Pero también es capaz de autogobernarse, de dictar normas prácticas ético-políticas puramente racionales, sin subordinación alguna a la fe religiosa. Ya dijimos que la ilustración representa el triunfo de la ideología burguesa que conducirá a las revoluciones liberales del XIX y del XX, empezando por la francesa. El republicanismo democrático y antiabsolutista ya se percibe desde el Renacimiento en todo el pensamiento moderno, pero cuaja en la Ilustración Inglesa, Francesa y finalmente se autofundamenta en la obra de Kant (ilustración alemana) que representa la máxima autonomía de la razón frente a la fe tanto en el plano teórico como en el práctico.

Periodo Humanista (Contemporáneo)

Pregunta clave: El HOMBRE o la NATURALEZA HUMANA

La burguesía racionalista e ilustrada, una vez en el poder, impone un nuevo dominio cuasi dictatorial sobre el resto del mundo, representado ejemplarmente por el imperialismo anglosajón dominante en lo económico (capitalismos comercial, industrial y financiero) y en lo político (las pseudo-democracias bipartidistas). Lógicamente, el pensamiento crítico se revuelve contra lo que cada vez se revela como una nueva religión o ideología dominante: la tecno-ciencia moderna, o sus justificaciones ideológicas (kantismo, empirismo, positivismos, etc.). Coincidiendo con las primeras crisis serias del capitalismo industrial y financiero, desde finales del XIX la Ilustración y el pensamiento moderno entran también en una considerable crisis, de la que parece ser reflejo a su vez la “crisis de fundamentos” de las ciencias físico-matemáticas que vivimos actualmente: por un lado las ciencias particulares no alcanzan a conocerlo TODO, (se cuestiona incluso su progreso) y por otro el racionalismo burgués es cuestionado desde distintos puntos de vista (Marxismo, Fenomenología, Hermenéutica, Psicoanálisis, Existencialismo) hasta acabar en un relativismo postmoderno casi generalizado.

En efecto, aunque en la ciencia el materialismo mecanicista parece alcanzar su apoteosis al extenderse, de la física-química, a las ciencias biológicas, gracias a la teoría de la evolución del hombre, formulada por Charles Darwin hacia la mitad del siglo, su triunfo no durará mucho. Se produce la explosión de las ciencias humanas, cada más independizadas de la filosofía (Antropología, Sociología, Psicología, etc.): el hombre aparece como un ser natural más (un animal evolucionado) y por tanto como OBJETO DE ESTUDIO para sí mismo, paradoja donde las haya. El siglo XIX es el siglo del PROGRESO y la EVOLUCIÓN: todas las ciencias especializadas se desarrollan enormemente, estimuladas por el capitalismo industrial burgués triunfante. Sólo a fin de siglo este modelo económico político (la democracia liberal) empieza a entrar en crisis, conduciendo a las dos guerras mundiales. El socialismo, el comunismo y el anarquismo atacan el modelo liberal-capitalista por la izquierda. Por la derecha, la democracia burguesa comienza a ser cuestionada por los totalitarismos fascista y nazi (los nacionalismos radicales), al tiempo que la religión no ha desaparecido de la escena y sigue contando con una notable influencia política. Paralelamente a la crisis política de la Ilustración a finales de siglo también entra en crisis el modelo científico privilegiado: el materialismo mecanicista, por causa de la tercera revolución científica: la formulación de las teorías RELATIVISTA (EINSTEIN) y CUÁNTICA. El continuo espacio-tiempo resulta ser relativo y la materia se disuelve en energía. Las leyes universales y necesarias de la ciencia, el propio determinismo de las explicaciones científicas, se empieza a cuestionar: en el mundo subatómico no rigen tales leyes. ¿Crisis de la razón ilustrada o crisis de la razón en general? ¿Crisis burguesa o crisis humana? La filosofía acusa seriamente todos estos fenómenos históricos, dirigiendo su interés al hombre que conoce y actúa, es decir, a los intereses humanos que subyacen a todo conocimiento.

Avanzado el siglo XX la filosofía desplaza de nuevo su campo de investigación y realiza un giro lingüístico: particularmente el empirismo anglosajón se reformula como neopositivismo y se consagra al estudio del lenguaje, vehículo de comunicación privilegiado en el que de algún modo por determinar se expresaría el conocimiento objetivo. El planteamiento sigue siendo epistemológico, pero cambia de perspectiva: ahora se analiza el lenguaje científico para saber qué lo hace diferente del resto. Con ello se completa el ciclo: de la realidad a la razón y de ésta a la palabra. Kant había admitido que era posible pensar acerca de objetos no experimentales (metafísicos), aun cuando el verdadero conocimiento sólo es el científico, el expresado en el lenguaje intersubjetivo de las ciencias. El empirismo, con matices, había llegado a idénticas conclusiones, pero su desprecio de la teoría y de la metafísica va aún más lejos. Una de las últimas corrientes filosóficas, el neopositivismo, afirmó que también el lenguaje tiene sus límites: sólo tienen sentido los términos que son empíricamente verificables. En consecuencia, las cuestiones metafísicas no son sólo incognoscibles, sino también impensables e inexpresables. De este modo, la filosofía derivó hacia el análisis del lenguaje tanto del ordinario o natural como del artificial (científico), especialmente en el ámbito anglosajón. Pero en cualquier caso, no parece nada fácil fundamentar el conocimiento científico y su predominio sobre toda otra forma de saber. A pesar de todos los esfuerzos por demostrar lo contrario, no parece haber nada en el lenguaje científico que lo distinga cualitativamente de otras formas de expresión, menos “objetivas”. El conocimiento objetivo parece estar seriamente contaminado de intereses muy subjetivos y humanos (históricos, de clase, sociológicos, de poder, etc.) La metafísica parece difícil de matar y la ciencia misma no acaba de imponer su objetividad, quizás porque más que haber matado a la metafísica lo que ha hecho es “ocultar” sus propias bases metafísicas (¿sus intereses?). Las diferentes escuelas antes citadas (todas ellas más o menos antiburguesas, antiliberales, anticapitalistas y antianglosajonas) parecen coincidir en esta crítica, que desplaza la atención del problema del conocimiento al de los intereses más o menos humanos que lo sostienen. Incluso la propia filosofía del lenguaje anglosajona ha acabado por reconocer tal relatividad del conocimiento, sin saber muy bien cómo salir de este atolladero.