Introducción: Del Giro Lingüístico a los Orígenes de la Política
El siglo XX nace sobre el supuesto nietzscheano, con la Primera Guerra Mundial, de que la verdad es un subproducto de la voluntad de poder y que, entonces, la técnica sería el medio expresivo por antonomasia del ser humano, una técnica que hay que entender de modo estético como creación de formas desde el caos. Por eso, en el siglo XX se experimenta el llamado giro lingüístico que hará girar la filosofía en torno a la reflexión sobre el lenguaje: Wittgenstein, neopositivismo lógico, hermenéutica con Gadamer y, sobre todo, la reflexión posterior a la Segunda Guerra Mundial, que a través de Heidegger y Sartre dará lugar a la llamada deconstrucción en figuras como Derrida y Foucault. El objetivo será desarmar la cultura occidental en términos lingüísticos y conceptuales para liberar al ser humano de los constreñimientos relacionados con el racismo, violencia de género…, todo lo que hace que se ejerza violencia contra los demás y, para ello, se rastrearían los significados perdidos u ocultos que esconderían las palabras («Falogocentrismo»: la cultura europea ha acabado primando mayor importancia tanto a la razón contra las emociones como lo masculino en cuanto a racional contra lo femenino). La llamada posverdad apunta justamente a un recrudecimiento del uso ideológico de las ideas y del lenguaje en un mal uso del pensamiento nietzscheano.
Precisamente, la reflexión política, que nace al mismo tiempo que la filosofía, será inicialmente una cuestión de lenguaje. El tema del *arjé* tendrá su correlato en la idea de que algo debe cimentar el vínculo social. De hecho, *arjé* también tiene un sentido relacionado con el poder: jerarquía, arconte, monarquía. Será con los sofistas con los que se introduzca la discusión sobre el origen del poder en la antigua Grecia, a partir de que Pericles universalizara la democracia. El diálogo pasa entonces a ser el elemento clave para la convivencia y por eso el Ágora se convierte en el centro de la vida en la *polis*. Precisamente será el espacio que ocuparán los sofistas para desarrollar sus reflexiones sobre la sociedad. Introducirán la idea de que vivimos en un estado de la naturaleza del que se sale mediante un pacto o contrato. La sociedad, por lo tanto, es artificial y se basa en la ley positiva o *nómos* frente a la natural o *physis*. La diferencia vendrá a la hora de establecer la correlación entre ambas: no se oponen, sino que la sociedad viene a completar la naturaleza, limando las diferencias. Tendremos a Protágoras y Gorgias, que son la primera generación de sofistas. Cuando se piensa que la sociedad se opone a la ley de la naturaleza y se defiende la desigualdad como lo auténticamente natural, tenemos la segunda generación, donde destacaron Trasímaco, Calicles y Critias. En el primer caso tenemos la democracia y en el segundo, la tiranía; siendo común la defensa de un relativismo a todos los niveles que dejaba de lado a la verdad y solo buscaba manipular retóricamente. Para los sofistas, por lo tanto, la política es algo al margen de la ética o, lo que sería peor, los valores solo tienen sentido en relación al poder. Platón mediará en todo este contexto intelectual, decepcionado por unas ideas que solo buscaban engañar y manipular de tal manera que acababan gobernando los menos preparados. Sócrates fue el primero que se enfrentó a la escoria sofística, que eran realmente ellos los que corrompían a la juventud.
Platón
Se trataba de desmontar el relativismo de los sofistas garantizando la posibilidad de un conocimiento verdadero de los valores, y por eso **Platón** busca lo universal a partir de la *mayéutica*. Evidentemente, si defendemos que podemos conocer lo universal, tenemos que asumir que somos más que pura materia. Debemos ser como humanos algo por encima del cuerpo y de ahí el presupuesto del alma, que sería lo que haría posible entrar en contacto con el mundo de las Ideas. A partir de aquí, toda la política platónica gira en torno a cómo entender la sociedad ideal según analicemos esa parte de nosotros que conoce las Ideas. Para ser buena persona hay que conocer la bondad, por lo mismo que el mejor gobernante será el que haya alcanzado la absoluta comprensión noética de los valores más importantes, sobre todo el del Bien. Se establece entonces una correlación entre lo que somos como individuos y lo que la sociedad debe ser para ser perfecta, entendiendo siempre esto último como el adecuado equilibrio que jerarquice correctamente los distintos elementos. El *arjé*, en cuanto aquello que da solidez tanto al alma como al grupo, será la razón que deberá dirigir de forma equilibrada las dos tendencias básicas del ser humano: Eros y Tánatos, que Platón conceptualiza en términos de concupiscencia (la parte baja) y el aspecto *thimótico* (al que llama irascible, pensando en términos de Sí o de No).
La Ciudad Ideal Platónica
El Modelo Organicista y las Clases Sociales
La explicación de este análisis, en primer lugar antropológico, tiene que ver con el marco organicista desde el cual Platón diseña la ciudad ideal. En contraposición al contractualismo artificial de los Sofistas, Platón se apoyará en los criterios referentes a lo necesario no solo para sobrevivir, sino igualmente para vivir lo mejor posible. De tal manera que las necesidades propias del ser humano son: en primer lugar, necesidades de tipo alimenticio y de suministros que, en cierta medida, podríamos representar como el ámbito de la economía. Considerando después las necesidades militares en relación a la protección y la defensa. Por último, puesto que somos racionales, precisamos dirigir y organizar correctamente los dos espacios citados: el de la economía y el militar, para que podamos desarrollar todo nuestro potencial. La idea de una correcta organización recibe en la cultura griega el concepto de equilibrio, que por eso mismo acabó siendo el símbolo de justicia, idea que solo podrá llevarse a cabo en sociedad porque es el único sitio donde se puede impulsar este ordenamiento. Había que distinguir tres clases sociales: los agricultores/productores, que saldrían por selección de entre aquellos que naturalmente mostraran una mayor aptitud hacia la economía. Los irascibles habría que orientarlos al cuerpo de los guardianes, los cuales lo compartirían todo; y por último, de entre los guardianes serían seleccionados los que mostraran una mayor capacidad de estudio de cara a convertirlos en los futuros gobernantes. El gobernante ideal se asocia por eso con el filósofo porque habría que conocer el Bien para poder ordenar, que, como sería uno o quienes varios en asamblea, Platón pensará que la monarquía o aristocracia sería el gobierno ideal, basado en todo caso (idea que podemos correlacionar con la contemporánea de tecnocracia).
Justicia y Virtudes en la Ciudad Ideal
Esta idea de un orden basado en el equilibrio es justamente lo que Platón llama justicia, que en todo caso debía partir del conocimiento del Bien: cada parte, tanto del alma como de la sociedad, deberá buscar el bien común ejerciendo su tarea de una manera equilibrada, teniendo así las virtudes de la templanza en lo económico, el valor puro en lo militar (racional), y por último una ética personal: los gobernantes deberían regirse por la prudencia y la sabiduría. Ahora bien, esta es una ciudad ideal que Platón parece asociar con el mito de la Atlántida.
Legado Platónico: Del Demiurgo al Despotismo Ilustrado
Al final, en **Platón** encontramos que la sociedad es un reflejo del universo y por eso la figura del monarca representa la del demiurgo, actuando frente a la sociedad como si fuera una masa que debe moldear con las Ideas. El llamado despotismo ilustrado con su idea de “todo para el pueblo pero sin el pueblo” procede de esta concepción. De hecho, Kant lo criticará como un paternalismo que no hace más que mantener a la gente en la minoría de edad, y por eso el republicanismo, derivado del contractualismo, será la gran apuesta moderna.
Aristóteles
**Aristóteles** políticamente es hijo de Platón, aunque matizará su visión de la *polis* siguiendo su tendencia más propiamente empirista. Y por eso, si Platón piensa a priori, tratando de imponer un modelo ideal, Aristóteles induce el mejor modelo posible a partir de la experiencia de todos los modelos existentes en su época. Además de volver a utilizar el esquema de la potencia y el acto, parte del ser humano en cuanto individuo y al margen de la sociedad. Parecería contractualista, pero precisamente establece que ese ser humano natural solo está en potencia respecto del ciudadano, y eso significa que estamos destinados a ser miembros de la sociedad, siendo que el acto es anterior a la potencia, lo mismo que el Estado es anterior al individuo. Seguimos, por lo tanto, en una visión organicista de la política, sobre la cual Aristóteles pensará al ser humano como *animal sociable* o *político*. Precisamente por eso somos animales con lenguaje, puesto que el lenguaje solo puede aparecer en sociedad. Nos vamos asociando paulatinamente en núcleos cada vez más grandes, en función de la satisfacción de las necesidades: pasamos así por la familia (donde se incluye a los esclavos), luego la aldea y por último la *polis*. Solamente esta última satisfaría la más importante, que es la espiritual o cultural, y en grado sumo, la política.
La Clasificación de los Saberes y las Clases Sociales
Tenemos además la clasificación de los saberes que servirá para dividir a la gente en clases sociales: tendríamos los saberes puramente manuales, denominados *poiéticos* porque tienen que ver con la técnica cuya finalidad es algo contingente y externo al ser humano; luego estarían los saberes *práxicos*, que también son contingentes pero se orientan a modificar el carácter: ética, política y economía; por último estarían los saberes *teoréticos*, que se orientan a lo universal y necesario y son por ello un fin en sí mismo. A partir de aquí, extrapolando también la estructura del alma humana, se establecen las clases sociales de la sociedad perfecta:
Primero se distingue entre ciudadanos y no ciudadanos. Dentro de los últimos estarían los esclavos, que representan lo irracional del alma humana (la parte vegetativa) y se distribuyen entre productores y agricultores.
Luego estarían los que son libres pero no son ciudadanos (reservado a los metecos); luego estarían los ciudadanos, que propiamente solo serían los varones atenienses mayores de edad, es decir, una pequeña élite que habrían de pasar tres etapas que en cierto modo refleja la estructura platónica: en la juventud tendríamos la cuarta clase social, que será la de los militares; en la madurez lo idóneo sería ocupar algún cargo político para, en la vejez, retirarse de la vida pública para ceñirse a la vida privada, orientada solamente a la única actividad que nos hace divinos, que es el estudio de los saberes *teoréticos*. De hecho, esto último es lo que se llama *vida teorética* o *contemplativa*, porque es cuando podemos alcanzar nuestra finalidad última, nuestro bien más preciado, nuestro destino: la *eudaimonía* (buen destino o felicidad), y por eso es la etapa de la jubilación. Los saberes *práxicos* serían, por lo tanto, algo solo al alcance de los ciudadanos (en algún único sentido relativo también a los metecos, pero ajeno a los esclavos). Al final, el estatus de ciudadano quedaría reservado a esa clase ya comentada, que provendría de la idea de un término medio entre lo nórdico y lo oriental que para Aristóteles era lo auténticamente griego. Tendríamos así la idea de una monarquía de los más sabios, como en Platón, pero articulada en función ahora de la virtud y del número de personas partícipes en el poder. Aunque idealmente el mejor gobierno sería la monarquía, en la práctica, igualadas las tendencias a la corrupción del ser humano, lo ideal entonces sería más bien en primer lugar el gobierno de la mayoría, que se corresponde con la idea aristotélica del término medio, pero al final podría incluso ser una mezcla de los gobiernos juntos.
El Giro Copernicano en Política
Del Nominalismo al Individualismo
El nominalismo disolverá la escolástica medieval poniendo en tela de juicio la posibilidad de que lo universal (la idea platónica) exista de forma independiente al ser humano. Se produce un giro al singular a partir del cual Guillermo de Ockham establecerá que los universales no son más que nombres o conceptos que surgen espontáneamente. Si a esto le unimos toda la serie de eventos que transformaron radicalmente la Europa que va del siglo XIV al siglo XVI, conducen al llamado giro copernicano que, en política, invertirá las posiciones del individuo y la sociedad respecto de la antigüedad. Ahora el individuo es el punto de partida y la sociedad será un producto derivado y por eso mismo artificial, no por naturaleza, y de ahí el contractualismo. Sin embargo, pervivirán todavía las ideas tradicionales sobre la primacía de lo social que tensarán la reflexión política moderna hasta la aparición de Marx y el socialismo. Tenemos así dos líneas: la que presenta lo nuevo individualista y que conecta a Maquiavelo con Hobbes y Nietzsche, y la otra, la social tradicional que conecta a Moro, Rousseau y Marx.
Maquiavelo: Razón de Estado y Realpolitik
**Maquiavelo** será el primer gran teórico de la política contemporánea porque es considerado el primer pensador del Estado como algo al servicio del poder. El giro copernicano se muestra en la idea de que lo individual prima sobre el grupo, sucediendo que somos por naturaleza egoístas por ser esclavos de las pasiones. Por eso mismo, Maquiavelo también invierte la estructura aristotélica de los medios y los fines. ¿Por qué? Si somos egoístas, estamos entonces en continua lucha inútil entre nosotros, porque saldríamos ganando si estuviéramos juntos aunque solo fuera a nivel de Estado (y por eso Maquiavelo aspira sobre todo a que Italia se unifique y vuelva a ser una gran nación). Se trata, por tanto, de cimentar la unidad social contra la voluntad de los implicados, es decir, por medio de la fuerza, que será la máxima y mejor expresión del poder, y por eso el fin será conseguir este mismo con todos los medios de que uno disponga, sean morales o no: «el fin justifica los medios», contra Aristóteles, para quien los medios tenían que ser adecuados a los fines. También se separan política y moralidad.
Es una vuelta a la antigua ideología sofista que, en la segunda generación, asume un relativismo que solo puede alimentarse de la manipulación. Por eso, la frase de Trasímaco «La justicia es lo útil al más fuerte» representa la idea de que el fin justifica los medios, siendo el fin el poder. Por eso, la fuerza será el elemento principal del gobernante maquiavélico, y lo inteligente sería ser obedecido por convicción propia, es decir, tratar de seducir mediante las palabras y los actos aunque sean falsos: se trata de que el gobernante parezca honrado aunque no lo sea. De aquí que el símbolo para el gobernante sea tanto el león como el zorro. Al final, nos queda la imagen cruda y descarnada del Estado como una maquinaria para conseguir y garantizar el poder, manipulando a la gente según sus pasiones. Se trata de lo que se llama razón de Estado, por la cual el poder del grupo se sitúa por encima del de los individuos particulares y, además, el inicio de lo que se llamará *Realpolitik*.
Tomás Moro: La Utopía como Alternativa
Justamente por lo de Maquiavelo (escribe *El Príncipe* en 1513) tenemos la otra cara que se iniciará con el pensamiento de **Tomás Moro**, que representa la utopía que prima la sociedad por encima del individuo. De hecho, acuña la palabra, situándolo como si fuera una isla en el recién descubierto continente americano. Por eso, a partir de ahora, todas las utopías se sitúan en América, pensando que la sociedad europea se ha corrompido y vive de la cultura del dinero y la corrupción que solo conduce a la guerra, como fue el caso de la Inglaterra natal a manos de Enrique VIII. Será por eso un pensador muy querido tanto por Rousseau como por Marx, en la medida en la que defiende la idea de una República donde la política debe estar al servicio de la moral y la guerra se intenta evitar a toda costa. Sin embargo, es la idea de una República a lo Platón, donde gobernarían los más sabios, que serían seleccionados entre todos los ciudadanos y que deberían ser diestros en las armas, aunque no habría un ejército permanente. Además, Tomás Moro es consciente de que para que no haya problemas sociales debemos evitar la envidia y la provocación, y por eso, además de que la religión (aunque no estaría prohibida) tendría un rango superior al de los ciudadanos. Por último, como se trata de una utopía que refleja el modo de vida natural de los americanos, Moro establece que había que trabajar solo lo justo para que el grupo se mantenga y no para enriquecerse, y por eso habría mucho tiempo libre que podría invertirse en el estudio y el desarrollo personal.
Hobbes: El Contrato Social y el Leviatán
Pasamos entonces al siglo XVII, cuando se produce la Guerra Civil de Inglaterra, cuando asume todo el poder Oliver Cromwell, decapitando al monarca Carlos I. Es el momento en el cual desarrolló su pensamiento **Thomas Hobbes**, que seguirá los pasos de Maquiavelo, legitimando la figura del gobernante todopoderoso y asumiendo que lo normal es que estemos siempre en guerra porque naturalmente somos egoístas y violentos y competimos por los recursos. De nuevo, el poder es lo más importante, por encima de los individuos, porque la vida en sociedad tiene sus ventajas aunque nos resistamos a ello. Por eso, Hobbes establece que debería haber una persona que se imponga a todos los demás, que podría ser una asamblea o que venga a representar el poder sin más: el *Leviatán*. Sin embargo, plantea que habría que presuponer la idea de un pacto entre el Estado y los individuos por el cual el primero asumiría todo el poder y los segundos lo perderían, convirtiéndose en súbditos que solo serían libres en lo relativo a lo no contemplado por las leyes. Y eso es así porque si viviéramos en paz podríamos desarrollarnos más, pero la paz es algo que solo se puede imponer por la fuerza. Se presupone entonces que, aunque esclavos de las pasiones, la razón nos hace ver que vivir en paz es más beneficioso, pero solo racionalmente. Solo así explica cómo teóricamente acabamos asumiendo un pacto por el que perdemos todos nuestros derechos, siendo solo libres en las cuestiones no contempladas por la ley. Precisamente, más que pensar en una persona física como imagen del poder absoluto, debemos pensar en el imperio de la ley, que es algo parecido a la idea platónica de las leyes. En todo caso, como en Maquiavelo, se trata de un pensamiento político asociado a momentos de crisis que ha quedado como modelo de los estados totalitarios, sostenidos por las fuerzas del ejército, y con lo modernamente revolucionario de asumir que el poder no viene de Dios y que incluso la Iglesia está sometida al soberano.
Rousseau: La Bondad Natural y la Voluntad General
**Rousseau** se sitúa también en un momento pre-crisis, pero ahora de la Francia de la segunda mitad del siglo XVIII. El problema ahora se centra en la idea de que si somos esclavos de las pasiones no es por naturaleza (donde seríamos esencialmente buenos), sino por un mal desarrollo de la cultura que, en el caso europeo, ha antepuesto por encima de todo el progreso económico junto a la ciencia alejada de la ética y al servicio del anterior, lo que haría que estuviéramos en guerra contra todos e incluso nosotros mismos. Por esa razón, es considerado uno de los padres del movimiento ecológico contemporáneo, además de su llamada a volver a un estado donde recuperásemos la bondad natural, que asocia con el «buen salvaje» cuya imagen provendría de las comunidades americanas. Al mismo tiempo, añade la idea de que deberíamos convivir en pequeñas comunidades de un tamaño similar al de las *polis* griegas porque solo así podríamos conocernos y desarrollar esa amistad cívica que es la base de la política. Ahora bien, lo primero sería preservar la libertad natural, que es lo que nos hace ser humanos y que además sería la base de la racionalidad. Y para eso, el único sistema de gobierno aceptable sería aquel que nos impusiera unas leyes que habríamos de obedecer y que serían legítimas porque nos las habríamos autoimpuesto previamente de manera libre, que es lo que Rousseau llama «voluntad general». Se trata de la democracia, pero en un sentido mucho más radical que el moderno, y radical por asentarse en la idea de la unanimidad a la hora de aprobar cualquier medida. Tan radical que Rousseau llegó a considerarla una idea que solamente podrían llevar a efecto comunidades de dioses.
Rousseau da un paso atrás en relación a Montesquieu al rechazar la separación de poderes, estableciendo que en esa imagen de la democracia que él postula, la soberanía sería absolutamente popular, de tal manera que el gobernante y los políticos solo serían representantes temporales del poder, que permanecería indivisible y por eso el pueblo podría recuperarlo en cualquier momento. Por último, el gran enemigo junto al capitalismo sería la religión y todas las ideologías que legitiman el poder en Dios. El resultado será la idea de una República en el sentido aristotélico, basada en la virtud y ajena a la religión y al egoísmo y la envidia capitalista. Recordemos que para Rousseau, el infierno de la humanidad comenzó cuando alguien, en el estado de naturaleza, valló un terreno, dijo que era suyo y todos los demás le hicieron caso. Por eso podemos pasar a un sistema de sociedad siempre y cuando preservemos la libertad.