Evolución de la poesía y el teatro en España

Poesía

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos y la Unión Soviética se convierten en los dos bloques ideológicos y de influencia mundial, originando la Guerra Fría. Además, en esta época se crean relevantes organismos como la OTAN y la CEE. En España, la Guerra Civil supone una trágica convulsión histórica que marca la vida de los españoles, pues el régimen de Franco impone una dictadura, caracterizada por la represión política, la falta de libertades y la autarquía. Como consecuencia, España queda sumida en la pobreza y en un aislamiento internacional, que no comienza a restablecerse hasta 1955 con el ingreso en la ONU. Esta tendencia continúa en los años sesenta, cuando el progreso europeo coincide en España con el despegue económico y la creciente oposición al régimen. Esta situación, marcada por las secuelas bélicas, impregnó el arte de la filosofía existencialista. Pero, sin duda, el principal hito que condiciona la cultura española fue la censura, que tan solo vio cierta apertura a partir de la Ley de Prensa de 1966. Dados estos condicionantes, la literatura vivió distintas fases: la desorientación inicial, el posterior compromiso social, y el anhelo de experimentación durante los últimos años de la dictadura.

Tendencias en la poesía

Hasta los años cincuenta, podemos hablar de tres tendencias que implican diferentes formas de situarse ante la posguerra: la poesía arraigada, desarraigada y social. En primer lugar, hablamos de la poesía arraigada, con poetas que, hasta la década de los 40, buscaron una poesía de evasión, a causa del drama de la Guerra Civil, preocupada por la perfección del verso y la belleza; y caracterizada por su lenguaje sereno y clásico acompañado de su estrofa favorita, el soneto. Los poetas trataron temas tradicionales como la religión, la naturaleza o el amor, y evitaron expresar el dolor del momento. Se agrupan en torno a las revistas Escorial y Garcilaso. Entre estos autores, destaca Luis Rosales con obras como Abril, en las que usa formas métricas basadas en Garcilaso de la Vega. Asimismo, son importantes las aportaciones de Leopoldo Panero (Canto personal) o José Ma Valverde (Poesías reunidas). Contra el clasicismo, surge una reacción en otros poetas, conocidos como desagairrados, cuyos versos persiguen una renovación estética y reflejan el sufrimiento ante la situación de la época. Dámaso Alonso, es considerado el precursor de esta poesía, por su obra Hijos de la ira, en la que plasma la angustia existencial ante la incertidumbre del destino. Asimismo, la manifestación más duradera de esta poesía es la revista Espadaña, publicada desde los 40 hasta los 50. Además, es importante nombrar a autores como José Hierro (Quinta del 42) o Eugenio de Nora (Siempre).

El estilo desarraigado derivaría en la poesía social, cuyo objetivo era denunciar las miserias e injusticias, ya que el poeta estaba más cerca de los problemas sociales que de las inquietudes estéticas. Por ello, prefería un lenguaje sencillo, directo y comprensible. Son poetas sociales Gabriel Celaya (Paz y concierto) y Blas de Otero, cuya obra alcanza una gran calidad, fuerza expresiva, profundidad temática e intenso valor lírico, destacando Pido la voz y la palabra. A mediados de los 50, durante el auge de la poesía social, surge un grupo de poetas llamado generación de los 50 (o segunda generación de posguerra). Estos poetas critican la realidad con un tono menos dramático pues quieren lograr un estilo propio basado en la depuración del lenguaje coloquial y versos más intimistas, además del uso del humor, la ironía o el escepticismo. Es decir, para ellos la poesía es una forma de experiencia personal y de exploración de la realidad pues vivían inmersos en la posguerra.

Destacan Ángel González (Tratado de urbanismo) y Claudio Rodríguez (Conjuros). Sin embargo, es especialmente representativo Jaime Gil de Biedma, puesto que en sus obras como Compañeros de viaje y Moralidades transmite un tono intimista que influye al resto de autores. En la década de los 70, se publica la antología Nueve novísimos poetas españoles, que da nombre a esta promoción de autores esteticistas y de gran formación intelectual, cuya poesía fue calificada como culturalista. Destaca en ellos un deseo de renovación alejada de la preocupación social y de toda percepción, por lo que dan cabida a la experimentación. Castellet caracteriza a los novísimos por la ruptura de la poesía anterior, su formación en los medios de comunicación, el gusto por lo camp, el aprecio por poetas extranjeros y la cultura popular. Es importante subrayar a Pere Gimferrer, en cuya obra Arde el mar se observa la cultura popular típica de los novísimos: uso de mitos del cómic, el cine y la música. Asimismo, Guillermo Carnero en Libros de horas muestra el empeño de experimentación formal. En definitiva, la poesía desarrollada durante la dictadura tuvo que adaptarse a las situaciones sociopolíticas, aunque en ocasiones rebelándose contra ellas. Además, existió un grupo de mujeres de la talla de Ernestina Champourcin, Carmen Conde o Gloria Fuertes, además de los autores que escribieron en el exilio. A partir de 1975, con la muerte de Franco, y por lo tanto el fin de la dictadura, el arte se liberó de la opresión. Grandes poetas como Blanca Andreu, Luis García Montero o Luis Antonio de Villena publicaron una lírica heredera de la renovación de los novísimos.

Teatro

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos y la Unión Soviética se convierten en los dos bloques ideológicos y de influencia mundial, originando la Guerra Fría. Además, en esta época se crean relevantes organismos como la OTAN y la CEE. En España, la Guerra Civil supone una trágica convulsión histórica que marca la vida de los españoles, pues el régimen de Franco impone una dictadura, caracterizada por la represión política, la falta de libertades y la autarquía. Como consecuencia, España queda sumida en la pobreza y en un aislamiento internacional, que no comienza a restablecerse hasta 1955 con el ingreso en la ONU. Esta tendencia continúa en los años sesenta, cuando el progreso europeo coincide en España con el despegue económico y la creciente oposición al régimen. Esta situación, marcada por las secuelas bélicas, impregnó el arte de la filosofía existencialista. Pero, sin duda, el principal hito que condiciona la cultura española fue la censura, que tan solo vio cierta apertura a partir de la Ley de Prensa de 1966. Dados estos condicionantes, la literatura vivió distintas fases: la desorientación inicial, el posterior compromiso social, y el anhelo de experimentación durante los últimos años de la dictadura.

Tendencias en el teatro

Durante la década de los 40, la mayoría de dramaturgos se limita a retratar una sociedad de comodidad y bienestar, en la que la dura represión provoca que solo se estrenen obras para la evasión y el entretenimiento, que evitan toda reflexión. Bajo estas premisas, se desarrollan dos tendencias que siguen la tradición teatral aplicada, antes de la guerra, por los hermanos Alvarez Quintero. Estas tendencias son: el teatro público, que muestra una sociedad burguesa idealizada; y la comedia de ilusión, en la que la felicidad es fácilmente alcanzable. En cuanto al primero, cabe destacar el teatro histórico en verso de José María Pemán, con obras como Cuando las cortes de Cádiz; así como La muralla, de Calvo Sotelo. Por su parte, La otra orilla, de López Rubio, representa la comedia de ilusión. No obstante, también durante esta década, ciertos dramaturgos rompen con la tradición dramática y crean nuevas fórmulas humorísticas. Los máximos representantes de este teatro de humor son Miquel Mihura y Jardiel Poncela, cuyas ingeniosas obras plantean situaciones cómicas, inverosímiles y disparatadas, que recurren a lo absurdo e ilógico. El gran referente es Tres sombreros de copa, de Mihura: cuyo su estilo solo se siguió produciendo en el resto de sus obras de manera parcial gracias a su atrevimiento, como con Ninette y un señor de Murcia. También, Poncela supo provocar la carcajada gracias a obras como Cuatro corazones con freno y marcha atrás.

A partir de los años 50, comienza a desarrollarse un teatro crítico que se compromete con el ser humano y con su realidad social, denuncia las injusticias, y proclama la defensa del débil. Esta nueva corriente, que continúa en los 60, asumirá dos caminos. Uno de ellos es el teatro testimonial, que se caracteriza por tomar la apariencia de lo objetivo. En 1949 nace Historia de una escalera, de Antonio Buero Vallejo, mediante la cual y otras, como El tragaluz, procura agitar conciencias, mostrando que las circunstancias imposibilitan la mejora de las clases desfavorecidas. También Alfonso Sastre, en La taberna fantástica, pretende que el teatro cumpla con una función político-social. Por su parte, el otro camino es el teatro independiente, que se caracteriza por recurrir a la alegoría para mostrar la actitud crítica y de denuncia. Se origina con la denominada “generación realista”, constituida, entre otros, por Lauro Olmo (autor de La camisa) o Antonio Gala (con Anillos para una dama). Desde mediados de los 60 y durante los 70, la mayor laxitud del régimen permite instaurar un nuevo panorama para el género dramático. Poco a poco, aparecieron nuevos nombres que intentaron superar la producción anterior mediante el teatro experimental, con obras que buscan la innovación, pero que acaban siendo mucho más herméticas y solamente accesibles para un público selecto. En este sentido, ocupa un lugar destacado Fernando Arrabal, cuya dramaturgia, a pesar de ser admirada por la crítica internacional, no fue comprendida por el público español, por lo que el autor se trasladó a París, y El cementerio de los automóviles se convirtió en una de las pocas obras que escribió en nuestro idioma. Además, el teatro experimental también germinó gracias a El hombre y la mosca, de José Rubial; o la innovación escenográfica de El combate de los Ópalos, de Francisco Nieva. La muerte de Franco en 1975 es un hito clave, que hace posible la representación de la realidad cotidiana sin censura, evolucionando del experimentalismo a un realismo renovado, dirigido a un público más amplio. Autores como Luis Alonso de Santos recrean contextos sociales contemporáneos, incluso cómicos, como en Bajarse al moro. Simultáneamente, otros dramaturgos recuperan el pasado bélico de España, posicionándose del lado de los perdedores. Así lo harán Sanchís Sinisterra en ¡Ay, Carmela!, y Fernán Gómez en Las bicicletas son para el verano.

En definitiva, el teatro fue durante mucho tiempo uno de los géneros más vigilados por el poder, aunque progresivamente fue sorteándolo. En 1978, desaparecieron las leyes de censura y se promulgaron otras para proteger la libertad creadora. Sin embargo, este período tiene luces y sombras, puesto que el teatro compite con el mundo digital y audiovisual. Tal vez por eso, el teatro actual es concebido como un espectáculo, donde el texto, a veces, queda en segundo lugar. En cualquier caso, la recuperación de autores clave (como Alberti o Lorca), así como la proliferación de instituciones y grupos teatrales, ponen de manifiesto que el género dramático sigue vivo en nuestro panorama cultural.