La Poesía Testimonial
Esta tendencia se desarrolló al terminar la Guerra Civil. Dámaso Alonso señaló que dentro de la poesía de la posguerra se había dado una tendencia que él denominó “poesía desarraigada” o existencial, cultivada por los poetas más alejados del régimen franquista.
Estos poetas querían reflejar un mundo caótico y angustioso por medio de un lenguaje desgarrado y violento. Sus temas fueron la realidad y la vida cotidiana, la existencia como lucha con el mundo o consigo mismo.
Se agruparon en torno a la revista Espadaña y entre sus representantes estuvieron Dámaso Alonso, Victoriano Crémer y Eugenio de Nora. Quizá la obra más representativa de esta tendencia sea Hijos de la ira (1942) de Dámaso Alonso.
La Poesía Social
Durante los años cincuenta se produjo una tímida reorganización de las fuerzas de oposición al régimen, lo que dio lugar a la poesía social. Los poetas salieron de su angustia interior y denunciaron el autoritarismo exigiendo la justicia e intentando que la poesía fuera un arma de concienciación política.
Por ello, su estilo era directo, sencillo y coloquial.
Los autores y obras más representativos de esta tendencia fueron:
- Gabriel Celaya con Cantos iberos (1955).
- José Hierro con Quinta del 42 (1952).
- Blas de Otero con Pido la paz y la palabra (1955).
La Poesía del Conocimiento
Esta tendencia se desarrolló fundamentalmente durante los años sesenta y sus autores fueron denominados también “Generación del 50”. Se trataba de poetas que, partiendo de la poesía social, cultivaron una poesía más personal e intimista, convencidos de que emplear la poesía como arma política no había sido eficaz.
Tenían, como la generación anterior, una profunda preocupación existencial o social, pero su desacuerdo con el mundo se manifestó a través de un cierto escepticismo.
En la forma, mantuvieron un tono coloquial en sus poemas, pero depuraron y cuidaron mucho más el lenguaje y la expresión que los poetas sociales.
Sus autores más representativos fueron:
- Ángel González con Grado elemental (1962).
- José Ángel Valente con La memoria y los signos (1966).
- Jaime Gil de Biedma con Compañeros de viaje (1959).
- Claudio Rodríguez con Don de la ebriedad (1953).
La Poesía Culturalista
Denominaremos así a los poetas agrupados en torno a la antología de José María Castellet Nueve novísimos poetas españoles (1970) como Pedro Gimferrer (con su obra Arde el mar), Martínez Sarrión (Una tromba mortal para los balleneros) o Félix de Azúa (Lengua de cal).
Entre los rasgos más destacados de estos autores están su vasto bagaje intelectual que integra la tradición y la vanguardia y la influencia que sobre ellos ejercen los medios de comunicación; por ello son constantes sus referencias a la sociedad de consumo (el cine, la música pop, el deporte, los tebeos).
Por otra parte, contrarios a la poesía social, defienden explícitamente la ineficacia de la poesía para cambiar el mundo, por lo que la experimentación lingüística es la única justificación de la creación artística.
Por ello cultivan un nuevo vanguardismo y defienden la libertad absoluta del poeta: utilización de la escritura automática e incorporación de las técnicas de “collage”, el verso libre amplio, la disposición visual y tipográfica del poema (poemas visuales) o la prosa libre.
La Poesía de la Experiencia
La poesía de la experiencia se da durante los años ochenta y noventa. Sus poetas propugnan una nueva sentimentalidad que parte de la tradición y la inteligibilidad del texto.
Se recuperan la métrica, la rima y la estrofa. Cultivan una poesía realista, que habla de la vida y de la realidad cotidiana de carácter urbano, con una expresión coloquial y que revaloriza el humor, el pastiche y la parodia.
Dentro de esta tendencia destacan los poetas Luis García Montero (Diario cómplice) y Felipe Benítez Reyes (Sombras particulares).
Progresivamente, esta tendencia se fue manifestando en favor de un compromiso social del poeta frente a lo que consideran un mundo injusto e insolidario con el sufrimiento ajeno.
La Poesía Neovanguardista
A partir de los años ochenta y noventa del siglo pasado se extiende la estética de la posmodernidad que asume los presupuestos artísticos transgresores de las vanguardias de inicios del siglo XX, pero sin manifestar la carga política anti-burguesa que las caracterizaba.
Sobresalen entre ellos poetas que desarrollan elementos surrealistas como Blanca Andreu o Leopoldo Panero. También podemos añadir la corriente de la llamada poesía visual, que parte del futurismo, el dadaísmo y el cubismo y que por medio de palabras intenta reflejar imágenes siguiendo estructuras caligramáticas y jeroglíficas.
Entre sus autores podemos destacar a Fernando Millán, Antonio Gómez o José Carlos Beltrán.