La moral es una dimensión propia de las personas individuales y de las sociedades que surge cuando se percibe que hay formas de vivir que son más propias de los seres humanos que otras. La vida moral tiene dos raíces principales:
- La libertad que nos permite elegir nuestra forma de vida.
- La responsabilidad por la que tenemos que dar razón de lo que elegimos.
1. La acción moral
1.1 No hay personas amorales
Un ser amoral es aquel que actúa automáticamente y que, por lo tanto, no es dueño de sus actos ni responsable de ellos, como ocurre en el caso de los animales. Las personas, en cambio, no podemos ser amorales, sino morales o inmorales, y ello es debido a que las personas, cuando tenemos que actuar, no lo hacemos automáticamente, sino que imaginamos distintas posibilidades, elegimos una de ellas y, además, justificamos nuestra elección, si es que queremos comportarnos racionalmente. Inmoral es aquel que no actúa de acuerdo con las normas de conducta establecidas en una determinada sociedad.
1.2 La forja del carácter
Ética (ethos) y moral (mos) se refieren al modo de ser o carácter que las personas vamos forjándonos a lo largo de la vida, y también a nuestras costumbres. Al nacer ya tenemos un temperamento, es decir, un conjunto de sentimientos y pasiones, un talante o modo de afrontar las cosas y un carácter, o sea, un modo de ser, que resultan difíciles de modificar. No obstante, podemos adquirir un nuevo carácter si elegimos nosotros mismos aquellas propiedades que mejor nos realizan como personas.
Este es el motivo de que autores como Zubiri o Aranguren mantengan que tenemos dos tipos de propiedades: una por naturaleza y otras por apropiación, de lo cual resulta que el ser humano es una realidad moral que necesariamente tiene propiedades por apropiación. Esto hace posible que podamos adquirir nuevas propiedades por medio de la repetición de actos que se acaban convirtiendo en hábitos de comportamiento. Cuando esos hábitos nos predisponen a obrar bien reciben el nombre de virtudes y en caso contrario se llaman vicios.
La conciencia moral
La conciencia moral es la capacidad de captar los principios por los que distinguimos entre lo moralmente bueno y malo en general; pero no sólo eso, sino que individualmente nos permite formular juicios prácticos que tengan en cuenta tanto esos principios generales como la situación en la que nos encontramos. Por ejemplo: un principio general sería “no mentir es bueno”, pero hay situaciones en las que mentir puede resultar conveniente para no agudizar el dolor de una persona.
En este sentido, la mejor forma de comprender lo que exige un principio moral es tratar de aplicarlo. Así, siguiendo con el ejemplo anterior, la mentira, en la inmensa mayoría de las ocasiones, es mala porque nos instrumentaliza a nosotros o a otros, es decir, nos utiliza como instrumentos.
Una tercera función de la conciencia es la autocrítica, gracias a la cual la conciencia alaba o desaprueba unas u otras acciones, castigando con el remordimiento aquellas consideradas malas. Por ello, sólo se puede hablar de responsabilidad cuando nos referimos a seres libres y conscientes.
1.3 El determinismo cosmológico: el destino
La libertad externa consiste en que nadie nos impida trasladarnos donde queramos y actuar como nos parezca oportuno, siempre cumpliendo con las leyes y costumbres de nuestro país. La libertad externa es más amplia en unas sociedades que en otras, y es aquella libertad que se pierde cuando entramos en prisión o vivimos en una dictadura.
La libertad interna consiste en poder decidir por uno mismo sobre aquellas cuestiones que nos afectan y por ello también se la llama libertad de la voluntad, pues posibilita querer una cosa u otra. Aunque no tengamos libertad externa sí podemos tener libertad interna; podemos, por ejemplo, decidir no comer, aunque estemos en la cárcel. Esto es así porque la libertad interna es libertad moral, o sea, capacidad para conducir la propia vida conforme a los propios criterios, y para privarnos de ella es necesario recurrir a drogas, hipnosis o cosas similares.
2.2 Determinismo y libertad interna
Hemos dicho que la libertad interna es la facultad de la voluntad para actuar en uno u otro sentido sin estar determinada por algo ajeno a ella, o lo que es lo mismo, la libertad interna tiene que ser capaz de iniciar una serie de causas encadenadas sin que el acto que pone en marcha esa serie tenga una causa, porque si esto no fuera así el acto no sería libre. Frente a esto hay dos actitudes:
- La de aquellos llamados deterministas que defienden que nada acontece sin una causa, ni siquiera la conducta humana.
- Aunque estemos condicionados a obrar en un sentido o en otro, poseemos una conciencia espontánea de actuar libremente.
2.3 Condicionamiento y determinación
No es lo mismo estar condicionado que estar determinado. Estar condicionado consiste en que, aunque no se tiene una libertad absoluta y total, sí se conserva en cambio libertad suficiente como para saberse responsable de los propios actos. En cambio, estar determinado supone negar absolutamente la posibilidad de comportarse con libertad.
La libertad humana está condicionada por múltiples factores: temperamento, sociedad, economía, educación, etc., pero tales factores no nos impiden actuar con libertad, excepto en algunas ocasiones excepcionales. Es más, dichos factores no sólo no eliminan la libertad, sino que pueden potenciarla, en el sentido de proporcionar a la persona la herencia cultural necesaria para que esa persona pueda elegir lo que considera más adecuado.
Los filósofos estoicos, en el siglo IV a.C., consideraron que, para saber cómo hemos de comportarnos en el cosmos, es necesario averiguar cuál es el orden del mismo, y para ello recurrieron a la doctrina de Heráclito según la cual todo se explica por alguna razón, por alguna causa, pero como la serie de las razones no puede ser infinita, ha de haber una razón primera, una ley que rija todo cuanto acontece en el universo. Para los estoicos esa ley universal era el destino, y los hombres nada podían contra él.
Ahora bien, había un camino ideal para aquel que quería alcanzar la sabiduría y consistía en reconocer que, aunque la felicidad exterior está en manos del destino, la paz interior está a nuestro alcance si nos hacemos insensibles al sufrimiento y a las opiniones ajenas. La imperturbabilidad es la única fuente de la felicidad. Esto marcó el origen de la distinción entre dos mundos: el de la libertad interior que depende de nosotros y el del mundo exterior que no depende de nosotros.