La Relación Entre España y Europa: Un Siglo de Transformaciones
La relación entre España y Europa ha oscilado entre el distanciamiento y la integración, influenciada por factores políticos, económicos y culturales. No obstante, el europeísmo ha sido un sentimiento y una corriente constante en la vida política e intelectual española.
El Siglo XIX: Atraso, Regeneracionismo y la Mirada Hacia Europa
A principios del siglo XIX, tras la invasión napoleónica y la Guerra de Independencia, España quedó rezagada en comparación con los avances en Europa. La influencia de la Iglesia Católica, que desconfiaba de las corrientes liberales y culturales europeas, actuó como un freno a la modernización. Durante este siglo XIX se generalizó un sentimiento europeísta en las élites ilustradas y liberales basado en la idea de que la sociedad española (muy condicionada por el peso cultural del catolicismo) sería incapaz de superar por sí misma su atraso secular. El progreso tenía que ser inducido desde fuera. Había que conseguir que la historia de España saliera de su cauce tradicional y se pusiera a rebufo de los países más desarrollados.
Con la pérdida de las últimas colonias americanas en 1898 surgió el Regeneracionismo, un movimiento intelectual que proponía sacar a España de su estado de postración y modernizarla a través de reformas educativas y políticas, con el objetivo de acercarla a Europa. La famosa frase de Joaquín Costa, “queremos respirar el aire de Europa” generalizó la idea de que España era el problema y Europa la solución. Intelectuales como Miguel de Unamuno o José Ortega y Gasset sostenían que España debía modernizarse siguiendo los pasos de Europa. Ortega, en La España invertebrada (1921), sostenía que la decadencia del país era resultado de su desconexión con los movimientos modernizadores, que avanzaban en Europa.
1914-1945: Divisiones Ideológicas y la Guerra Civil
Entre 1914 y 1945, la visión de las élites e intelectuales españoles sobre Europa fue variada y evolucionó a medida que cambiaba la situación política tanto en España como en el continente. Mientras algunos veían en Europa un modelo a seguir para la modernización y democratización de España, otros desconfiaban de las corrientes liberales y defendían modelos autoritarios. La Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial acentuaron estas divisiones, reflejadas en la tensión entre los ideales europeos de libertad y democracia y el ascenso de los totalitarismos.
El Franquismo, la Transición y la Integración Europea
Durante la dictadura franquista, el aislamiento de España impidió su participación en los procesos de integración y modernización de la Europa de posguerra. La oposición al franquismo, con la excepción del PCE, hizo del europeísmo una de las señas de identidad en la lucha por la libertad. Ya en democracia, España ingresó en la Comunidad Económica Europea (1986), lo que facilitó su desarrollo económico y supuso la culminación de un largo proceso en el que se consolidó la homologación de España con Europa. Los dos presidentes que se sucedieron en el Gobierno, Felipe González (1982-1996) y José María Aznar (1996-2004), pusieron en marcha políticas que, desde planteamientos ideológicos diferentes, sirvieron para superar los grandes retos de la Adhesión y los derivados del Tratado de Maastricht, uno de los tratados fundacionales de la Unión Europea, que preparó el terreno para la creación de una moneda única europea: el euro.
El Movimiento Obrero en España: Orígenes y Evolución
El movimiento obrero en España se desarrolló paralelo al proceso de industrialización y las transformaciones de la propiedad de la tierra. Las primeras manifestaciones de protesta fueron de ludismo, como los sucesos de Alcoy (1821). A mediados del siglo XIX surgen las primeras asociaciones obreras, como la Asociación de Tejedores de Barcelona (1840). Las pésimas condiciones laborales impulsaron el movimiento obrero, aunque de manera clandestina, durante los gobiernos moderados del reinado de Isabel II. En el Bienio Progresista se produce la primera huelga general (1855). En 1868 se creó la Sección Española de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) bajo la influencia de figuras como Giuseppe Fanelli.
En la Restauración, el movimiento obrero se desarrolló alrededor de dos corrientes ideológicas: anarquismo y socialismo, que configuran un modelo organizativo y prácticas sociales distintos. El anarquismo se desarrolla especialmente en el área agraria de Andalucía y en Cataluña, y se dividen por sus estrategias: una partidaria del terrorismo; y otra del colectivismo y del anarcosindicalismo (CNT, 1910). En el asociacionismo anarquista destacó la Federación de Trabajadores de la Región Española. Respecto al socialismo, se fundó el PSOE (1879), liderado por Pablo Iglesias; y la UGT (1888), sindicato vinculado al partido.
A comienzos del siglo XX, la influencia del movimiento organizado contribuyó al estallido de la Semana Trágica (Barcelona, 1909), la huelga de 1917 o la elección de Pablo Iglesias como primer diputado socialista (1910). El impacto de la Revolución Rusa de 1917 y la reactivación de la protesta obrera y campesina durante el Trienio Bolchevique provocará la división del socialismo y la aparición del Partido Comunista (1920). Durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera, la UGT colaboró con el régimen, mientras que el anarquismo sufrió la represión gubernamental. En la Segunda República, el partido socialista fue una de las fuerzas políticas más importantes, especialmente durante el Bienio Reformista. Tras la derrota electoral de 1933, el PSOE junto con UGT y la CNT promovieron la revolución social de octubre de 1934. La victoria del Frente Popular de febrero de 1936 fue resultado de una larga negociación entre republicanos, socialistas y comunistas, y con el apoyo anarquista.
El fracaso del golpe de Estado de julio de 1936 y el inicio de la Guerra Civil, fortaleció la implantación del PCE que, apoyado por la URSS, se identificó con la idea de ganar la guerra, relegando, al contrario que los anarquistas, el proyecto de revolución social. El exilio y la represión limitaron la actividad del movimiento obrero, aunque no evitó su labor en la clandestinidad. La conflictividad laboral y la movilización social se dispararon a partir de 1975 y se vertebró alrededor de Comisiones Obreras (1962). Durante la Transición, el PCE fue legalizado (1977) y el gobierno de Adolfo Suárez (UCD) reguló el derecho de asociación sindical con la legalización de CCOO y UGT. Para hacer frente a la inflación y al paro obrero, se firmaron, con un amplio consenso, los Pactos de la Moncloa (1977), que suponían la aceptación por las fuerzas de izquierda de una política de moderación. En octubre de 1982 el PSOE ganó por mayoría absoluta las elecciones y accedió por vez primera al gobierno en solitario. Los socialistas permanecieron en el poder casi catorce años.