Tras la caída de Maura, el Partido Liberal asumió el poder, comenzando con el breve gobierno de Moret y, a partir de 1910, con Canalejas como presidente, hasta su asesinato en 1912. Canalejas impulsó una política de regeneración democrática que incluía concesiones al regionalismo, medidas sociales y la modificación del servicio militar.
Durante su mandato, hubo un aumento de la agitación social y laboral. El gobierno adoptó una postura ambivalente: por un lado, respondía con dureza a las alteraciones del orden público, y por otro, buscaba apoyo popular a través de medidas sociales como la jornada laboral de nueve horas en las minas y la regulación del trabajo de las mujeres. La medida más relevante fue la supresión del impuesto de consumos.
Una de las reformas más emblemáticas fue la ley de reclutamiento (1912), que estableció el servicio militar obligatorio. Esto redujo la práctica clasista de la cuota para evitar el servicio militar, aunque no desapareció por completo. La cuota ahora solo permitía reducir el período de servicio, que pasaba de tres años a cinco o diez meses, dependiendo del pago. En tiempos de guerra, la incorporación era obligatoria para todos.
En cuanto a la relación Iglesia-Estado, Canalejas impulsó la Ley del Candado (1910), que limitaba la creación de nuevas órdenes religiosas, lo que generó oposición de sectores católicos y tensó las relaciones con el Vaticano.
Además, aprobó una nueva ley de mancomunidades, que permitía la unión de diputaciones provinciales para gestionar ciertos servicios públicos. Cataluña adoptó esta ley.
Sin embargo, el asesinato de Canalejas en 1912 interrumpió las reformas y marcó el fin de los intentos de regeneración interna del sistema político de la Restauración, abriendo el camino a la fragmentación política que desembocó en el golpe de estado de Primo de Rivera.
Opciones políticas alternativas al turnismo
Los partidos republicanos
El republicanismo español se basaba en el anticlericalismo, la fe en el progreso y la defensa de políticas reformistas. Su apoyo social se hallaba en los casinos, ateneos y sectores intelectuales. Tras el fracaso de la Primera República, el republicanismo se dividió en cuatro grupos ideológicos: los federalistas (Pi i Margall), los centralistas (Salmerón), los posibilistas (Castelar) y los progresistas (Ruiz Zorrilla).
Los republicanos tenían representación parlamentaria, aunque limitada y principalmente en las ciudades, donde el caciquismo y el fraude electoral eran más difíciles de aplicar. A pesar de algunos intentos de pronunciamientos militares para derrocar la monarquía e instaurar la república, no tuvieron éxito.
A medida que desaparecía el republicanismo histórico, surgió un nuevo republicanismo, principalmente urbano. Ejemplos fueron Alejandro Lerroux, quien fundó el partido Radical, triunfante en Cataluña, y Vicente Blasco Ibáñez, con el Blasquismo en Valencia.
El movimiento obrero
Aunque el movimiento obrero era pequeño, su crecimiento estuvo vinculado al aumento de la industrialización. Esto impulsó la formación de sindicatos, especialmente en zonas como Madrid, Barcelona, Asturias y País Vasco. A partir de 1920, surgió un sindicalismo de masas, dividido en dos corrientes: la anarquista y la socialista.
El anarquismo: la CNT
El anarquismo se oponía a la participación política y a las reformas sociales, enfocándose en la lucha obrera mediante huelgas generales, sabotajes, ocupación de fábricas y terrorismo. La Confederación Nacional del Trabajo (CNT), fundada a partir de asociaciones catalanas como Solidaridad Obrera (1907), reafirmó la acción directa como método de lucha.
El socialismo: la UGT y PSOE
El PSOE, que creció lentamente en sus primeros años, se unió con el republicanismo en la lucha por democratizar el régimen. Fundaron la Conjunción Republicano-Socialista en 1909 y adoptaron el discurso anticlerical. El PSOE también fundó sociedades socialistas femeninas para defender los derechos políticos y laborales de las mujeres.
El catalanismo
En el siglo XX, el catalanismo estuvo representado por la Lliga Regionalista, liderada por Enric Prat de la Riba y Francesc Cambó, que buscaba autonomía administrativa a cambio de colaborar con la monarquía. En 1905, se produjo un incidente en Cataluña cuando oficiales del ejército asaltaron los locales de la revista satírica ¡Cut-Cut! y el periódico Veu de Catalunya, lo que llevó a la dimisión del presidente del Gobierno Montero Ríos.
En respuesta, el gobierno aprobó la Ley de Jurisdicciones (1906), que permitió juzgar delitos contra la patria y el ejército en tribunales militares, intensificando la represión contra los nacionalismos periféricos. Las fuerzas políticas catalanas reaccionaron formando la Solidaritat Catalana, una coalición que aglutinaba a partidos republicanos y carlistas, extendiendo las ideas nacionalistas y republicanas en Cataluña.
El protectorado de Marruecos
A finales del siglo XIX, algunos intelectuales regeneracionistas propusieron una intervención colonial en el norte de África como solución a la crisis de conciencia en España. Durante la Conferencia de Berlín (1884-1885), España logró que se reconociera su zona de influencia en el Sahara Occidental, iniciando su interés por la expansión en Marruecos.
Este interés fue respaldado por el ejército, que buscaba restaurar su prestigio tras el desastre de 1898, y por sectores políticos y económicos que veían en la región una oportunidad de enriquecimiento, especialmente a través de la explotación minera del Rif y las inversiones en infraestructuras como el ferrocarril.
En 1906, la Conferencia de Algeciras ratificó el protectorado franco-español en Marruecos, asignando a España la zona de El Rif, desértica y montañosa, lo que dificultó la construcción y protección del ferrocarril que debía transportar minerales. Además, la resistencia de la población rifeña, organizada en cabilas, generó numerosos conflictos con las tropas españolas. Estos enfrentamientos provocaron grandes bajas entre los soldados, mayoritariamente de clases populares. En 1909, se produjo una importante derrota en el Barranco del Lobo.
La cuestión de Marruecos y la Semana Trágica de Barcelona (1909)
El interés por Marruecos como nueva colonia aumentó las tensiones sociales en España. La movilización de reservistas y el antimilitarismo, impulsado por la posibilidad de pagar para evitar el servicio militar, llevaron a una huelga general en la que socialistas y anarquistas participaron activamente. En Barcelona, donde las tropas debían embarcar, las manifestaciones se extendieron a otras localidades catalanas. Esto desató la Semana Trágica (del 26 al 31 de julio de 1909), una ola de violencia callejera, con barricadas y ataques a iglesias y conventos, mientras la autoridad militar proclamó el estado de guerra.
El gobierno reaccionó con una dura represión: más de mil detenciones, doscientas penas de destierro, cincuenta cadenas perpetuas y diecisiete penas de muerte, de las cuales se ejecutaron cinco. Entre los ejecutados, se encontraba Francisco Ferrer Guardia, fundador de la escuela moderna con una pedagogía libertaria, a la que se oponían los sectores conservadores y religiosos.
La Semana Trágica no fue un movimiento organizado con un objetivo claro, sino una explosión de masas desesperadas por sus condiciones de vida. Lo significativo fue que los ataques se centraron en iglesias y conventos, no en instituciones militares. De esta experiencia surgió la fundación, en 1910, de la Confederación Nacional de Trabajadores (CNT), un sindicato anarquista.
Análisis de Gráfico y Mapa: Conflictividad Social y Crisis de 1917
Clasificación: El gráfico y el mapa sobre el ciclo huelguístico y la crisis de 1917 son fuentes secundarias historiográficas. Por un lado, el gráfico ilustra el número de huelgas en España entre 1905 y 1923, teniendo un carácter social y económico. Por otro lado, el mapa muestra la incidencia de la crisis de 1917 en las zonas urbanas e industriales, y en el ámbito rural entre 1918 y 1921, durante el Trienio Bolchevique. Este mapa tiene un carácter social y político, ya que refleja la conflictividad social de la época y su distribución territorial.
Ideas principales: El gráfico y el mapa reflejan la creciente conflictividad social en España durante los primeros años del siglo XX. El número de huelgas alcanzó su punto máximo en 1917, coincidiendo con la crisis social y económica generada por la Primera Guerra Mundial. A partir de 1920, las huelgas comenzaron a decrecer. En el mapa se observa que las huelgas industriales se concentran principalmente en regiones como Vizcaya, Asturias, Barcelona, Madrid, Zaragoza y otras zonas con fuerte presencia industrial. Las huelgas agrícolas, por su parte, tienen una mayor incidencia en Andalucía, especialmente en la zona del Guadalquivir.
El contexto de estas huelgas está marcado por la desigual distribución de la propiedad, con Andalucía, Extremadura y Castilla-La Mancha destacándose por su predominancia de latifundios. Las zonas con mayor conflictividad industrial incluyen Barcelona, Valencia y su cinturón industrial, Vizcaya y Asturias, mientras que en el ámbito rural, la conflictividad social fue más fuerte en Andalucía y las zonas agrícolas.
Contexto histórico: Este fenómeno ocurre en el contexto de la crisis del sistema de la Restauración y el reinado de Alfonso XIII, cuando la conflictividad social aumentó debido a la creciente desigualdad y a las condiciones laborales precarias. A principios del siglo XX, el movimiento obrero en España comenzó a ganar importancia, especialmente con la legalización de los sindicatos en 1887. Sin embargo, este movimiento estuvo marcado por la división entre el anarquismo y el socialismo, dos tendencias sindicales rivales, lo que contribuyó a una falta de unidad en la lucha obrera.
Tres momentos clave marcan la historia de la conflictividad social: en 1909 con la Semana Trágica de Barcelona, en 1917 con la primera huelga general en toda España, y en 1919 con la huelga en La Canadiense en Barcelona, que logró la jornada laboral de ocho horas. La crisis de 1917 se debió en parte al aumento de los precios, especialmente los alimentos básicos como el trigo y las patatas, lo que generó una gran carestía y descontento en las clases populares.
Por otro lado, la conflictividad social no se limitó solo a las zonas industriales, sino que también se dio en el ámbito agrario, especialmente en Andalucía. Durante el Trienio Bolchevique (1918-1921), los jornaleros andaluces protagonizaron protestas violentas, como la destrucción de cosechas y la ocupación de fincas. Las causas de estas revueltas fueron el latifundismo, la influencia de la Revolución Rusa, la demanda de una reforma agraria y la pobreza extrema de los trabajadores rurales. Los lemas “La unión hace la fuerza” y “La tierra para el que la trabaja” reflejan las demandas de justicia social y una mayor equidad en el reparto de tierra.