Escultores Griegos: De Policleto a Lisipo

Doríforo: El Canon de Policleto

El célebre canon de Policleto es la plasmación práctica de los principios teóricos formulados por el gran maestro de Argos en un libro desgraciadamente perdido, llamado precisamente “Kanon”. Se suele repetir con razón que el Doríforo da forma a la máxima aspiración de los escultores griegos, que era la perfecta proporción dentro de un ideal naturalista. Efectivamente, Policleto es el último escultor interesado por el viejo problema del kouros y el que consigue dar una nueva expresión al contraposto, cuestión fundamental para enjuiciar su trayectoria artística.

Como es sabido, el sistema de proporciones del Doríforo se basa en la aplicación de sencillas y antiguas relaciones o módulos aritméticos, como la altura total determinada por 7 cabezas, y otros geométricos que nos son desconocidos. El factor numérico juega, por tanto, un papel decisivo en la expresión rítmica de la simetría, aunque ésta es algo más. Es un conocimiento riguroso del organismo humano obtenido a base de una detallada observación, hecho que explica la importancia del otro principio rector, la “diarthrosis” o articulación, el engranaje de piezas y miembros en el conjunto del cuerpo.

Ahora bien, si alineamos al Doríforo junto a precedentes como el Aristodikos y el Efebo de Kritios, valoraremos las innovaciones introducidas por Policleto, sobre todo, en lo que se refiere al ritmo oscilante en forma de S del Doríforo, como si una corriente dinámica fluyera por todo el cuerpo. La disposición chiástica de miembros exigida por el contraposto se expresa con nuevo énfasis, pues pierna de sostén y brazo caído coinciden en el mismo lado, mientras en el otro lo hacen brazo flexionado y pierna exonerada, retrasada y sin tocar el suelo más que con las puntas de los dedos del pie. El resultado de este esquema ofrece un contraste muy armonioso entre el flanco derecho cerrado, que acentúa el giro de la cabeza, y el izquierdo, abierto y con concesiones a la profundidad. El equilibrio entre los efectos de carga y descarga del peso del cuerpo es lo que da al Doríforo ese dinamismo único que es consecuencia de la tensión y de la placidez. El influjo de esta obra creada hacia el año 440 se deja sentir muy pronto.

Lisipo: El Escultor de Alejandro

El papel que ocupó en el campo de la pintura Apeles fue el mismo que Alejandro le concedió en el ámbito de los escultores a Lisipo. Lisipo de Sición, el mayor representante de la plástica de su ciudad, no había tenido ante él, como los pintores, una estructurada academia. Sin duda es excesivo pensar que fue autodidacta, como decían algunos escritores antiguos, pero lo cierto es que la escuela policlética de Sición, especializada, como la de Argos, en la fundición de atletas para el santuario de Olimpia, no tiene muchos maestros reconocidos. Acaso el más famoso, en la primera mitad del siglo IV a. C., fuese Dédalo, del que poco sabemos y al que, hipotéticamente, se suele atribuir un fornido atleta cuya copia romana en bronce, hallada en Éfeso, se conserva hoy en el Museo de Viena.

Según nos relatan las embellecedoras leyendas llegadas hasta nosotros, que tienden a considerar a Lisipo como la cumbre hacia la que se había ido encaminando la estatuaria griega en su progreso, nuestro autor tomó como punto de partida para su estética de broncista dos principios: la naturaleza -a raíz de una declaración del pintor Teopompo que le impresionó en su juventud- y el Doríforo de Policleto. A lo largo de su dilatada existencia (debió de nacer hacia el 390 a. C., y moriría poco antes del 300), tuvo ocasión, en las mil quinientas obras que, según se decía, realizó, de mostrar cómo entendía la conjunción de tales elementos.

La trayectoria escultórica de Lisipo comienza sin duda antes del 360 a. C., pues una estatua que hizo a Pelópidas en Delfos ha de fecharse, como muy tarde, en el 362. Pero lo cierto es que las primeras obras de las que conservamos copias fidedignas parecen ser todas ellas posteriores al 350 y, por tanto, a la época del Mausoleo. La más antigua, y una de las más elocuentes, es el retrato ideal de un atleta y magnate de Tesalia que había vivido en el siglo V a. C., y cuyo nombre era Agias. Un descendiente suyo, Dáoco, tetrarca de su país, al realizar en Farsalia un monumento a sus antepasados, encargó esta obra, en bronce, al aún joven artista, y unos años después, en el 337, hizo ejecutar copias en mármol para dedicarlas en Delfos. Lo que a nosotros ha llegado es precisamente esta copia.

El Agias se nos presenta, decididamente, como una obra de Policleto transformada. Y no deja de ser significativo cómo, al igual que Praxíteles y Escopas, Lisipo es capaz de darle a los modelos del viejo maestro argivo un planteamiento nuevo y personal, acorde a sus propios intereses: en su estatua advertimos, por debajo de la estructura geométrica de los músculos, cómo se rompe el juego de pesos y contrapesos: el atleta se apoya en su pierna derecha, pero su brazo activo es también el derecho, que debía doblarse y sostener una palma, y no el izquierdo, como exigiría el canon de Policleto. También notamos que la cabeza cobra movimiento, al inclinarse hacia la izquierda sobre un cuello torcido hacia la derecha, y que, además, las proporciones del cuerpo se han alargado, sumando un total de ocho cabezas. La consecuencia es obvia: el cuerpo entero del Agias vibra y parece aligerarse, incluso con sus dos talones pegados al suelo. Y todo esto se acentúa, como en Escopas, dándole importancia a la cara a través de unos ojos profundos, un tanto soñadores. Lisipo ha abierto ya los frentes de muchas de sus inquietudes plásticas, y los ha resuelto en lo que, sin duda, no era ya una obra de principiante. Pero pronto, poco a poco, irán apareciendo otros problemas con su correspondiente solución. Pocos artistas griegos, y acaso ninguno en el siglo IV a. C., se han planteado tantas novedades teóricas, y han logrado ejecutar una obra tan variada y sugerente.

Laocoonte y sus Hijos

El soberbio grupo del Laocoonte fue considerado por Plinio “la mejor de todas las obras tanto de pintura como de escultura”. El sacerdote troyano se debate, con todos los músculos en tensión, por liberarse y liberar a sus dos hijos de las serpientes enviadas por Apolo. El grupo del Laocoonte fue realizado por tres autores, cuya firma aparece en el grupo de Escila: “Atanodoro hijo de Hagesandro, Hagesandro hijo de Peonio, Polidoro hijo de Polidoro, rodios, hicieron”; y emplearon para ello piedra local rodia y mármol griego; sólo un fragmento del Laocoonte es de mármol italiano de Carrara. “El Laocoonte se encuentra en la mansión del emperador Tito… Fue esculpido en un solo bloque de mármol por los excelentes artistas de Rodas Hagesandro, Polidoro y Atenodoro y representa a Laocoonte, sus hijos y las serpientes admirablemente enroscadas” (Plinio).