La Posguerra: Entre la Comedia Burguesa y el Exilio
Tras la Guerra Civil, el teatro español estuvo marcado por el teatro militante falangista. Sin embargo, este triunfalismo nacionalista se atenuó con el tiempo, dando paso a la comedia burguesa, heredera de Benavente. Estas comedias, de cuidada construcción, mezclaban intriga, humor y sentimientos, logrando un gran éxito de público.
También proliferaron las obras humorísticas, generalmente intrascendentes, con excepciones como las de Enrique Jardiel Poncela (Eloísa está debajo del almendro) y Miguel Mihura (Tres sombreros de copa), cuyas obras se estrenarían sistemáticamente en los años 50.
Paralelamente, el teatro en el exilio seguía su propio curso, con autores como Max Aub (San Juan, 1942) o Alejandro Casona (La dama del alba, 1944).
Los Años 50 y el Realismo Social
En los años 50, el concepto de realismo social llegó al teatro español. Sin embargo, la postura estético-ideológica de los dramaturgos difería bastante del gusto del público, que seguía prefiriendo melodramas, obras humorísticas, zarzuelas y revistas.
La censura franquista ejercía un control férreo, prohibiendo obras consideradas improcedentes y “expurgando” otras. Esta situación impuso una autocensura entre los autores.
A pesar de las dificultades, surgió un público más crítico e inquieto, especialmente en el entorno universitario. Esto generó un debate entre los dramaturgos: el posibilismo, que consistía en suavizar o disimular la crítica mediante símbolos y alusiones, y el imposibilismo, que defendía la libertad de expresión a riesgo de no ser representados.
El principal representante del posibilismo fue Antonio Buero Vallejo, autor de Historia de una escalera (1949). Su trayectoria abarca desde un teatro existencial y de crítica social hasta la experimentación en sus últimos años. Destaca también su obra El tragaluz.
En la vertiente imposibilista, Alfonso Sastre, autor de Escuadra hacia la muerte (1952), sufrió censura, multas e incluso cárcel. Otros autores con crítica social fueron Lauro Olmo (La camisa) y José María Rodríguez Méndez (Flor de otoño).
Los Años 60: Entre lo Comercial y la Experimentación
En los años 60, el teatro español seguía dividido entre el teatro comercial y uno más experimental con dificultades para llegar a un público amplio.
Antonio Gala, con obras como Los buenos días perdidos, representó el teatro comercial, con un tono poético y una presentación convencional.
El teatro experimental, por otro lado, buscaba superar el realismo, dando importancia a la escenografía, los efectos especiales, la música, la expresión corporal, el absurdo y la ruptura de la cuarta pared. La temática seguía siendo la denuncia del franquismo, lo que dificultaba su representación. Destacan Fernando Arrabal (Pic-nic) y Francisco Nieva (Pelo de tormenta).
Los Años 70 y el Teatro Independiente
En los años 70 surgió el teatro independiente, al margen del circuito comercial. Grupos como Tábano, Los Goliardos, Els Joglars y Els Comediants cultivaron el teatro colectivo, donde las obras no pertenecían a un autor, sino a toda la compañía.
El Panorama Actual
El teatro español actual es heterogéneo. Existe un circuito comercial, centrado en el humor y los dramas costumbristas, y una sólida red de teatro institucional con montajes de calidad, tanto de obras clásicas como contemporáneas. Autores como José Luis Alonso de Santos (Bajarse al moro), José Sanchís Sinisterra (Ay, Carmela) y Juan Mayorga (Hamelin) han cosechado éxitos desde los años 80.
Finalmente, el teatro alternativo, heredero del teatro independiente, sigue vigente, con dramaturgas como Paloma Pedrero, Helena Pimenta y Angélica Liddell.