El término Renacimiento nos da una clara idea de su significado: “vuelta a la vida”, en contraposición a la idea de “oscura Edad Media”. Se trataba de “volver a nacer” recuperando las formas perdidas de la Antigüedad clásica, reinterpretándolas y adaptándolas al nuevo lenguaje clásico en torno a dos conceptos: perspectiva y proporción. El regreso a la Antigüedad traerá consigo la vuelta a la cultura antropocéntrica, donde el ser humano se siente el centro del Universo, surgiendo así el “humanista”, que retoma la lectura de los clásicos, el griego, el latín, la filosofía, el interés científico por la naturaleza y la pasión por el arte.
Esta nueva valoración del individuo vendría respaldada por una nueva figura, la del mecenas. Los mecenas eran personajes de gran prestigio social que pagaban a los artistas permitíéndoles hacerse con unos ingresos mínimos y les daban la posibilidad de triunfar en el mundo del arte, por lo que se convirtieron en piezas clave del proceso creativo.
Durante el Renacimiento, la actividad creativa de los artistas no habría sido posible sin la intervención de estos mecenas. Este apoyo económico, si bien siempre había existido, durante el Renacimiento se produce a otros niveles: no se trata tan sólo de financiar una obra de arte destinada a una función pública, religiosa o política, donde el patrono aparecería como el donante, como ya había sucedido en la Edad Media, sino que se financiaba para la propia exaltación, prestigio y gloria personal o familiar. El patrono deja de ser un simple oferente para ser también actor de la historia. El mecenas y su familia aparecen en las representaciones como actores, aunque sean de temática religiosa. Ya no se tratan de personajes de tamaño humilde incorporados a la escena, sino personajes de una historia real.
A partir de estos momentos, el encargo de una obra de arte a un artista se convierte en la ostentación y propaganda de prestigio político, ideológico y social, por lo que las familias más adineradas y acomodadas competirán por ello y, en todas las cortes europeas (Francisco I, Carlos V, Enrique VIII, los Papas), lucharán por hacerse con los servicios de los mejores artistas. Esta costumbre de adquirir prestigio mediante el arte daría un nuevo valor a los artistas, que comenzaron a reivindicar un nuevo estatus: rechazaron que se les considerase meros artesanos, ya que sus obras eran fruto de una reflexión teórica e intelectual.
a) QUATTROCENTO
Durante el Quattrocento italiano, Florencia se convirtió en la capital del arte. Y la familia prototipo de mecenas, sin duda alguna, fue la de los Médicis. Esta familia consiguió afianzar su dominio en la ciudad durante toda la primera mitad del Siglo XV, fundando la primera Academia para la enseñanza de la filosofía neoplatónica y que se convirtió en uno de los principales centros donde se generó y difundíó el nuevo pensamiento del Renacimiento. Lorenzo de Médicis, apodado El Magnífico y Cosme I patrocinaron a grandes artistas como Brunelleschi, Donatello y Botticelli, que supieron transmitir a sus obras el sentido de la proporción y la simetría, tan valorados por sus patronos.
En arquitectura, esta época se caracterizará por la consolidación de los ideales de proporción y armónía y la recuperación de los órdenes clásicos. El primer gran arquitecto de este período sería Brunelleschi, considerado el prototipo de hombre renacentista, que llevó a cabo la construcción de la Cúpula de la Catedral de Santa María de Fiore, con la que consiguió levantar una doble cúpula unida por un sistema de ganchos que convirtió a Florencia en la ciudad-Estado más prestigiosa del momento. También destacaría como arquitecto, León Battista Alberti, prototipo del perfecto humanista que se llegó a convertir en asesor de Papas y príncipes. Entre sus obras destacó el Palacio Rucellai, en el que consiguió eliminar el aire amenazador propio de los castillos medievales para recoger en él los principios del orden y la simetría, tan carácterísticos de esta época.
En escultura, los Médicis financiaron la construcción de las puertas del Baptisterio de Florencia, obra de la que se encargaría el escultor Ghiberti, y que abrieron el camino en la escultura de la época a los nuevos tratamientos de la anatomía humana, el interés por la naturaleza, así como, un excelente tratamiento de la perspectiva. Por otro lado, fuera de Florencia cabe destacar la obra de Donatello, el Condottiero Gattamelata, en Padua, encargada por el hijo del propio condottiero para glorificar la memoria de su padre, y que supuso el primer retrato ecuestre realizado desde la Antigüedad clásica, lo que supuso un gran impacto en la sociedad, revolucionando la urbanística del momento. Donatello presenta al condottiero como el heredero de los emperadores romanos, guía de los hombres, dominador del Universo, nuevo hombre del Renacimiento, marcando un hito que sería tomado como referencia para la posteridad.