El Reinado de Alfonso XIII. La Crisis de la Restauración (1902-1931)
El surgimiento del regeneracionismo coincide con la entronización de Alfonso XIII, el 17 de mayo de 1902, al alcanzar la mayoría de edad (16 años). Hombre de carácter abierto, superficial y frívolo, tuvo buena voluntad para enfrentarse a los problemas, pero careció de la preparación necesaria, y sus apoyos fundamentales fueron el clero (sobre todo el sector más integrista) y el ejército. Los muchos poderes que le reconocía la Constitución de 1876 (disolver las Cortes y nombrar Primer Ministro) no siempre los utilizó con habilidad, lo que le granjeó enemistades, especialmente tras la muerte de Sagasta (en 1903; Cánovas había muerto en 1897). Los políticos más destacados ahora serán, por los conservadores, Maura, y por los liberales, Canalejas, quienes, a pesar de su destacada personalidad, no lograrán reconducir la necesaria regeneración de España.
1. Intentos de modernización: Regeneracionismo y revisionismo
En torno al 98 se inicia en España un periodo de reflexión y de autocrítica que orienta la cultura y los afanes de muchos intelectuales y políticos hacia la idea de regeneración y de que es necesario promover cambios para que el país salga del marasmo en que de repente se ha visto a consecuencia de la guerra de Cuba y la pérdida de las últimas colonias. Desde el 98 y durante el primer tercio del siglo XX, la cultura española, impulsada por la llamada Generación del 98 (Unamuno, Azorín, Baroja, Machado, Ganivet, Costa, Ortega…) y luego por la del 27, alcanzará una verdadera Edad de Plata (se quiere indicar que es el periodo más brillante tras el Siglo de Oro), nombre con el que se conoce este periodo en el que importantes escritores, poetas, pensadores y artistas brillaron por su gran personalidad y el vigor de su obra. Toda una generación excepcional que confluirá con sus afanes de cambio y de compromiso social en la IIª República cuando alcance la madurez esa espléndida pléyade formada por multitud de personas entre las que podríamos destacar a los poetas Alberti, Lorca, Cernuda, Aleixandre…; madurez y Edad de Plata truncada y cortada de raíz por la guerra civil y el triunfo de una chusca y cuartelera visión del mundo en la que no cabían intelectuales ni artistas y que sumergió a España en una oscura edad de hierro de más de cuarenta años.
Como se sabe, el 98 descubre Castilla; sus hombres, sus paisajes, sus valores y su estética pasan a un primer plano en la inspiración y también en los afanes reformistas de esta generación. Esta cultura crítica y regeneracionista cuenta en Castilla y León con dos figuras señeras: Macías Picabea y Julio Senador. Dejando de lado al primero, cuya trayectoria política se inicia años antes del 98 y cuya obra reformista merece la pena recordar, Julio Senador es probablemente la figura que mejor encarna el espíritu del que venimos hablando.
Se trata de un pensador lúcido que traza un diagnóstico realista de la situación política, económica, social y cultural de Castilla y León en su obra Castilla en escombros, título que ya indica el análisis demoledor y de gruesos trazos pesimistas con que el autor percibe la realidad, análisis al que a menudo siguen propuestas radicales, totalizadoras y con frecuencia nada democráticas ni respetuosas con la idea de libertad. Y es que Senador coincide con Costa y otros personajes de la misma época en que es necesario acabar con un sistema parlamentario, por lo demás corrompido y en manos de los caciques (hay que recordar el título de una de las obras más importantes de Costa: Oligarquía y caciquismo) y buscar una salida autoritaria protagonizada por un “cirujano de hierro” –más adelante algunos lo identificarán con la figura del jefe fascista y, desde luego, con Primo de Rivera y hasta con Franco– capaz de vencer dificultades, doblegar voluntades y conducir a España por el camino de la regeneración. Este planteamiento sitúa a estos pensadores en la onda prefascista también visible en otros lugares de Europa y que acabará trayendo nefastas consecuencias a la humanidad entera.
Los regeneracionistas no se limitaron a escribir sus libros y pronunciar sus discursos, sino que salieron al debate público a través de la prensa y de sociedades culturales y de todo tipo, como la Universidad, los ateneos, las tertulias, lo que les permitirá extender sus ideas entre sectores importantes de las clases medias urbanas. Ideas que resucitan dos pilares básicos del pasado histórico de Castilla: su religiosidad combativa (Castilla campeona del catolicismo, normalmente en su versión más reaccionaria e integrista) y su proyección universal a través de la lengua y del Imperio, a lo que suele añadirse en extraña mezcla la exaltación aldeana y localista del pragmatismo campesino (un realismo alicorto al servicio de intereses concretos muy mundanos).
Un buen exponente del regeneracionismo castellano lo encontramos en el Boletín de la Sociedad Castellana de Excursiones que, iniciado en Valladolid en 1903, tiene como objetivos propiciar el conocimiento de las cosas importantes de la región (la naturaleza, el arte, la literatura, la historia, la industria…) para fomentarlas, extender la cultura regional y estrechar lazos entre castellanos. Como dijera Narciso Alonso Cortés, se trataba de hacer “auténtico regionalismo” (frente al nacionalismo “disgregador” de catalanes y vascos en esos años), de despertar la conciencia regional y propiciar los cambios necesarios para que Castilla recobrara el papel esencial que le correspondía en sus planteamientos.
2. Las crisis de 1909 y 1917
La gravedad de la situación política y social que se vive en España en los inicios del siglo XX espolea a unos sindicatos cuyas reivindicaciones y protestas sobrepasan el marco puramente laboral, como se vio en el grave conflicto de la Semana Trágica (1909), cuando una protesta por la movilización de reservistas para trasladarlos a Marruecos degeneró en un gravísimo conflicto, duramente reprimido por el ejército, cuya fractura con el pueblo es cada vez más notoria.
Además de los nacionalismos periféricos y del movimiento obrero, el militarismo rampante y los problemas coloniales jugaron como importantes factores de descomposición del sistema de la Restauración. Tras años de quedar recluido en los cuarteles por el sistema canovista a cambio de no emprender reforma militar alguna y de respetar una autonomía casi total, el militarismo hace acto de presencia de nuevo en la sociedad española a propósito de los problemas de Cuba. Las críticas de la prensa y de la opinión pública no son bien toleradas por los militares, quienes en 1905-1906, tras el asalto al Cu-Cut y La Veu de Catalunya y episodios similares en el País Vasco, fuerzan una Ley de Jurisdicciones que supone una irrupción en ámbitos civiles y originan la caída del gobierno, con beneplácito del rey. Desde entonces, los militares estarán cada vez más presentes en la vida política, condicionándola y preparando el camino hacia la dictadura (que será ya irrefrenable tras el desastre de Annual en 1921).
La gran crisis de 1917, que marca el principio del fin del sistema de la Restauración, viene precedida de otras crisis graves ya citadas: 1905-1906, crisis del civilismo democrático frente al militarismo (asalto a periódicos catalanes y sociedades vascas, Ley de Jurisdicciones); 1909, crisis del Pacto del Pardo y del turnismo, a consecuencia de las críticas de los liberales hacia los conservadores tras la Semana Trágica; 1913, crisis de los partidos monárquicos y división entre sus líderes: García Prieto y Romanones por los liberales, y Maura y Dato por los conservadores. Llegamos así a 1917, año en que todos los problemas convergen dibujando un panorama muy crítico. Los acontecimientos clave se pueden sintetizar en tres: crisis militar con el surgimiento de las Juntas de Defensa; crisis política con la Asamblea de Parlamentarios, y crisis social con la huelga general de agosto.
- La crisis militar tiene repercusiones muy graves en un sistema político que tenía en el ejército uno de sus principales apoyos. Desde el 98 los males de esa institución aparecen con nitidez: excesivo número de oficiales (seis veces más que en Francia para un ejército seis veces menor), corruptelas, corporativismo cerrado, división entre los burócratas de la Península y los africanistas, que hacían rápidas carreras por méritos de guerra. Cuando en 1916 se plantean reformas para reducir el número de oficiales y promover los ascensos por méritos (y no sólo por antigüedad), se produce la protesta en forma de Juntas de Defensa, especie de sindicalismo militar, ilegal, que se extiende rápidamente por todas las guarniciones. Incapaz de enfrentarse al problema, el gobierno tuvo que ceder, y García Prieto dimite. Le sustituye Dato, quien suspende las garantías constitucionales y las Cortes, declarando la censura previa.
- La suspensión de las Cortes es un acto gravísimo que provoca una aguda crisis política, pues los partidos de la oposición, con Cambó y los catalanistas a la cabeza, reúnen en Barcelona una Asamblea de Parlamentarios, que pide reformas sustanciales, gobierno provisional y cortes constituyentes. Al final, el gobierno disuelve la asamblea, pero la crisis constitucional está ya abierta. En 1918, con una serie de gobiernos centrales débiles y efímeros, la Lliga exige una autonomía integral para Cataluña y elabora un Estatuto que pretende aprobar. A la vez, la agitación social sube de tono, especialmente en Barcelona, donde el pistolerismo de algunos anarquistas será respondido por el pistolerismo empresarial, apoyado por el gobierno, combatiendo así a todo el movimiento sindical. La aplicación de la ley de fugas por Martínez Anido, gobernador de Barcelona, provoca escándalo: muchos líderes sindicales son asesinados impunemente. Así las cosas, Dato cae asesinado en 1921, a la vez que se complica el problema de Marruecos.
- En cuanto a la crisis social, se incuba en el malestar generado desde años antes y en la fuerza del movimiento obrero. La Iª Guerra Mundial fue una coyuntura económica favorable que no benefició a todos por igual: los grandes beneficios empresariales vinieron acompañados de una fuerte carestía y graves conflictos para conseguir alzas salariales. En 1917 UGT y CNT suscriben un manifiesto instando al gobierno a tomar medidas contra la carestía bajo la amenaza de huelga general. El 9 de agosto los ferroviarios ugetistas inician la huelga, secundada luego por los demás, con graves repercusiones especialmente en Asturias, País Vasco y Cataluña, y muchas menos en Madrid. La huelga, duramente reprimida por el ejército (más de 70 muertos en toda España) fue un fracaso, pero queda claro que la idea de la revolución, con el influjo del triunfo soviético en Rusia, ha calado en parte importante de la clase obrera. Las explosiones sociales en diversos lugares, especialmente en Andalucía, se suceden, y en la burguesía conservadora y en la Iglesia prende el miedo a la revolución: el ejército, el uso de la fuerza, les parece el único medio de impedirla. Este fue otro de los motivos del golpe militar de 1923.
3. La crisis de 1921: La guerra colonial en Marruecos y el desastre de Annual
Tras la conferencia de Algeciras en 1906 y los acuerdos con Francia de 1912, queda delimitada la zona de influencia española en Marruecos. Desde entonces el gobierno va a intentar controlar efectivamente su protectorado para poder explotar sus riquezas, especialmente minerales, en las que tienen intereses el capital catalán, vasco y madrileño. Pero se va a chocar con una geografía difícil y con la resistencia de los nativos, capitaneados por su caudillo Abd-el Krim. La guerra, además, va a ser muy impopular porque las tropas proceden de las clases humildes, que no ven beneficio alguno en Marruecos (Semana Trágica). Desde 1919 el general Silvestre inicia una campaña de penetración territorial de forma imprudente y chapucera, sin establecer puestos de retaguardia y sin medir las fuerzas enemigas. Así es como en 1921 se produce el desastre de Annual, que provocó más de 10.000 muertos en menos de 20 días. La protesta nacional creció ante este desastre, que salpicó al propio monarca. Se oían peticiones unánimes de responsabilidades; así se formó una comisión de investigación dirigida por el general Picasso (expediente Picasso), que aclaró la responsabilidad de Silvestre y sus altos mandos. Este informe iba a ser debatido en las Cortes en septiembre de 1923, pero el golpe de Primo de Rivera lo impidió. Termina así como empezó, con un pronunciamiento militar, el sistema de la Restauración; una nueva etapa se abre en la historia de España.
4. La Dictadura de Primo de Rivera
El 13 de septiembre de 1923 el Capitán General de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, con el apoyo de una parte sustancial del ejército, publica su “Manifiesto al País y al Ejército españoles”, mediante el cual anuncia su golpe de Estado, a la vez que se apropia del gobierno de Barcelona declarando el estado de guerra. Los móviles que el dictador señala para justificar su acción tienen que ver con el orden público y el terrorismo, el separatismo catalán, el desorden económico, la corrupción y los problemas de Marruecos. El gobierno, las Cortes, los gobernadores civiles y los ayuntamientos son disueltos y sus poderes pasan a autoridades militares en todo el territorio nacional. Se forma un Directorio Militar, encabezado por Primo de Rivera, para hacerse cargo de la nación. Alfonso XIII, que veraneaba en San Sebastián, llega a Madrid el día 14 y el 15 llama a Primo de Rivera para que se haga cargo del poder: la monarquía une su destino al de la dictadura.
La sociedad no reacciona contra la situación, y muchos se adhieren a ella de forma activa o pasiva. Sólo CNT y el Partido Comunista llaman a la huelga general en Madrid, pero el PSOE y la UGT mantienen una postura ambigua: reprobación del golpe, pero abstención de iniciativas que desvíen la represión contra ellos (contra anarquistas y comunistas se había dirigido ya el dictador). Esta actitud les valdrá la tolerancia de la dictadura: El Socialista no deja de publicarse y las Casas del Pueblo siguen abiertas, mientras los socialistas mantienen conversaciones discretas con el dictador y colaboran participando en algunas instituciones (Consejo Superior de Trabajo, Consejo de Estado). La prensa conservadora y parte de los viejos partidos turnistas apoyan el golpe: El Debate (periódico católico) exige represión contra sindicalismo, separatismo y antimilitarismo, y clama por la creación de un partido católico que gobierne en España. La burguesía catalana ve en Primo de Rivera un defensor de sus intereses (orden social y proteccionismo), a la vez que lo creen capaz, equivocadamente, de entender el hecho diferencial moderadamente interpretado (es decir, en versión de la Lliga, que se muestra colaboracionista, y no en versión de Acció Catalana, que sufre una represión que luego se extenderá a todo el catalanismo). En resumidas cuentas, la dictadura nace sin grandes oposiciones.
Tanto el Rey (que refrenda las decisiones del Directorio Militar) como el dictador mantuvieron la idea de que la constitución de 1876 se había suspendido, pero no derogado: es decir, no se trataba de crear un nuevo régimen político sino de solucionar unos problemas graves en un periodo de excepción. Sin embargo, la admiración por el fascismo italiano y por Mussolini llevarán a unos y otros al intento de crear un estado fascista, corporativo, sustentado en un partido único, la Unión Patriótica, controlado por los sectores más conservadores del clero católico (Herrera Oria y su periódico El Debate) y con el que colaboraron antiguos conservadores como Calvo Sotelo, gentes de la Lliga y algunos expertos. El problema de Marruecos se abordó dando carpetazo al expediente Picasso y olvidándose del tema de las responsabilidades, reduciendo el problema a una cuestión puramente militar, por un lado, y reorganizando el ejército de África y lanzando la ofensiva con el desembarco de Alhucemas, por otro. Pero estas decisiones crearán disensiones en el seno del ejército: los generales Aguilera y Weiler se declaran hostiles al régimen. Más adelante, el conflicto con el arma de Artillería llevará a una ruptura entre sectores del ejército importantes y el dictador.
Con el problema de Marruecos encauzado, el orden público recuperado y la economía en progreso, en diciembre de 1925 el Directorio Militar cede el paso a un Directorio Civil, especie de gobierno bajo el control del dictador, que acuerda con el rey las decisiones fundamentales. En esencia, se inicia una etapa de institucionalización de la dictadura siguiendo los pasos de la Italia fascista, pero no fue posible encontrar líderes sociales ni apoyos suficientes en la opinión pública como para que la Unión Patriótica pudiera consolidarse como partido único. Aun así, en septiembre de 1926 se celebra un referéndum para fortalecer el régimen, y en 1927 se convoca una Asamblea corporativa deliberante con la finalidad de iniciar un proceso constituyente: el rey firma un decreto en el que se anuncia la abolición definitiva en España del régimen constitucional y del parlamento, y en 1929 se presenta un proyecto de leyes fundamentales.
Mientras tanto, la oposición en el interior crece y se organiza y actúa sobre todo en la universidad: la oposición de los intelectuales es cada vez más directa (Unamuno, Ortega); los conflictos sociales se incrementan por las pretensiones de una patronal muy apoyada por la dictadura (intento de alargar la jornada manteniendo los sueldos en la minería en 1927), lo que va arrastrando al PSOE y a la UGT hacia la oposición directa, mientras la CNT se reorganiza y fortalece; el malestar militar se plasma en algunas intentonas golpistas, como la de 1929. Por último, en torno a 1929 la crisis económica general afecta de lleno a España: déficit público, deuda, bajón en la cotización de la peseta…, lo que hace que las oligarquías empiecen a considerar molesto a Primo de Rivera: es el principio del fin. El 30 de enero de 1930 el dictador dimite tras haber comprobado que los Capitanes Generales ya no le apoyan. El general Berenguer es nombrado presidente del consejo de ministros abriéndose así una etapa de transición que conducirá, el 14 de abril de 1931, a la proclamación de la IIª República.
En agosto de 1930 la oposición republicana con los socialistas llegan al Pacto de San Sebastián: eliminación de la monarquía, formación de un gobierno provisional, elecciones a Cortes Constituyentes y reconocimiento de un estatuto de autonomía para Cataluña. A este proyecto se sumarán luego la UGT y la CNT. El Comité revolucionario, en el que aparecen los que luego serán principales líderes de la IIª República, prepara un golpe militar para el 15 de diciembre en medio de un incremento grave de las tensiones sociales en Barcelona, Murcia y Andalucía. El 12 de diciembre los capitanes Galán y García Hernández se sublevan en Jaca y proclaman la república, pero fracasan al quedar aislados y son fusilados dos días después. El día 15 el gobierno detiene a los líderes republicanos en medio de un ambiente de insurrecciones y huelgas generales en muchas grandes ciudades. En febrero de 1931 Berenguer dimite y es sustituido por el almirante Aznar, cuyo gobierno convoca elecciones municipales el 12 de abril, en las que la oposición triunfa en 41 de las 50 capitales de provincia, en las cuencas mineras, en Cataluña y en la región de Valencia, aunque los monárquicos ganan en la mayoría de las ciudades pequeñas y en los pueblos (donde el control del voto por los caciques era muy amplio). En esta situación, se entiende que el voto más libre y significativo apoya a la república, que se proclama ya en varias ciudades (Eibar). El 14 de abril, por la tarde, el Comité revolucionario entra sin oposición en el ministerio de Gobernación y se constituye en gobierno provisional: la IIª República se proclama en Madrid de forma incruenta y en medio de un enorme entusiasmo popular, igual que en multitud de ciudades, donde los republicanos tomaron el poder relevando a las autoridades monárquicas. Alfonso XIII abandona España (Alcalá Zamora exigió su marcha “antes de que se ponga el sol”). Se inicia así una de las experiencias políticas más interesantes de la historia contemporánea de España.
5. Evolución económica y social
A principios del siglo XIX España era ya una potencia de segundo orden careciendo de importancia económica y poder militar, por lo que no era buscada como aliada por nadie, a pesar de vivirse en la Paz Armada, época de tensiones a nivel general que desembocará en la Primera Guerra Mundial. Todo ello, y el desengaño de los españoles con las grandes potencias tras la derrota del 98, explica que España fuera neutral en la Iª Guerra Mundial, a pesar de que ambos bandos contaran aquí con simpatizantes (la derecha y la Iglesia a favor de Alemania, la izquierda y los demócratas a favor de Francia e Inglaterra). Los gobernantes supieron mantener la equidistancia y evitar entrar en el conflicto (a pesar de los ataques alemanes a barcos españoles) y la consiguiente fractura social. La neutralidad fue positiva porque posibilitó un fuerte crecimiento económico que apuntaló al capitalismo español: España abastece al mercado internacional de los productos que los beligerantes han dejado de vender. Así, la minería de hierro vasca multiplicó su negocio por 14, y avances notables experimentaron la minería asturiana o las navieras vascas, así como en el sector financiero. Pero muchos de estos avances fueron coyunturales y no todo fue positivo: la exportación masiva produjo gran carestía (15-20%) que provocó duros conflictos sociales a pesar de que en muchos sectores se consiguieron también alzas salariales.
Durante la Dictadura, la represión inicial logrará paralizar la protesta social, a lo que ayudó una política desarrollista que obtuvo ciertos éxitos y que realizó no pocas obras públicas (modernización del ferrocarril, carreteras, regadíos) y estableció monopolios en sectores como el teléfono o los derivados del petróleo (CAMPSA). La política proteccionista del Consejo de Economía Nacional y la práctica concesión a las fábricas catalanas del monopolio del algodón consolidó a buena parte de la burguesía catalana. Por último, en torno a 1929 la crisis económica general afecta de lleno a España: déficit público, deuda, bajón en la cotización de la peseta…, lo que hace que las oligarquías empiecen a considerar molesto a Primo de Rivera: es el principio del fin.
Así pues, durante el primer tercio del siglo XX la sociedad española ha experimentado profundas transformaciones. El desarrollo económico propiciado por la neutralidad en la Guerra Mundial y por la política de la dictadura ha consolidado el capitalismo, ha fortalecido los núcleos industriales y ha internacionalizado la economía. El continuo trasvase de mano de obra del campo a la ciudad acelera notablemente los procesos de urbanización y provoca el surgimiento de un numeroso proletariado urbano, cada vez más consciente de su situación de explotación y decidido a intervenir política y socialmente. Junto a ello hay que destacar el surgimiento de una clase media urbana numerosa y el fortalecimiento de la burguesía financiera y de negocios. A pesar de todo, el peso del mundo rural sigue siendo fundamental, lo que unido a la permanencia de las estructuras de propiedad y de explotación arcaicas supone un problema económico y social cada vez más grave. Al lado de unos terratenientes absentistas y de costumbres semifeudales, absolutamente opuestos a la modernización y la regulación de las relaciones laborales y de una riqueza ostentosa, los centenares de miles de familias de jornaleros de la mitad sur, abandonadas a su suerte, son el caldo de cultivo de una situación social injusta y explosiva que heredará la II República. Completa el panorama un ejército politizado, descontento e intervencionista que cree poseer el monopolio de la salvación de España, y una Iglesia prepotente, muy conservadora y en alianza estrecha con los terratenientes, la alta burguesía y la nobleza; una Iglesia que defiende a ultranza sus privilegios y que no dudará en apoyar e instigar soluciones de fuerza para mantenerlos. En resumidas cuentas, la sociedad española entra en el siglo XX con una estructura arcaica y con unos problemas fundamentales heredados del siglo anterior de muy difícil solución.