El Pensamiento Cartesiano: La Duda Metódica y la Búsqueda de la Verdad

Contexto Cultural

La filosofía de René Descartes emerge en el tumultuoso siglo XVII, marcado por crisis demográficas, económicas, sociales, políticas e ideológicas. La disminución de la población, la inestabilidad económica, las revueltas campesinas y el declive de la monarquía absoluta (ejemplificado por las revoluciones inglesas de 1642 y 1688) son características de este período. Las guerras de religión, influenciadas por la Reforma Protestante y la Contrarreforma, reflejan la profunda división ideológica. El Barroco, con su énfasis en el exceso y la exuberancia, contrasta con la armonía del Renacimiento, mostrando la desconfianza en la percepción sensorial y la búsqueda de la verdad a través de la razón.

Contexto Filosófico

La filosofía moderna del siglo XVII se centra en la búsqueda de fundamentos para el conocimiento. El racionalismo (Descartes) defiende la razón como fuente principal de conocimiento, mientras que el empirismo (Locke, Hume) prioriza la experiencia sensorial. Descartes, influenciado por el escepticismo, el estoicismo renacentista y el agustinismo, busca la verdad a través del análisis lógico y deductivo. Su “Cogito, ergo sum” (Pienso, luego existo), similar al “Si fallor, sum” agustiniano, afirma la existencia del yo a partir del pensamiento. A pesar de criticar la escolástica, Descartes utiliza conceptos como la sustancia y la demostración de la existencia de Dios. Su pensamiento, aunque controvertido, tuvo un impacto significativo, ejemplificado por el conflicto entre cartesianos y escolásticos en la Francia del siglo XVII.

El Pensamiento de Descartes

Descartes propone una filosofía centrada en el hombre y el conocimiento, oponiéndose al teocentrismo medieval. Busca un conocimiento seguro y accesible a todos a través de la razón, reconociendo la problemática de la falta de un criterio de verdad efectivo. Critica el criterio de autoridad y el empírico, proponiendo el método matemático (razón y deducción) como modelo para la filosofía. Cree que este método riguroso permitirá alcanzar una verdad universal, necesaria e impersonal. Para ello, formula reglas inspiradas en las matemáticas, demuestra su validez mediante una investigación metafísica (duda, “yo pienso”, existencia de Dios) y muestra su utilidad en todas las áreas del conocimiento.

Método Cartesiano

Descartes define el método como reglas para alcanzar la verdad, evitando el error. Estas reglas son: evidencia (aceptar solo lo claro y distinto, captado por intuición), análisis (dividir las dificultades en partes simples), síntesis (deducir ideas a partir de principios ciertos) y revisión y enumeración (revisar el proceso para evitar errores). Utiliza el ejemplo de una cadena: la debilidad de un eslabón debilita toda la cadena.

El Cogito y la Sustancia Pensante

El “Cogito, ergo sum” (Pienso, luego existo) de Descartes es una intuición evidente, no una deducción. Solo podemos dudar de todo menos de nuestra propia existencia. Pensamiento y existencia son indudables, el “yo” es una sustancia pensante (“res cogitans”), opuesta a la sustancia extensa (“res extensa”). La sustancia, según Descartes (similar a Aristóteles), existe independientemente. El “Pienso, luego existo” es la primera verdad, modelo de certeza, intuición intelectual, no empírica. La verdad se ajusta a las leyes de la mente (claridad y distinción), no necesariamente a la realidad externa. Las ideas son el objeto del pensamiento, la primera verdad es la existencia del yo pensante. La certeza de la realidad externa es un desafío.

Demostración de Dios y el Mundo Externo

Las reglas del método se confirman con la demostración de la existencia de Dios y su veracidad. Descartes elimina la duda sobre el mundo externo: la facultad de sentir sería inútil sin una facultad activa (seres externos) que produce sensaciones. Estos seres, al no poder estar en la sustancia pensante, pertenecen a la sustancia extensa (cuerpos). La sustancia extensa es divisible y tiene como atributo la extensión. Descartes está seguro de esto por la existencia de un Dios bueno y veraz, que no permitiría el engaño.