El pensamiento cartesiano: Dualismo, libertad y pasiones

Introducción

Platón y Descartes, a pesar de sus diferencias y semejanzas, son dos de los pensadores más relevantes de dos etapas vitales de la filosofía: la Antigüedad y la Modernidad, respectivamente. Obviamente, estos filósofos, por otra parte, diferían en algunas cosas. Por ejemplo, a diferencia de Platón, que afirma que el alma es de naturaleza ideal y preexistente al cuerpo, Descartes alega que el alma es el pensamiento. Esta diferencia nos conduce a otra oposición que reside en la concepción de idea: para Platón, las ideas tienen una realidad separada, una existencia real fuera de mí, mientras que para Descartes son contenido mental, están en el pensamiento.

Certeza

La certeza indica la posesión de una verdad que excluye toda duda. Descartes distingue entre certeza moral y certeza metafísica: la primera se conecta con verdades de hecho (derivada del testimonio de personas muy fiables), la segunda se da en reflexiones matemáticas. Se debe distinguir entre certeza y evidencia, ya que la certeza puede aplicarse tanto a las verdades científicas como a las reveladas, mientras que la evidencia solo a las obtenidas mediante luz natural.

Dualismo antropológico

Descartes elabora una teoría antropológica dualista, esto es, una concepción del ser humano como un compuesto de dos sustancias: el pensamiento y la materia extensa. Es importante señalar dos puntos:

  • El alma y el cuerpo están estrechamente unidos.
  • La gran insistencia de Descartes es afirmar el alma como ser pensante, una sustancia completamente diferente e independiente del cuerpo (materia extensa) y que, pese a esa estrecha unión, puede existir sin él.

Esta insistencia no es gratuita, está en juego la libertad, un asunto de importancia fundamental en su filosofía. Descartes quiere, además, salvar el resto de valores espirituales en los que cree y a los que defiende. Dentro de su concepción mecanicista del universo material, todo está regido por leyes necesarias, y este es un ámbito en el que no hay lugar para la libertad. Nuestro cuerpo está sujeto a las mismas leyes de la materia, por lo que carece de libertad. El cuerpo está concebido como una simple máquina, que responde a todas las leyes mecánicas de la física. Si queremos salvar la libertad humana, Descartes debe residir en algo que, por naturaleza, esté al margen de las leyes necesarias, y ese algo solo puede ser el alma.

Relación entre alma y cuerpo

El problema que tendrá que afrontar Descartes, como consecuencia de su afirmación dualista, es la relación entre ambas sustancias. Es el mismo problema que en su momento tuvo que afrontar Platón, que también defendió la separación del alma racional y del cuerpo sensible. Para Descartes, el problema es aún más agudo por dos razones:

  1. Porque la separación que establece es más radical al concebirlas como dos sustancias diferentes e irreductibles entre sí, pues poseen atributos distintos: el pensamiento y la extensión.
  2. Porque es plenamente consciente de la estrecha relación entre ambas.

Cuerpo y alma están tan unidos que es como si formaran una misma cosa, pues, si no fuera así, no sentiría dolor si está herido. Para explicar la estrecha relación, Descartes recurre a una explicación de tipo fisiológico: nos explica que en el centro del cerebro se encuentra una glándula que es donde residiría el alma, o al menos sería el punto de contacto donde tendría lugar la interacción cuerpo-alma. Esta explicación está considerada como uno de los puntos más débiles de la filosofía cartesiana. Más interesante es su teoría de las pasiones.

Las pasiones

Las pasiones son percepciones, sentimientos o emociones que se dan en nosotros y que afectan al alma, pero cuyo origen es el cuerpo. Al ser generadas por el cuerpo, pueden ser:

  • Involuntarias, pues no dependen del alma racional, sino que se le imponen a ella.
  • Irracionales, pues no son acordes con los dictados de la razón, obligando a la voluntad a establecer una lucha para someterlas a su control.

La fuerza del alma consistirá en tratar de controlar y dirigir las pasiones. Para Descartes, las pasiones no son siempre malas, pero su exigencia de ser satisfechas de forma inmediata, sin más consideración, y su fuerza, obligan a la voluntad a una lucha para encauzarlas racionalmente. En realidad, las pasiones no son en sí mismas ni buenas ni malas; lo bueno o malo es el uso que se haga de ellas, por lo que se ha de aprender a gobernarlas. En esta lucha del alma por controlar y encauzar las pasiones es donde interviene la libertad.

La libertad

Para Descartes, la libertad solo puede residir en el alma, porque al no ser sustancia extensa no está sometida al dictado de las leyes necesarias de la mecánica. El alma tiene dos funciones:

  • El entendimiento: facultad de pensar, de tener intuiciones de las verdades claras y distintas.
  • La voluntad: es la facultad de afirmar o negar, y Descartes la identifica con la libertad.

El tema central respecto a la voluntad es la libertad, porque incluso la posibilidad de errar se deriva de la libertad. La libertad es, pues, la característica esencial de la voluntad, y es ella la que nos puede llevar a la verdad o al error, al bien o al mal, según cómo la utilicemos. Una crítica a la idea de la libertad es la tesis de la presciencia divina. Para Descartes, no hay ninguna prueba en contra de nuestra libertad, ni siquiera esta tesis de la presciencia divina. La libertad es básicamente la capacidad de elegir entre diversas opciones que se nos presentan. La libertad no consiste en la indiferencia. La indiferencia se debe a la ignorancia del entendimiento. Solo cuando el entendimiento tiene ideas claras y distintas sobre lo bueno y lo malo, o sobre lo verdadero y lo falso, la voluntad puede elegir con plena libertad. La libertad, pues, consiste en el sometimiento de la voluntad al entendimiento, y ese sometimiento es la idea central de la ética cartesiana.