El lento crecimiento demográfico y la tardía industrialización de la España del siglo XIX

El lento crecimiento demográfico español en el siglo XIX

Si se compara la evolución de la población española a lo largo del siglo XIX con la de otros países europeos, se aprecia en España un ritmo lento de crecimiento, debido a que, aunque la tasa de natalidad al finalizar el siglo era de las más altas de Europa, la mortalidad se mantuvo también muy elevada (al final de siglo era la segunda más alta de Europa después de Rusia).

España tuvo un ritmo de crecimiento demográfico lento en el siglo XIX: de 10,5 millones en 1797 pasó a 18,6 millones en 1900. La tasa de natalidad española era del 34 por mil, de las más altas de Europa, pero también era muy alta la mortalidad que, aunque disminuyó a lo largo del siglo, al terminar éste era del 29 por mil, la segunda más alta de Europa. La esperanza media de vida rondaba los 35 años.

Factores de la alta mortalidad

  • Crisis de subsistencias: Propias de la época del Antiguo Régimen, se veían influenciadas por:
    • Causas coyunturales como la climatología: Malas condiciones climáticas (lluvias excesivas, sequía, heladas tardías, etc.) que afectaban las cosechas. Está demostrada la coincidencia, cronológica y geográfica, entre escasez de trigo y aumento de la mortalidad.
    • Causas estructurales: El atraso técnico de la agricultura española generaba bajos rendimientos. A esto se sumaba el escaso desarrollo del transporte, que impedía llevar productos de las zonas excedentarias a las deficitarias.
  • Epidemias periódicas: Fiebre amarilla y cólera principalmente (la peste ya había desaparecido de Europa el siglo anterior). Estas epidemias y enfermedades golpeaban a una población con carencias alimenticias y con una deficiente atención sanitaria. La mortalidad no tenía la misma incidencia en todas las clases sociales; las clases media y alta tenían acceso a viviendas más modernas y con mejores requisitos de salubridad, y mejor acceso a la medicina.
  • Enfermedades endémicas: Tuberculosis, viruela, sarampión, escarlatina, difteria. Al igual que las epidemias, incidieron con mayor virulencia en poblaciones previamente debilitadas por la escasa alimentación y afectadas por condiciones de vida propias del subdesarrollo (falta de higiene, malas viviendas, mínima o nula atención sanitaria, etc.).

Flujos migratorios

Se produjeron desplazamientos del norte al sur y se abandonó la Meseta central, salvo Madrid, hacia la costa mediterránea, lo que generaría una desigual distribución geográfica. Las zonas que atraían población ofrecían ventajas económicas con tierras más fértiles y nacientes industrias, y tenían mejores redes de comunicación.

Urbanización limitada

Frente a lo que se estaba viviendo en Europa, en España, el proceso de urbanización fue limitado. La escasa modernización agrícola y la lenta y tardía industrialización, ralentizó el éxodo del campo a la ciudad, que no comenzó hasta finales del siglo XIX ya que estos fenómenos están relacionados con la revolución agrícola. Así, España en el siglo XIX siguió siendo eminentemente agrícola, salvo algunos núcleos como Madrid, que creció debido a su condición de capital política, y Barcelona cuyo crecimiento está ligado al proceso de industrialización de Cataluña relacionada con la expansión de la industria textil, lo que no sólo la convertirá en la zona pionera en la industrialización, sino que también fue en el motor demográfico a inicios de la siguiente centuria.

En España, por tanto, la transición al régimen demográfico moderno, salvo en Cataluña, no se produjo hasta el siglo XX, con un evidente retraso respecto a Europa.

La revolución demográfica de Cataluña en el siglo XIX

  • Cataluña había iniciado su despegue industrial en la segunda mitad del siglo XVIII, desmarcándose así del atraso económico general del resto de España.
  • Del mismo modo, la población catalana inició su propia transición al régimen demográfico moderno, en un proceso similar al de los países europeos más adelantados (de 1787 a 1900 su población aumentó en un 145%, solo por debajo de Reino Unido).
  • La causa de esta diferencia es evidente: mientras en el resto de España la proporción de población campesina apenas varió a lo largo del siglo, en Cataluña descendió de forma constante y se trasvasó a las ciudades.

La Revolución industrial española en el siglo XIX

A lo largo del siglo XIX arrancó la industrialización de algunas economías europeas, sobre todo Gran Bretaña, Bélgica, Francia o Alemania. Fue un complejo proceso por el que la industria desplazó a la agricultura como principal actividad económica y fuente de riqueza. El uso de máquinas movidas con nuevas fuentes de energía multiplicó la producción de bienes, y el comercio multiplicó tanto su volumen como su dispersión geográfica. Sobre la consolidación de la propiedad privada, se pasaba así a una economía de tipo capitalista.

La economía española participó de forma tardía y limitada en este proceso, al igual que otros países del sur y este de Europa. Al final del siglo seguía siendo un país eminentemente agrario, con una industria débil y poco competitiva, y un mercado desarticulado. Las reformas de carácter liberalizador que se fueron aplicando a lo largo de la centuria no lograron modernizar la economía española.

El atraso del sector agrario

Las desamortizaciones, la abolición de los señoríos y la supresión de los mayorazgos consolidaron la propiedad privada de la tierra. Pero persistió su distribución irregular (minifundismo y latifundismo), la productividad no creció de manera significativa, y no llegó a formarse una clase de medianos y pequeños propietarios que ofreciese un mercado sólido a los productos manufacturados.

El sector textil algodonero

El sector textil algodonero, que había estado en el origen de la industrialización inglesa, comenzó su mecanización en la España de Isabel II y, gracias a las medidas proteccionistas, fue suficiente para la industrialización de Cataluña, pero no tuvo capacidad para arrastrar al conjunto de la industria española. Por su parte, el sector siderúrgico comenzó su desarrollo por los mismos años en Málaga, pero terminaría fracasando a falta de carbón mineral; arrancaría en el último tercio del siglo en Asturias, al calor de las minas de hulla, y sobre todo en Vizcaya, donde se consolidaría el segundo gran sector industrial del país.

Factores que limitaron el desarrollo industrial

  • Comunicaciones deficientes: La difícil orografía peninsular complicaba el transporte de materias primas y productos manufacturados, y dificultaba la articulación de un mercado nacional.
  • Falta de capitales nacionales: Los capitales nacionales se veían atraídos por una deuda pública que ofrecía tipos de interés elevados.
  • Debilidad de la demanda interna: La proletarización del campesinado no contribuyó a fortalecer la demanda interna.
  • Inestabilidad en la política arancelaria: Los frecuentes bandazos entre proteccionismo y librecambismo retrasaron el despegue de la industrialización.

El desarrollo industrial se limitó a la industria agroalimentaria y otras industrias ligeras de ámbito local que abastecían a los mercados próximos de bienes de consumo. El capital extranjero llegó interesado por la minería como materia prima para sus propias industrias y por unos ferrocarriles consagrados en buena medida a la exportación de aquéllas.

Resumen del desarrollo industrial español

  • El proceso de industrialización en España evolucionó con un ritmo tan lento que el país quedó relegado como potencia industrial a uno de los puestos más bajos de Europa.
  • En el fracaso de la revolución industrial española incidieron numerosos factores, tanto heredados como nuevos, entre los que destacan:
    • La escasa capacidad productiva de las manufacturas tradicionales (con la excepción de Cataluña), que abastecían mercados locales de bajo consumo.
    • La inexistencia de un mercado nacional, con buenas comunicaciones y unificado, que facilitara los intercambios comerciales.
    • La escasez de capitales españoles, que en una gran parte se destinaron a la compra de tierras desamortizadas, y no a la creación de nuevas industrias. Los nuevos propietarios de esas tierras tampoco invirtieron en su mejora, por lo que el negocio de la tierra no generó un suficiente volumen de beneficios (acumulación de capital) para invertir después en la industria.
  • El resultado de todo ello fue un desarrollo industrial limitado y con graves deficiencias:
    • La escasez de capitales nacionales fue la causa de que la moderna industria española se originara con predominio de capital extranjero (salvo en Cataluña).
    • La industria se limitó a dos focos periféricos: la industria textil catalana y, desde finales de siglo, la siderurgia vasca.
    • Ambas industrias eran poco competitivas en el exterior, lo que obligaba a aplicar una política proteccionista para que pudieran abastecer al menos al mercado interior.
  • Al finalizar el siglo, la base económica del país seguía siendo una agricultura de bajos rendimientos, que empleaba a los dos tercios de la población activa.

El ferrocarril en España durante el siglo XIX

Durante el siglo XIX se inició un programa de construcción de carreteras que facilitó el transporte terrestre. Pero la auténtica revolución de los transportes terrestres, vinculada estrechamente a los avances científicos y tecnológicos de la revolución industrial, fue el ferrocarril.

Objetivos de la red de ferrocarriles

  • Imitar el ejemplo de países como Gran Bretaña, Bélgica, Francia o Alemania, que habían conseguido revolucionar los transportes terrestres, algo muy necesario en España, dadas las dificultades que presentaba esta modalidad de transporte.
  • Aprovechar las ventajas del ferrocarril sobre los medios de transporte terrestres tradicionales: capacidad de carga, velocidad y seguridad muy superiores, con el consiguiente efecto de disminución de tiempos y costes de transporte.
  • Estimular el comercio y la creación de industrias gracias a la mayor facilidad y abaratamiento del transporte.

La Ley General de Ferrocarriles de 1855

  • Las primeras líneas ferroviarias construidas en España fueron algunos tramos cortos, como el de Barcelona-Mataró, Madrid-Aranjuez o Langreo-Gijón, pero la verdadera fiebre constructora tuvo lugar a partir de la Ley General de Ferrocarriles de 1855.
  • El gobierno progresista, responsable de la ley, estaba dispuesto a proporcionar todos los recursos y facilidades necesarios para alcanzar lo que consideraba un objetivo prioritario. Esta ley se relacionaba con otras simultáneas que se orientaban a impulsar la construcción ferroviaria: la Ley de Desamortización General de Madoz, que daría fondos al Estado para ayudar y subvenciones; la Ley de Bancos de Emisión y la Ley de Sociedades de Crédito, que facilitarían su financiación.

Consecuencias de la ley

  • Se construyó una importante red por toda la Península, especialmente en los primeros diez años, hasta la crisis financiera de 1866.
  • Las principales concesiones se otorgaron a compañías extranjeras, que importaron el material ferroviario, por lo que la construcción de la red española no estimuló apenas la industria siderúrgica nacional, a diferencia de lo ocurrido en otros países (Reino Unido, Bélgica, Alemania).
  • El escaso capital privado español se destinó a la inversión en ferrocarriles y no a la creación de industrias.
  • Al final existía el medio de transporte, pero apenas había mercancías que transportar y las compañías ferroviarias no podían recuperar lo invertido en la construcción de las líneas por los escasos beneficios de su explotación. Muchas de ellas quebraron y arrastraron en su caída a bancos y sociedades de crédito en la crisis financiera de 1866.

Proteccionismo y librecambismo en el siglo XIX

Frente a la absoluta primacía industrial de Reino Unido en el siglo XIX, todas las naciones europeas, incluida España, aplicaron en mayor o menor medida una política proteccionista, para proteger sus nacientes industrias de la fuerte competencia inglesa. Para ello, el medio más extendido fue el de imponer aranceles a la importación de productos extranjeros.

El proteccionismo en España

En España los grupos socioeconómicos que propugnaban un proteccionismo de elevados aranceles eran:

  • Los fabricantes de algodón catalanes, que consiguieron atraerse también a los obreros, temerosos de que la competencia extranjera arruinara a las industrias españolas que les daban trabajo.
  • Los productores cerealistas castellanos, que así se aseguraban la venta de sus cosechas de trigo a cualquier precio.
  • Los industriales siderúrgicos vascos, desde finales de siglo.

El librecambismo en España

Frente a los partidarios del proteccionismo, se encontraban los defensores del librecambismo, para quienes el Estado debía intervenir lo menos posible en la economía y dejar que las fuerzas del mercado actuaran libremente.

Los librecambistas conformaban un grupo menos definido social y económicamente que el de los proteccionistas, ya que su posición era más ideológica que de defensa de intereses particulares concretos. Los comerciantes y las compañías ferroviarias defendían el librecambio, que esperaban de la rebaja de los aranceles un aumento del comercio y los transportes.

Etapas de la política arancelaria española

En la política arancelaria española del siglo XIX predominó el proteccionismo, que arrancaba ya de la centuria anterior. Se pueden distinguir cuatro etapas:

  1. Inicialmente, un acusado proteccionismo, que prohibía la importación de numerosos artículos.
  2. Desde mediados de siglo, una reducción paulatina del número de artículos que estaba prohibido importar.
  3. Durante el Sexenio, una política relativamente librecambista con el Arancel Figuerola de 1869, que no prohibía la importación de ningún artículo y rebajaba los aranceles sobre los importados, pero sin llegar a eliminarlos.
  4. Desde la Restauración, un retorno al proteccionismo, que duró hasta 1960.

La unidad monetaria y la banca moderna en España

El proceso hacia la unidad monetaria y la peseta

  • Hasta los años treinta del siglo XIX circulaban en España monedas de distintas épocas y regiones, además de abundantes monedas extranjeras.
  • Ninguna de esas monedas se regía por un sistema decimal, por lo que la mezcla de piezas y sistemas dificultaba el cálculo de las equivalencias entre ellas y obstaculizaba las transacciones comerciales.
  • La modernización del sistema monetario consistió en la implantación, en 1868, de una sola unidad monetaria, la peseta, basada en un sistema decimal y con un valor similar al del franco francés.
  • La peseta, como unidad monetaria oficial de España, estuvo en circulación desde 1868 hasta 2002, en que fue sustituida por el euro.

El camino hacia la banca moderna

  • Mientras se iniciaba la transición a un sistema monetario moderno, se emprendía también la implantación de un nuevo sistema bancario.
  • Aunque el origen de las prácticas bancarias se remonta a la Edad Media, el primer gran banco español no apareció hasta 1782, en el reinado de Carlos III, con la fundación del Banco Nacional de San Carlos, concebido como banco oficial para la administración de la Deuda Pública.
  • Tras su quiebra, se creó durante el reinado de Fernando VII, el Banco Español de San Fernando, cuya función básica era la de prestar dinero al Estado.
  • En el reinado de Isabel II se fundaron dos bancos más: el Banco de Isabel II, en Madrid, y el Banco de Barcelona.
  • La rivalidad entre el antiguo Banco Español de San Fernando y el nuevo Banco de Isabel II condujo a ambos al borde de la quiebra, por lo que el Gobierno decidió fusionarlos en el Nuevo Banco Español de San Fernando, que en 1856 pasó a denominarse simplemente Banco de España.
  • A partir de las leyes bancarias de 1856, relacionadas con la ley de ferrocarriles, surgieron numerosos bancos y sociedades de crédito, muchos de los cuales se hundieron por la crisis financiera de 1866.
  • Por último, tras el desastre colonial de 1898, se repatrió a España gran parte de los capitales situados en Cuba, Puerto Rico y Filipinas, y se inició una nueva fase de desarrollo bancario.

El movimiento obrero y campesino en el último cuarto del siglo XIX

Los inicios del movimiento obrero

  • En los primeros años de la Restauración, las asociaciones obreras vivieron en la clandestinidad o camufladas bajo asociaciones con otros fines declarados, como la madrileña Asociación General del Arte de Imprimir, presidida por Pablo Iglesias.
  • Desde 1881, con el primer gobierno liberal de Sagasta, el clima se distendió y las organizaciones obreras empezaron a salir a la luz, hasta su legalización definitiva en 1887.
  • Al mismo tiempo, con la progresiva industrialización y la consolidación del capitalismo, la clase obrera fue aumentando en número y adquiriendo mayor peso social.
  • En sintonía con la división del movimiento obrero internacional, en España se fueron configurando las organizaciones socialistas y anarquistas por separado. Y a partir de 1879, aparecieron también las organizaciones católicas, canalizadas por los jesuitas.

El movimiento anarquista hasta finales de siglo

  • Los anarquistas constituían la corriente mayoritaria dentro del movimiento obrero español. Sus principales focos estaban en el campo andaluz y entre el proletariado urbano catalán.
  • Los anarquistas rechazaban toda acción política por vía parlamentaria. Dentro de sus filas, empezó a ganar adeptos, tanto entre los campesinos como entre los obreros, la táctica propuesta por Kropotkin, partidario de la violencia terrorista o «propaganda por el hecho». Uno de los atentados anarquistas de mayor resonancia fue el que acabó con la vida del entonces jefe del Gobierno, Cánovas del Castillo, en el verano de 1897.

El movimiento socialista hasta finales de siglo

  • En 1879 un reducido grupo madrileño en el que predominan los tipógrafos, con Pablo Iglesias a la cabeza, fundó en la clandestinidad el Partido Socialista Obrero Español (PSOE). En 1888 se creaba la Unión General de Trabajadores (UGT) como sindicato del Partido.
  • En 1889 se fundó la Segunda Internacional, en la que predominaba la corriente marxista, y se estableció a partir del año siguiente el 1 de mayo como Día Internacional del Trabajador, para reivindicar la jornada laboral de ocho horas. El PSOE convocó mítines y manifestaciones en Madrid, Barcelona y Bilbao, lo que provocó el despido de cinco mineros bilbaínos. Esto desencadenó una huelga general en Bilbao, donde las condiciones laborales eran especialmente duras, y supuso una importante victoria para los obreros: jornada de diez horas, libertad para residir o no en los barracones y supresión del truck system.
  • Tanto el PSOE como la UGT fueron hasta comienzos del siglo XX grupos minoritarios, en comparación con los anarquistas.

Los comienzos de los sindicatos católicos

  • En 1864, el jesuita Antonio Vicent fundó el primer Círculo Católico de Obreros en Manresa, a imitación de los Círculos Obreros franceses. Estos círculos fueron los precedentes de los sindicatos católicos, aunque en realidad eran más bien casinos populares, que contaban con el apoyo de los patronos y cuyo objetivo principal era apartar a los obreros de la taberna.
  • Con el tiempo, la Iglesia quiso dar un cariz sindical a los Círculos y en 1895 se constituyó en Madrid el Consejo Nacional de las Corporaciones Católico-Obreras, que agrupaba a círculos, cooperativas y patronatos de inspiración católica.
  • La implantación del sindicalismo católico, apolítico e interclasista fue siempre mucho menor que la de los sindicatos de clase (anarquistas y socialistas), que los rechazaban por su carácter apolítico e interclasista, y por representar los intereses de los empresarios y no de los trabajadores.

Las dificultades del transporte y el comercio interior en España

El transporte interior y, por tanto, el comercio dentro de la Península se veía obstaculizado por unos condicionamientos geográficos poco favorables:

  • La elevada Meseta central está rodeada de cadenas montañosas (con escasos puertos naturales) que dificultan las comunicaciones entre la España interior y la periferia costera. A ello habría que añadir los obstáculos montañosos dentro de la propia Meseta.
  • Los ríos son o demasiado cortos y con fuertes pendientes (ríos cantábricos y mediterráneos, salvo el Ebro) o largos, pero de cauce poco profundo y caudal irregular por la sequía estival del clima mediterráneo (ríos atlánticos), lo que no permite su navegabilidad ni, por tanto, su utilización como vías de comunicación, a diferencia de lo que ocurre con los grandes ríos europeos, como el Rin o el Danubio.
  • A pesar del extenso perímetro costero español, las costas son en general poco recortadas, por lo que escasean los puertos naturales. Por eso la mayor parte del comercio marítimo se concentraba en tan solo siete puertos: Santander, Bilbao, Barcelona, Valencia, Málaga, Cádiz y Sevilla (único puerto fluvial, ya que el Guadalquivir es navegable en el último tramo de su curso bajo).

En consecuencia, España ha estado a lo largo de su historia fragmentada en un conjunto de mercados aislados entre sí.

El feminismo español en el siglo XIX

Los inicios del feminismo en España

  • La primera ola del feminismo en España comenzó a finales del siglo XIX y llegó hasta los años 30 del siglo XX.
  • En comparación con países como Estados Unidos o el Reino Unido, el feminismo en España se inició más tarde y tuvo un desarrollo más lento: mientras las mujeres de los países más avanzados reivindicaban ya derechos políticos en plano de igualdad con los hombres, en España el primer feminismo se limitaba a reclamar una mayor consideración social del papel de la mujer como esposa o madre; y como mucho, un mayor acceso a la educación y a determinados trabajos más cualificados.
  • Las primeras manifestaciones de la conciencia feminista se produjeron en los años 40 y 50 del siglo XIX en minoritarios grupos de mujeres partidarias del socialismo utópico. Pero estas primeras manifestaciones estuvieron limitadas a círculos muy reducidos y apenas tuvieron repercusión, en parte porque sus planteamientos eran demasiado avanzados para la época.
  • Fue durante el Sexenio Democrático o Revolucionario cuando surgió realmente el feminismo en España, y su figura más destacada fue Concepción Arenal, que en 1869 publicó La mujer del porvenir, donde defiende la educación femenina y refuta la supuesta inferioridad de las mujeres.
  • Este primer feminismo era moderado y católico, no cuestionaba que el papel fundamental de la mujer fuera el de esposa y madre, y limitaba sus objetivos a una mejor educación para las mujeres y el acceso a algunos trabajos cualificados.

El feminismo durante la Restauración

  • Durante la Restauración, en el último cuarto del siglo XIX, se produjo un aumento notable de la actividad de los grupos feministas y surgieron numerosas obras y publicaciones periódicas sobre el tema de la mujer.
  • También tuvieron gran repercusión los Congresos Pedagógicos, que se iniciaron en Alemania en 1848 y se extendieron después por Europa. En España el más importante para las mujeres fue el segundo, el Congreso Hispanoportugués-americano de 1892, que dedicó la última de sus cinco secciones a la educación de la mujer. La vicepresidenta en la mesa de esta sección era Emilia Pardo Bazán, que comparó la educación de la mujer con la doma, pues la convertía en un ser obediente y sumiso a favor del esposo y los hijos.
  • En 1899 el jurista Adolfo González Posada publicó Feminismo, una obra fundamental para el conocimiento histórico de los comienzos de este movimiento en España y en el mundo. En ella el autor comparaba la situación española con la de otros países y de ello deducía la inexistencia en España de un verdadero movimiento feminista, a pesar de lo cual distinguía en nuestro país tres clases de feminismo:
    1. Uno católico, que solo aspiraba a mejorar la educación de las mujeres, pero dentro de su papel tradicional de esposas y madres.
    2. Otro moderado, que pretendía conseguir para las mujeres algunas mejoras sociales, económicas y legales, pero sin llegar a su equiparación total con los hombres.
    3. Un tercero radical, con el que el autor se identificaba, que reivindicaba la igualdad plena y las mismas oportunidades para hombres y mujeres.
  • Los feminismos católico y moderado eran predominantes y la figura más importante del feminismo moderado fue Concepción Arenal.
  • En cambio, el feminismo radical era por entonces muy minoritario y tuvo su mejor representante y mayor activista en la escritora Emilia Pardo Bazán, quien planteaba una visión completamente distinta de la mujer: libre, independiente y completamente igual al hombre en derechos y oportunidades.
  • Sin embargo, a finales de siglo, el feminismo español, restringido a mujeres de clase media o alta y cierto nivel cultural, como en el resto del mundo, seguía retrasado en comparación con el de Reino Unido o Estados Unidos y se mantenía aún en la lucha por la igualdad de la mujer en la educación y en el acceso a las profesiones cualificadas, sin plantearse aún el derecho al voto, principal reivindicación de las sufragistas en otras partes del mundo, que ya se había conseguido en cuatro Estados de Estados Unidos (Wyoming en 1869, Utah en 1870, Colorado en 1893 e Idaho en 1896) y en Nueva Zelanda (1893).

La industria textil catalana, la siderurgia y la minería en el siglo XIX

La industria textil catalana

  • Cataluña fue la única zona donde la industrialización se originó a partir de capitales autóctonos, con predominio de la empresa de tamaño mediano.
  • El textil catalán había iniciado su desarrollo ya en el siglo XVIII, pero en el XIX el sector más dinámico fue el algodonero, que, igual que en Inglaterra, actuó como sector palanca de la industrialización regional.
  • La prosperidad de la industria algodonera catalana se debió fundamentalmente a tres razones:
    • La posición de ventaja con que partía, debido al temprano despegue industrial de Cataluña en el siglo XVIII.
    • La iniciativa empresarial de la burguesía catalana, que supo modernizar sus industrias con la incorporación constante de nuevas máquinas y técnicas de producción.
    • La protección arancelaria, que le permitió, tras la pérdida del mercado colonial americano desde 1824, orientar su producción al mercado nacional sin la competencia inglesa, así como a Cuba y Puerto Rico, cuya independencia a finales de siglo le supuso otro duro golpe.

En cuanto al sector lanero, que era el más importante de la industria textil del Antiguo Régimen porque aprovechaba la materia prima local, a lo largo del siglo XIX pasó a un segundo plano, relegado por la industria algodonera, y se desplazó de los centros tradicionales en las zonas ganaderas de Castilla y León para concentrarse en industrias modernas en las ciudades de Sabadell y Tarrasa, cuya proximidad a Barcelona les confería indudables ventajas:

  • El fácil intercambio de obreros, ingenieros y empresarios con las fábricas algodoneras de la región.
  • El desarrollo comercial y crediticio de la ciudad de Barcelona.
  • La facilidad para la importación de la lana (materia prima) y el carbón (fuente de energía) a través del puerto de Barcelona.

La siderurgia

La inexistencia en España de buen carbón y de demanda suficiente explica el desarrollo accidentado de la siderurgia, cuya localización fue cambiando a lo largo del siglo, por lo que se pueden distinguir tres etapas:

– La etapa andaluza, hasta los años sesenta, en torno a Málaga. Se basaba en la explotación del hierro de la zona. Su inconveniente era la falta de carbón mineral, por lo que debía recurrirse en una gran proporción al carbón vegetal, mucho más caro. Su apogeo se debió a las guerras carlistas, que impedían la explotación de la minería del norte.


– La etapa asturiana, entre los años setenta y ochenta, en torno a las cuencas carboníferas de Mieres y Langreo. Pero el carbón de esta zona no era de gran calidad.

– La etapa vizcaína, que inició un crecimiento sostenido a partir de la Restauración, sobre todo por la actividad de unas pocas empresas grandes, de las cuales tres se fusionaron en 1902 para formar la sociedad Altos Hornos de Vizcaya. La clave del éxito estuvo en el eje comercial Bilbao-Cardiff (Gales): Bilbao exportaba hierro y compraba carbón galés, más caro, pero de más calidad y, por tanto, más rentable que el asturiano.

La minería

• España era rica en reservas de hierro, plomo, cobre, mercurio y cinc; y además los yacimientos estaban próximos a zonas portuarias, lo que facilitaba el transporte y exportación de los minerales.

• La explotación de la riqueza minera española tuvo escasa actividad hasta el último cuarto del siglo, por varias razones:

– La falta de capitales y de conocimientos técnicos para poner en explotación algunos yacimientos.

– La inexistencia de una demanda suficiente de estos minerales, debido al atraso económico español.


– Una legislación (la Ley de Minas de 1825) que ponía demasiados obstáculos a la iniciativa empresarial privada y declaraba las minas propiedad de la Corona.

• Pero a partir de la revolución de 1868, la situación cambió:

– La Ley de Bases sobre Minas de 1868 simplificaba la adjudicación de concesiones y ofrecía muchas seguridades a los concesionarios.

– Había aumentado considerablemente la demanda internacional de los productos mineros.

– Se hicieron cargo de la explotación minera sobre todo compañías extranjeras, que extraían los minerales para su exportación en bruto a sus países de origen.

• España, por tanto, se convirtió en exportadora de minerales en bruto, que a finales de siglo representaban uno de los capítulos más importantes de la balanza comercial española.