El Imperativo Categórico y la Revolución Copernicana en la Filosofía de Kant

La Ley Universal y la Libertad según Kant

Para Kant, la ley universal se manifiesta en el imperativo categórico, el cual se expresa en la siguiente frase: “El imperativo categórico es el único que se expresa en ley práctica, y los demás imperativos pueden llamarse principios, pero no leyes de voluntad”. Además, para el autor, la máxima ley no deja libertad para actuar de ninguna otra forma, ya que “mientras que el mandato incondicionado no deja a la voluntad ningún arbitrio con respecto al objeto, y lleva en sí aquella necesidad que exigimos siempre en la ley”.

Contexto Histórico y Filosófico de Kant

Kant vivió en el siglo XVIII, una época de grandes cambios en todos los aspectos.

Marco Sociocultural

En esta época aparece el proletariado. Además, se desarrolla la Ilustración, movimiento con el que Kant comparte sus ideales de tolerancia, igualdad, libertad y progreso de la humanidad, ideales defendidos en la Enciclopedia (obra que pretende poner al alcance de todos el conjunto del saber y las nuevas ideas). Con la Ilustración, la razón es liberada de cualquier tutela política o religiosa y se usa para explicar la realidad, pero sin tener en cuenta la religión.

Marco Político

En esta época predomina el despotismo ilustrado: los monarcas predominan en ciencias, artes y aplican reformas sociales para mejorar las condiciones de vida de la gente, pero sin tener en cuenta lo que piensan.

Marco Científico

Se produce un avance muy importante de la ciencia. Destaca la física newtoniana, que culmina la revolución iniciada por Copérnico (continuada por Kepler y Galileo).

Marco Religioso

En cuanto a la religión, en esta época se distinguen tres actitudes:

  • Deísmo: religión natural sin dogmas.
  • Pietismo: secta que basa la religión en la reflexión personal y la práctica de la virtud.
  • Ocultismo místico.

Marco Filosófico

Esta época está marcada por las ideas ilustradas de moral, política, ciencia, religión, etc. Además, en esta época conviven el racionalismo (destaca el racionalismo dogmático de Wolf), que defiende la posibilidad de la metafísica acerca del alma, el mundo y Dios, y el empirismo, que lo negaba. Kant adoptará una postura intermedia entre ambas corrientes, ya que afirma que hay conocimientos que no provienen de la experiencia, pero, por otra parte, afirma que el conocimiento se inicia con la experiencia.

La Revolución Copernicana en la Teoría del Conocimiento

Kant afirmaba que, además de los juicios analíticos a priori y de los juicios sintéticos a posteriori, también eran posibles los juicios sintéticos a priori. Justamente la ciencia, cuyo ideal es ampliar nuestros conocimientos, busca juicios sintéticos universales y necesarios. Kant no se preguntaba si semejante pretensión estaba justificada porque Newton ya había demostrado que sí. Lo que hizo fue indagar en las “condiciones de posibilidad” de dichos juicios.

Kant superó el racionalismo y el empirismo enfocando desde otro punto la cuestión del conocimiento. A este cambio se lo llama “giro copernicano” o “revolución copernicana“. Así como Copérnico revolucionó la astronomía al sostener que no era la Tierra el centro alrededor del cual giraban los cuerpos celestes, sino que era el Sol el astro alrededor del cual giraban la Tierra y todos los planetas del sistema solar, al estudiar la relación objeto-sujeto, que se encuentra a la base del problema gnoseológico, a diferencia de sus predecesores, Kant puso en el centro al sujeto. Él sostenía que los filósofos anteriores (racionalistas y empiristas) habían puesto el acento en el objeto de conocimiento: discutían sobre qué conocemos. Unos afirmaban que conocemos ideas por medio de la razón y otros, fenómenos a través de los sentidos; pero ambos coincidían en que conocer es reproducir las cosas de un modo pasivo, receptivo, dejándose impresionar por ellas. Kant decía que el centro del problema no era qué conocemos (pregunta por el objeto) sino cómo conocemos (pregunta por el sujeto). Según Kant, el sujeto no encuentra el objeto de conocimiento, sino que lo construye, es un “sujeto activo”.

La Estructura del Conocimiento: Razón y Experiencia

El conocimiento requiere de la presencia de dos factores: por un lado, la razón (forma) independiente de la experiencia, la cual posee las formas y categorías a priori que son condición de posibilidad del conocimiento y sin las cuales las meras impresiones serían “ciegas”; por otro lado, las impresiones (materia), sin las cuales las formas y categorías de la razón permanecerían “vacías”.

La razón está constituida por las “formas a priori de la sensibilidad” (espacio y tiempo), las “categorías del entendimiento” —relativas a la cantidad (unidad, pluralidad y totalidad), a la cualidad (realidad, negación y limitación), a la relación (substancia/accidente, causa/efecto y reciprocidad) y a la modalidad (posibilidad, existencia y necesidad)— y las “ideas de la razón pura” (alma, mundo y Dios).

El espacio, el tiempo, la causalidad y la substancia no son propiedades de las cosas tal como son en sí mismas, con independencia del sujeto que las conoce. Por el contrario, es el propio sujeto el que dota al objeto de estas formas que él posee a priori, con independencia de la experiencia y como condición de posibilidad de toda experiencia. Por lo tanto, el objeto de conocimiento no es el noúmeno (la cosa en sí misma) sino el fenómeno, que construye el sujeto a partir del “caos de sensaciones” (o “rapsodia de impresiones”) que le aporta la experiencia, ordenándolo según sus formas y categorías a priori.

Kant concedía a los empiristas que todo conocimiento comienza con la experiencia. Sin el aporte de la experiencia, las formas de la razón permanecerían vacías.

Pero agregaba que no todo el conocimiento proviene de la experiencia, ya que sin lo que el sujeto aporta —y que posee con independencia de toda experiencia— el conocimiento no sería posible. De este modo marcaba también el límite dentro del cual el conocimiento es posible: no cabe preguntarse por las cosas mismas. (Por esto algunos dicen que con Kant terminó la metafísica). Las ideas de la razón pura (Dios, alma y mundo) permanecen vacías, porque no tenemos impresiones que las doten de contenido. De todos modos, se debe aclarar que Kant no presenta a estas ideas como carentes de sentido o caprichosas. La razón, por su propia naturaleza, tiende a realizar síntesis cada vez más abarcativas y en esta tendencia va más allá de lo que la experiencia nos da, y de lo que puede llegar a darnos, e intenta construir la síntesis última: las ideas de alma (síntesis de todos los actos del sujeto), mundo (síntesis de todos los fenómenos) y Dios (síntesis de todos los objetos del pensamiento).

La Razón Práctica y la Autonomía del Sujeto Moral

Al tratar la “razón práctica” (la razón que determina la acción del hombre), Kant también defiende la autonomía del sujeto. Él sostenía que la conciencia moral es el reino de lo que debe ser, en oposición a la naturaleza, que es el reino del ser. “Las leyes son, o leyes de la naturaleza (leyes por las cuales todo sucede), o leyes de la libertad (leyes según las cuales todo debe suceder). La ciencia de las primeras se llama ‘Física’; la de las segundas, ‘Ética’”. Mientras en la naturaleza impera la necesidad, la causalidad, en la conciencia moral encontramos un imperativo categórico que manda a un sujeto libre, que puede o no obedecer. El imperativo es “categórico” («Debes trabajar») y no “hipotético” («Si quieres sentirte útil, tienes que trabajar»), porque este último depende de una circunstancia (que yo quiera o no sentirme útil). El imperativo moral manda más allá de cualquier circunstancia o situación concreta.

Como el hombre no es sólo racional sino también sensible, al actuar no se halla sólo bajo el dominio de la razón, sino también del de las inclinaciones. Por eso al hombre el buen obrar se le presenta como un deber, una obligación, una exigencia muchas veces opuesta a sus inclinaciones. Y justamente en la medida en que el hombre actúa por deber, su obrar es moralmente bueno. Porque el valor moral de una acción no depende de lo que se pretenda lograr con ella, sino del principio o “máxima” por el cual se la realiza.

Formulaciones del Imperativo Categórico

Kant formuló el imperativo categórico de diversas maneras (no opuestas, sino complementarias). De ellas cabe destacar dos:

  1. «No obres nunca sino de manera que puedas querer que la máxima que rige tu obrar se transforme en ley universal.» (No busques privilegios, ley privada, ni excepciones. Piensa qué pasaría si todos obrasen del mismo modo. No hagas lo que no te gustaría que otros hicieran).
  2. «Obra de tal modo que uses a la humanidad —tanto en tu propia persona como en la persona de cualquier otro— siempre como un fin, nunca como un medio.»

La Posibilidad del Bien Supremo: Inmortalidad del Alma y Existencia de Dios

En cuanto a la posibilidad del bien supremo (moralidad + felicidad), Kant afirma que es necesario postular la inmortalidad del alma y la existencia de Dios. Porque “no hay el menor fundamento para establecer una conexión entre la moralidad y la felicidad […]. Sin embargo, en el problema práctico de la razón pura, es decir, en el trabajo enderezado hacia el supremo bien, se postula esa conexión como necesaria: debemos tratar de fomentar el supremo bien (que, por tanto, tiene que ser posible). Por consiguiente, se postula también la existencia de una causa de la naturaleza toda, distinta de la naturaleza y que encierra el fundamento de esa conexión, esto es, de la exacta concordancia entre la felicidad y la moralidad”. Dios, incognoscible para la razón pura teórica, aparece ahora como un postulado de la razón práctica necesario para afirmar la posibilidad del sumo bien. Kant no ignora que no siempre quien obra bien es feliz. Por eso, para poder afirmar que, en definitiva y más allá de las circunstancias, quien obre moralmente será feliz y quien no lo haga no, necesita postular tanto la inmortalidad del alma como la existencia de un Dios justo. En la vida posterior a la muerte será Dios quien garantice esa conexión.