El hombre natural vs. el hombre social: Rousseau y la crítica de Nietzsche a la metafísica

Rousseau: El hombre natural y el hombre social

Según Rousseau, existe una diferencia fundamental entre el hombre natural y el hombre social. El hombre natural es aquel que vive en el estado de naturaleza, una época histórica hipotética que permite a Rousseau desarrollar la idea del mito del buen salvaje. El hombre en estado de naturaleza, antes de convivir en sociedad, era un hombre bueno y feliz, independiente en relación con los otros hombres y con un egoísmo no negativo. El buen salvaje tenía, así, un sano amor hacia sí mismo que no implicaba buscar el mal de los otros, hacia los que sentía compasión. En este estado natural, el hombre mantenía sentimientos puros, no coartados ni envenenados por el prejuicio social, y una relación directa con la naturaleza.

Este estado natural de cómo sería el hombre en sus hipotéticos orígenes se enfrenta al hombre social, aquel que vive en un estado de sociedad o estado cultural. En este estado social, que sí es real frente al natural, el hombre no es un ser feliz y bueno, sino que está llevado por un egoísmo malsano por el cual busca su propio interés en detrimento de los otros seres humanos. Así, la cultura y el progreso no han hecho al hombre más feliz ni más bueno, como creían la mayoría de los pensadores de la Ilustración, sino que lo han hecho más desigual, injusto y profundamente infeliz. Cultura y progreso no actúan, pues, como elementos emancipadores, sino que dentro de la sociedad son elementos que han corrompido a los hombres.

Nietzsche: Crítica a la metafísica tradicional

Nietzsche critica la metafísica tradicional surgida con Platón. La metafísica tradicional ha considerado la realidad como algo estático, fijo e inmutable, afirmando como verdadera realidad de las cosas a las esencias. Esto le ha llevado a distinguir entre una realidad verdadera y superior y una falsa o aparente. Pero la “invención” de este otro mundo superior es producto, en realidad, del resentimiento y temor hacia la vida de los filósofos, que son unos resentidos. Este impulso contra la vida es denominado por Nietzsche “Voluntad de Verdad” y consiste en utilizar la razón para afirmar la supremacía de las esencias, lo estático, vengándose así del devenir de la realidad, de la vida real que no se puede dominar. Por ello, toda la filosofía ha sido, en realidad, un platonismo encubierto y contrario a la vida.

Frente a esto, Nietzsche afirma la realidad como devenir sin finalidad ni meta. Esta realidad cambiante y múltiple se presenta al hombre a través de perspectivas. Estas perspectivas son individuales e incluso propias de cada momento de la vida individual. Por ello, no hay una perspectiva verdadera y la Voluntad de Verdad, que pretendía una verdad absoluta, es falsa. Así, Nietzsche defenderá la “Voluntad de Poder”, que es asumir y enfrentarse a la realidad cambiante afirmando una perspectiva de forma temporal para vivir más plenamente. Con la Voluntad de Poder se reconoce la imposibilidad de captar la realidad como algo estable y de que exista, por tanto, la verdad, admitiendo las distintas perspectivas para potenciar la propia vida.

El poder de la metáfora

Desde la Voluntad de Poder, los conceptos no son en realidad más que metáforas. Además, estas metáforas se generan a través de un proceso que se va alejando cada vez más del original, la cosa real. La primera metáfora es la imagen mental conformada por nuestra percepción. A su vez, esta imagen la convertimos en palabra que expresa nuestra forma individual y original de captarla, siendo así la metáfora de la primera metáfora. Y así, sucesivamente, de manera que las ideas más abstractas solo son las metáforas más alejadas de la realidad. Estas metáforas se convirtieron en conceptos por la necesidad y el deseo del hombre de vivir en sociedad. Para ello, se hizo un pacto llegando a una convención en el lenguaje. Se establecieron así los nombres y significados de las cosas, imponiendo ciertas convenciones como las correctas por mera utilidad. Con el tiempo, se olvidó el origen metafórico, afirmándose erróneamente el concepto universal (la esencia) como la verdadera realidad.

De esta forma, la filosofía, al tratar de los conceptos más abstractos, llama “verdad” a lo más alejado de la realidad: lo creado al final del proceso por el pensamiento, el producto más imaginativo. También las ciencias positivas que matematizan lo real son criticadas por Nietzsche, pues solo expresan la realidad cuantitativamente sin atender a las diferencias reales y cualitativas.

Así, para Nietzsche no hay verdad absoluta y solo podrá considerarse “verdad” aquello que favorezca a la vida. El criterio de verdad es la “Voluntad de Poder”, que asume y justifica el error necesario para vivir. Por ello, exaltará el poder de la metáfora como una perspectiva que se reconoce como tal, que selecciona e interpreta la realidad sin que la metáfora se identifique nunca con ella. La metáfora se sabe perspectiva que nos ayuda a vivir plenamente.